"La Mujer y la Universidad". Disertación del Prof. Luis A. Riveros, Rector de la Universidad de Chile.

Se me ha pedido que exponga sobre un tema que considero importante y cuya mera formulación denota los cambios que están ocurriendo en las relaciones entre géneros, y en la forma como nuestra sociedad se organiza para atender los singulares retos de la modernización. Se trata del tema "Mujer y Universidad", tan presente en estos días para a mi cuando, en mi calidad de Rector de la Universidad de Chile, debo entregar el premio anual "Amanda Labarca" a una de nuestras académicas más destacadas por su contribución al trabajo universitario y al país, dos cuestiones que en el caso de la institución que dirijo son sinónimos en el alcance fundamentalmente conceptual y operativo. Un aspecto presente en nuestros días constantemente, cuando las problemáticas de la mujer en torno a nuestro secular "machismo" se convierten en discusión central de temas de política, envolviendo traumas tan importantes para nuestra sociedad como el maltrato a la mujer, la crisis de la familia y la ausencia de una mejor organización para el desarrollo de la actividad productiva en la construcción de una sociedad más equitativa y humanista.

La presencia de la mujer ha venido desarrollándose n forma creciente en las universidades chilenas. Como me obliga mi posición a ser estrictamente acotado y cuidadoso con mis consideraciones, hablaré solo de la Universidad de Chile. Lejanos están los días en que Eloísa Díaz era la única estudiante mujer de la Escuela de Medicina, quien debía ser acompañada por su madre a las distintas actividades docentes y prácticas (ciertamente, una dama de verdad no podía estar sola entre varones según las prácticas de la época) sino que también debía estar separada de sus colegas varones por un biombo con motivo de las clases de anatomía y patología practicadas en cadáveres humanos. Con tal sacrificio –y diríamos hoy día, "discriminación", vencida solamente con convencimiento y fuerza de carácter- Eloísa Díaz se convertiría en la primera mujer cirujano de Chile y Latinoamérica, y entonces un símbolo de la nueva era en que la mujer se incorporaba a los estudios universitarios, en forma permanente. Desde entonces, la mujer ha ingresado normal y crecientemente a la Universidad para obtener un título profesional, puesto que la realidad laboral y aquella que impone las restricciones de ingreso y los propios ánimos de realización personal que son innegables para toda persona, demanda una incorporación plena al empleo y al desarrollo del conocimiento. Lejanos están los días en que los baños disponibles en la Escuela de Ingeniería debieron sufrir una importante transformación, ya que la primera mujer había sido admitida en una carrera "de hombres"; lejanos, puesto que hoy en día la Universidad tiene alrededor de 50 por ciento de estudiantes mujeres, siendo una mayoría de ellas en medicina, pero tan alto como un 40 por ciento en ingeniería. Los tiempos han cambiado, pero aun los problemas subsisten a la salida del sistema universitario.

Es conveniente también señalar que, pese a existir en la Universidad de Chile tal equitativa relación de estudiantes hombres a mujeres, existe a nivel de los grupos sociales más pobres una todavía gran desventaja para ellas. Cuando se compara a los estudiantes por niveles de ingreso, es aun notorio que en aquellos de menores ingresos no solo son las postulaciones, sino también las admisiones, menores para las mujeres debido a las escasas oportunidades que han tenido a nivel de la educación básica y media.

Tanto en derecho como ingeniería, en psicología, como en economía, en medicina y en ciencias agrarias, la participación de mujeres estudiantes es hoy sino mayoritaria, al menos equivalente a la de sus contrapartes varones. Los mejores puntajes de la P.A.A. se distribuyen yo diría en forma igualitaria entre ambos grupos, y las diferenciales de rendimientos en los estudios no son significativas a favor de varones o damas. Se destruido el mito que la mujer está menos preparada, rinde menos o tiene mayores períodos de baja producción debido a su condición fisiológica y la pretendida peculiaridad o debilidad de su carácter. Mi experiencia, como la de tantos otros profesores con quienes la he compartido, es la de haber tenido entre mis alumnos tanto a destacadas mujeres como hombres, siendo en muchos casos las primeras bastante mejores y más sistemáticas en sus rendimientos, su lógica de análisis, como también más aventajadas respecto del orden con que atacan las demandas sobre su tiempo. He conocido en las mujeres un alto sentido de compromiso, una notable fortaleza ante lo adverso, una gran determinación y madurez, y una capacidad de decisión que supera a la de sus colegas varones por el simple hecho de estar siempre contra un clima relativamente adverso.

Los problemas para las mujeres subsisten, sin embargo, en la salida del sistema universitario –y aún, en la salida de cualquier etapa del proceso educativo formal. Las mujeres son discriminadas en el trabajo y por medio de los salarios en base a consideraciones de sexo, y no estrictamente aquellas relativas a productividad. Los estudios muestran, para un sinnúmero de países en desarrollo, pero también subsisten, sin embargo, en la salida del sistema universitario –y aun, en la salida de cualquier etapa del proceso educativo formal. Las mujeres son discriminadas en el trabajo y por medio de los salarios en base a consideraciones de sexo, y no estrictamente aquellas relativas a productividad. Los estudios muestran, para un sinnúmero de países en desarrollo, pero también para los industriales, que existe un diferencial de salarios inexplicado por factores económicos – entre los cuales está la educación, la experiencia, la capacitación y otros factores determinantes de la productividad individual- sino elementos referidos a la presencia de una discriminación sobre las mujeres, sobre la continuidad de su trabajo, los costos asociados a la maternidad y la existencia de hijos, la existencia de períodos de menor productividad etc. Se cree aun que las mujeres son más débiles, menos constantes, menos inteligentes, con menor poder de dedicación al trabajo, etc. Cuestiones todas que vienen de nuestra equivocadas convicciones aun heredadas de la forma en que nos educamos muchos de nosotros.

Pero, desde un punto de vista positivo, es también interesante y estimulante comprobar que esta actitud discriminadora no se encuentra tan presente en nuestros jóvenes; para quienes la convivencia hombre-mujer en el estudio y el trabajo se da en un plano natural de mucho mayor igualdad, ello promete mejores días para nuestra sociedad en este terreno. Nuestros jóvenes están acostumbrados a ver la relación hombre-mujer en un plano de mayor equidad y justicia como fue observado tradicionalmente en mi generación, por ejemplo. Ello abre avenidas de gran importancia para pensar en días mejores en relación a oportunidades. Sin ninguna duda, la distribución de inteligencia en nuestra población, una cuestión crucialmente genética, es bastante similar entre hombres y mujeres- los estudios demuestran que no hay nada que sepamos, desde el punto de vista masculinas por sobre las femeninas en cuestiones como grado de abstracción, capacidad intelectual y de memoria, o aspectos relativos al desempeño analítico. En consecuencia, la menor presencia de mujeres en muchos ámbitos refleja una actitud social, una cierta "discriminación" social que se mantiene en forma persistente. Aunque haya disminuido en el tiempo. Y esa discriminación lleva, ciertamente, a perder recursos, ya que hay potencialidades que se están subutilizando, en el caso de muchas mujeres discriminadas, y siendo reemplazadas por capacidades masculinas no necesariamente de la misma categoría. Este argumento es uno que sustenta fuertemente la necesidad de las políticas igualizadoras basándose en la mayor eficiencia en el uso de los recursos de los que la sociedad dispone.

Realizamos hace algunos años con un colega de universidad, un trabajo en el que analizamos la conducta de las diferencias salariales entre hombres y mujeres en Santiago de Chile entre 1960 y 1990. Nuestro propósito era el de observar si era efectivo que existieran diferencias persistentes en el tiempo que no eran explicadas por factores relativos a la productividad del trabajo. utilizamos un modelo estadístico de cierta sofistifación, que no es el momento de explicar en esta reunión. Nuestra conclusión era que los menores salarios relativos de las mujeres no eran explicados por factores asociados a educación, experiencia o dedicación al trabajo, sino más bien a factores que condensamos en el concepto de una discriminación sistemática. Asimismo, el estudio demostraba que esas tendencias eran muy persistentes en el tiempo, a pesar que se podía también observar un decaimiento de las mismas a lo largo de los años. Finalmente, nuestro estudio, como otros, demostraba que las mujeres eran confinadas a empleos menos productivos, en sectores de mayor inestabilidad, y con calidad de ocupaciones que las hacían francamente más expuestas a desempleo recursivo y a menores remuneraciones.

Hay mucho que avanzar en el campo de la mayor igualdad hombre-mujer en el campo laboral. Existe una legislación del trabajo, por ejemplo, que por tratar de ser demasiado protectiva de las mujeres, al menos aparentemente, crea costos mucho mayores para el empleo de éstas, y en consecuencia lleva a tasas de desempleo femenino que son cerca del doble de aquellas que caracterizan a los hombres. Y este no es un tema menor, puesto que la proporción de mujeres jefes de hogar es de cerca de un tercio, y se concentra en los déciles más pobres, llevando al desempleo femenino a ser una causa de la situación de pobreza global que afecta a nuestro país.

Por eso creo que el tema de la discriminación contra la mujer es de gran importancia, que hemos siempre escondido, como lo hacemos usualmente con muchos problemas importantes que de pronto, casi mágicamente, explotan ante nuestra opinión pública. El tema de la discriminación contra la mujer es algo que simulamos como pintoresco y algo del pasado. Un aspecto, diríamos, de nuestra cultura machista, pero una cuestión fundamentalmente olvidada. Sin embargo, los diarios dramas que uno ve con la mujer maltratada, con la mujer jefa de hogar desempleada y en pobreza, con la mujer abandonada a su propia suerte, con la mujer con menos oportunidades educacionales y de capacitación, nos esta revelando otra situación. No se trata de una plataforma feminista o que quiere exagerar un problema con propósitos inconfesables; se trata, muy por el contrario, de un aspecto de nuestra realidad nacional que debe manejarse con extremo cuidado en el espíritu de una modernización y mayor equidad en nuestra sociedad.

Como he planteado, en la Universidad de Chile hay una presencia femenina significativa entre sus alumnos. Hay también señales positivas debido a que nuestros jóvenes son menos discriminadores que nuestra generación. Pero todavía hay mucho que hacer para lograr una situación más equitativa en relación a la mujer en la Universidad. Es posible que nunca se llegue a una total, ya que la madre naturaleza introdujo roles diferenciados que representan evidentes costos en materia de desempleo profesional y carrera académica. Pero ya es hora que exista más del 30 por ciento de mujeres en la carrera académica, especialmente más del 15 por ciento n la categoría de profesor titular que hoy prevalece, y que hayan más Decanas, más Vicerrectoras, y –porque no- más Rectoras de universidades complejas. Finalmente, como debemos recordar, Amanda Labarca significó un gran salto en el posicionamiento de la mujer dentro de la Universidad, y no debemos olvidar la lección que ella nos dejó, pero que todavía necesita ser aprendida efectivamente por todos.

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