Era esperado por el mundo literario. Muy. El Premio Nacional de Literatura recayó este año en la poeta Elvira Hernández. María Teresa Adriasola, nombre de nacimiento de la autora de La Bandera de Chile, recibió el anuncio por parte de la ministra de las Culturas, las Artes y el Patrimonio, Carolina Arredondo, desde la Biblioteca Nacional donde sesionó el jurado; contacto que la notificaba que ella, proveniente de Lebu, donde nació el año 1951, era la segunda poeta en recibir este reconocimiento, y la sexta en la línea de escritoras mujeres luego de Gabriela Mistral (1951), Marta Brunet (1961), Marcela Paz (1982), Isabel Allende (2010) y Diamela Eltit (2018).
Casi un mes después de que sucediera este hito, Elvira Hernández vuelve a la Casa Central de la U. de Chile para conversar. Regresa pues recientemente -el día anterior del anuncio del Premio Nacional- estuvo en el Patio Bello del palacio universitario para la inauguración de la muestra “Tu nombre aumenta la eternidad” del artista Fernando Prats, de la cual participó con el texto curatorial. La exposición versa sobre la memoria del ex comandante en Jefe del Ejército, Carlos Prats y su esposa Sofía Cuthbert, asesinados en Buenos Aires el año 1974 por parte de la agentes de la dictadura militar. Y es que la memoria ha sido un tema que atraviesa su obra poética, compuesta por los volúmenes como ¡Arre!, Halley, ¡Arre! (1986); Meditaciones Físicas por un hombre que se fue (1987); El orden de los días (1991); La bandera de Chile (1991); Santiago Waria (1992); Actas Urbe (2014); Los trabajos y los días (2016); Pájaros desde mi ventana (2018) y Cuaderno de Deportes (2021); entre otros.
Serena, como siempre, responde las preguntas sobre su vínculo con la universidad y evoca sus años de estudiante en el Instituto Pedagógico, primero, donde estudió Filosofía; y luego como parte del Centro de Estudios Humanísticos, donde estudió literatura.
Su educación comenzó el Lebu, para luego continuar en Chillán, donde estudió en un colegio de monjas. Después, cuenta, llegó junto a sus padres a Santiago. Pasó un año en un pequeño colegio laico donde no logró adaptarse. Finalmente, ingresó al Instituto Santa María de Santiago, "principalmente porque en ese lugar había un jardín enorme que daba hacia Macul, donde solía arrancarme a meditar”. Ese establecimiento estaba cerca del Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile, al que ingresó luego, en 1968, en pleno contexto de Reforma Universitaria. En esa proximidad, dice, “sabíamos que pasaban cosas, era un tiempo con mucho dinamismo social”.
- ¿Cómo fue el paso de ese colegio religioso al Instituto Pedagógico?
Tengo el mejor recuerdo vivo de ese colegio. Eran monjas alemanas, eran mujeres que habían pasado por la segunda Guerra Mundial, que tenían esa experiencia que nunca supe por ellas pero me pude dar cuenta que habían conocido el dolor humano. Fue una cosa que a mí me impresionó.
Yo no tenía intereses religiosos. De hecho, mis papás quisieron ponerme en un liceo público, que en ese momento eran lugares de excelencia para la educación, pero no hubo cupo para mí, por eso llegué a un colegio religioso. A mi mamá le pareció muy bien, a mi papá no tanto. Yo me sentía a gusto meditando en ese jardín, pero tenía un problema sobre la existencia de Dios. Llegué a filosofía para solucionar ese problema.
- ¿Cómo describirías el contexto del Instituto Pedagógico?
Tenía una fama terrorífica. O sea, cuando yo dije que llegaba al Pedagógico, mi mamá lloraba, pero el Pedagógico era un lugar abierto del conocimiento. De hecho, cuando llegué me di cuenta que no sabía nada de nada y que tenía que empezar a estudiar de cero.
- ¿Y esa sensación de empezar de cero fue potencial o frustrante?
Me sentí capaz. Había estado relacionada con la lectura desde muy chica, pero me vi enfrentada a un mundo de conocimiento que estaba a mucha distancia de lo que había llegado en mi colegio. De hecho, las clases de filosofía y psicología siempre han sido pequeñas. Era el ramo más pequeño y prácticamente lo que uno veía era lógica.
Me di cuenta que tenía que empezar a estudiar. A filosofía entraban 120 alumnos. Habían diez cursos de Introducción a la Filosofía. Yo tomé un curso y elegí al revés de mis compañeros porque la mayoría se fue a tomar un curso de Filosofía Griega, y yo tomé un curso donde veíamos a tres autores que era Freud, Marcuse y Marx. Eso fue como servirte un plato contundente en ayunas. Cada línea me remitía a una fuente que desconocía completamente, y fue muy exigente, porque además a la salida de clase había una gran cantidad de estímulo, de otro tipo.
Entre los profesores y los alumnos había una gran distancia, y los problemas los atendían los ayudantes, con los cuales uno tenía una cierta cercanía. La reforma buscaba una democratización, más asambleas, más cosas.
- ¿Como te empezó a ir?, ¿te costó?
Comencé a aprender. Fueron años de mucho interés para mí no. El Pedagógico te ofrecía una cantidad enorme de posibilidades de estudio. Por ejemplo, había un departamento de idiomas con ramos que podías tomar gratuitamente. Pronto, además, me di cuenta de que era un periodo de la historia del país que era un momento decisivo. También estaba la idea de educarse políticamente, porque eso era algo que uno infería del ambiente donde se exponían ideas. Entonces, fue un periodo de formación. Después, cuando vienen las elecciones, sale elegido presidente Allende, hay una efervescencia mayor en el Pedagógico y los estudiantes nos movilizamos en distintos lugares en términos de trabajo voluntario. Yo estuve en la población San Luis, donde había un convenio para hacer clases de alfabetización. Eran clases nocturnas que hacíamos, donde había una buena cantidad de personas que asistían porque eran analfabetos por desuso. Recuerdo un señor que un día llegó en la tarde y entró violentamente abriendo las puertas y gritando. Nosotros nos asustamos porque se fue encima de nosotros. Y resultó que este señor -que manejaba un camioncito, repartía cosas y su señora lo acompañaba porque él solamente distinguía los números- en un momento descubrió que podía leer y volvió desesperado de felicidad a abrazarnos.
- Con este ejemplo, ¿cómo definir este concepto de formación que viviste en tu etapa en el Instituto Pedagógico?
Claro, uno empieza a pensar ciertas cosas, a saber cuál es tu lugar en la sociedad también. En ese tiempo se hablaba de la alianza entre obreros y estudiantes, adelante. Entonces, me interné en el conocimiento. Me di cuenta que necesitaba estudiar más historia; el conflicto sobre la existencia de Dios pasó a un lugar secundario, más nunca me he podido calificar como atea.
- ¿Qué profesores recuerdas de esa época?
Debo mencionar a Armando Cassigolli, que hizo un curso sobre cultura chilena que me interesó. El curso de Introducción a la Filosofía lo daba Juan Rivano, que era alguien a quien podríamos llamar un filósofo bastante controvertido. También había un profesor que hizo filosofía moderna, Mario Ciudad.
Después de eso, después del golpe, en 1975, pasé a otro lugar en la Universidad de Chile, el Departamento de Estudios Humanísticos. Ahí estaban Nicanor Parra, Enrique Lihn, Marcos García de la Huerta, Mario Góngora, Felipe Allende, Antonio Orbea, con quien hice lenguas clásicas. Patricio Marchant en filosofía también. Y bueno, ese periodo en ese lugar fue para mí una etapa superior de formación. Entré a literatura, porque habían profesores del pedagógico que estaban en Filosofía y no quería encontrarme con ellos. Opté por entrar a literatura casi por un problema de seguridad. Fue el periodo de la dictadura donde todo cambió. Tú ya no sabías quién eran las otras personas. Habían profesores que sentían que los alumnos que estábamos éramos la élite del nuevo régimen, entonces era una situación difícil. Luego yo estuve detenida y terminé con matrícula condicional.
- Ese hito fue muy trascendental en constitución -no sé muy bien cómo definirlo- tuya en la poeta que eres. ¿Cómo definirías ese perfil, esa figura, ese rol?
Yo me definí como estudiante permanente. Esa fue mi definición, y es algo que mantengo hasta el día de hoy porque realmente el mundo del conocimiento es algo que está cambiando constantemente. Luego consideré para mí como muy difícil poder hacer filosofía en Chile. Desde la tradición, la poesía le ha disputado un lugar de conocimiento a la filosofía; la expulsión de la de la polis relatada por Platón en el fondo soluciona un conflicto de poder donde Platón, que mucho sabía de poesía, opta por la educación que es donde puede concentrarse el poder. Y la poesía adquiere un lugar -no sé- francotirador, marginal, ajena a ese mundo, pero cultivando un espíritu crítico y al mismo tiempo reivindicando un lugar de conocimiento.
- ¿La poesía también es conocimiento?
Para mí lo es. No parto desde una situación de definiciones estéticas.
- Y ahí, ¿cómo se atraviesa otro rol que tú tienes como es ser ensayista?
Creo que eso es una obligación de un trabajo tentativo que todo lector está llamado a hacer. Cuando uno lee un libro quisiera compartir esa lectura y de pronto si tú tienes una formación, si has explorado hacer lecturas más a fondo, te sientes tentada de poder escribir algo relacionado con esas lecturas; contextualizarla, porque de hecho, si partimos de la historia de la literatura, uno está leyendo libros escritos hace 500 años, y bueno, las lecturas son distintas, entonces, uno siente la tentación de poner por escrito esa relación que de repente encuentra en esos libros donde han sobrevivido épocas y donde un imaginario, el trayecto de la humanidad llega en esas letras. La lectura es como un acto de resurrección de mundos que se supone que ya han desaparecido. En la lectura uno resucita esos mundos.
- Estos ensayos son una forma de que perpetúen esos imaginarios. Otra forma de resucitar la literatura está también en las calles, en las paredes, en el espacio público. Y algunas de tus obras hoy circulan ahí, y en lugares tan disímiles como el discurso del presidente en la ONU. ¿Qué sientes con ese nivel de circulación?
Ese es un lugar donde yo observo no más porque si aparece, si está, si es citado por distintas personas es porque les hace sentido. Eso te anima a seguir en el trabajo, te anima a continuar el diálogo, porque ese es un diálogo, porque si uno puso que por alguna razón ha sido incrustado en algo -en otro discurso- es porque logra hacer un sentido.
- Algunos de estos poemas hablan sobre el horror. ¿Encontramos hoy día rasgos o continuidades de ese horror?
Sí. Yo creo que nuestra experiencia humana y la generalizada, es que estamos superando demasiados umbrales de crueldad, de deshumanización. Siento que estas sociedades hoy día, son sociedades que nos insensibilizan. Estamos viviendo a mucha velocidad y eso hace que no nos demos cuenta de quién está al lado, porque todos tenemos motivos para llegar a algún lugar y tenemos que hacerlo. Se ha perdido la solidaridad. Eso de como pan de cada día. Yo soy una transeúnte de la ciudad y me doy cuenta de eso.
- Vamos corriendo, y mucho de eso está mediado por la tecnología. Al respecto, uno de los más recientes puntos de discusión tienen que ver con la inteligencia artificial. ¿Qué piensas sobre ésta?
La inteligencia artificial es algo que hoy día es grito y plata. Va a tener un gran desarrollo; va ser un producto de mercado, va a estar ofreciéndose en todo. Pero bueno, el ser humano comenzó a inventar dispositivos que lo ayudarán en el trabajo desde hace bastante tiempo, desde que inventó la rueda; y hemos llegado a este punto donde una máquina puede llegar a decidir por nosotros.
- Hay una preocupación sobre qué pasa con la creación.
La creación es algo que a esas máquinas no les importa para nada, porque el arte -si te refieres a eso- aparece porque para el ser humano tiene una importancia. Hay quienes han dicho que una máquina puede pintar un cuadro, puede escribir una novela y un poema, pero habría que preguntarle qué sintió y por qué lo hizo. Eso es algo de lo que un ser humano puede hablar.
- ¿Cuáles son tus preocupaciones poéticas actuales?
Bueno, tengo que terminar libros que tengo a medio camino. Eso es importante poder hacerlo pero no es fácil porque no es una cosa de voluntad. Puede que no llegue a hacerlo, digamos. Pero está esa preocupación. En verdad, la poesía es la que llama, no al revés. Entonces, veremos si es posible.