Desde 1963, en memoria del Dr. Hugh Hammond Bennnett, quien lideró el movimiento de conservación del suelo en Estado Unidos, todos los 7 de julio celebramos el Día de la Conservación del Suelo, permitiendo una reflexión en torno a la importancia de éste y a la gran amenaza que implica su degradación.
Los principios fundamentales de Bennet estaban enfocados "en evitar la erosión del suelo manteniendo así la producción de los cultivos", pero como señala el académico Juan Pablo Fuentes, ingeniero forestal y profesor de la Facultad de Ciencias Forestales y de la Conservación de la Naturaleza, esta mirada se ha ampliado, ya que "hoy en día dicha visión se mantiene y expande ya no sólo considerando el control de la erosión si no que evitando cualquier proceso de degradación del suelo y ampliando las funciones que provee este complejo y fascinante sistema, no sólo al ámbito de la producción agrícola, sino que a otras funciones de gran relevancia, tales como la regulación del ciclo hidrológico, el almacenamiento de carbono y hábitat para muchísimos organismos".
Además de habitar y construir nuestra vida diaria sobre los suelos, solemos olvidar que éste es un componente esencial de los ecosistemas naturales, ya que un cuarto de las especies del planeta viven en él; es el origen del 95% del total de los alimentos que consumimos; alberga dos tercios del carbono terrestre y dos tercios del agua dulce del planeta están en él. Como menciona la ingeniera en alimentos y profesora de la Facultad de Ciencias Agronómicas, Yasna Tapia: "El suelo es vida. Todo lo que hagamos a favor de conservarlo es también para proteger los seres vivos".
Así también lo recuerda el profesor Fuentes: "Conmemorar la conservación del suelo permite cada año el recordar a la sociedad que el suelo no es solo un recurso, sino que un recurso natural no renovable a escala humana y que si lo destruimos, es simplemente aniquilarnos como sociedad".
Mas, los expertos coinciden en que como sociedad no somos tan conscientes de la importancia del suelo. Para el geólogo y académico de la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas, Diego Morata, "no porque haya un día del suelo se van a hacer mejores cosas o se va a mejorar la toma de decisiones, pero sí nos permitiría hacer un parón en nuestras actividades para reflexionar y preguntarnos ¿qué estamos haciendo con el suelo? Y esta reflexión es importante porque finalmente el suelo es donde nos establecemos y hacemos nuestra actividad en nuestro planeta Tierra, por lo tanto es donde mayor afectación y aflicción producimos al medioambiente, y es impresionante la degradación tan brutal del suelo que podemos observar por malas prácticas".
El profesor Fuentes, concuerda: "En la actualidad, los procesos de degradación de suelos son cada día más frecuentes y evidentes. Pese a existir muchísimo más conocimiento respecto a los suelos, en particular respecto a los tipos de suelos existentes, los procesos degradativos más comunes y frecuentes, tales como las dinámicas de erosión o los procesos de contaminación, y sus consecuencias, las que siguen ocurriendo a un ritmo acelerado, existiendo graves procesos de pérdida de suelos que finalmente repercuten en el bienestar humano y en la naturaleza".
Distintos factores son los que contribuyen constantemente a la degradación de los suelos. Según cifras de la Sociedad Chilena de la Ciencia del Suelo, el 85% de las tierras agrícolas de alta calidad existentes en nuestro país han sido selladas bajo cemento. A este impacto se le debe sumar la alta contaminación por químicos de la producción agrícola, la grave sequía que nos afecta hace un par de décadas, y la erosión constante existente en los suelos de Chile. Este último proceso se da tanto por razones naturales como por el daño que producen distintas actividades económicas.
El académico de la Facultad de Ciencias Forestales y Conservación de la Naturaleza, Eduardo Martínez, recuerda que "alrededor de la mitad de los suelos en Chile están en un estado de degradación moderada, severa y muy severa. Y dentro de eso, si tuviéramos que separar a Chile en dos, diríamos que de la zona central hacia el norte los suelos están altamente degradados por erosión", agregando que “si nos comparamos con otros países se puede explicar naturalmente al ser un país de montañas, pero si observamos las imágenes satelitales vamos a ver que en zonas que hay mayor erosión también vemos que hay un mayor despoblamiento de la vegetación. Entonces tenemos una condición natural de que nuestros suelos sean susceptibles a la erosión porque somos un país de montañas, y a eso se suma los distintos usos del suelo que les hemos dado en forma histórica, entonces todos esos procesos se aceleran".
A lo anterior le debemos sumar el impacto que tiene la grave sequía que se ha instalado en nuestro país, de la que según el geógrafo y profesor del Departamento de Geografía de nuestra casa de estudios, Pablo Sarricolea, no somos del todo conscientes: "Creo que no somos totalmente conscientes de la crisis hídrica, y que dicha consciencia depende de nuestra localización y relación con el agua. Los agricultores son muy conscientes y viven la escasez de agua, así como el mal reparto del agua, pero casi el 90% de nuestra población habita en las ciudades y tienen poca relación con el problema, salvo aquellos que no tienen acceso a agua potable".
El académico, además, explica el daño derivado de la falta de agua: "El principal problema en los suelos debido a la crisis hídrica es la pérdida de la cobertura vegetal y las posteriores lluvias que erosionan los suelos. Los bosques esclerófilos se están secando, las plantaciones forestales están en estrés hídrico, y con ello hay cadenas de impactos, entre las que destacan los incendios forestales, lo que agrava aún más la pérdida de suelos".
Las y los expertos coinciden en que "sin duda" el factor económico ha jugado un rol muy importante en la degradación de los suelos, ya que para obtener más ganancias se ha sobreexplotado la capacidad de la tierra. Un ejemplo de esto es lo que ha ocurrido con las plantaciones forestales en la zona centro sur del país, como señala el profesor Eduardo Martínez: "Las primeras plantaciones fueron para prevenir un problema grave de erosión, donde se trajeron varias especies, pero se vio que prosperan muy bien pinos y eucaliptos. Y digamos que era una buena idea poner plantas de rápido crecimiento en lugares que estaban degradados, el problema es que esto se convirtió en un negocio muy atractivo y en muchas oportunidades se sustituyó matorral y bosque nativo para poner estas plantaciones en suelos que no tenían problemas de erosión. Entonces partimos por una buena causa y terminamos haciendo sustitución".
Para el académico, Pablo Sarricolea, "hay que repensar esas lógicas, pues han generado megaincendios, erosión post-incendios, pérdida de la fertilidad de los suelos, etc. Además, han sustituido los bosques nativos y no necesariamente ha significado desarrollo local. El llamado es a repensar de manera más sostenible, orientando hacia la mixtura de usos de suelo, restauración de bosques con especies nativas y generar zonas de interfaz urbano-forestal y rural-forestal para evitar pérdidas materiales".
¿Pero cómo trabajamos para reducir estos factores y detener la crisis actual que vive nuestro país en torno a esta temática?
Desde lo que puede hacer la Universidad de Chile, el profesor Diego Morata, quien además es miembro del comité técnico del Programa Transdisciplinario en Medio Ambiente (PROMA), señala que la mirada múltiple es fundamental: "Podemos trabajar con distintos profesionales que quieran abordar esta disciplina, la que tiene muchísimas aristas, porque si me preguntas a mí yo te diría que primero tenemos que conocer la mineralidad del suelo; si le preguntas a alguien de agronomía te va a decir que es fantástico que los geólogos empiecen a trabajar con los edafólogos de agronomía para entender el sustrato mineral en el que estamos involucrados, luego si le preguntas a un arquitecto te va a decir que cierto tipo de suelo es mejor para ciertas construcciones y así sucesivamente, porque es una temática que es muy inter, pluri y transdisciplinar, porque finalmente nos afecta a todos. Nosotros vivimos en el suelo".
Por su parte, la ingeniera en alimentos y profesora de la Facultad de Ciencias Agronómicas, Yasna Tapia, recuerda que "desde el mundo de la academia desde hace más de 30 años se pide una Ley Marco de Suelos que asegure la protección del recurso desde todos los ámbitos: productivos, culturales, ambientales", y que, "actualmente la comunidad científico-técnica está trabajando para una Ley Marco de Suelos".
Hoy, Chile, es uno de los pocos países que pertenecen a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) que no cuenta con una legislación sobre el suelo, lo que implica que las normativas sean muy poco claras. Para el profesor Martínez, esta ley "debería conversar también sobre el uso del suelo y el ordenamiento territorial. Hablar de qué es lo que podemos y qué es lo que conviene hacer. Qué tenemos que bonificar y qué tenemos que, lisa y llanamente, prohibir (...) porque hay bastante libertad en el sentido que la persona que es dueña del suelo se siente con el derecho de hacer lo que quiera y estime conveniente y eso no puede ser".
Desde esta falta de legislación es que el proceso actual que vive nuestro país, donde se discute una nueva Constitución, se mira como una oportunidad para seguir avanzando en la materia. "La nueva Constitución para proteger el suelo, el agua, y en general los recursos naturales, debe asegurar que las actividades productivas cumplan con los estándares de sustentabilidad que exige hoy el medio ambiente y que se revise los alcances del derecho privado y público cuando se trata de recursos que nos da la naturaleza", señala la profesora Tapia.
Para Pablo Sarricolea,en la nueva Constitución se debe definir que el suelo "es un recurso escaso, parte de los ciclos naturales del carbono y nitrógeno. Creo que es conveniente pensar en los principios propuestos por CITRID en el documento "Reducción del riesgo de desastres y nueva constitución: hacia una perspectiva pública y transdisciplina", pues en él planteamos que el Estado debe ser garante de la vida y el bienestar, que se adopten modelos de desarrollo sostenibles, donde el bien común es un pilar fundamental".