Palabras del Rector de la Universidad de Chile con motivo de la presentación de la obra del profesor y Medalla Juvenal Hernández, don Enrique Silva Cimma, "Memorias Privadas de un Hombre Público".

Don Enrique Silva ha puesto en nuestras manos una obra que atrae por su narrativa sencilla y directa, y por tratarse de las memorias de quien ha vivido de cerca y en calidad de protagonista los más importantes acontecimientos de la historia política chilena del siglo XX. Es un libro que, como varios otros ya escritos y los que están por escribirse, deben leer nuestros jóvenes, puesto que les acercan a la idea que muchos de nuestros problemas no son nuevos, y que aún hay cosas que hacer por el camino de un buen entendimiento de la política y de la actividad pública. Es importante recordar esto en nuestros días, cuando prevalece un notorio desprestigio de los políticos, de los partidos y de la propia actividad pública, lo cual daña nuestras perspectivas de tener un desarrollo integral y balanceado. Tal actitud deriva, sin duda, de la herencia que han dejado años de predica contra la actividad política, pero también del fracaso que experimentó esa instancia para abordar con éxito muchos de nuestros problemas en el pasado, de la responsabilidad que se atribuye a los políticos en la más grande crisis institucional del siglo pasado, como también de la visión de nuestros jóvenes sobre un futuro que no se percibe atendido con prioridad en la actividad política, más concentrada ella en lo vistoso, en lo que, aunque menos trascendente, garantice visibilidad. Con ello se ha castigado a la actividad pública, se le desprestigia como preocupación legítima y con resultados deseables; se le condena a priori, se relega a segundo plano el interés social, se privilegia cada vez más lo individual, en medio de tanta necesidad, de acechantes peligros y de riesgos en nuestra fragmentada sociedad.

Esta obra se presenta en los días en que la Educación no privilegia la formación cívica, no se enfatizan los aspectos valóricos en forma suficiente, y la historia se enseña no como una fuente de experiencias formativas consideradas en un continuo de fenómenos, sino más como una mecánica transmisión de hechos, a veces en forma controvertida e inconexa. La obra de Enrique Silva Cimma es un legado de uno de los protagonistas más destacados de la política nacional, y –por sobre todo– la de un ciudadano respetable; su lectura enseña y puede tener una profunda influencia formativa. Rescato, el valor de estos aportes, de los cuales esperamos tantos más de otros destacados protagonistas de nuestra historia, para así legar visiones y material de trabajo a la historiografía nacional. Legado que es importante, para que la interpretación sobre nuestro pasado reciente no sea tan polémico, y que pueda –por el camino de interpretaciones balanceadas y objetivas– construir un entendimiento que necesitamos urgentemente para avanzar como nación en paz y democracia.

Pero la obra de don Enrique va más allá de eso, que por sí es un mérito de gran trascendencia en nuestros días. Revela la vida de un miembro de la clase media chilena, radical y masón, que trabajó para ayudar a su familia, mientras estudiaba en la Escuela de Derecho, y que se desempeñó como recaudador de ambulantes en la vega central, inspector en el matadero municipal y boletero en el teatro Balmaceda. Un miembro de la esforzada clase media, que en el pasado podía contar con un fuerte respaldo por parte de un Estado activo, que proveía medios para que en un ambiente de igualdad de condiciones se pudiera acceder a la nivelación de oportunidades que formalmente declaraba el sistema. La movilidad social fue, en el pasado, un objetivo de hecho de la Política Educacional, que se orientaba a apoyar a los mejores, y que ha permitido así que un humilde muchacho de Calama, vecino de Recoleta y de Ñuñoa pudiera acceder a los más altos sitiales intelectuales y de la administración del Estado. Un miembro de la clase media que fue educado en el valor de devolver al resto lo que había recibido, a pesar de los esfuerzos y de los apremios económicos, que quizás pudieran permitir pensar en que un legitimo egoísmo pudiera manifestarse en relación a la entrega esperada al conjunto social. Que paradójico resulta todo esto hoy, cuando nuestra Educación segrega, divide, elitiza y no provee los medios para que humildes muchachos de provincias tengan la oportunidad de ser grandes hombres; en los días de una Educación Universitaria que en realidad discrimina en contra de la clase media y no garantiza ni calidad ni equidad; de un Sistema Educativo que conlleva la vergüenza de ofrecer entregas de menor nivel para los más pobres. Creo que el leer las páginas que nos deja Enrique Silva Cimma, basados en su propia experiencia y en la de tantos otros envueltos directa o indirectamente en su experiencia de vida, nos recuerda que como país tenemos el reto de reconstituir esa Educación Pública de primera línea que nos colocó como un mejor país en el ámbito intelectual y en el de las calificaciones y destrezas, que permitió lucir grandeza en el ámbito intelectual y científico a nivel latinoamericano, que nos significó tener una clase política de jerarquía, que introdujo el fomento de la calidad y equidad no como una acción excepcional, sino que como el requerimiento obvio y básico de una responsabilidad social bien entendida.

Esta obra nos ha dejado entrever al ser humano. Al Enrique Silva que besaba a su vecina a hurtadillas en el patio de la casa; al hombre laico que accedió al bautizo cristiano para contentar a su atribulada madre; al hombre intelectual que sin duda alguna lleno de dudas, participó en sesiones espiritistas. Nos muestra al estudiante esforzado, al buen hijo, al buen hermano, pero, por sobre todo, al hombre sencillo que es y que, en tal calidad, ha llegado a ocupar las posiciones más importantes en la administración del Estado.

También la obra que hoy se ha presentado revela el profundo compromiso de su autor con un ideario humanista y laico de trascendental influencia en el devenir político del siglo pasado, y en la construcción de un modelo de crecimiento y Educación fundado en una labor activa del Estado y nos deja ver que la importancia de ese gran proyecto se frustró; por una parte, por el mayor valor que fue cobrando la inmediatez en la visión de la Política Pública, como algo opuesto a la visión de Estado, a la visión de futuro, a la espera de una evaluación de resultados en largo plazo, que es lo que permite dar origen a grandes proyectos innovadores. Por otra parte, esa frustración se vincula al progresivo ideologismo en que se inspiró la política chilena, donde las visiones de centro, más equilibradas y dispuestas a buscar entendimientos para avanzar, fueron progresivamente avasalladas. Y el gran proyecto nacional de un país con progreso y justicia social, se fue disolviendo hasta llegar al rompimiento institucional. El autor nos deja ver que el camino a este fracaso tiene muchos ribetes y muchos actores, tiene tanto errores derivados de espíritus dominados por la sinrazón alimentada por un creciente temor y por la lógica del enfrentamiento, como asimismo una premeditación por parte de aquellos que siempre ganarán con la violencia. Nos da a saber que el gobierno de Allende representa a un Presidente subordinado a los partidos, a partidos con visiones alejadas de la realidad, a la primacía de un gran deseo de llevar adelante la fraseología insensata de quienes propugnaban el ideologismo y el enfrentamiento. No había así salida a la crisis que se generó por años de alejamientos entre nosotros, y por la pérdida del centro de la política a manos de quienes propugnaban la división y el enfrentamiento –escenario indispensable de una guerra fría en que este pequeño país no era sino que peón no estratégico, pero sí visible.

El Chile adolescente, de que nos habla Enrique Silva, el Chile que perdió su centro, su capacidad de diálogo y entendimiento, y produjo heridas que todavía no cicatrizan ocupa en el libro un porcentaje importante del relato y aquí están dos actores centrales de estos años que mi generación experimentó como una pérdida sensible, como un gran retroceso, cuando se nos negó la posibilidad de contribuir a gestar el país soñado, y a muchos les costó la vida o la pérdida de muchos años de exilio y sufrimiento. Aquí están dos actores que aun no se ponen de acuerdo sobre como interpretar una particular acción de la Cámara de Diputados el año 1973, pero que si están de acuerdo en que tenemos que caminar por un sendero distinto, abriendo paso al entendimiento por sobre la división, la exclusión y el odio. Dos actores que si están diciendo, como Enrique Silva testimonia en su obra, que el Presidente Lagos está en lo correcto: necesitamos unidad para avanzar, ya que la división solamente nos lega el statu quo y el retraso.

El gran mensaje de este libro es que tenemos que cuidarnos de dar explicaciones sobre el pasado y el futuro que deseamos construir al pobre muchacho de Calama, que aspira a una vida digna, a consideración y oportunidades, para quien no valen las disputas sobre el pasado, sino la mirada a lo actual y a lo que viene que deseamos legarle a él y a sus hijos. Por esa razón pienso que es importante reconocer que hoy estamos en democracia y paz, y que debe darse reconocimiento al esfuerzo que ha tomado, por parte de tantos, el poder estar disfrutando una sociedad distinta a la del largo sufrimiento de dos décadas. No debe olvidarse al sufrimiento, al dolor por los que murieron y por los que aun se encuentran desaparecidos, pero tenemos la obligación de mirar hacia adelante y de dar, por fin, un mensaje positivo –después de tantas señales negativas que surgen producto de nuestro pasado y de nuestro dolor, y de las heridas que no cierran y se proyectan irremediablemente a más dolor y más división. Que Chile tenga un premio Nobel de la Paz es un reconocimiento a la Nación que ha sido capaz de sobreponerse a ese dolor, de mirar hacia el mañana, de poder reconstruir y valorar las bases mismas de nuestro fundamento social para recomponer los tejidos desmembrados, y articularlos en camino al desarrollo y la plena justicia. Un país que es capaz de mirar a los ojos a sus niños para decirles que no tendremos nunca más de nada que avergonzarnos, y que prometemos un futuro de esfuerzo y mayores oportunidades para todos, juntos, como un país de verdad y en progreso.

Gracias por este libro don Enrique, y por las reflexiones profundas que despierta en nosotros, junto al deseo de progresar en su ejemplo de vida limpia y de servicio a los demás. Gracias por acceder a presentarlo aquí, en la Casa Central de la Universidad de Chile, la señera institución que debe, por mandato nacional, liderar no solo el camino del progreso en base al conocimiento, sino también ser señera en abogar por la unidad en base a los designios del corazón.

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