Gran estupor debieron sentir quienes estaban en la región central la noche del jueves 8 de julio de 1971. Un terremoto M7.8, con epicentro en La Ligua, sacudió la tierra.
Se trataba de una tragedia sobre otras: la zona golpeada aún vivía los efectos de la gran sequía de 1967 a 1969. A ello se sumaba el desastre generado por el devastador terremoto de La Ligua, del 28 de marzo de 1965, que había provocado gran impacto por los centenares de familias de mineros desaparecidas bajo los desperdicios mineros provenientes de la mina El Soldado, debido al colapso de dos tranques de relave durante el terremoto.
El profesor Jaime Campos, director del Programa Riesgo Sísmico de la Universidad de Chile, señala que con este sismo, “la zona centro norte del país quedó, en primer momento, desolada con tanto castigo. Las localidades más afectadas fueron La Ligua, Illapel, Los Vilos, Salamanca y Combarbalá. Informes oficiales de la época hablan de 85 muertos y centenares de heridos. El terremoto fue sentido a una distancia de 600 km.”
“Reportes históricos desde la colonia señalan que la zona central de Chile ha sido escenario de terremotos y tsunamis importantes. Uno de estos eventos, el más destacado por su tamaño e impacto, ocurrió también un 8 de julio, pero en 1730. Fue acompañado de un tsunami que incluso afectó las costas al otro lado del Océano Pacífico, especialmente de Japón”, agrega el sismólogo.
“A cada Presidente, su terremoto”
Así como al Presidente Eduardo Frei Montalva le tocó el movimiento telúrico de 1965, a raíz del cual se creó la ONEMI, el terremoto de 1971 fue el que le tocó al Presidente Salvador Allende.
Poco después de ese 8 de julio, y en muy poco tiempo -usando las tecnologías del telégrafo, radio aficionados y teléfono de la época, sin internet ni la constelación de satélites de comunicación de hoy- el entonces director de la Oficina de Planificación Nacional ODEPLAN (actual Ministerio de Desarrollo Social y Familia), Gonzalo Martner García, realizó un completo análisis de lo ocurrido.
El Presidente de la República le había ordenado la confección de un Plan de Desarrollo para la zona, considerando no sólo la reconstrucción y reactivación económico-social de las áreas afectadas, sino también de aquellas que aún se encontraban sufriendo los efectos del sismo de 1965.
El abogado Julián Cortés, investigador del Programa Riesgo Sísmico de la Universidad de Chile, afirma que “este cometido tuvo una mirada estratégica de Estado, ya que culminó con el Plan de Reconstrucción 1971-1973 de las Provincias de Coquimbo, Aconcagua, Santiago, Valparaíso y O´Higgins afectadas por el sismo”. El documento aborda no sólo la reconstrucción de viviendas y de infraestructura del Estado propiamente tal. Presenta además toda una “carta Gantt” para el desarrollo integral de las más diversas áreas del quehacer económico y social. Asimismo, este documento sienta las bases de la Ley N°17.564 y las modificaciones a la Ley N°16.282 —ambas aún vigentes—para casos de sismos o catástrofes.
“Para la historia de la institucionalidad jurídica en torno a la reducción de riesgos de desastres, la Ley N°17.564 resulta particularmente interesante: extiende las premisas de solidaridad y de Estado de Bienestar, que emanaban de la Constitución de 1925, aplicándolas a los desastres socionaturales e introduce premisas de gobernanza del riesgo y desastres absolutamente innovadoras para Chile”, comenta Julián Cortés.
“Por ejemplo: incorporó al ciudadano como parte del entonces Sistema Nacional de Protección Civil y buscó la cooperación entre las entidades y redes académicas, científicas y de investigación y el sector privado, al disponer el financiamiento anual por parte del Estado para el “Departamento de Geofísica, Sismología y Geodesia de la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas de la Universidad de Chile, a fin de que opere los instrumentos de alta precisión, tales como acelerógrafos y sismógrafos instalados o que se instalen en el país, con el objeto de profundizar la investigación antisísmica”, agrega.
Esta visión de Estado fue abruptamente truncada con el golpe de Estado y retomada después del “27F”, con la incorporación paulatina de las premisas de los Marcos de Hyogo y Sendai.
Viviendas que cayeron y se levantaron
En 1965 se había creado el Ministerio de Vivienda y Urbanismo (MINVU), y en 1967 la Oficina de Planificación ODEPLAN (Actual Ministerio de Desarrollo Social y Familia). Estos dos hitos, junto al rol de CORFO, fueron parte de la base institucional con que Chile respondió al impacto del terremoto de 1971.
Este mejoramiento de las políticas habitacionales y de planificación, encontró mejor preparado al Estado en el terremoto de 1971. A ello, se sumaron los postulados del gobierno de Allende que planteaban la vivienda como un derecho. ODEPLAN coordinó todo el proceso de reconstrucción del terremoto con un plan que incluyó planes de desarrollo de sectores productivos, industriales, mineros y agropecuarios. Así también coordinó planes específicos con ministerios como el MINVU.
El profesor Ricardo Tapia, de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad de Chile, explica que “el MINVU creó y gestionó un plan de viviendas racionalizadas a media altura, las cuales se empezaron a edificar en todo el país como parte de la política pública. La reconstrucción también se atendió con créditos financieros y materiales de construcción, compra de suelos y viviendas, así como su construcción. La reconstrucción de ciudades afectadas se emprendió con la adecuación de planes reguladores para ubicar las nuevas viviendas y equipamientos asociados”.
“La etapa de emergencia se asumió con la construcción de mediaguas prefabricadas, llamados “Campamentos en tránsito”, como una opción alternativa a los pabellones de emergencia que habían sido utilizados en terremotos anteriores. Se destaca la intensa participación del comprometido voluntariado juvenil en el levantamiento de tales soluciones, el cual se vio reforzado por la creación de los Comités de Emergencias que estaban constituidos por un conjunto de organizaciones comunales de las comunas afectadas”, indica el profesor Tapia.
Dentro de los aprendizajes del terremoto de 1971, concluye, destaca la importancia del “aunamiento” o colaboración en la planificación territorial, económica y social, con la coordinación de organismos públicos bajo planes integrales en donde se sumaron aportes públicos, privados y comunitarios articulados. De tal modo, la crisis fue transformada en oportunidad para avanzar en desarrollo nacional y dejar en mejor pie a la capacidad del Estado y su gobernanza”.
Solidaridad, dignidad y pueblo
Estas medidas fueron acompañadas por un país entero que se movilizó haciendo emerger la solidaridad por todos los rincones del territorio. Los pueblos más dañados fueron "hermanados" con ciudades de mayores recursos para acelerar su reconstrucción. Un "tren de la Solidaridad" partió de Puerto Montt hacia el Norte, recogiendo los aportes en cada estación.
Solidaridad, dignidad y pueblo fueron tres palabras claves en lo que vino después del terremoto de 1971. La profesora Azun Candina, del Departamento de Historia de la Universidad de Chile, plantea las diferencias con el actual discurso frente a la pandemia: “No se habla de una difusa y neutra gente, sino de pueblo; no hay palabrería bélica, de supuestas batallas contra una naturaleza enemiga, sino el llamado a la dignidad y a la solidaridad, al coraje para salir adelante. Se enlaza ese día que en Chile se puso los pantalones largos, es decir, en que el país se hizo dueño de su principal riqueza minera (la nacionalización del cobre se celebró con el día de la Dignidad Nacional, 11 de julio de 1971), con la fortaleza de una comunidad para superar las dificultades; se asume que los problemas de unos también son los problemas de otros, y -por lo tanto- también lo son las soluciones”.
Frente al momento de emergencia sanitaria que vive el país y el mundo entero, la profesora Candina señala que es importante recordar que “hay otras maneras de vivir y convivir. No serán las amenazas ni las retóricas bélicas las que nos ayudarán a sobrevivir, ni a estas difíciles circunstancias ni a las que estarán por venir. En esta época de miedo y sufrimiento, recordemos lo mejor de nosotras y nosotros mismos: nuestra capacidad de unirnos, de soñar y de confiar, y los peligros de no hacerlo”.
Ya lo dijo Darwin
Charles Darwin, en su paso por nuestro país, describió con pertinencia el carácter del pueblo chileno en su relato sobre el terremoto de Concepción de 1835: “Confieso que vi, con gran satisfacción, que todos los habitantes parecían más activos y más felices de lo que hubiera podido esperarse después de tan terrible catástrofe. Se ha hecho observar, con cierto grado de verdad, que siendo general la destrucción, nadie se sentía más humillado que su vecino, nadie podía acusar a sus amigos de frialdad, dos causas que añaden siempre un vivo dolor a la pérdida de la riqueza”.