El Trastorno de Espectro Autista (TEA) es un trastorno del neurodesarrollo, es decir, un trastorno que se presenta durante el crecimiento y maduración del sistema nervioso central, que involucra la generación de nuevas neuronas y otras células nerviosas, la migración desde algunos puntos hasta otras regiones cerebrales y la diferenciación de estas neuronas. El tema ha concitado especial interés durante el último año, siendo incluido en paneles y foros, como en el Neurofest, organizado por la Universidad de Chile y la Universidad de Santiago.
Alexia Núñez Parra, académica del Departamento de Biología de la Facultad de Ciencias de la Universidad de Chile, se ha dedicado a estudiar el tema. Explica que hay estadísticas que señalan que 1 de cada 60 niños son parte del espectro autista, una cifra que puede incrementarse en algunas poblaciones, ciudades y conglomeraciones más que otros, esto es bastante impresionante.
"Uno de los síntomas que presentan las personas dentro del espectro autista es la persistente dificultad en la comunicación e interacción social en diversos contextos, así como la presencia de movimientos repetitivos e intereses restringidos. Además, estas personas suelen experimentar alteraciones en la forma en que perciben las señales ambientales, las cuales son procesadas a través de los sentidos, lo que puede resultar en una hiper o hiposensibilidad", detalla la experta.
Además, se ha dedicado a investigar cómo la neurobiología está entendiendo el funcionamiento de una persona diagnosticada con autismo y los modelos asociados a este. En primer lugar, explica, existen dos enfoques principales para comprender lo que sucede con las personas dentro del espectro autista. Por un lado, las neurociencias permiten estudiar su comportamiento y, además, realizar pruebas que revelan el tamaño y la actividad de áreas específicas del cerebro. Desde la perspectiva de la psicología experimental y las neurociencias cognitivas, se analizan cómo responden estas personas a ciertos patrones. Un ejemplo de ello es el papel de algunas regiones cerebrales en la regulación de las emociones, como la amígdala, que forma parte del sistema límbico. Se ha sugerido que posibles alteraciones en esta zona podrían estar relacionadas con dificultades en funciones socioafectivas. La amígdala, encargada del reconocimiento facial, presenta una disminución en personas con autismo.
“También se ha observado que las personas dentro del espectro autista tienen una menor capacidad para reconocer rostros que expresan miedo. Esto sugiere una posible correlación entre ciertas estructuras cerebrales y los comportamientos observados”, señala Núñez.
Avances en terapias efectivas
En cuanto a los avances en terapias efectivas, Núñez señala que los análisis y modelos han llevado a la propuesta de tratamientos farmacológicos. Estos tratamientos, después de ser intensamente estudiados en modelos animales, pasan a ensayos clínicos. Sin embargo, estos ensayos no han sido muy exitosos, principalmente porque se realizan en personas dependiendo del origen del trastorno y el gen asociado, y mayormente en adultos.
Ante eso, señala que el problema es que “el autismo es un trastorno del neurodesarrollo, lo que significa que los cambios clave en el sistema nervioso ocurren durante las etapas tempranas del desarrollo, particularmente entre los 6 y 8 años, aunque el cerebro sigue madurando hasta los 25 años”. Si bien la plasticidad cerebral continúa a lo largo de la vida, los cambios más significativos se asientan en esas primeras etapas, lo que sugiere que los tratamientos serían más efectivos si se aplicaran en edades tempranas.
"Actualmente, los ensayos clínicos se están llevando a cabo en niños y niñas para evaluar si la farmacología puede tener un impacto más significativo cuando se aplica a edades más tempranas. Esto también indica que las terapias ocupacionales y el trabajo con estas personas son fundamentales desde una etapa temprana, ya que la plasticidad cerebral es especialmente notable durante los primeros siete años de vida", explica.
Diagnósticos en la adultez
El tema ha generado un gran interés y está cada vez más presente, con un aumento en la profesionalización en el área.
Este avance ha llevado a que más adultos sean diagnosticados, lo que plantea algunas consideraciones importantes para la especialista. Por un lado, explica Núñez, recibir un diagnóstico aporta tranquilidad a las personas, ya que les permite entender mejor sus reacciones frente a ciertos contextos. "Esto les ayuda a darle sentido a cómo se adaptan a su entorno", precisa.
Por otro lado, aunque existen terapias que se pueden seguir aplicando en la adultez, dado que el cerebro mantiene su plasticidad a lo largo de la vida, esta capacidad de cambio disminuye con la edad.