Hace cinco años, Chile vivió un Estallido Social prácticamente sin parangón, aunque con antecedentes en nuestra historia republicana entre los años 30 y 70. Definamos "Estallido" como un fenómeno generalizado de acción directa de la ciudadanía que responde a un descontento acendrado y persistente, y que anhela desordenadamente "justicia, igualdad y participación".
Las manifestaciones violentas que conllevó el estallido de 2019 fueron durísimas, especialmente los incendios de instituciones y del Metro en Santiago, así como los asaltos y siniestros en plazas de muchas ciudades de Chile. Se vivió un clima de marcada ingobernabilidad. El presidente Piñera señaló que estábamos en guerra, y el general Iturriaga, en una intervención memorable, replicó que no estaba en guerra con nadie.
La violencia inusitada y casi sin precedentes copa en ocasiones el análisis, desatendiendo las causas basales de dicho movimiento social. Es un error conceptual desconocer las causas estructurales, las que, de mantenerse sin cambios importantes, llevarían a una dolorosa repetición de estallidos futuros. Aun así, es especialmente grave la "violencia inexplicada" en el Metro, de por lejos un servicio público enormemente valorado por la ciudadanía. Cuesta creer que ello sea el mero resultado de "anarquistas o espontáneos", y las últimas investigaciones amplían las responsabilidades eventuales.
Con todo, ya el 25 de octubre, a solo una semana del inicio, Santiago vivió la manifestación más grande de su historia: 1.200.000 personas se congregaron, con una enorme participación familiar y de descontento organizado, y con incidentes menores. Sin embargo, muchos actos de violencia continuaron, aun a pesar del amplio acuerdo político parlamentario del 15 de noviembre que estableció un calendario constitucional.
El COVID emergente, con su enorme impacto en la vida cotidiana, y los ejercicios constitucionales fallidos no han hecho sino agregar a esta historia frustración y desilusión. Es increíble cómo, en dos eventos sucesivos, los extremos del espectro político desperdiciaron la posibilidad de construir consensos fundamentales. Todo ello ha contribuido a una falta de reconocimiento ciudadano hacia la política y sus instituciones. Chile sigue viviendo una fase de desarrollo extremadamente difícil.
Es necesario avanzar en dialogar, acordar y resolver algunas cuestiones elementales como el mejoramiento de las pensiones, la acción urgente en el ámbito hospitalario, las mejoras educativas, el crecimiento y el empleo. La idea de que los problemas de la democracia se resuelven con más democracia está en deuda. Además, cuidado con la violencia, la estridencia de asaltos, portonazos y la acción del crimen organizado, así como la violencia de las asociaciones corruptas en el ámbito institucional. Actuar respecto de esas dos formas de violencia se hace indispensable.