Discurso del Prof. Luis A. Riveros, Rector de la Universidad de Chile, en Ceremonia de entrega de la Medalla Rectoral al Prof. Raúl Madariaga M. y celebración de los 90 años del Instituto Sismológico.

Este día lunes se inaugura la semana de celebraciones de los 156 años de nuestra Universidad de Chile. Se trata de una semana de recuerdos, pero también de proyección, de visiones hacia lo que ha de venir, de reflexión sobre los desafíos que enfrenta esta vieja y nueva Universidad hacia el futuro. Queremos que el homenaje a nuestra tradición universitaria, sea al mismo tiempo una instancia que nos permita reflexionar hacia el futuro, y que se pueda pensar sobre el destino y misión de esta Universidad, con base a su brillante pasado y a las tareas que soñaron sus fundadores.

Por ello no es extraño que uno de sus primeros actos formales de celebración sea este homenaje al Prof. Raúl Madariaga Meza, por sus extensas y significativas contribuciones en el campo de la sismología. En efecto, se envuelven en este acto dos significados que son muy importantes de destacar por su valor y trascendencia en el contexto de nuestra Universidad de Chile. Por una parte, se está rindiendo un homenaje a un destacado académico de nuestra Universidad, quien ha participado una vida entera en las tareas de investigación y docencia que marcan el compromiso de los profesores con la misión institucional. Pero más allá de los cumplimientos básicos y formales, la entrega del Prof. Madariaga refleja muy bien el concepto de "Maestro" al que explícitamente alude nuestro himno institucional. Se trata de un Maestro universitario por su entrega y pasión por aprender y enseñar, creando en nuevas generaciones un efecto multiplicador y de entrega que en forma insoslayable ha ido permitiendo el progreso de nuestras ciencias y de nuestras artes. Un formador de juventudes con su ejemplo y con su trabajo, el Prof. Madariaga replica con líneas brillantes, lo que constituye un caso generalizable a todos los verdaderos maestros que en esta Casa han entregado y entregan su esfuerzo y han buscado en el sacrificio -mas allá de toda vinculación formal- la forma de extrovertir su construcción de país y de futuro. Este homenaje tiene, pues, mucho que ver con la tradición y los fundamentos de la Institución. Tiene mucho que ver con nuestro orgullo de ser líderes y de ser futuro, puesto que en la educación chilena nos hemos ganado un sitial de preferencia en base a nuestro aporte formativo y al conocimiento nuevo. Tiene mucho que ver, en fin, con la Universidad que todos ambicionamos, en la que el ejemplo de maestros como el Prof. Madariaga se proyecta al futuro y a las nuevas generaciones por medio del trabajo académico de calidad. Nos recuerda que siempre hemos de llevar los cimientos de luz en nuestro corazón, donde nada ha de morir traspasando estos umbrales. Ciertamente este merecido homenaje es parte integrante de nuestra tradición, de nuestro futuro y de nuestro ser institucional.

Pero una segunda razón para justificar este acto en una semana de celebraciones del aniversario de la Universidad de Chile, se refiere a la temática sobre la que ha versado el trabajo de nuestro homenajeado. La sismología no resulta ser una ciencia teórica en un país como el nuestro, en que los nichos profundos de la tierra se remecen mostrando brutal fortaleza y proporcionan evidencia cierta de una tierra viva y en constante formación.

El estudio de la tierra en manos de varias disciplinas, ha encontrado en la sismología el análisis de las dinámicas, de los ciclos de larga duración que, como en la historia de Braudel, nos enseña sobre las constantes, cuya observación permite un análisis constructivo y potente de las espirales. La dinámica de la tierra y de sus manifestaciones febriles, en este país alejado de la costa oeste de la masa sudamericana, constituye sin lugar a dudas un tema de país. Por eso también, nos ha parecido oportuna la celebración en esta ocasión de los 90 años de nuestro Instituto Sismológico: la raíz primera, fuerte y generosa de los estudios en la disciplina en nuestro país. Un instituto que ha trabajado siempre con el objetivo de aportar a un país, para enfrentar uno de sus problemas más fundamentales. Hace pocos días escuchaba la exposición sobre el proyecto de red integrada nacional y sobre la interconexión a nivel de la Región Metropolitana, que con entusiasmo y gran certeza, expusieron dos jóvenes profesores de nuestro instituto.

Hubo en ese mensaje un incuestionable nivel de transparencia respecto del objetivo último de toda la cuestión: el mayor bienestar del país. En ningún momento asomó el interés por lo más subalterno, la utilidad o ganancia, la rentabilidad para la Universidad o para los autores del proyecto, lo que eso podía o no dejar en función de otros proyectos o ideas universitarias. Creo que esa presentación habla por sí sola de la pasión y compromiso con que en nuestro instituto se trabaja por el país, por sus temas y por los desafíos que permanentemente levanta la tecnología en orden a mejorar más y más.

Son tantas y tantas las consecuencias del constante remecer de nuestros suelos. Ellas se proyectan a los fenómenos sociales, poblacionales, económicos, de salubridad, de seguridad ciudadana, extendiendo también sus brazos a la política, al derecho y a los aspectos más estrictamente científicos que permitan escudriñar las entrañas de la madre tierra.

Un tema de país. Por lo tanto, un tema que ha de abordar una Universidad nacional como un sujeto de investigación y docencia que no está necesariamente atado a la rentabilidad de corto plazo o a los elementos específicos de proyectos académicos de corta duración. Un problema de país y un problema permanente. Por eso ha sido una tesis que históricamente ha abordado la Universidad de Chile por medio de su Instituto Sismológico.

Y es bueno recordar esto en los días en que se piensa que la universidad debe acotarse a la formación profesional, y que cualquier institución de educación postsecundaria pasa a ser una universidad con similares merecimientos que aquella pública y nacional que trata con los problemas que, muchas veces, ni siquiera aparecen todavía como factores desencadenantes de difíciles situaciones sociales, políticas o de cualquier otro orden. Por el contrario, la sociedad necesita que sus problemas sean anticipados, profundizados, por medio de centros de reflexión de alta excelencia; es lo que no ha ocurrido con tantas situaciones que no han contado con esta labor, y que se ciernen más tarde, y por lo mismo, gravemente sobre nuestra sociedad como un factor de sorpresa, de desequilibrio, de permanente intranquilidad una vez que se desarrollan.

Este homenaje, y esta celebración de los 90 años de nuestro instituto, por lo tanto, nos recuerdan que existimos como una Universidad nacional y pública por nuestro deber primero y fundamental de atender a los problemas de país. Nos dice que la misión de la Universidad sigue siendo la de crear y diseminar conocimiento para el progreso mismo. Nos recuerda que el cumplimiento de esta tarea requiere no sólo asumir ese rol, sino además el promover la excelencia académica que se necesita para hacerlo bien. Cuánta universidad hay hoy en nuestra Latinoamérica, que en teoría, está disponible para abordar los temas nacionales y las prioridades de país, pero que en la práctica está imposibilitada de hacerlo por la decadencia absoluta de sus cuadros académicos, la pérdida de su sentido institucional y de proyecto y la falta de un compromiso de gestión que tienda a reforzar esas líneas fundamentales. Son universidades muertas, que desfilan como zombies recitando sus discursos políticos contingentes, pero que no pueden acudir a la cita con su rol trascendente, y dejan el campo abierto para que otras inunden con sus acciones el campo parcial de la formación profesional y de la investigación rentable y cortoplacista.

Por eso este acto reviste tanta importancia. Nos recuerda que la labor nacional de la Universidad requiere un compromiso de Estado con las políticas y las diferenciaciones que deben hacerse para considerar este caso de Universidad pública y compleja. Pero nos recuerda también que nuestra obligación es para con la calidad y pertinacia del trabajo académico, instrumento único de valoración del hacer universitario a nivel de la sociedad.

Quiero expresar satisfacción por este acto y este homenaje tan merecido para nuestro Instituto Sismológico y en honor del Prof. Madariaga. En él, y en el trabajo por él desarrollado, quiero simbolizar los retos futuros en orden a consolidar una Universidad fuerte, una Universidad nacional verdadera, una Universidad de excelencia que constituya el más efectivo homenaje a su tradición y a sus fundadores.

Muchas gracias.

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