A más de un año de la llegada del COVID-19 a nuestro país, las personas han debido enfrentar diversos desafíos para adaptarse a este nuevo contexto de crisis sanitaria, en el que el trabajo remoto, la educación a distancia y el distanciamiento físico han sido parte importante de los cambios para prevenir los contagios. Pero el prolongado confinamiento no ha sido fácil y ha impactado a nivel emocional a gran parte de la población, generando lo que se ha llamado como “fatiga pandémica”.
Quien conoce de cerca el impacto de la pandemia en la salud mental de las personas es el psiquiatra de la Universidad de Chile y académico del King's College London, Doctor Ricardo Araya Baltra. El especialista ha desarrollado su larga y exitosa carrera profesional tanto en Chile como en Inglaterra, donde actualmente dirige el Centre for Globlal Mental Health, iniciativa que busca disminuir las brechas de atención en salud mental, particularmente de aquellos que viven en contextos de mayor vulnerabilidad. El Dr. Araya además es investigador senior del Núcleo Milenio para Mejorar la Salud Mental de Adolescentes y Jóvenes (Imhay) y asesor científico de diversos grupos de investigación en América Latina, África y Asia en el ámbito de prevención y tratamiento de enfermedades del ánimo, tanto en población adulta como en adolescentes y jóvenes.
Egresado de la Facultad de Medicina de la U. de Chile, el Dr. Ricardo Araya realizó su especialidad en psiquiatría en Inglaterra, país donde ha llevado a cabo gran parte de su carrera científica y académica, pero sin dejar de influir y aportar a la salud mental de nuestro país. De hecho, en el año 2003, un estudio realizado por su equipo y publicado en la prestigiosa revista The Lancet denominado “Tratar la depresión en atención primaria en mujeres de bajos ingresos en Santiago, Chile: un ensayo controlado aleatorizado” pavimentó el camino de lo que sería la creación del primer Programa Nacional de Tratamiento de la Depresión en Atención Primaria en Chile. Dicho modelo de atención se ha adaptado y replicado en India, Zimbabwe, Nigeria, Colombia, Brasil, Perú y Líbano.
Su aporte a la psiquiatría mundial se ha visto reflejada en la publicación de artículos científicos de alto impacto, como una intervención para aliviar la depresión post-parto en Nigeria, el que fue elegido como el artículo del año 2020 por la revista British Journal of Psychiatry. Otro trabajo destacado corresponde a una intervención que demostró el éxito de un modelo de trabajo colaborativo entre curanderos y profesionales de salud, el que fue publicado por la revista The Lancet. A esto se suman los resultados del ensayo clínico más grande que se haya realizado en países no occidentales de una intervención digital para aliviar la depresión en personas con hipertensión o diabetes.
A más de 15 meses desde la llegada del COVID-19 a Chile, el Dr. Araya se refirió a los efectos que la pandemia ha tenido sobre la salud mental de las personas y la importancia de generar nuevas estrategias para afrontar las consecuencias que tendrá la población en los próximos años. “Las consecuencias sociales y económicas de las medidas para contener el avance del virus van progresivamente transformándose en simplemente desesperanza a niveles no sentidos desde hace décadas. De tal manera, que a nadie debiera sorprenderle que la salud mental poblacional esté afectada”, indica el académico chileno radicado en Londres.
- ¿Cuál es su visión respecto al efecto de la pandemia en la salud mental?
A pesar de que hay algunas divergencias, la mayoría de los estudios revelan que los trastornos mentales y el nivel de estrés de la población han aumentado durante la pandemia en diversos países del mundo desarrollado y en desarrollo. Estos aumentos son más marcados en los niveles socioeconómicos más bajos en prácticamente todos los países. Aunque aún es poco claro si el virus puede afectar directamente el cerebro, la incertidumbre y el miedo a contraer la enfermedad o que seres queridos la sufran y futuros cada vez más inciertos conllevan síntomas emocionales. A esto habría que sumar las medidas de aislamiento y distanciamiento social que se han impuesto, afectando las libertades personales y rompiendo redes sociales de apoyo para explicar este deterioro.
- ¿La pandemia ha deteriorado aún más la salud mental en Chile que a otros países similares al nuestro?
No lo sabemos, pero es probable. Existirían tres razones por las que el deterioro de la salud mental en Chile pueda ser mayor que en otros países. Primero, ya se partía con un malestar psicosocial alto que llevó al estallido social y que continuó después de este. Segundo, las inequidades en el contagio, manejo de los contagiados y consecuencias socioeconómicas de la pandemia han afectado de manera más acentuada a los grupos más pobres que habían sido dejados atrás por años, y tercero, desde hace varias décadas Chile no ha invertido en los niveles que se requieren para proteger la salud mental de su población.
- ¿Pudiera ser que estos problemas de salud mental u otros fenómenos psicosociales hayan contribuido a la expansión de la pandemia?
Es posible por al menos tres razones. Primero, la desconfianza que ya existía en sectores grandes de la población no ayudó a convencer a la ciudadanía sobre la necesidad de hacer sacrificios y regular nuestras conductas, lo cual le dio un espacio grande al virus para expandir su penetración. Segundo, décadas de entrenamiento social donde el interés individual predominó por sobre lo colectivo, le han concedido espacios adicionales al virus para consolidar posiciones. Tercero, el virus se cambia de ropa o muta, y penetra aún más profundo a través de las cansadas y no del todo convencidas trincheras de la débil resistencia poblacional.
- ¿Qué podemos esperar para los próximos meses en materia de salud mental?
Dependiendo de lo que pase con la contención de la pandemia, es probable que la carga de los trastornos mentales aumente, definitivamente, en relación con la situación pre-pandemia. Pienso que existirían, al menos, cuatro razones para sustentar esta predicción. Primero, el COVID-19 y algunas medidas para contenerlo han llegado para quedarse por un tiempo largo. Segundo, el miedo a los rebrotes seguirá presente dada la facilidad del virus para mutar en nuevas variantes. Tercero, la situación socioeconómica va a generar consecuencias sociales y habrá que lidiar con muchas prioridades compitiendo por escasos recursos, y cuarto, más allá de los casos agudos ocasionados por la pandemia, habrá que lidiar con la presencia de los así llamados síntomas de COVID-largo, muchos de tipo psicológicos.
- ¿Qué podemos hacer para contener esta prevalencia de trastornos mentales’?
Comenzar desde ya a pensar en cómo iniciar la reconstrucción de la salud mental de nuestra población. El desafío existía ya antes de la pandemia. Es cierto que el tema va más allá que la oferta de servicios de salud mental efectivos, a un costo que el país pueda afrontar en tiempos donde habrá múltiples demandas sociales. Es bueno usar un modelo que nos permita reflexionar en torno a este desafío. Los epidemiólogos que trabajan en el modelaje de datos cumplen un rol importante en intentar predecir el movimiento de la epidemia y las consecuencias del avance de este enemigo viral.
- ¿Cómo se comprende este fenómeno desde la perspectiva psicosocial?
Desde la perspectiva psicosocial, también existen modelos para comprender cómo puede cambiar la salud mental a nivel individual y poblacional por la pandemia. Dichos modelos, aunque potencialmente no tan exactos como los modelos de penetración viral, permiten comprender algunos fenómenos y predecir algunos cambios. Por ejemplo, un modelo útil para informar la toma de decisiones es el de la vulnerabilidad/resiliencia aplicada a nivel poblacional. Dicho modelo sugiere que cada individuo tiene un grado diferente de vulnerabilidad para desarrollar síntomas mentales o defenderse ante la adversidad. Cuando esta aparece con mayor intensidad, aquellas personas más vulnerables que habían sobrevivido las condiciones habituales de adversidad de nuestra vida cotidiana, quedan expuestos y desarrollan síntomas o lo pasan aún más mal.
En parte, estos modelos sugieren que las opciones de abordaje pasen por dos líneas. En primer lugar, disminuir la adversidad que en este caso es una opción limitada pero aún abordable, aunque sea parcialmente. Por ejemplo, se sabe que los indicadores de salud mental de la población están estrechamente condicionados por factores socioeconómicos como la pobreza y las desigualdades socioeconómicas. Una razón más para abordar estos problemas con mayor decisión. En segundo lugar, proteger a aquellos más vulnerables con todas las medidas posibles, algo que va a demandar mayores recursos y una mejor focalización en grupos de mayor riesgo y problemas prioritarios.
- ¿Cómo evalúa la estrategia de Chile para proteger la salud mental?
Es importante notar que hay un hecho histórico que hay que tener presente en estas reflexiones. La inversión en salud mental en Chile es y continúa siendo muy baja, similar a países de ingresos muchos más bajos que los de Chile. Por ejemplo, el presupuesto de salud que va a salud mental se ha mantenido en alrededor de un 2 por ciento por décadas, de acuerdo con datos de la OMS. Entonces, ¿cómo es posible justificar esto en un país clasificado como de altos ingresos y en el que la depresión es la principal causa de la carga de enfermedad? Francamente una situación injustificable.
- ¿Qué espera de Chile para los próximos años en materia de salud mental?
Tanto la pandemia como otros desastres que afectan a poblaciones crean ventanas de oportunidades. Tras la pandemia, las necesidades y la pobre inversión en salud mental en Chile quedarán más expuestas. Ojalá que después de que la parte aguda de la pandemia haya pasado, la salud mental pudiera ser tomada más en serio en Chile.
Es de esperar que los nuevos grupos que entran a decidir el futuro de Chile puedan tener una mayor sensibilidad al tema que los que ya tuvieron su oportunidad. La salud mental no ha sido considerada como una prioridad por los diversos gobiernos de las últimas décadas. Si antes de la pandemia los recursos eran considerados escasos para cubrir las necesidades, en el futuro muy próximo la situación se tornará aún más deficitaria dado el aumento de necesidades. Sin salud no hay desarrollo. Y sin salud mental no hay salud ni desarrollo. ¿Cuánto tiempo tomará para que nuestros políticos y gobernantes comprendan esto?