Discurso del Prof. Luis A. Riveros, Rector de la Universidad de Chile, en Ceremonia "La Presencia Ausente". Homenaje de la Universidad de Chile a Pablo Neruda.

(Transcripción)

Esta semana de homenaje a Neruda que ha organizado la Universidad de Chile con motivo de los 25 años de su partida encuentra justificación en variadas razones. Es, desde luego, un testimonio ante el tiempo para subrayar el sentido de su ausencia presente, o de su presencia ausente como nuestra organización ha preferido ponerlo. Pero hay otras razones que se enmarcan en la esencia de lo que es esta institución universitaria, de lo que constituyen sus retos y aspiraciones; de lo que palpita como su alma profunda, labrada en la historia.

El poeta tiene por misión explorar en profundidad los rincones más secretos de la inteligencia y del espíritu, en una combinación mágica que esculpe su verdad, su apreciación de la vida y de las cosas. Platón aseguraba que la palabra griega significa "La definición de hacer pasar algo del no ser al ser". Es, por tanto, el poeta un transformador y a la vez un creador de ideas y comunicaciones, es un verdadero argonauta de la conciencia y del corazón, un buscador sublime de la verdad y de la luz, sin los afanes formales que tantas veces perturban y esconden la libre manifestación de las ideas y de los sentimientos. El poeta construye con su arte la malla sensible y poderosa capaz de contener sus hallazgos, su trabajo traductor del no ser al ser, acompañado de desafíos, de retos para la humanidad, junto a su relato que escurre como tesoro de valor incalculable para quien sepa extraer de sus palabras parte de su alma, de sus sentidos.

El oficio de poeta no es, en modo alguno, ajeno al del investigador, al del académico que busca con preguntas específicas una verdad amplia, abierta a muchas respuestas posibles, imbuidas ellas en el tráfago del permanente cambio. Explora los datos objetivos, resume y proyecta, pronostica los valores vitales, redime sus hipótesis, logra atraer al estudio de sus tesis la atención de los estudiosos, el reconocimiento de sus pares y finalmente -para quien sepa leer su lenguaje- reporta implicancias útiles por medio de hallazgos y temas pendientes. Es un escultor de verdades, un trabajador de la luz siempre perseguida, un esperanzador obrero de una certidumbre nunca plenamente descubierta.

Como el poeta, el investigador construye espíritus, edifica verdades. Explora en su oficio la construcción de un mensaje para quienes pueden y quieren leerlo, y que trata de convertir el no ser en ser.

El poeta es también quien enseña, quien proyecta sus sentimientos en otros para dejar una lección, provocar una meditación, construir una esperanza. "Su canto y su acción deben contribuir a la madurez y al crecimiento de su pueblo" nos decía Neruda, y hablaba así del educador que es parte del excelso oficio. El poeta disemina su arte, no sólo lo crea en el silencio de su conciencia o de su taller artesano. No hay verdadera poesía, verdadera obra literaria, si ella no ve la luz del día, acude a las conciencias, si no educa ni se entrega en la tarea de enseñar. Por ello, la tarea del poeta es también la de un maestro, la de un docente que enseña en los temas del espíritu, de quien educa el alma de todos quienes puede. Como un profesor, guía, orienta, enseña, ayuda a buscar, sistematiza el conocimiento disponible para adaptar a muchos otros a una vida, un oficio, una expresión material.

El oficio de esta Casa está en la creación y diseminación del conocimiento; quizás debiéramos entender esto en la forma más amplia posible, incluyendo como parte de su misión el conocimiento de las almas. El poeta está en el ámbito de nuestra misión, de nuestro oficio. Somos todos un poco poetas esperanzados en la búsqueda de una verdad que deseamos recrear para después contar, cual a niños, en nuestra tarea de enseñar. No es, por tanto, el oficio de poeta ajeno a la universidad, en que el sentido de lo universal alude también, justamente, a las dimensiones superiores del espíritu y de la expresión. La universidad es humanismo, ese es su ser y su justificación más profunda; importa el hombre como fin y no como medio. Así lo es para la poesía, cuyo fin expresivo es el hombre, en su más majestuosa expresión superior, no como un medio para que la expresión poética efectúe una circunvalación frenética. ¿Hay de verdad algo que objete esa relación rica y profunda entre poesía y academia?

El homenaje en la Universidad de Chile al poeta es la ofrenda al creador, al docente, a quien ha buscado y busca, a quien no tiene nada contradictorio con el oficio que se cultiva al interior de estos muros.

El más sublime de los poetas, el Neruda de las odas, el Neruda del Crepusculario, el Neruda de los valles, de las montañas y de las costas, el Neruda de Chile y del mundo, el Neruda de Parral y de Temuco, de Valparaíso y de Santiago, el Neruda de lo simple, el Neruda de lo completo y exquisito, el Neruda de la materia y del espíritu. El Neruda de las contradicciones, de la dialéctica y de la armonía perfecta, el Neruda de las batallas políticas, del amor y del encuentro, el Neruda de la inteligencia y de la candidez, de la búsqueda y del encuentro de la verdad y la fantasía.

Ese Neruda que tuvo y tiene un espacio para siempre en esta Casa de siempre. El Neruda que dejó parte de sí en nuestra Casa; que nos proporcionó en 1953 el privilegio de cuidar de sus amados frutos del océano y de su biblioteca que constituía su geografía personal, presentada como vasto tesoro literario. "Recogí estos libros en todas partes -nos dijo-. Cuando alguien a través del tiempo recorra estos títulos, no sabrá qué pensar del que los reuniera, ni se explicará por qué muchos de ellos se reunieron. Aquí está el Romancero Gitano. Federico escribió delante de mí esa magnánima dedicatoria, y Paul Eluard, que también se ha ido, también en la primera página de su libro me dejó su firma. Aquí está también mí primer Garcilaso, que compré en cinco pesetas con una emoción que recuerdo aún. Es del año 1549. Aquí está la magnífica obra de Góngora, impresa en el siglo XVII, cuando los libros de los poetas tenían una inigualada majestad. ¡Tantos libros! ¡Tantas cosas! El tiempo aquí seguirá vivo".

Nos puso el Neruda siempre presente en el rol de guardianes de un pedazo de su verdad, de su legado, de su versión superior de hombre y de persona. Nos pidió divulgarla, compartir con otros su espíritu, sus fuentes de verdad, sus raíces verdaderas en la literatura profunda. "Es poco lo que doy, lo que devuelvo, lo que pongo en las manos del Rector -nos dijo en el acto de donación- y a través del patrimonio de la patria. Son, en último término, fragmentos íntimos y universales del conocimiento atrapados en el viraje del mundo. Aquí están. No pertenezco a esas familias que predicaron el orgullo de casta por los cuatro costados y luego venden su pasado en un remate. El esplendor de estos libros, la gloria oceánica de estas caracolas, cuanto conseguí a lo largo de la vida, a pesar de la pobreza y en el ejercicio constante del trabajo, lo entrego a la Universidad, es decir, lo doy a todos".

El Pablo de avenida Lynch y de la calle Huérfanos; el Pablo que nos entregara su tesoro de más de 3 mil 500 obras del valor más incalculable para llevarlo a los jóvenes y al pueblo. Su donación, que el Rector Gómez Millas recibiera hace 45 años, con palabras bellas y un compromiso tan genuino de parte de esta Universidad infinita. Aquella, que como Pablo nos dijo ese día: "No nació de un decreto, sino de las luchas de los hombres, y su tradición progresista viene de las sacudidas de nuestra historia y es la estrella de nuestra bandera".

Sin duda un privilegio que tenemos que cumplir con toda la solemnidad que era debida para con los tesoros inapreciables del genio sublime. Expresó por ello su inconformidad tempranamente: "Ni libros ni caracoles parecen existir, como si se hubieran vuelto a las librerías o al océano", y agregaba, 15 años después de su donación: "¿No me equivocaría de Universidad? ¿No me equivocaría de país?"

Hoy día, miramos hacia el pasado para reafirmar nuestra responsabilidad y ratificar la voluntad de cuidados efectivos para los tesoros dejados a nuestro esmero. Habrá que evaluar qué pasos se precisa. Habrá que pensar en la forma para mejorar el cuidado por lo que se ha depositado en nuestras manos. Para comprometernos con ello, nuevamente, así ratificado el compromiso de Gómez Millas; para poner a Neruda nuevamente a buscar, a crear, a enseñar; para abrir las puertas de esta estrella de nuestra bandera a la Patria toda junto a las generaciones nuevas, en su espíritu, aquellas generaciones que tienen tanto que aprender y de quienes dependemos tanto para que existan mejores tiempos, para que podamos construir un futuro cierto de más humanismo, de mayor calidad de vida, de la posibilidad de llevar el espíritu de un grande para ser recreado infinitamente. De un futuro que permita que la Universidad sea el verdadero espacio universal y libre que siempre pensó ser.

Este homenaje a Neruda tiene también el sentido de renovar un compromiso formal de custodia de lo suyo, pero más allá de eso, es el compromiso de que aquello sea un material para los jóvenes, para educar en lo nuevo que representa aquello viejo; para comprometerlos en tener más Neruda y hacer de su ausencia un siempre presente a través de muchos espíritus nuevos.

Esta es la Universidad de Chile que tanto quiso, a quien tanto entregó. El Neruda del Instituto Pedagógico, el Neruda de la enseñanza del francés. En el viejo edificio de la calle República, donde después se albergara la Escuela de Economía. (Ay, si él supiera en qué doloroso afán terminó esa Casa tan querida). El Neruda reincorporado a la Universidad en 1962 como miembro académico de la Facultad de Filosofía y Educación.

Él amó a esa Universidad que constituía con orgullo la estrella de nuestra bandera. La Universidad con respuestas a los temas de país, la dedicada a las grandes preguntas. No sólo a las más superficiales que surgen de la necesidad de producir profesionales, como una legión de importantes obreros del saber y del hacer. La Universidad que debe pensar y proponer; abordar con decisión lo más crucial; crear conocimiento para lograr que florezca Chile, bello, fuerte, como una flor en medio de la primavera cautivadora y resucitante de las fuerzas destructoras del invierno, para lograr el desarrollo de Chile, incluyendo la cultura como el más preciado premio que se deriva también de lo material, y que no debe ser lo exclusivo y solitario que con ahínco buscan los espíritus más estrechos.

Es la Universidad del país. A la que llegaban los pobres estudiantes de tantas partes, a compartir el alimento del saber para un mejor hacer. Llegaban los de Parral, como también los de Iquique, los de Puerto Montt; los del norte y del sur. Los hijos de pobres y de la clase media, a poner a prueba sus fortalezas; a vivir la diversidad magnífica que proveía la madre de todas las universidades. Fue a esa Universidad a la que regaló sus caracolas magníficas y legó como tesoro preciado sus queridos libros. Era la Universidad de la entrega; de la creación; de la generosidad de un país que en medio de su pobreza, veía al fin del túnel una luz que se encendía con enérgica fortaleza, para otorgar una oportunidad a la creación y a la formación de tanto joven útil para las tareas de país. A la construcción de un espacio crítico e independiente.

La recepción de su donación la hicieron el Consejo Universitario y el Rector con regocijo, como hombres cristalinos que deben ser los hombres de la Universidad. Pero Neruda nos decía: "Hay también hombres anticristalinos. Un crítico oficial -agregaba- escribió artículos furiosos. Protestaba con vehemencia contra mi gesto. ¿Cuándo se podrá atajar al comunismo internacional?, proclamaba. Otro señor hizo en el Parlamento un discurso encendido contra la Universidad por haber aceptado mis maravillosos cunables e incunables; amenazó con cortarle al Instituto Nacional los subsidios que recibe. El Rector de la Universidad iba y venía por los pasillos del Congreso. Desencajado" ¿De qué independencia estamos hablando? ¿Es o debe ser la Universidad instrumental al mundo de la política?

Pablo se vinculó a la Universidad de Chile. A la que quiso. A la que amó; de la que dijo: "Es la estrella de nuestra bandera". Y hoy es menos de aquella Universidad tan querida. Se debate en medio de reglas incomprensibles; su figuración ha caído al reduccionismo de ser considerada una entidad más en una constelación definida en tiempos no lejanos, de poca significancia en la inteligencia y la visión del futuro, de mucha en la dureza y el sufrir. Es menos la Universidad del país. Han tratado de reducirla, de coartar su presencia bravía, se le ha tratado de constituir en la entidad implorante, en la que va perdiendo poco a poco su dignidad. Hoy en día ya es normal ver a un Rector desencajado recorriendo pasillos en busca de una explicación, de una señal, de una voluntad que se muestre entera para decir si sirve o no a la educación pública chilena y a su madre esperanzada. Se intentó asesinar su alma en medio de aplausos y discursos floridos. Se le ha tratado de convencer que la modernidad implica alcanzar -no sabemos hasta dónde- el mayor grado de mediocridad imaginable.

Este homenaje es entonces también un compromiso con Pablo, el del sur y del norte; el viajero de lo ignoto en los espíritus serios y traviesos de la imaginación. Es el compromiso de volver a creer para crear la Universidad de Chile. No una más en la constelación de los tiempos duros. La mejor, la más fuerte, la Universidad que soñó Juvenal. Y que poco a poco ha ido deshaciéndose entre nuestras manos como un puñado de arena. La Universidad que vuelve a creer para crecer como una gran Universidad, en un proyecto de país, sin el temor de ser acusada de querer volver atrás los punteros del reloj histórico. Una Universidad que debe volver a ser espacio crítico, centro de reflexión, nido de la propuesta inteligente, de la búsqueda amada de una luz que se divisa en el infinito. La Universidad laica, humanista y de excelencia que Pablo amó, conoció, palpó con fe tremenda, y que ahora nos recuerda que hay mucho que hacer para que Chile tenga más de su Universidad; para decirnos que existe una misión, algo que cambiar, una responsabilidad cabal que cumplir.

Este homenaje es también el compromiso con Pablo y con Chile. Estamos tratando de que exista por siempre la mejor, la plena y la gran Universidad de Chile para Chile.

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