Palabras del Rector de la Universidad de Chile en la ceremonia de Inauguración del Año Académico 2000 del Programa de Estudios Pedagógicos de la Fac. de Filosofía y Humanidades.
La inauguración del año académico 2000 de nuestro Programa de Estudios Pedagógicos de la Facultad de Filosofía y Humanidades y esta Ceremonia de Graduación de sus Egresados, nos brinda una inigualable oportunidad para reflexionar en torno a la formación de profesores y sobre los retos que en este ámbito existen, tanto como en relación a aquel concepto más amplio de la educación y la transformación de la sociedad chilena. Quiero mencionar brevemente algunas ideas al respecto, solo para ratificar las convicciones que existen en esta vieja Casa universitaria, que fue señera en los proyectos educacionales chilenos de mediados del siglo XIX y el de fines de la década del 1930, y que espera a las puertas del nuevo milenio, consolidar su liderazgo en cuanto a la necesidad de una educación para Chile, que permita crecer e inducir la necesaria equidad para que dicho crecimiento se caracterice por estabilidad y una mejor sociedad. Un liderazgo para que una educación de calidad sea realidad para todos los niños y jóvenes chilenos, sin exclusión, permitiendo así igualar condiciones para acceder a la igualdad de oportunidades, y construyendo verdaderos espacios de libertad en el ánimo de desarrollo de nuestra sociedad.
A la Universidad de Chile se le extirpó en forma inconsulta su esfuerzo de años en cuanto a formación de profesores; se diagnosticó en forma malvada, que nuestro pedagógico constituía una especie de mal que era necesario alejar de nuestro seno. Se buscó el apoyo de doctrinas trasnochadas, que postulaban la idea no debatida, y a la postre equivocada, de que Universidades pedagógicas podrían hacerlo mejor. Como si la formación de los maestros pudiera desligarse de la ciencia, del arte, de la tecnología, de las humanidades. Como tantos otros sufrimientos y humillaciones, hubimos de tolerar ese cercenamiento, que congeló parte vital de nuestra alma universitaria. Y cuando nuestros profesores tuvieron que acudir a las viejas aulas a despejar de libros y papeles lo que alguna vez fue un Centro de Formación de Excelencia Académica, se llevaron también consigo el alma de Chile, su fuerza y su tradición indesmentible en la formación de profesores. Cuantos hubo que alentaron con sus acciones un proceso tan desdichado, y llamaron a que existiese esta barbarie que no habrían soportado en vida sus precursores. ¿Un error histórico? ¿Parte de la desdicha más generalizada de esta Universidad a la que se prohibió volar hacia el saber libre? ¿Lamentable olvido, que no tiene regreso? En realidad tenemos hoy día, a manera de respuesta, la oportunidad no de volver al pasado, pero si de reeditar nuestra orgullosa tarea de formación de profesores, y proyectarnos en una fase superior en la espiral de la historia, para formar maestros en una nueva estrategia. Pero no para olvidar que a la Universidad se le debe proteger de tantas fuerzas que buscan destruirla, porque la inteligencia atenta contra tantos intereses de poder que se le oponen. Si no somos capaces de convencer con nuestros gestos y tareas, sobre la profunda influencia que puede atribuirse a nuestro trabajo creador, mañana no solo se extirpará otra de nuestras alas de mayor fuerza, sino se asesinará al cuerpo universitario mismo ya que este se opone -como algunos lo expresan desenfadadamente- a una burda libre competencia que se desea consolidar.
Pero hay significados mayores que deben mencionarse en este acto, más allá de nuestra rebeldía contra la historia y lo que ella infortunadamente deparó a la Universidad de Chile. La institución siente un compromiso fuerte e irrenunciable respecto de la educación chilena, a la cual hemos estado vinculados con vocación de Universidad Nacional durante toda nuestra vida institucional. Y hemos expresado reiteradamente nuestro profundo deseo de reasumir el liderazgo que necesita la Educación Pública, entendida ella tanto como un conjunto de reglas y de políticas públicas, como un sistema de instituciones que le permite al Estado ejercer directamente su tarea educacional. Tenemos que reconocer que Chile está dominado por una profunda inequidad en materia educativa, además de la tendencia a concebir a una buena instrucción como una buena educación, descuidándose la formación valórica y la consolidación de un fundamento humanista para mejorar al hombre y a la mujer durante toda la vida, en el esfuerzo de preparar individuos críticos y tolerantes. Los esfuerzos de reforma y de mayor impacto positivo en equidad que se han dado en la Educación Básica y Media recientemente son limitados, y nunca tendrán el grado de éxito que precisan, si no se acompañan por una política definida en cuanto a formación y capacitación de profesores, así como en relación a mantener condiciones laborales dignas. El factor más importante en cualquier reforma es el recurso humano que ha de consolidarla, especialmente cuando el mismo se refiere a quienes modelan, por medio de su trabajo, las mentes y las almas de los jóvenes.
De allí que resulta tan natural nuestra vocación en relación a la formación pedagógica, tanto como debe serlo respecto de la capacitación de profesores. No habrá ningún esfuerzo material, ninguna tecnología o innovación educativa, ningún equipamiento pedagógico, que vaya por si solo a tener un efecto positivo visible, si no se acompaña por maestros comprometidos, identificados con su tarea, motivados, con clara conciencia de su responsabilidad, y que sientan que la sociedad les retribuye en forma adecuada, razonable, su contribución. De los profesionales universitarios, el profesor es quien debe especialmente destacarse por una cabal comprensión de su misión social, de su responsabilidad más allá del enfoque privado sobre la acción que le llevó a obtener un título.
Creemos que la Universidad de Chile debe consolidar su Programa de Estudios Pedagógicos mirando hacia el futuro, pensamos que hemos dado forma a una estrategia exitosa para formar profesores de jerarquía y con alto nivel de compromiso, y queremos ofrecer al Estado la opción de entregarnos los recursos para ampliar nuestro quehacer. Sostenemos que el profesorado no se puede formar de manera aislada de las otras disciplinas universitarias, y es por ello que la formación del profesor del mañana debe ser tan afín a una transformación integral sobre la manera en que se forman los profesionales, que lleve a un programa de ingreso común a la Universidad -donde los estudiantes se permeen de la formación general y básica que precisan para un mejor desempeño en el mundo global de hoy, y también para enriquecer y potenciar su formación humanista, que tanta falta hace para mejorar a nuestra sociedad. Un programa que permita que los estudiantes seleccionen carreras y programas desde allí, desde dentro de la propia Universidad. Estimo que el Programa de Estudios Pedagógicos ha sido y debe ser, un excelente piloto para aquella aventura que debe transformar a la Universidad toda, en la reforma más profunda y más importantes que hayamos acometido en muchas décadas.
He sido informado que es nuestro orgullo el estar obteniendo la participación de excelentes estudiantes en nuestro programa. Al igual que graduando a distinguidos egresados. Y debo hacer notar que es motivo de orgullo para el país que las pedagogías estén volviendo a ser un interés motivacional para los jóvenes, como lo muestra la mayoritaria elección en primera preferencia de estas carreras, relativa a la oferta total, en el último proceso de selección. Pero no podemos ahora decepcionarlos, o tener a las pedagogías como un trampolín para otras carreras mejor clasificadas. Hay que hacer un esfuerzo en calidad que el Estado no está haciendo en materia de formación pedagógica; así desafortunadamente lo muestra la asignación de recursos del programa MECE de la Educación Superior, que entregó a las Universidades Pedagógicas del Estado, entre ambas, no más del 3.5% de los recursos concursados. Eso no es consecuente con el discurso sobre la importancia de la reforma, y sobre el compromiso con la Educación Pública. El nuevo gobierno trae aires nuevos sobre esta materia, y esperamos, una comprensión distinta del rol de la formación de profesores de primera línea para una reforma exitosa, y para un país con mayor éxito económico y mayor equidad. Por ello, ofrecemos al Estado chileno nuestra disposición a trabajar incansablemente para que este programa se expanda y logremos consolidar un nuevo Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile, cuando hayamos conseguido la masa crítica y la disposición a trabajar en ese proyecto por Chile y por su Universidad.
Ese esfuerzo y esa meta estratégica, requieren que trabajemos con gran unidad al interior de nuestro programa. Debemos protegerlo, porque hay muchos enemigos allá afuera que no les gusta lo que aquí está sucediendo, después de haber puesto un punto final a la influencia de esta Universidad Humanista, Laica, Libre y de Excelencia, en el campo de la formación de profesores. Se espera que ella solo tenga lugar en instituciones de educación que obedecen a grupos de interés o a determinadas inspiraciones religiosas; a ellos no les interesa que sea una Universidad como ésta, con tanta cercanía al Estado y al rol profundo del Estado en educación, la que nuevamente tenga gran influencia en la formación de profesores. Nosotros, por el contrario, creemos que es indispensable, en el marco de la misión de esta Universidad, el vincularnos con mucha fuerza y decisión a la formación de profesores para el Chile nuevo, el Chile con un reforzada y digna Educación Pública. ¿A quién apoyaremos con nuestras acciones diarias? Con trabajo, con unidad y dedicación, con el cultivo de la excelencia académica, con el respeto mutuo y con nuestros estudiantes, con el ánimo de hacer Universidad todos los días, y cada día más, afirmaremos que deseamos tener un rol de verdad en aquello que idealizamos como una meta nacional y de la Universidad.
Estimado alumnos del programa, señores profesores y autoridades:
Una de las cosas que llevo con más orgullo es el título de Profesor de Estado, y el de haber tenido la oportunidad de trabajar como docente en varios niveles. Se cuanto se ha denigrado al maestro, cuanto ha perdido Chile al creer que el concepto de Estado docente no tiene más ningún sentido en el mundo del privatismo y del egoísmo que, por desgracia, le ha ido a la par. Pero hay esperanzas de cambio. Lo expresé en la ceremonia en que el Colegio de Profesores tuvo la gentileza de invitarme a formar parte del mismo: tenemos que llevar a cabo una amplia defensa de la Educación Pública chilena, por lo que ella representa para el futuro de Chile, que no existirá sino se superan los vergonzosos estadios presentes en materia de equidad. El sentido de esta Universidad es, en su expresión profunda, el del compromiso nacional, que tiene a la educación como uno de sus elementos preferentes. En la etapa actual, en la que estamos construyendo cambios en la Universidad en diversos ámbitos, y en que un nuevo gobierno despierta esperanzas ciertas de acometer aquello que se ha venido descuidando en el campo educativo, quiero que el inicio de este año académico 2000 sea una expresión de compromiso con las tareas de consolidación y mejora permanente en nuestros trabajos, para así indicar nuestra decisión y nuestras potencias para consolidar el programa de formación pedagógica que necesita Chile y se merece la Universidad de Chile. Y que la graduación de este distinguido contingente de egresados, sea una luz señera que indique la renovada presencia de la nuestra Universidad en la Educación Chilena.