Presentación del Rector de la Universidad de Chile, profesor Luis A. Riveros con motivo de la reiniciación de actividades de la Academia de Estudios profesor Alfonso Leng.

LA FORMACION INTEGRAL DEL UNIVERSITARIO DE HOY

Agradezco el honor de haber sido invitado como orador en esta reanudación de actividades de la Academia de Estudios profesor Alfonso Leng. Como Rector de la Universidad siento el deber de acudir a esta cita ya que la misma abarca y presenta el trabajo de académicos de nuestra institución, que así proyectan su quehacer más allá del aula y de las actividades de laboratorio haciendo de la creación y la participación en trabajos académicos un elemento vivo. Es grato hacerlo, el denominarse esta Academia de Estudio con el nombre del primer Decano de esta Facultad, quien además fue un hombre de una versatilidad maravillosa, que le permitió pasearse de la investigación científica a la música, dando ejemplo de un amplio aspecto de inquietudes y muestras de un intelecto superior.

Deseo exponer algunas ideas en torno a la formación del universitario de hoy, especialmente en el contexto de los requerimientos y problemas que presentan los retos futuros para nuestra sociedad y el desarrollo del mercado ocupacional junto con la modernización y la globalización. Este es un tema de extraordinaria importancia y actual relevancia, el cual parecemos no visualizar en muchas de sus trascendentales connotaciones, y es quizás por ello que no se están abordando las políticas necesarias para garantizar un restablecimiento de la credibilidad de la formación universitaria y del propio sistema universitario en el país. Como señalaré, son necesarias una serie de modificaciones y giros en materia de política y en cuanto a la regulación del sistema de Educación Superior, para así enfrentar los problemas vigentes y los retos del futuro. Sobre esto último es necesario hacer hincapié, porque nuestra visión en materia educacional tiene que ser muy proyectiva en el tiempo, tiempos que demandan profunda innovación, tanto como un alejamiento de las visiones que producen estancamiento o reproducen visiones simplistas, pero finalmente perjudiciales para nuestro futuro. Como indicaré, el futuro económico de Chile depende en forma crucial de la inversión que se efectúe en conocimiento, la cual requiere cuidadosa implementación, y el diseño de instrumentos y políticas adecuadas, reformando muchas de nuestras tradiciones en el marco de una visión de país y de Estado.

En primer lugar, es necesario decir que el concepto de Educación Superior cobija en Chile dos sistemas fundamentalmente distintos, que requieren independencia y políticas apropiadas para tratar en forma sustantiva sus problemas y retos. Se trata, por una parte, de la Educación Técnica Superior, es decir aquella destinada a formar técnicos en distintas materias, y, por otro, de la Educación Universitaria, destinada a preparar profesionales que constituyan el segmento directivo y de ejercicio superior disciplinario en los distintos ámbitos del quehacer nacional. En la actualidad, Chile presenta una severa alteración en esa materia al estar graduando aproximadamente 7 profesionales por cada técnico, una proporción a la inversa de aquella prevaleciente en países desarrollados o recientemente industrializados. El tema tiene que ver con incentivos, diseños legales y reglamentarios equivocados, que dan lugar a una severa distorsión cuyos efectos están siendo sentidos a nivel de la actividad productiva. Una deformación es, por ejemplo, la existencia de mecanismos de crédito fiscal sólo para universitarios, excluyendo de esta ayuda a quienes, usualmente jóvenes de menores recursos, desearían insertarse en la Educación Técnica Superior. Cosa similar en cuanto a la existencia del liberal sistema en que tiene lugar la oferta de carreras y especializaciones técnicas, en un campo que requiere mayor regulación en cuanto a información y el diseño de un adecuado sistema de acreditación, para así resguardar la fe pública y una Educación de calidad y relevancia. Esto nos plantea, al igual que en el caso de la Educación Universitaria, un tema de operación a futuro, como expresaría un financista, ya que la decisión de educarse envuelve incertidumbre, riesgo y en consecuencia, ameritaría una política menos simplista que una libre operatoria de los mecanismos de mercado, ya que los jóvenes y sus familias deben tomar decisiones de largo plazo, pero usualmente con muy escasa información.

El otro sistema es el Universitario, donde residen carreras que han sido definidas como propias de una Universidad y que, producto de la reforma del año 81, se han configurado en base a una libertad absoluta para la conformación de instituciones privadas sin fines de lucro y a una disminuida presencia del Estado en materias de regulación. Al contrario de lo que hoy sucede, este sistema debe ser entendido con políticas y una estructura de gestión distinta a la Educación Técnica, para otorgar a ésta la importancia que debe tener en un proyecto de desarrollo del país. Esto último enfrenta varios problemas, asociados a la total ausencia del Estado en la Educación Técnica Superior como proveedor directo, careciendo de un instrumento de regulación de calidad que el sistema requiere. Similar dificultad existe en el Sistema Universitario privado, ya que el subsidio a la demanda que inspira el desarrollo de un sistema diversificado y mixto ocurre en un ambiente de escasa regulación y nula acreditación. Lo que sí es evidente, para despejar inicialmente el tema organizacional, es que el Sistema Universitario y el de Educación Técnica requieren una organización distinta a la prevaleciente para restaurar un sistema de incentivos que permita reponer el adecuado desarrollo de ambos. En cualquier caso, y también para asumir los temas generales, ambos sistemas necesitan mejorar en forma radical su gestión, especialmente en cuanto a acreditación y regulación de un mercado que acumula presiones y conflictos potenciales de gran importancia, y donde se precisa establecer con claridad patrones de calidad para proteger, precisamente, la sana subsistencia de un sistema mixto y diversificado.

Quería hacer esos comentarios iniciales para indicar que al referirnos a la Educación Universitaria, lo estamos haciendo con respecto a sólo un componente de la Educación Superior del país, y donde se encuentran comprometidos una serie de problemas importantes, respecto de los cuales no se han adoptado decisiones fundamentales de política -correcciones que con el paso del tiempo es urgente adoptar. Es necesario recordar, que el país ambiciona un salto al desarrollo económico para las próximas década, en un esfuerzo que ha comenzado en forma relativamente exitosa en los últimos doce o quince años, pero que requiere una singular persistencia en lo que viene, y que ha de precisar definiciones muy concretas en materia de diseño del trabajo educativo. Quisiera desarrollar esta idea, para luego abocarme al tema que nos convoca hoy en cuanto a necesidades de formación universitaria.

Nuestro país enfrenta el gran desafío y la real posibilidad de alcanzar su desarrollo económico. Se trata, de un desafío no menor, ya que el concepto de desarrollo incluye el mejoramiento en una serie de indicadores poblacionales, sociales, económicos y de bienestar, en general, y no únicamente aquél popularizado del ingreso per cápita aunque, éste deba mantenerse como un indicador de cierto privilegio.

En efecto, el proceso de desarrollo consiste también en alcanzar estándares sostenibles en materia ambiental y en cuanto a la gestión de los recursos naturales no renovables, aspectos en los que tienden a primar efectos negativos durante las primeras fases de una expansión económica sostenida. Se trata, de contar con indicadores de salud, Educación y previsión que en términos de calidad y cantidad sean aceptables de acuerdo a un creciente nivel de ingreso per cápita; por supuesto, en estos ámbitos el problema no solo tiene que ver con los promedios alcanzados a nivel de toda la población, sino también con la distribución del bienestar social entre las personas y los distintos grupos sociales. El concepto de justicia distributiva, que se une al de desarrollo, encuentra su manifestación de más importancia en estos elementos, tanto como en la mayor disponibilidad de servicios sociales.

Pero, el desarrollo implica la generación de oportunidades para que todos puedan contribuir en forma efectiva y relevante a la expansión productiva y que, por esa vía, sean todos también acreedores a los beneficios del crecimiento. Estamos hablando del tema de la productividad, que es un elemento importante al momento de ponderar los efectos de las políticas sociales, especialmente educacionales, en el ámbito productivo y redistributivo. Tal proceso no puede, innegablemente, desligarse de las necesarias oportunidades que en forma igualitaria deben proveerse en el mundo del trabajo, la producción y el conocimiento aplicado, como tampoco de las formas organizativas modernas y justas que rodeen al mercado laboral.

El desarrollo -en su concepción más integral- debe llevar en sí mismo la conformación de una sociedad más humanista, más solidaria y más tolerante, en que prime el respeto mutuo como un factor de convivencia y preservación social, y en donde, de las relaciones de pura dependencia que caracterizan a las etapas más primarias de la organización social, se pase a una de convivencia basada en igualdad. Se trata de un amplio cambio cultural, de una especie de profundización de la cultura para el mejoramiento en la calidad de vida, que debe ir acompañando al proceso de crecimiento y al propio mejoramiento en los indicadores económicos y sociales. Se trata de una igualdad a nivel de personas y de seres humanos con participación equivalente en el conjunto social, donde no exista la preeminencia basada en el poder económico, político o social, y en que prime una ética de pares. Las personas pueden ascender en la escala social, para lo cual deben estar dotadas de similares oportunidades, y el conjunto debe hacer esfuerzos por llevar adelante una cierta igualdad de condiciones para concretar tales oportunidades y poder así acceder a mejoras en la esfera material en base a una necesaria estabilidad social. De eso se trata en esencia la igualdad. Es una igualdad entre seres humanos, cuyas diferencias deben radicar en las diferentes aptitudes y elecciones de cada uno. Pero no en la existencia de desiguales condiciones o falta de oportunidades, que el propio conjunto social debe facilitar para garantizar su estabilidad y desarrollo de largo plazo. No se trata de una igualdad asemejable a un sello socialista de viejo cuño, animada a instaurar una nivelación total en el campo material, en forma independiente de las aptitudes y elecciones de las personas, sino de una igualdad basada en oportunidades y condiciones. Es necesario considerar que la subsistencia del cuerpo social en forma sana, en un contexto de largo plazo y en forma consonante con el logro del desarrollo, depende de su estabilidad en el sentido más amplio, y de las perspectivas que proporciona la formación de nuevo capital: ese equilibrio está en gran parte asociado a la provisión de adecuada información y a la existencia de equivalencia de condiciones para poder acceder a los efectos de una igualdad de oportunidades, en que puedan todos ejercer adecuadamente sus opciones en función de capacidades y preferencias y con ello se legitimen las naturales diferencias que deben caracterizar a una sociedad.

Como puede deducirse de estas consideraciones, nuestro país tiene un largo camino que recorrer para poder construir una sociedad desarrollada en el ámbito material, pero uno aún más largo y complejo para acceder al desarrollo más ampliamente concebido en el ámbito social y humano. Si uno sólo se restringiera al limitado indicador del ingreso per cápita (esto es, cuántos dólares promedio tiene cada habitante de acuerdo al valor del Producto Interno Bruto) nuestro país tiene una veintena más de años, pensando en un crecimiento promedio anual de 7%; si se piensa, que esa es una cifra respetable, y que podríamos sólo aspirar a la más modesta tasa de 5% por año, entonces nuestras perspectivas de desarrollo (en este limitado concepto cuantitativo) se ubican en el contexto de poco más de treinta años. Definitivamente pues, una labor que se proyectará sólo en beneficio de la generación siguiente (¡y quizás de la subsiguiente!), lo cual obliga a poner en perspectiva muy crítica nuestro cortoplacismo tan cuestionado pero tan cultivado a todos los niveles.

Téngase presente además que el objetivo del desarrollo -en esos limitados conceptos cuantitativos- debe requerir una inversión significativa como porcentaje del PIB, quizás alcanzando a más de 30% del mismo. Y también, han de requerirse tasas de ahorro mayores que los modestos niveles actuales, y que tanta inestabilidad causan actualmente para el mantenimiento de la necesaria inversión. Todo ello debe requerir estabilidad y claridad en las reglas del juego, especialmente en un ámbito en que se compite de forma tan cruenta para atraer la inversión externa y conquistar mercados de exportación, sin desatender los ámbitos sociales que la gente exige priorizar y que son, a su vez, condición sine qua non para la ocurrencia de mayor inversión y crecimiento. En definitiva podemos sostener que, a pesar de lo bien que ha venido funcionando la economía de Chile durante una docena de años, no debe olvidarse una historia de décadas y siglos, que pone la apuesta en el lado del fracaso, de la influencia de los temores sociales, de los grandes antagonismos internos, del peso negativo de nuestras trabas culturales, de una mediocridad económica, etc. Nuestra Inferioridad Económica, como anotó Encina, manifestada en profundos desequilibrios sociales, como indicó certeramente Aníbal Pinto, puede ser, paradójicamente y en definitiva, la causa de una nueva frustración en nuestro desarrollo.

Tampoco debe olvidarse que nuestros indicadores en el campo de la equidad están entre los peores del mundo. Chile ha sido comparado muchas veces con los denominados tigres asiáticos en vistas a su exitosa experiencia económica reciente; pues bien, en estos países la diferencia de ingresos entre pobres y ricos (promedios de los 20% respectivos en la distribución del ingreso familiar) es a lo más de 1 a 11 (y en algunos de 1 a 9), mientras que en Chile la diferencia es de 1 a 18. Se destaca también nuestra distribución del ingreso como una de las peores situaciones relativas a aquellas prevalecientes en Latinoamérica (con la excepción de Brasil), y ciertamente mantiene un standard muy por debajo de aquellos observados en los países industriales. Una desigualdad que en los últimos 12 años no ha cambiado en nada, a pesar de los significativos avances que se han efectuado en orden a reducir la pobreza y la indigencia. Para algunos, este es un resultado que en nada debe sorprender, ya que lo único que debe importar es el nivel de pobreza, no las diferencias entre los que tienen más y los que tienen menos, por odioso o significativo que sea el monto de la brecha.

Sobre este tema ha existido un prolongado debate en economía, aún no concluido pero enriquecido últimamente por la noción que importan mucho los desequilibrios sociales en orden a garantizar el medio ambiente apropiado para la inversión y el crecimiento. De acuerdo a esta visión, una situación de desigualdad profunda se transforma en una "handicap" para obtener inversión y crecimiento y para lograr las condiciones mínimas de un desarrollo económico integralmente entendido. Tampoco existe un acuerdo claro en economía respecto a cómo proceder para mejorar la distribución del ingreso, aunque está claro que éste sólo puede constituir un objetivo a alcanzar en el mediano a largo plazo. Lo malo de la realidad prevaleciente en este campo, es que ella implicaría en términos de indicadores de calidad y cantidad de salud, Educación y previsión que tendrían los miembros de las distintas sociedades al interior de una que pretende constituir un país integrado.

Me parece fuera de discusión que el país tiene que avanzar en el campo distributivo para garantizar la estabilidad que necesita el desarrollo en su sentido más amplio. Con esto no me refiero a que sea necesario introducir políticas con visión de corto plazo que corrijan en forma expost las deficiencias de ingreso relativo generadas por políticas inapropiadas del pasado -y reflejadas en distintas condiciones en el presente- con el objeto de igualar oportunidades. Hay, mucho que corregir en este campo. Quiero referirme al más trascendente, que es el del largo plazo y que consiste en la construcción de un mundo de nuevas oportunidades a través de la generación de una igualdad de condiciones para que las personas puedan elegir informada y libremente, y en donde se den a conocer en forma efectiva y libre las aptitudes verdaderas en un ambiente de igualdad de oportunidades. Y es en este terreno donde es posible concordar en la necesidad de un cambio sustantivo en la formación universitaria, como parte de una profunda transformación del Sistema Educacional.

En primer término, los temas formativos profundos deben ser la base de una transformación completa de los curricula de estudio universitarios. Por lo expuesto en términos de los alcances del concepto de desarrollo, los curricula universitarios necesitan enfatizar tanto los aspectos de relación con el mercado futuro de trabajo, como aquellos que tienen que ver con el enriquecimiento personal, la formación valórica profunda del individuo. Pienso que en ambas cosas estamos fallando. Por una parte, nuestros curricula tienden a ser anquilosados y responder en forma lenta frente a las exigencias de un medio empleador que experimenta cambios profundos como producto de las tendencias modernizadoras y globalizadoras que prevalecen. En distintos grados, las diversas formaciones profesionales se han ido desadaptando respecto de los importantes requerimientos que presenta el mercado educacional de egresados, y que demanda personas con capacidad de respuesta frente a los problemas vigentes y futuros. ¿Cómo puede la Universidad adelantar las tendencias que han de producirse en los diferentes campos? No existe una respuesta estándar sobre este problema, pero no es respuesta la que escuchábamos en el pasado, en el sentido de que la Universidad debería determinar, por sí misma, que es lo que se ofrece, y no la perspectiva ocupacional profesional existente. Necesitamos una innovación muy profunda en este ámbito, que tienda a garantizar una formación con rápida capacidad de adaptación a la realidad externa, y de actualización tanto en el desempeño en el trabajo como por medio de los sistemas de cuarto nivel de Educación. Requiere, enfatizar la formación general en los estudiantes de las diversas carreras, y fortalecer en forma significativa los posgrados y postítulos, que de hecho están pasando a ser un hecho de fundamental relevancia en nuestros días.

El distinguido profesor Humberto Giannini ha afirmado que la Educación Superior debe tratar de "... satisfacer, por una parte, las exigencias del nuevo dinamismo y elasticidad del mercado profesional, y, por otra parte, de asegurar desde una perspectiva más responsable y reflexiva que al menos este mercado no pierda de vista los fundamentos teóricos y las razones sociales y éticas que deben regular su vocación centrífuga". Este pensamiento reafirma nuestra hipótesis que el cambio en la aproximación actual a la docencia debe ser doble, puesto que por una parte interesa proveer una mejor respuesta al mercado, pero por otra significa reservar para la Universidad un rol respecto de la formación integral del profesional y con relación a la influencia que éste ha de ejercer en dicho mercado. Concuerdo con el profesor Giannini que esto tiene mucho que ver con dejar en la Universidad la formación académica y docente como uno de sus privilegios y contribución vital a la sociedad, especialmente con un sentido crítico y constructivo y en contacto con la creación de conocimiento. Pero ello no debe excluir a la formación profesional, inspirada en los elementos generales con proyección a la Educación permanente y expuesto al conocimiento de frontera en contacto con la investigación y la creación. Ese perfil profesional sólo pueden ofrecerlo Universidades que cuenten con adecuada infraestructura académica, especialmente en cuanto a la generación de investigación para formar un profesional contributivo y en condiciones de perfeccionarse en forma permanente.

Como se ha enfatizado suficientemente en estos días, la formación de cuarto nivel es de vital importancia para el proyecto de desarrollo de nuestro país. El conocimiento es un factor, un recurso escaso, que cumple un rol decisivo en el proceso de expansión económica, como asimismo en el proceso distributivo. La investigación pasa a ser un factor de progreso en materia económica, donde cada día es más evidente que el éxito exportador, por ejemplo, tiene que ver fundamentalmente con el valor agregado incluido en la producción, y la generación de ventajas comparativas basada en el conocimiento nuevo. La especialización permanente a nivel profesional, es un tema de gran trascendencia para lograr una adaptación a las necesidades cambiantes del ejercicio en el mercado laboral. Por ello, el fortalecimiento de nuestros posgrados cumple un lugar estratégico en la reforma universitaria global que estamos proponiendo.

Pero el segundo aspecto señalado -la formación Humanista- es también de fundamental importancia. Hoy necesitamos mejores profesionales en el sentido de su formación integral valórica; precisamos crear un profesional con fortaleza Humanista, en cuya formación se integren los conceptos de eficiencia y eficacia, pero donde también ocupe un lugar la solidaridad, el entendimiento de una misión social implícita en el desempeño profesional, y en que prevalezca una ética acorde a lo que la sociedad espera de la inversión efectuada por el conjunto en cada uno. Este objetivo -que es tan indispensable en vista de nuestra visión del proceso de desarrollo en forma integral- sólo puede lograrse incluyendo materias afines en forma transversal a los curricula de formación profesional. Nada se obtiene con tener un curso de ética o uno de naturaleza Humanista o Sociológica, cuando es un electivo de tercer o cuarto año; la cuestión reside en que estas perspectivas se adentren profundamente en la formación que reciben los estudiantes universitarios en todas sus cátedras desde su vinculación más temprana en la Universidad. Ello requiere una revisión profunda del sistema de Educación que tenemos, altamente profesionalizante y en gran medida obstaculizador de la obtención de una formación general más sólida y una formación humanista más amplia. La preparación de un profesional más humanista, en el sentido expresado más arriba, coloca a la Universidad nuevamente, en el ámbito de la función Pública que le es propia en forma concordante con su misión social, y demanda superar los criterios estrechos del mercado aplicado en forma indiscriminada y exclusiva. La formación del profesional debe salir del ámbito estrictamente de la rentabilidad privada, para también conectarlo con la responsabilidad social que requiere un efectivo e integral desarrollo.

Los aspectos desarrollados han llevado a plantear la necesidad de revisar integralmente el sistema de formación profesional vigente en Chile. Es necesario sacar de la Universidad ese énfasis profesionalizante que ha sido tan profundizado por el desarrollo privado universitario que hoy día se ha estimulado. El mundo de hoy, y lo que ha de venir en términos de globalización y cambio técnico, requiere profesionales menos especializados y con una formación general más sólida. Que extienda su conocimiento a temas no propios de la profesión, pero indispensables para todos, como son los temas de Cultura, las Matemáticas, la Estadística, la Ciencia Política, la Economía, etc. Además, es necesario que los estudiantes se familiaricen con la oferta universitaria antes de tomar una decisión de elección de carrera, ya que la complejidad y diversificación creciente de la oferta universitaria, hace muy difícil el tener sistemas expeditos de información en forma previa a la decisión de ingreso a la Universidad, de manera de optimizar la selección que realizan los estudiantes a partir de su egreso de la Educación media.

La reforma que necesita nuestro Sistema Universitario debe consistir en la creación de un programa de dos años que sean comunes a todos los estudiantes de la Universidad, en donde ellos se familiaricen en la misma y puedan optimizar su elección, así también permitiendo una mejoría de fondo en los sistemas de selección a las carreras. En ese programa de dos años, es mucho más fácil poder integrar cursos generales de formación en el área cultural, social, valórica, histórica, etc. de manera de enriquecer la formación del futuro profesional sobre bases comunes, tal y como hoy no existen. Dicho programa permitirá la formación básica que hoy se necesita para todos los desempeños profesionales, tales como las matemáticas, la estadística, la biología, la economía, etc. Los egresados de este programa (Bachilleres) pueden desarrollar un mercado ocupacional de interés, dado su formación y cultura general, pero el propósito real, sería el proseguir en carreras Universitarias de tipo profesional, o en Licenciaturas, si es el caso. Dichas carreras deben, sin embargo, ser rediseñadas, para enfocarse mucho más en la formación de tipo general que requiere cada profesión, con mucho menor énfasis en la especialización (o la formación específica) que se demanda mucho menos en la realidad ocupacional. Una formación que, debe estar al día, lo cual requiere inevitablemente el contacto entre investigación y creación con la docencia, de modo que se potencien en forma sinérgica. El rediseño de las carreras debe abordar un tema central que amerita discusión en nuestros claustros: no necesitamos carreras tan extensas para formar el profesional que se requiere hoy. Por el contrario, se precisa, como he dicho más arriba, mucho más posgrados y postítulos para atender la creciente necesidad de Educación permanente y de calificación especializada a ese nivel.

Las ideas que planteo constituyen, en mi visión, una reforma universitaria de grandes proporciones, y que demanda un claro compromiso con la excelencia académica, para darle profundidad a un cambio que el país necesita para alcanzar, como he expuesto, sus metas integrales de desarrollo. Esta reforma requiere reponer a la tarea Universitaria en su exacta proyección, y volver a concebir a las Universidades como centros de investigación y diseminación del conocimiento, no como meras entidades de entrenamiento profesional. Estoy convencido que este esfuerzo también redundará en profesionales más conscientes de su responsabilidad social, y dominados por principios de Humanismo que tanto necesitamos para mejorar nuestra calidad de vida y nuestras perspectivas reales de convertirnos en una sociedad más justa y de progreso.

Los pensamientos que he expuesto deben constituir materia de debate, lo he propuesto en distintas instancias para meditar sobre el diseño estratégico de esta Universidad. Se trata de decisiones de alta complejidad y que deben proyectarse cuidadosamente en el tiempo, diseñando una programación de cambios secuenciales. Esto requiere el trabajo coordinado de las principales Corporaciones Universitarias del país, para concordar objetivos y agendas, de manera de reducir los problemas de la transición y el acomodo al nuevo estado, al nuevo diseño curricular que se defina. Lo que me parece fuera de discusión es la necesidad de dar un nuevo enfoque a la formación profesional y de posgrado en nuestro país, para enfrentar adecuadamente los tiempos que vienen y el desafío indiscutible del desarrollo que tenemos que lograr en beneficio de las nuevas generaciones.

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