La muerte de George Floyd en Estados Unidos provocó que se desarrollaran decenas de manifestaciones en el mundo bajo el lema de “Black Lives Matter". En ellas, una expresión específica de descontento permeó las movilizaciones, transformándolo en un objetivo de los manifestantes: el derribo o daño a monumentos, fundamentalmente de personajes relacionados con el esclavismo.
Así en el Reino Unido, la estatua de Edward Colston, un comerciante de esclavos que entre 1672 y 1689 sus barcos transportaron unos 80.000 hombres, mujeres y niños desde África al continente americano, fue derribada y lanzada al agua. En Bélgica, la estatua del antiguo rey de los Belgas, Leopoldo II, figura del pasado colonial, fue dañada. En Estados Unidos, un monumento de Cristóbal Colón fue decapitado en la ciudad de Boston. En Richmond, Virginia, fue vandalizado un monumento del general confederado Jefferson Davis.
Pero la violencia contra símbolos culturales ha sido recurrente a lo largo de la historia de la humanidad, ejercida por distintos sectores de la sociedad. Durante la Revolución Francesa numerosas estatuas que recordaban al antiguo régimen fueron atacadas y destruidas, especialmente las que representaban a reyes. Asimismo, durante la ocupación nazi en Francia y el régimen de Vichy, estatuas dedicadas a Voltaire, Rousseau, Marat o Victor Hugo también fueron destruidas sin miramientos.
Desde la perspectiva del profesor Mario Ferrada, experto en patrimonio y académico del Instituto de Historia y Patrimonio (IHP) de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo (FAU), el fenómeno es un síntoma de una crisis social mayor. “Es un efecto global que no sólo se está dando en el momento actual, sino que ha sido una constante en la historia de la relación entre la sociedad y los elementos que la representan en términos de identidad o de sus expresiones patrimoniales. En cada época se pueden situar estos momentos de crisis de representación, yo denominaría con ese título lo que estamos viviendo actualmente. Y tiene que ver con una acumulación de erosiones de las instituciones formales, se están derrumbando todas las certezas que tienen que ver con el Estado, las iglesias, los poderes políticos y económicos”, analiza el profesor.
Por su parte, el académico del IHP y consejero del Consejo de Monumentos Nacionales, Felipe Gallardo, coincide en que es un fenómeno que se ha repetido a lo largo de la historia. “En su momento fueron las revoluciones liberales en Europa de mediados del siglo XIX, después fueron los movimientos de la guerra civil del ‘91, después en la época de la anarquía en los ‘30. La sociedad ha ido acumulando tensiones en relación a grupos postergados por razones económicas, ideológicas, raciales, sexuales, de distinta índole. Eso nos viene a recordar que la arquitectura, los monumentos públicos y lo que es la producción física, en tanto producción de patrimonio cultural, tiene una significación simbólica y apela con distintas pulsaciones al colectivo”, plantea el profesor.
Chile y su patrimonio durante el estallido social
El fenómeno también se vivenció en Chile durante los meses del estallido social. En la Plaza Italia -también resignificada bajo el nombre de "Plaza Dignidad"-, la estatua de Manuel Baquedano, general chileno que representa la victoria en la Guerra del Pacífico, fue repetidamente dañada e intervenida. En Arica, se destruyó una escultura en piedra de 1910, en honor a Cristóbal Colón. En La Serena, la estatua de Francisco de Aguirre, militar de la colonización española, fue arrancada y, en su lugar, se colocó una escultura de una mujer diaguita, en representación del pueblo precolombino.
En Temuco, se removió el busto de Pedro de Valdivia, fundador de Santiago y principal conquistador español que murió en manos de los mapuche. La cabeza de la escultura fue colgada en la mano del guerrero Caupolicán. En tanto, en Punta Arenas, la escultura de José Menéndez, empresario español a quien se le atribuye la extinción de la etnia Selk'nam, fue también destruida y llevada a los pies de la estatua del Indio Patagón, figura que homenajea a los indígenas que habitaban esa zona antes de la llegada de los conquistadores.
“El monumento se transformó en un escenario de demanda ciudadana. La diferencia entre el monumento antes de octubre de 2019 y después de esa fecha, dice relación con el contenido político asociado al monumento. Podemos pasearnos por la ciudad y pensar que el monumento es simplemente un ornamento, la materialización de una voluntad de embellecer el espacio público, pero la verdad es que el monumento lo que tiene es una condición altamente política, que tiene una relación no solamente con la historia, sino fundamentalmente como un instrumento de la historiografía”, señala el profesor Luis Montes, académico de la Facultad de Artes de la U. de Chile y senador universitario en la entrevista realizada para el programa Pensar Habitar del día 19 de junio en la Radio U. de Chile.
Asimismo para Felipe Gallardo, en estos contextos sociales, la relación entre monumento y sentir social se encuentran estrechamente ligados. “Los monumentos, los edificios y las estatuas, son un termómetro de cómo estamos al día con las cuentas al interior de esta familia, que es la sociedad. Cuando se decapita a Pedro de Valdivia en Temuco, cuando se ponen rewes en Plaza Italia, delante del monumento de Baquedano, es un aviso súper potente en relación a cómo estamos frente a sectores que se sienten postergados. Es una reacción explicable, natural, lógica, que invita a poner el énfasis en la raíz del problema y no el síntoma, sino entramos en un diálogo de complacencia o de represión”.
Para el profesor Ferrada “estamos viviendo una relación directa, frontal, entre las personas y los elementos que supuestamente estaban representando ciertas identidades. Se está criticando al mensaje del patrimonio, lo que intenta ser ese mensaje, muchas veces oficializado, institucionalizado. Los monumentos pueden servir como una suerte de diario mural que se hace muy efectivo porque toca el alma del discurso oficial que intenta criticarse y modificarse”.
Sobre esta idea del uso del monumento como soporte de un mensaje, ahonda el profesor Luis Montes, para quien “a veces el monumento es solo un amplificador de la protesta. Subirse y gritar sobre un pedestal una demanda social, no es lo mismo que gritarla desde abajo. Yo creo que es un sentido muy relevante para la propia manifestación, pero pone en crisis lo que constituye la propia gramática monumental, un monumento no está hecho para ser un lugar de demandas ciudadanas”.
Por su parte, sobre el impacto que genera la destrucción del patrimonio, la directora del IHP, María Paz Valenzuela señala que "cualquier destrucción de patrimonio es inadecuada y el patrimonio tiene que ver con una historia común, no con momento reciente sino con un precedente". Según su perspectiva, "la destrucción por destrucción, sin reflexión, es enormemente inadecuada. Por ejemplo, todos los testimonios del nazismo, no hubo una destrucción irracional, sino que se hubo una discusión sobre el tema y ahí lo que se hizo fue relevar algunos sitios en condición de museo de sitio, para que esto nunca más ocurriera, hubo un proceso de reflexión sobre aquellos vestigios que había dejado la historia".
¿Cómo alcanzar una legítima representatividad?
“La historia la escriben los vencedores”, señaló el siglo pasado el escritor británico George Orwell. Sin embargo, es parte del espíritu del siglo XXI alcanzar nuevas fórmulas de convivencia, de toma de decisiones y de representatividad. Por ello, surge el necesario debate que abre la interrogante de cómo lograr una representación de la ciudadanía actual en los espacios públicos; así como qué hacer con aquel patrimonio cultural que ya no es representativo de una nuestra sociedad.
En esta línea, para el Profesor Mario Ferrada “es especialmente importante un proceso de diálogo entre las comunidades, los expertos, los políticos, de manera tal que pueda hacer posible un diálogo social que finalmente permita que el patrimonio se enriquezca y se amplíe en sus concepciones. Creo que por esa vía a la larga, podrá ser posible que en los entornos en que habitamos puedan convivir distintos tipos de representación o de significado de lo que es el patrimonio”.
En tanto, para la profesora María Paz Valenzuela, “tiene que haber una reflexión, la misma que hubo para valorar, también la debe haber para desvalorizar. En nuestra ley de monumentos nacionales, con todo lo criticada que es, reconoce esa condición para declarar tiene que haber un expediente de declaratoria, asimismo para desafectar un monumento”.
Finalmente, la profesora Itxiar María Larrañaga, académica del IHP, afirmó que ante los hechos ocurridos en Estados Unidos vale recordar que lo principal es el patrimonio de la vida. “La palabra que más me acomoda en términos de conceptos, es el de legado y el legado es algo positivo, con el debido respeto a la vida, a las diferentes etnias, la libertad de pensamiento y de expresión, entonces todos este tipo de actos que van contra la vida serían el antipatrimonio per se".
El patrimonio, agrega, "lo hace el ser humano, es el ser humano el que tiene conciencia de lo que crea para sí mismo y para los demás. Lo principal es la vida del ser humano y el respeto que se merece”.