Semanas agitadas ha experimentado Antonia Urrejola, abogada egresada de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile, luego de ser nombrada como Presidenta de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH).
Urrejola, la primera mujer chilena en presidir el organismo internacional, indica que en los últimos años ha habido un avance importantísimo en la región en el reconocimiento de los derechos humanos y en la consolidación de la institucionalidad en esta materia. "Han sido procesos muy lentos en algunos países, pero existen avances muy grandes en institucionalidad y reconocimiento de derechos humanos a nivel constitucional, legislativo y administrativo de políticas públicas", explica.
Sin embargo, advierte que antes de la pandemia, la CIDH empezó a preocuparse por ciertos retrocesos. "Me refiero a discursos negacionistas respecto a crímenes de lesa humanidad o al valor de derechos humanos que han provenido de las distintas autoridades de la región, y también de la propia sociedad. Es un tema que ya nos preocupaba cómo CIDH", sostiene. En este sentido, advierte que "la pandemia lo que ha hecho es exacerbar esos discursos de odio sumado a la estigmatización, violencia y discriminación estructural de nuestro continente".
"En Pandemia, este escenario se hace mucho más complejo porque como CIDH, estamos intentando establecer puentes de cooperación con los Estados, pues entendemos que es una situación de emergencia donde muchos gobernantes, autoridades y la propia comunidad científica no tienen claridad sobre qué hacer. Nuestra labor ha sido denunciar violaciones a los Derechos Humanos, pero, a la vez, mantener diálogos con los Estados para generar cooperación técnica en una situación de colapso", agrega.
Empatía y Derechos Humanos
Antes de ser Presidenta de la CIDH, se dedicó por mucho tiempo a ser relatora sobre los derechos de los Pueblos Indígenas. ¿De qué manera esta experiencia impactó su carrera?
Partí trabajando como abogada en un momento histórico: Al inicio del gobierno del ex-presidente Aylwin, donde se creó la Comisión Especial de Pueblos Indígenas (CEPI). En ese momento, el director de la Comisión, José Bengoa, generó un diálogo con los pueblos indígenas de Norte a Sur a través de la creación de diversas asambleas.
Trabajé como procuradora en esa comisión y viajé por el país tomando acta de los diálogos y discusiones. Se me abrió un mundo. Una cosa es saber en papel la exclusión de los pueblos indígenas y otra es escuchar de verdad su historia. Ese trabajo me permitió conocer distintas visiones de la vida, de la política y diferentes conceptualizaciones sobre los derechos. Abrí mi cabeza. El mayor aprendizaje fue comprender la importancia del diálogo.
Cuando uno está en un diálogo donde uno tiene una posición de poder, lo importante está en sentarse y abrir tu cabeza para tratar de escuchar y comprender a tu interlocutor. Entendí que cuando me siento a dialogar con una persona o grupo debo quitarme el prejuicio y entender más allá de las palabras. Mirar de dónde viene la persona o grupo que está hablando conmigo y profundizar en qué es lo que me está diciendo, y qué es lo que requiere para después ver qué soluciones puedo ofrecer. Empatizar y entender al otro es fundamental para sentarse a dialogar sobre derechos humanos.
El Paro de Federici
¿Cuáles son sus recuerdos de la Universidad de Chile y de la Facultad de Derecho?
Entré a la Universidad en 1987. Me tocó el paro de Federici, que marcó toda mi generación y el paso de la dictadura a la democracia. Siento que ese proceso fue una luz de esperanza respecto a la democracia en Chile. Me siento privilegiada de haber participado. Como estudiante mechona participaba en marchas y asambleas. La Facultad de Derecho era un lugar donde había distintas visiones. La U. de Chile me enseñó el debate, la diversidad y diferentes realidades socioeconómicas. La Facultad me abrió los ojos siendo que yo pensaba que ya estaban abiertos.