Discurso del Prof. Luis A. Riveros, Rector de la Universidad de Chile, en Ceremonia de Inicio Año Académico en Escuela de Posgrado de la Facultad de Medicina.

(Transcripción)

Considero una distinción que agradezco, el que se me haya invitado a dar la clase inaugural de esta ceremonia de recepción de los alumnos de la Escuela de Posgrado 2000 de la Facultad de Medicina y se me permita así, plantear los temas de política universitaria que nos preocupan en relación al posgrado, y que debieran ser materia de análisis por parte de nuestra comunidad, e indudablemente, por parte de la autoridad pública.

Quiero en esta ocasión, hacer algunas reflexiones generales sobre el posgrado y el desarrollo universitario, puesto que ha de pasar a ser, en mi opinión, un aspecto vital dentro de la política que se espera aplicar a partir del Gobierno, y que debe, de ese modo, intentar satisfacer un planteamiento que desde hace mucho ha sostenido la Universidad de Chile en cuanto a calidad, ampliación y diversificación de los programas de posgrado en el país. Como lo ha declarado el propio Presidente de la República, uno de los temas que debe concitar mayor preocupación actual, en la sociedad chilena, se refiere a la tarea universitaria y al cómo, en el contexto de una definición de política, se organiza mejor el sistema, se establece de modo adecuado su financiamiento, y se propugnan políticas en materia de acreditación y desarrollo académico consonante con reales objetivos de calidad y de equidad. En esto, los aspectos relativos al desarrollo del posgrado deben ocupar un lugar prominente, teniendo en cuenta el significativo déficit que prevalece en términos de Doctores y Postgraduados de alto nivel en relación a la población, así reflejando la inhibición que tiene nuestro aparato de investigación científica y tecnológica, en vistas a servir de fundamento a un proceso real de desarrollo; pero, al mismo tiempo, el tema es de importancia en cuanto al desarrollo profesional de excelencia que requiere especialización y estudios de alto nivel, como es el caso, justamente, de las profesiones médicas.

No quiero, insistir aquí, en la necesidad de debate sobre lo relativo a los serios problemas de nuestra Educación Superior, cuestión que he destacado en muchas tribunas con diversos grados de adhesión. Pero me gustaría, al menos, expresar lo lamentable que ha resultado el que tal debate se haya pospuesto por diversas razones pertenecientes al ámbito de la política pública y de la política contingente, al haberse decidido que el tema de la Educación Superior se abordaría sólo después de atacar los serios problemas de los niveles básicos y medios. Se ha dejado operar así, a un sistema anacrónico, con múltiples fallas sistémicas, improcedentes señales en torno a su desarrollo posible, y que han conducido a un sistema de Educación Superior con baja calidad, sin contenido de equidad, y en donde el posgrado ha pasado a ser, a lo más, un instrumento de financiamiento de la actividad empresarial que domina tan fuertemente a nuestra Educación Superior. Se ha descuidado el sentido de inversión a nivel de país, con frutos sociales mucho más allá de los réditos financieros privados, que deben estar asociados a los estudios de posgrado en todas las disciplinas, pero, en forma muy preponderante, a aquellas ligadas al campo de la salud. En términos más generales, al no haberse abordado en forma oportuna la discusión de estos temas en el propósito de ordenar y regular adecuadamente al sistema de Educación Superior, adoptándose la definición de una política de Estado integral y adecuada, se han ido acumulando una serie de graves problemas. Los más destacados, los cuales lo constituye el crecimiento inorgánico, la ausencia de patrones de calidad y, porque no decirlo, una gran mercantilización de la Educación Superior que ha causado gran daño, que engaña al país con logros de cobertura, pero que levanta serias preguntas sobre calidad y respecto al futuro de tantos jóvenes que, ilusionadamente, emprenden formación profesional o una adecuada preparación a nivel del posgrado.

Sin lugar a dudas, es necesario una política que deposite la responsabilidad en el Estado y el mercado en forma efectiva, eficiente y en el marco de proteger el interés nacional y la fe pública dando, al mismo tiempo, igualdad de oportunidades y condiciones a todos para entregar su inteligencia y capacidad al servicio del país. Pero una visión moderna y efectiva de la Educación Superior no debe, ni mucho menos, consistir en dejar a la libre operatoria del mercado un tema tan delicado, llevando a concebir a las universidades como puros entes de instrucción, funcionando en base a incentivos financieros, y reclamando que las instituciones tradicionales, que llevan a cabo labores mucho más complejas y de tipo nacional, pasen a constituir competencia desleal del Estado con las contrapartes privadas. Este planteamiento, que a muchos les parece un simple resabio estatista o socialista, necesita, al menos, ser considerado en un debate que precisamos emprender urgentemente. Es necesario volver a reponer los temas básicos y decidir en forma efectiva lo que deseamos hacer como país, que no puede ser un más de lo mismo, ya que ello nos llevará irremediablemente a un caos que no tiene parangón en el mundo, donde más bien prima, al menos en el segmento de países industriales y aquellos de reciente industrialización, una labor importante del Estado en materia de regulación directa y de provisión, en un mercado que necesita restaurar condiciones apropiadas de información y calidad.

La importancia del tema universitario, y del posgrado en particular, tiene que ver con el proyecto país que todos, de una manera u otra y desde distintas perspectivas, imaginamos y propugnamos a partir de nuestras tareas.

Indudablemente, Chile tiene un futuro que puede ser más promisorio para nuestros hijos y las generaciones que sigan, que aquel Chile que nosotros heredamos como generación. Hemos sido el objeto de tanta necesidad, de tanta pobreza, de tanta división, y de tanta falta de expectativas en forma secular. Hemos sido una economía muy limitada, marginal en el contexto del mundo y de la propia región latinoamericana, y nuestros sueños se han visto frustrados repetidamente. No hemos sido capaces de construir un mejor país, y se nos ha legado una historia de fracasos y de explicaciones, muchas veces basados en ideologías, pero altamente inservibles para enseñarnos un camino de mayor efectividad para enfrentar nuestras debilidades estructurales. Creo que nuestra tradición de fracaso, en nuestros proyectos de desarrollo, tiene mucho que ver con nuestra imposibilidad de sustentar un buen sistema educacional, que por una parte, provea las condiciones de equidad que necesita un proceso de desarrollo, y por otra, construya el recurso humano que requiere esa experiencia en el ámbito productivo y en los aspectos sociales. Hoy día, el país puede pensar en una posibilidad de desarrollo cierto en sus aspectos económicos y sociales, medioambientales y humanos, que nos permita saltar al mundo de las mayores posibilidades. Pero, hay 20 ó 30 años para alcanzar ciertas metas visibles en el plano de indicadores económicos que nos acerquen al piso, siquiera, del mundo industrial, pero ello será posible sólo si hoy día hacemos lo correcto en la política pública que debe ser el motor orientador de un proceso destinado al despegue, y que sea capaz de superar nuestras diferencias y nuestras angustias seculares. Indudablemente, los temas de la distribución del ingreso están hoy día al centro de la discusión, acerca de la factibilidad real de la inversión y el crecimiento. En ello, el rol de la educación como instrumento de movilidad social y de igualadora de condiciones, constituye un instrumento vital que el Estado debe volver a potenciar como un vital proyecto país, con destino a establecer equilibrio social para la obtención de un desarrollo integral.

El sueño del desarrollo tiene que ver con una política universitaria y de Educación Superior. ¿Cómo si no, se tendrá el conocimiento nuevo que nos permitirá estar en la punta tecnológica para competir de verdad en el mundo global? ¿De qué otra forma se tendrá la capacidad de innovar permanentemente sobre la base de creación de conocimiento basado en investigación básica y aplicada? ¿Cómo, de otra forma, se podrán conciliar los temas nacionales que son los que importan al momento de evaluar el impacto político de un proceso de 2 ó 3 décadas de despegue y de cambios sostenibles, con el legítimo interés privado que demandará, también, prioridad en la investigación y la política pública? ¿Cómo podría concebirse sin una adecuada Educación Superior una manera más justa de poder, efectivamente, introducir equidad sostenible en una sociedad caracterizada por extrema desigualdad y profundas contradicciones atentatorias contra el desarrollo, la inversión y el crecimiento? ¿De qué otra forma, en definitiva, podría tener éxito un país con ventajas en términos de su dotación de recursos humanos, si no los tiene calificados al más alto nivel en áreas y disciplinas no necesariamente rentables en el corto plazo desde el punto de vista financiero? No se trata de denunciar que el mercado sea un instrumento que deba rechazarse de la esfera de nuestras relaciones sociales económicas. El mercado es un instrumento de gran importancia y de valor para asignar recursos correctamente, maximizando su efectividad social. Con todos sus defectos, corregibles después de todo, el mercado es una solución para la asignación de recursos escasos, a fines múltiples. Pero, es evidente, que el mercado es un instrumento limitado para operar en ciertas áreas de nuestra sociedad. Este es el caso de la educación, una verdadera operación a futuro donde priman problemas de riesgo, de información y de modos de operar que no favorecen verdadera competencia. El tema central es regular adecuadamente un mercado para que contenga toda la potencialidad positiva en términos de su tarea asignativa. La cuestión no es contra el mercado, sino a favor de más Estado para recuperar y proyectar adecuadamente las potencialidades de un proyecto de desarrollo de la Educación Superior y, en definitiva, de un proyecto de desarrollo para el país.

Sobre el tema de fondo debo insistir que, en mi opinión, no existe en la actualidad una política de Educación Superior. La misma debería comprender reglas del juego frente al desarrollo actual del sistema que explicite los objetivos de Estado que deberían prevalecer en la materia, especialmente en cuanto a formación técnica versus la formación profesional universitaria, investigación básica y aplicada, tecnología educativa y desarrollos innovativos en formación profesional. Naturalmente, un objetivo de Estado no puede ser que se deje hacer, y que exista una total desregulación en un área en donde prevalecen serios problemas de información, de incentivos equivocados y de efectos externos al resultado educativo que un país a través de su Estado, que no es sino la Nación organizada, debe cuidar a través de políticas específicas y de explicitación de objetivos. Una política, por tanto, no consiste en seguir haciendo más de lo mismo, especialmente cuando las reglas de funcionamiento del actual sistema de Educación Superior se originaron en un país muy distinto a comienzos de los años 80. Era un país en el que no existía democracia, cuando se venía saliendo de una cruenta crisis financiera, cuando aún no se preveía siquiera singulares transformaciones y resultados económicos y sociales que cambiarían, en forma notable, el rostro de los requerimientos mundiales y nacionales en materia de investigación y de docencia. Tal reforma a la Educación Superior fue concebida en un marco muy primario de aplicación del instrumental básico de oferta y demanda, pero se descuidó el objetivo de equidad y el concepto de calidad, que en el ámbito del tema que nos ocupa, corresponde a cuestiones de fondo insuficientemente atendidas. Las consideraciones anteriores, tienen particular relevancia en el campo social tan ligados a los problemas de salud. No será posible el país que deseamos, si no podemos hacer llegar a la gente los beneficios del crecimiento. Eso es lo que constituye, en forma específica, el ánimo de desarrollo económico.

Cuando decimos desarrollo, eso lleva implícito la idea de una mayor humanización de nuestra sociedad, de relaciones distintas entre los diversos grupos y actores, y en donde la solidaridad comienza a aparecer como un signo efectivo del progreso, y un valor efectivo de la sociedad. ¿Cómo acceder a eso, si no tenemos salud y educación suficientemente desarrollada para permitir acceso y calidad a todos los ciudadanos? ¿Cómo hacerlo sin que al mismo tiempo no tengamos un sistema de excelencia académica que aporte el conocimiento y logre combinar nuestros esfuerzos, con aquellos que prevalecen a nivel mundial? ¿Cómo hacerlo sin centros de excelencia y sin programas de posgrado que efectivamente se dirijan a cubrir las áreas deficitarias en torno al interés público y las prioridades que tenemos como Nación? Es decir, todo argumento, en mi opinión, es poco para ratificar el principio de que la calidad debe basarse en programas de excelencia con compromiso de país, y con clara definición respecto al rol de cuarto nivel en la especialización.

Me parece que el logro de lo anterior, requiere una política de Estado y un financiamiento adecuado para el desarrollo de la investigación y del posgrado. Así también, requiriendo una diferenciación entre universidades, con todas las connotaciones de complejidad que este concepto envuelve, y centros de formación profesional, que no necesariamente incluyen investigación como ingrediente de su entrega docente. Pero también requiere una profunda reforma en el quehacer formativo de las universidades complejas, o simplemente universidades del país. La formación profesional debe experimentar un profundo cambio conceptual. La misma requiere un examen de las mallas curriculares, en el sentido de adaptar cada vez más al profesional a las necesidades del mundo real, del mercado, si se quiere, de la sociedad. Esta Facultad, por ejemplo, lo ha estado haciendo de un modo ejemplar, en mi opinión, y debe ser, tal esfuerzo, seguido y profundizado para dar cuenta de nuestro efectivo compromiso como la Universidad nacional que declaramos ser. Pero, es necesario ir más allá, por el tipo de personas que queremos desarrollar para las necesidades del país, presentes y futuras, precisamos ampliar la formación general y tranversalizar fuertemente el trabajo universitario, particularmente, en nuestra realidad de islas académicas. También necesitamos mejorar el sistema de selección y la información que reciben nuestros jóvenes acerca de la oferta universitaria de pregrado, que en el futuro debería ser aún más cambiante en su variedad y diversidad, en forma acorde con las exigencias del mundo y del fenómeno de la globalización. Es decir, todo reclama por un sistema de ingreso único a la universidad, que permita a los estudiantes elegir carreras desde dentro de la universidad y que constituya un programa de formación inicial, en donde ellos se puedan permear de un contenido disciplinario diverso, donde se promueva la formación que hoy requiere efectivamente un profesional en términos de amplitud, mayor grado de comprensión de los fenómenos sociales, políticos y culturales, y que al mismo tiempo tenga una formación básica de calidad en instrumentos de importancia transversal para las carreras y el ejercicio profesional. Esta idea requiere, indudablemente, un rediseño de las carreras disminuyendo de tal modo el contenido altamente profesionalizante de la universidad en general, de tal modo que se pueda contribuir a la formación de profesionales con menor grado de especialización, pero a la vez con una sólida formación general que permita que la especialidad sea un resultado del posgrado y del propio ejercicio del entrenamiento que se pueda obtener en el desempeño laboral y profesional en las distintas disciplinas. Por cierto, este esquema, requiere fortalecer en forma significativa al posgrado, de manera que éste pase a ser el indispensable instrumento para el desempeño de los profesionales y no una actividad que, en la mayoría de los campos profesionales, ha pasado a ser un tanto voluntaria y, a veces, muy decorativa en ciertas áreas, a pesar de las exigencias crecientes de la realidad laboral. De más está decir, lo que este diseño del sistema envolvería como parte del desarrollo necesario de la investigación básica y aplicada, volviendo a requerirse aquella como un aspecto indispensable del trabajo universitario.

Sé que no estoy diciendo nada nuevo para esta Facultad, donde se ha avanzado significativamente en esta dirección y en donde el posgrado siempre ha ido ocupando un lugar primordial en la formación integral que se requiere para el ejercicio profesional. Tampoco esta Facultad ha dejado de lado los posgrados dirigidos a la formación en ciencia básica y a reforzar el potencial de investigación científica y académica. Asimismo, sé que aquí se ha entendido muy bien la necesidad de integrar, profundamente, el trabajo de investigación con la formación de pre, pero sobre todo, del posgrado. Conozco los esfuerzos ejemplares en orden a desarrollar la especialidad como un instrumento permanente de formación, con el aporte indispensable de nuestro Hospital y de los campus clínicos que debemos proteger en forma evidente. Pero, es importante señalar, que se necesita continuar en esa dirección firmemente para lograr introducir una reforma universitaria de primera magnitud, para el salto que necesita dar Chile en materia de desarrollo económico y social. Y también, es necesario decirlo, para que todas las facultades de la Universidad de Chile se muevan en esta dirección de reforma de pre y posgrado, ya que considero que es inevitable, y que en realidad enfrentamos el desafío de hacerlo primero, o después de nuestra contraparte en el mundo universitario de mayor excelencia. Señalo pues, que no sólo debemos estar esperando que exista una actitud más favorable o estimuladora del trabajo universitario por parte del Estado o de la sociedad chilena; es necesario que prendamos acciones de reforma, independientemente de ello.

Naturalmente, nuestras aspiraciones en torno a lograr una mejor regulación y un adecuado financiamiento, se mantienen firmes en el contexto de que una universidad de calidad y con carácter público y nacional debe ser favorecida con un mejor marco de política pública, especialmente cuando parte sustancial del financiamiento de esta entidad estatal y pública, proviene de la actividad privada, consistente tanto en la venta de servicios, como en el financiamiento de la investigación, la obtención de recursos concursables o el pago de aranceles de estudiantes, así creando una gran contradicción con lo que se esperaría, por el contrario, que emane de la Universidad de Chile como aporte al país, y en pro del interés público. Nada de eso estamos olvidando, y de allí nuestro reiterado postulado en torno a una revisión a fondo del sistema universitario, una adecuada regulación a los sectores público y privado de dicho sistema, la instauración de apropiadas normas para la acreditación, el redimensionamiento de la oferta en base a criterios de calidad, el mejoramiento en los criterios de equidad, y en la introducción de un financiamiento suficiente en contrapartida a convenios de gestión académica que obliguen a las universidades que reciben recursos del Estado a dar cuenta sobre el uso de los mismos. Pero, es necesario ir más allá. Precisamos una significativa reforma en aspectos académicos que logre generar cambios en todo el sistema y mejore el rol que éste debe cumplir en pro de un proyecto país que requiere conocimiento incorporado a la producción, para no continuar, como lo dijo el Presidente hace pocos días, consumiendo como país avanzado, pero produciendo como uno sustancialmente atrasado. Este cambio implica acciones que tenemos claramente delineadas en la Universidad de Chile, y que yo espero se nos permita consolidar, más allá de las naturales reservas en ciertos sectores, y la necesidad de tener un diálogo académico al respecto. Los ejes fundamentales son: la reforma del pregrado, el fortalecimiento de los posgrados, el mejoramiento en el proceso de autoevaluación institucional, el desarrollo e integración de nuestros campus principales y la revisión de los criterios de la carrera académica. Cada uno de estos aspectos tiende a transformar nuestra forma de organizarnos, de valorar en toda su diversidad el trabajo académico, de transversalizar nuestra actividad en un sentido disciplinario, de introducir normas sustentables sobre calidad, y de proyectar a la Universidad hacia las necesidades futuras en el contexto de desarrollo del país. En este último contexto, en el que ubíquese???..... la importancia de nuestros posgrados y de fortalecer su acción, tanto esforzándonos por mantener o acrecentar la excelencia de nuestros programas y su nivel de respuesta a las demandas y necesidades externas, como, asimismo, procurando mejorar en el campo de la eficiencia, integrando mejor nuestros recursos como Universidad, y posibilitando una mejor organización que represente, de ese modo, en forma bastante adecuada lo que la sociedad chilena espera de la Universidad de Chile. Por ello, asigno la mayor importancia a estos programas. A que valoremos adecuadamente lo que estamos haciendo y a que ejerzamos, con gran celo, el resguardo de los niveles de excelencia en este trabajo. Por ello, asigno también importancia a la necesaria mejor coordinación de nuestros programas de posgrado a nivel de la Universidad toda, para optimizar nuestros recursos y utilizar plenamente los resultados académicos. Una tarea en la cual, el proyecto de creación de una escuela de posgrado a nivel de toda la Corporación, cumple un rol de fundamental importancia.

He querido hacer todos estos comentarios en esta ceremonia de bienvenida a los estudiantes graduados de esta Facultad, precisamente porque me parece una instancia de gran relevancia debido al trabajo y tradición en lo que aquí se ha estado haciendo. No tengo ninguna duda, acerca de que lograremos mantener y acrecentar la excelencia de nuestras actividades, y de que lograremos también diversificar nuestros programas para mejor responder a las demandas externas que tenemos que escuchar con claridad y responsabilidad.

La Universidad de Chile, y esta Facultad de Medicina, son instituciones señera de la República. Hace pocos días, sin embargo, un señor Diputado manifestó que el respaldo que el Estado proporciona a esta Casa de Estudios, constituye una distorsión a la competencia, agregando que las universidades públicas no son necesarias y que, en definitiva, nuestro financiamiento constituye una competencia desleal. Pensé para mis adentros, lo peligroso de esta visión por parte de un legislador, y de cuánto, los grandes republicanos se habrían sentido sorprendidos por una visión tan pequeña, tan distorsionada y en definitiva, tan carente de visión de Estado. Montt, Bello, Domeyko, Sazié, Letelier, Juvenal Hernández, para nombrar algunos, deberían, de acuerdo a esa visión, ser demandados ante la Comisión Antimonopolios o ser juzgados por pretender crear una institución para la República, así descuidando el interés de la ganancia privada que merecería, en esa perspectiva, una situación privilegiada. Por eso a veces, nuestras discusiones y conflictos internos, muchos de ellos carente de fundamento académico, y también faltos de esa misma perspectiva, pierden de vista una situación externa que es de gravedad. Nos exponen en forma irremediable, y pueden afectar nuestro futuro y, con ello, el de la patria.

Por ello me alegro de estar aquí. Porque aquí prima la reacción positiva y propositiva ante los desafíos vigentes, dando una respuesta concreta y no teórica, a quienes preguntan sobre qué es lo que aporta la Universidad al país. Me alegro de estar aquí, porque en esta Facultad hay noción de innovación y no sólo en el sentido de esperar por una respuesta que venga desde afuera, y que posiblemente nunca llegue en las actuales condiciones. Me alegro de estar inaugurando este Año Académico, porque la salud es un pilar indesmentible para construir el país en crecimiento y equidad con que soñamos para nuestros hijos, y porque estoy seguro que esta Escuela y esta Facultad seguirán cumpliendo un rol de primera importancia en ese proyecto señero. En definitiva, ustedes están ahora encargados de demostrar, en los hechos, que nuestras grandes figuras republicanas y universitarias no estaban equivocadas, y que el país necesita a una Universidad de Chile de excelencia, relevante y con una misión nacional y pública. Ciertamente, estamos todos juntos en esta tarea, pero creo que el esfuerzo de esta Facultad y esta Escuela, les convierte en quienes deben estar en primera fila para defender el sentido amplio y efectivo de nuestro trabajo y de nuestra misión.

Felicitaciones, deseo profundamente que este acto se convierta en una expresión de deseo por nuestro éxito para avanzar por sobre los obstáculos y las incomprensiones, para construir la Universidad de Chile que verdaderamente quiere Chile.

Muchas gracias.

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