Discurso del Prof. Luis A. Riveros, Rector de la Universidad de Chile, en Ceremonia de Asunción del Decano de la Facultad de Derecho, Prof. Antonio Bascuñán.

(Transcripción)

Es un privilegio para el Rector de la Universidad de Chile el estar en esta ceremonia en nuestra Facultad de Derecho esta mañana. Los traspasos de la responsabilidad de dirección de las facultades de un académico a otro, son parte importante de la tradición universitaria, y de la rotación del poder que -democráticamente generado en el ámbito académico- constituye un permanente recambio en lo que debe ser el espiral ascendente del trabajo universitario, de la mejor gestión destinada a comprometer mucho más a nuestras unidades académicas con la misión de la Universidad.

Pero este traspaso de la decanatura al Prof. Bascuñán reviste significados especiales para la Universidad de Chile, como también para el Rector que habla. Es importante destacarlo, para así poner de relieve la responsabilidad que envuelve este momento, y que nos pone frente a la historia y al futuro de la Corporación con singulares compromisos que hemos de asumir en todo lo que ello implica. Naturalmente, tales compromisos se enmarcan en el frente general universitario, como en el específico de esta querida Facultad.

La Universidad de Chile enfrenta minutos cruciales de su historia, y precisa de un empuje sustantivo para que en torno a su misión y su tradición, pueda ingresar al siglo XXI con un proyecto renovado, reconocido, respaldado por la sociedad chilena, y capaz de garantizar una larga vida institucional en el contexto en que le dieron vida sus fundadores. Nos reconocemos como una Universidad nacional, comprometida férreamente con los temas de país, aun aquellos alejados de los criterios del autofinanciamiento y de la relevancia restringida al corto plazo, con que nos hemos acostumbrado en forma sistemática en los últimos tiempos.

Una Universidad nacional fue la obra de Bello, que continuaron Domeyko, Barros Arana, Amunátegui, Letelier y Juvenal Hernández, como tantos otros, y que permitió construir la gran entidad universitaria que Neruda describiera como la estrella de nuestra bandera. Una Universidad nacional y pública, cuyas tareas se confunden con los temas prioritarios del país, y en que la formación profesional y del posgrado se vinculan activamente con la creación y la investigación. Una Universidad con la misión de crear y diseminar conocimiento para el desarrollo económico, social, cultural, tecnológico y político de nuestra patria. Una Universidad mucho más que un instituto de educación postsecundaria, en que debemos privilegiar lo mejor de lo mejor en lo académico y lo estudiantil. Una Universidad, en fin, de Chile y para Chile, con la suficiente excelencia académica para abordar los temas más complejos y los retos más intrincados que proponga el desarrollo nacional; y que sea capaz de adelantar las preguntas que irán surgiendo, cada vez con mayor rapidez, en la medida en que transcurra el progreso y se produzcan, naturalmente, los desequilibrios entre los distintos ámbitos y necesidades de la sociedad, como asimismo los déficits de conocimientos para instaurar un progreso estable y equitativo, que pueda ser así sostenible en el tiempo.

El próximo siglo confronta a nuestra patria con retos muy singulares en el ánimo de lograr mejores estándares de vida, las anheladas mayores oportunidades en el mundo globalizado en que estamos ya comprometidos, y en el deber de lograr la mayor equidad que se precisa para otorgar sostenibilidad al bienestar material que animamos como objetivo. Nos confronta con la necesidad de construir una sociedad más humana, en que el hombre vuelva a ser el objeto del progreso, y no un mero instrumento en pos del mismo, y donde la cultura vuelva a ser un elemento que se proteja, se cultive y se constituya en al menos un valor tan importante como los propios indicadores financieros. Avanzamos hacia una sociedad que tiene por reto el cambio permanente y el progreso que provoca una revolución industrial cada seis meses, lo mismo que antes constituía un escenario probable cada 20 años. Una sociedad que requiere perfeccionar sus propios sistemas de administración y convivencia y donde se viva el desafío permanente de la modernización.

Es un mundo de conocimiento, de necesidades progresivas en el campo científico y tecnológico, donde el recurso calificado y el conocimiento pasan a constituir la reserva fundamental del éxito, y donde además, el Estado debe asumir un rol activo para proteger los elementos y estrategias que adelanten el tiempo y utilicen las ventajas existentes para avanzar en pos de un desarrollo integral.

El mundo que enfrentamos y el que se avecina, requiere una Universidad nacional y pública completamente distinta de la que anima la actual política pública en materia de educación universitaria. En efecto, tales retos requieren entidades capaces de promover investigación y docencia con un sentido de país y de largo plazo, no sólo inspirados en la línea de autofinanciamiento de corto plazo que estimulan tan abiertamente los sistemas vigentes. El ordenamiento del sistema universitario requiere distinguir -antes que nada- la situación pública o privada de las entidades, ya que ello define el contexto de propiedad que es el aspecto primordial para definir la política estatal de financiamiento y de tareas; lo segundo es el grado de complejidad. En la medida en que distintas entidades se caracterizan por diversos grados de complejidad para enfrentar las tareas de creación y docencia, el país debe decidir, luego de un debate que esperamos promover e inclinar hacia nuestra tradición y misión, sobre la urgente necesidad de un financiamiento adecuado vinculado a tareas públicas y a la responsabilidad de entregar ante la sociedad cuenta del uso de los recursos, en que el autofinanciamiento sea limitado para que no menoscabe la autonomía ni el desenvolvimiento en torno a proyectos de índole nacional. Una nueva política es importante en el campo de la equidad y de la calidad de la actividad universitaria, y que permita identificar en forma sólida a la Universidad de Chile con el liderazgo que le corresponde en el mundo de la educación pública chilena.

Este cambio de Decano se produce, en el contexto de este debate, de esta proyección nacional, de esta tarea que intenta reponer a la Universidad de Chile en el sitial que siempre tuvo como Universidad nacional, compleja, de excelencia académica, ligada al futuro de Chile más allá de los aspectos financieros de corto plazo y de la estrechez de las políticas que restringen a las universidades al autofinanciamiento y los esquemas simplistas de mercado.

Pero se produce también este cambio en un buen momento para esta Escuela, que tanto significa para nuestra Universidad de Chile, no sólo por historia, sino también por el rumbo señero que siempre supo imprimirle como líder de la Institución toda. Al asumir la Rectoría pensaba la situación de esta Escuela como un tema difícil, casi inabordable, en que se desarrollaban debates en forma impensada, subterránea, y en que prevalecía un bajo ánimo de entendimiento entre distintas visiones de Escuela y Universidad. Había un ambiente en que no se favorecía el debate que se requería para enfrentar una situación difícil y dolorosa, cuyo trasfondo se encuentra en el debate sobre la necesaria modernización de nuestra Escuela, de su curriculum, del enfoque formativo y del compromiso con las tareas que el país ha estado enfrentando en la modernización de la administración de justicia. Temas importantes, porque en definitiva se trata de mantener y, en muchos ámbitos, recuperar el liderazgo que esta Escuela tiene y ha tenido en el ámbito nacional sobre materias de derecho.

Creo que se ha producido una transición como esta Escuela se lo merece. Ha ocurrido una elección normal con un debate amplio y abierto sobre los temas de fondo. Se ha restituido la credibilidad y se han sentado las bases para apartar los temas menores y avanzar en los aspectos fundamentales que requieren atención para que esta Escuela avance, y junto con ello se produzca un profundo empujón al resto de la Universidad. Ha habido una muestra de madurez académica, de profunda unidad en el compromiso institucional, y estoy cierto de que ello facilitará el avance hacia la Escuela que todos deseamos y que debe construirse con esfuerzo.

Hay aquí una responsabilidad para los académicos y estudiantes de la Escuela, porque en sus manos está la posibilidad de avanzar con decisión hacia una modernización y una aún mayor excelencia académica, hacia la expansión del posgrado y la profundización del trabajo creativo. Hacia una mayor visibilidad en el debate público de trascendencia, y un mayor compromiso con la extensión y la vinculación real con el medio. Pero hay en esto también una responsabilidad que debe asumir la Universidad toda, que ha mantenido a esta Escuela en una situación de castigo permanente en lo financiero, y en que se le discrimina de una forma inaceptable en relación al resto de los organismos académicos. Por eso había una contradicción tan grande en tratar de asumir la autoridad central una posición independiente, cuando en verdad ella debía comprometerse, más bien, en un camino de restauración de un tratamiento financiero apropiado, por medio de un programa sostenible en el tiempo.

Creo que este cambio de autoridad representa lo que anhelamos para la Escuela, en un clima de unidad y progreso que tanto necesitamos para respaldar nuestra posición externa y nuestro ánimo de que la Universidad de Chile se reponga en el sitial que nunca debió perder en la política pública. También este cambio es importante en la medida en que todo progreso requerirá de una mejor gestión, de un mayor compromiso con los objetivos institucionales y de una mayor transparencia en las decisiones y en la evaluación de su impacto.

Tengo que expresar aquí mis agradecimientos más profundos al Prof. Avelino León, que en momentos difíciles decidió aceptar mi petición para que encabezara un camino de normalización institucional que no se veía del todo promisorio, y sobre el cual se aventuraban una serie de malos vaticinios. Junto a Paulino Varas y a Paulina Veloso, Avelino León supo imprimir credibilidad y la firme intención de cumplir con una agenda y un compromiso académico. Estos tres profesores representan lo mejor de la Chile, del espíritu de sacrificio, de compromiso con la Institución que tanto hoy día necesitamos. Gracias a ellos y a ustedes por lo que han hecho, por este ejemplo magnífico de vida universitaria que nadie deberá olvidar en lo sucesivo.

Por último, quisiera reseñar lo que significa para mí este acto en lo personal. Lo mucho que implica y lo mucho que me enseña respecto a lo grande, a lo sublime que es la Universidad de Chile. Lo digo no sólo por haberme comprometido en la tarea de obtener este resultado y esta culminación de un proceso. Lo digo también por la importancia que esto tiene en un programa de trabajo global de la Universidad de Chile, restaurando nuestras mejores tradiciones y mostrando hacia el exterior la unidad y la consecuencia que tanto se precia para que se identifique un proyecto necesario para Chile.

Esta Escuela, que conocí en 1966 en estas mismas aulas, quizás demasiado las mismas frente a la necesidad de mejorar y progresar que hemos ido olvidando con el tiempo, es la gran Escuela que todos amamos y respetamos como la fuente primera de nuestra vida institucional. La gran Escuela que dio vida a la institucionalidad jurídica, y ha producido los hombres y mujeres más preclaros. La gran Escuela de Derecho de la Chile y para Chile, a la cual auguro los mejores momentos futuros en torno a un proyecto, a una esperanza, a una necesidad, a un reto de trascendencia que, como la voz del tiempo y de nuestros antepasados en la academia, nos recuerda que vivimos por Chile y debemos en consecuencia ser mejores cada día para entregarnos a resolver los retos que Chile presenta a las puertas del nuevo milenio, y frente a los cuales desde aquí habrá tanto y tanto que decir.

Mucho éxito, Decano Bascuñán. Estás en buenas manos, querida Escuela de Derecho. Creo que cumpliremos con nuestro deber frente a Chile y frente a la historia, queridos colegas y estudiantes de esta gran Facultad.

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