Señor Director:
A través de las cartas publicadas en "El Mercurio" hemos podido seguir un interesante debate estético y urbanístico sobre la pertinencia de erigir una gran escultura al frente de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile, en la Plaza José Domingo Gómez Rojas.
Una de las opiniones es la del padre Felipe Berríos, quien dijo: "El tamaño de esta estatua gigante es proporcional a la falta de delicadeza de quienes, teniendo dinero, poder e influencia, se sienten dueños de la ciudad".
No deja de tener sentido esta opinión. Y lo tiene cuando observamos cómo la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile, con su tradicional y emblemático edificio, considerado como una de las obras más notables de la arquitectura chilena, hoy se ve "cercada" por inmensos edificios construidos "casi encima de ella", quizás buscando que desaparezca como referente, edificios que pertenecen a las universidades privadas San Sebastián y Andrés Bello, que han sido parte de millonarios procesos de compraventa en el pasado reciente. Y también lo tiene cuando observamos -quizás alentados por la pasividad (¿permisividad?) con que en nuestro país se mira la mercantilización de la educación superior y la creciente privatización de la generación de bienes públicos- cómo algunos buscan apropiarse de espacios públicos de la ciudad.
Lamento profundamente que la figura del Papa Juan Pablo II, tan cercana para los chilenos, sea involucrada y de manera tan desubicada en una iniciativa que significaría la desaparición de árboles casi centenarios y el cambio del sentido mismo de una plaza que recuerda la memoria de nuestro estudiante de derecho, el poeta José Domingo Gómez Rojas, quien fuera detenido y torturado tras el asalto que sectores conservadores realizaron a la sede de la FECh, y a cuyo funeral asistieron más de 50 mil personas en septiembre de 1920.