Discurso del Prof. Luis A. Riveros, Rector de la Universidad de Chile, en Ceremonia de entrega de la Medalla Juvenal Hernández a don Marino Pizarro Pizarro.

La Medalla Rector Juvenal Hernández simboliza mucho más que una distinción de mérito entregada anualmente a un destacado académico de la Universidad de Chile. Constituye en lo esencial de su propósito, un homenaje a nuestra memoria institucional, una mirada hacia atrás que damos año a año, para poder renovar nuestras energías y mirar potentes hacia delante. Juvenal Hernández fue el Rector que logró consolidar la Universidad de Chile que soñaron sus rectores fundadores Bello y Domeyko, quienes le dieron la forma institucional y académica, pero también soñaron con una Institución que llegara al país como una forma vívida de preocuparse por las necesidades de Chile y de su pueblo.

Juvenal Hernández fue el Rector que le dio un apoyo decidido al arte y a la extensión artística, puesto que comprendió que la Universidad estaba incompleta si faltaban las manifestaciones superiores del espíritu como un instrumento para llegar al país. El Rector que dio vida al Teatro Nacional Chileno a partir del cuarto de las escobas que tras este mismo Salón de Honor albergara a un grupo de aventureros, constituyó a partir de su obra la proyección del sentimiento de esta Universidad hacia la comunidad. Comprendió que la Universidad era más que sólo desarrollo de conocimiento, por medio de la investigación y la docencia, y convirtió a la extensión universitaria en la manifestación de la Universidad viva y llena de compromisos con su entorno.

El Rector que dio también inicio a la proyección de la Universidad de Chile en todo el país. Las sedes regionales fueron el instrumento para hacer Universidad hacia el país, convirtiendo a nuestro compromiso nacional y público en algo real y dinámico. Esa sería la base de un sistema universitario nacional germinado a partir de esta Casa, cuyo nacimiento se produjo en años difíciles, pero que ahora debe seguir consolidándose en su actual organización en las líneas inspiradoras que se forjaron a partir de la obra de don Juvenal.

Mucho de lo que es hoy la Universidad de Chile con sus sueños, sus frustraciones, sus logros, sus reconocimientos y avances se deben al rectorado de don Juvenal Hernández. Dio origen al período de expansión y consolidación de lo mismo que hoy parece atemorizar a tantos, cuando desde esta Casa se pensó a Chile y se ejerció la más sana y trascendental influencia en los asuntos públicos. Una Universidad de Chile que debe volver a ser la estrella que decora nuestra bandera, como la llamó Neruda. La consolidación de nuestra excelencia académica junto con una Universidad abierta al país, a sus problemas y a sus necesidades; la Universidad que soñamos hoy día, cuando queremos recuperar nuestras responsabilidades con el país reclamando del Estado y de la sociedad un tratamiento acorde con nuestros postulados y con la misión que llevamos a cabo por mandato fundacional. Es esto lo que nos permite mirar renovados el futuro, en al ánimo de consolidar nuestro liderazgo. Hay retos y hay una necesidad de realización institucional que se espera con ansias de poder cumplir. La Universidad laica, nacional y pública que aspira a seguir siendo la fuente de pensamiento y creación para el país, para el país que queremos unido, con justicia, con progreso, con verdadera oportunidad y modernidad; el país que queremos construir a partir de nuestro trabajo académico, al cual queremos contribuir pensando críticamente; el país que soñamos y que todos queremos ver realizado en su desarrollo y mejor estándar de vida para todos, con la posibilidad de igualar oportunidades y condiciones, para lograr la madurez económica junto con una mayor equidad en lo social; el país que precisa para ello conocimiento, ciencia, tecnología, humanidad, creación artística, para así ponerle un cerebro y un corazón fuerte al proceso de expansión material. Esa Universidad que fue en el pasado la Universidad del Estado de Chile y que luego pasó a ser concebida como aquella casi de la región metropolitana, posibilitada sólo para competir por recursos en un sistema desordenado. Una Universidad semi-privada, con una permanente tensión entre su misión nacional y pública y su financiamiento mayoritariamente privado. Perdió así, poco a poco, su alma nacional. El sentido de su rol fundacional empezó a ser entendido como un centro generador de utilidades, como un mero instrumento de mercado; hasta sus hijas empezaron a renegar de ella, casi como para rubricar lo que se le hizo al querer borrarla como un símbolo de la real democracia y de la libertad, para pensar que subsistía para decir que el hombre también aquí estuvo y dejó su huella intelectual. Hoy día, al entregar esta Medalla que lleva el nombre del gran Rector de la Universidad laica, nacional y pública por excelencia, reivindicamos nuestras demandas por un tratamiento de Estado consecuente con nuestra condición de Institución de Estado. No queremos que se nos siga privatizando, porque ello opaca nuestra alma y la desarraiga de nuestro compromiso con el país, contamina nuestra misión con otros incentivos, no incorrectos quizás, pero indebidos en el contexto de nuestro carácter. Renovamos hoy día nuestro compromiso con Chile y con la excelencia académica, con las grandes tareas nacionales, con nuestra obligación de aportar como lo que siempre hemos sido: la gran Universidad de Chile; renovamos nuestro compromiso con la Educación Pública chilena, porque pensamos que su rol es crucial para el país de mayores oportunidades que se necesitan para el progreso social y económico.

Hoy día entregamos este homenaje a un gran educador y a un hijo de la Educación Pública. Se han destacado sus dotes con esmero, y se ha recordado todo lo que Marino Pizarro ha significado para esta Universidad y para su recorrido por un pedazo significativo de sus tiempos. Mucho hizo para poder proteger tanto más que podía haberse perdido, y a pesar de ser visto por muchos con dolor, fue el Marino Pizarro de años difíciles para la Institución, que se quedó donde justamente podía ser más para salvar parte del propósito constructor. Marino Pizarro es un símbolo de la Educación Pública chilena, hijo de la escuela y del liceo público y del Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile. El profesor que llegó a Premio Nacional de Educación y que ha sido tan distinguido. Qué hermoso entregarle esta Medalla en los días en que el Gobierno de Chile ha llamado a la Universidad del Estado de Chile para que reasuma la noble y significativa tarea de formar profesores para Chile, restaurándole así, un quehacer que le fue arrebatado, quizás, por la porfía, queriendo pensar y entregar el saber integrado. Es simbólico que un educador reciba este premio cuando nos aprontamos a afrontar el gran desafío de seguir progresando en nuestros planes de formación pedagógica con la trascendencia que siempre ella ha tenido. Pero también con la gran proyección que tenemos que darle hacia el futuro, en base a nuestra valiosa experiencia más reciente.

Los que piensan que con esto estamos generando un problema, olvidan que nuestra historia está hecha de grandes desafíos, de grandes sueños, de los que muchos hoy día públicamente critican con venenosa pluma. Olvidan, y han dicho que llevamos adelante locuras, como si no hubiese sido una aventura en esa misma perspectiva limitada y peyorativa, el que Domeyko incluyera la docencia en la Universidad, o el que nos arriesgáramos a fundar un Pedagógico trayendo a un grupo de profesores alemanes, o el que diéramos origen a un Teatro Nacional a partir de un grupo de aventureros maravillosos, o el que fundáramos sedes regionales para llevar la Universidad hacia el país. Nuestra gran historia es, si se quiere, una cadena de ideas y de hechos innovadores, de grandes desafíos, de grandes promesas y de grandes sueños. Esa es la Universidad que tenemos que seguir siendo, capaz de tomar grandes desafíos, ganando el apoyo de la comunidad nacional, para así entregarles resultados positivos a nuestro Chile.

Simbólico es entregarle hoy día este premio a un educador de nuestra Universidad, cuando la educación está en decadencia y cuando nos avergüenzan sus resultados visibles y aquellos que se mantienen en la discreción. Cuando la educación pública es la alternativa para los más pobres, pero es también la más decadente; ¿cuántos hijos de un liceo nortino de carácter público serán Premios Nacionales en el futuro? Cuando la Universidad de Chile sufre por la tensión entre su misión nacional y pública y el financiamiento abrumadoramente privado de su quehacer, cuando el rol del educador está disminuido, cuando no se valora su aporte a la sociedad, cuando el profesor ha disminuido el respeto que le debemos por su conexión con el futuro y nuestro futuro, me parece que es justo decir que este homenaje y reconocimiento a Marino Pizarro debemos convertirlo en un homenaje a la Educación Pública y a lo que ella significó y debe significar para Chile en su pasado brillante, pero todavía en su futuro más brillante, el cual debe replicar nuestro esfuerzo hacia los tiempos que vienen.

Quiero hacer una nota personal. Debo mucho a Marino Pizarro, sobre todo un ejemplo de académico y de hombre de bien. Me ha acompañado brillantemente para enfrentar los días difíciles que ha vivido nuestra Editorial Universitaria, para poder devolverla a Chile y a la cultura. Ha sido el consejero que se busca en las tardes desesperadas cuando nada parece calzar con el propósito que buscan los esfuerzos. Ha sido el amigo leal que hace muchos años me enseñó que las cosas se hacen por convicción y con sacrificio si es necesario. En los días de una Escuela de Temporada, hace más de 15 años, por boca de Myriam Zemelman, Marino Pizarro me mandó a agradecer por mi participación pequeña en un curso de no gran revuelo como un desconocido profesor de Economía. El mensaje de Marino me estremeció. "Gracias -dijo- por la Universidad de Chile; no podremos pagarle lo que seguramente se merece, pero usted nos ha ayudado a crear el gran sentido de ser lo que debemos ser, por la gran Universidad que tenemos que seguir siendo". Después de eso nunca más pensé en dejar la Universidad. Como Rector de la Universidad, quiero expresar mi satisfacción por este homenaje a un educador, a un maestro, a un amigo con quien compartimos mucho, especialmente nuestro cariño por la Universidad de Chile. Donde esté Elena creo que está sonriendo con este recuerdo a su sonrisa suave y su clara imagen de maestra. Expreso a Marino nuestra gran satisfacción por este reconocimiento largamente adeudado.

Muchas gracias

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