Patricia del Canto fue una de las 21 mujeres que este 2009 fueron distinguidas como "Mujer Generación Siglo XXI", reconocimiento que desde el año 2004 entrega la Universidad de Chile a estudiantes, funcionarias y académicas que han contribuido al fortalecimiento de esta Casa de Estudios, destacando así el rol que tienen al interior de la institución. Esta noticia tomó por sorpresa a la académica del Departamento de Artes Visuales, quien estaba en Rusia, participando en un Simposio de Escultura, cuando se dieron a conocer los nombres de quienes serían distinguidas con este reconocimiento que se oficializará en una ceremonia programada para marzo de 2010, en Casa Central.
"Es sumamente destacable que exista este reconocimiento hacia la labor que yo y otras mujeres pudimos haber hecho por la Universidad de Chile. Lo agradezco, de todas maneras, porque es una distinción que viene a confirmar que no estás sola y que, además, hay más personas que coinciden en que tú no lo has hecho tan mal. Entonces, me parece que es un reconocimiento realmente valioso, sobre todo después de estar tantos años en esta institución", dice esta mujer de carácter fuerte y convicciones claras, que inició su historia al interior de la Universidad de Chile cuando ingresó a estudiar a la entonces Escuela de Artes Aplicadas "como un trampolín para llegar a Arquitectura", dice.
"Me dijeron que en la Universidad de Chile existía la posibilidad de convalidar algunos ramos, porque la mayoría de los talleres de la Escuela de Artes Aplicadas estaban en Cerrillos y, en esa época, funcionaba ahí Arquitectura. Entonces, muchos de los profesores de taller eran arquitectos, por lo que era más fácil estar al tanto de lo que ocurría en Arquitectura, conocer algunos de sus talleres y empezar a prepararse para ingresar al año siguiente", recuerda esta mujer que entró a estudiar a los 16 años y que, a poco andar y sin saber mucho sobre la carrera que quería estudiar, descubrió que "eso de los planos y la geometría descriptiva que conllevaba Arquitectura no era para mí".
¿Y en qué momento aparece la escultura?
Lo que pasa es que entre los talleres de Artes Aplicadas estaba escultura con Matías Vial y también con Juan Egenau, y cuando toqué la greda y empezamos a hacer los primeros trabajos, yo dije éste es mi mundo, el del volumen. Como además me gustaba el color y tenía ganas de aprender sobre eso, junté volumen y color en el Taller de Cerámica. Las formas que hacía en cerámica no tenían mucha utilidad, pero como el taller estaba guiado por un escultor, Luis Mandiola, de una forma muy fluida empecé a derivar a esta disciplina. Mis formas siempre fueron escultóricas y, de a poco, empecé a incorporar lo que hacía en el Taller con la arquitectura y los módulos, para armar mi propio cuento. Tuve mi examen de título en 1970 y, al año siguiente, se abrió un concurso para un cargo de profesor auxiliar, y lo gané.
¿Le interesaba la carrera académica?
Sí, porque en los dos últimos años del Taller de Cerámica fui ayudante del profesor, porque lo que me interesaba -y me interesa- era contribuir a enseñar y traspasar los conocimientos que yo ya había adquirido. Además, siempre sentí la misión, desde que era alumna, de mejorar el producto que de aquí salía para mejorar a su vez el entorno, mi carrera y mi Universidad. Es que es un sentido de pertenencia muy fuerte y después, como profesora, ha sido igual, porque mi intención es seguir contribuyendo a este lugar y a las personas que aquí estudian, para sacar lo mejor que tienen creativamente.
"No podía estar todo el pensamiento amordazado"
"Siempre fui una mujer muy activa, por lo menos desde la época de la Patria Joven, ese movimiento romántico del que te sentías parte porque creías estar haciendo algo diferente que realmente iba a cambiar el mundo", dice Patricia del Canto sobre una de las razones que motivaron su postulación a "Mujer Generación Siglo XXI". En esa época, y pese a no tener la edad suficiente para votar, la hoy académica del Departamento de Artes Visuales no dudaba en acompañar a su hermana mayor para apoyar públicamente la candidatura presidencial de Eduardo Frei Montalva, que para ella representaba el progresismo ante el conservadurismo de la candidatura de Jorge Alessandri.
"Fue una época muy bonita, aunque yo sólo pude votar en 1970, cuando voté por Salvador Allende", recuerda esta escultora sobre lo que sucedía en Chile justo en el período en que ella iniciaba su carrera académica al interior de la Universidad de Chile. Luego de eso vino el golpe militar, y Patricia del Canto, que ya llevaba algunos años como profesora, fue testigo del cambio que ello implicó, incluyendo el traslado de la Escuela de Bellas Artes y de la Escuela de Artes Aplicadas hasta las dependencias que ocupan hasta el día de hoy en el Campus Juan Gómez Millas, ahora, formando parte del Departamento de Artes Visuales de la Facultad de Artes de la Universidad de Chile.
"Después del golpe hubo un silencio total, y en la Escuela había que andar tanteando el terreno porque no sabías por qué había quedado tal persona, y esa persona no sabía por qué había quedado yo. Había una desconfianza terrible, pero era así, apenas te juntabas con quienes trabajabas, con tus alumnos en clases y después te ibas", recuerda Patricia del Canto, quien en 1973 esperaba a su primera hija y, por complicaciones en su estado de salud, debió estar en reposo absoluto durante todo su embarazo. "Toda la parte álgida, porque 1973 fue bien convulsionado en la Universidad de Chile, yo me la salté. No estuve presente, afortunadamente, porque seguramente hubiese estado metida en todos los boches", dice.
Ese silencio del que me habla, ¿era generalizado?
Absolutamente. Después, en los '80, empezamos a alzar la voz. Imagínate, fuimos la primera Facultad que eligió a su Decano. En la Sala Isidora Zegers se hizo el recuento de votos de los dos candidatos que se presentaron a Decano y, para que veas que éramos rebeldes, pusimos dos urnas simbólicas, una para los estudiantes y otra para los funcionarios, porque solamente votaban los académicos. Y votaron todos, y ganó en las tres urnas el Decano Merino. Logramos eso con la Universidad intervenida, y ese fue nuestro trabajo porque participamos activamente para conseguirlo. Teníamos toda una red a nivel de Universidad, como la Asociación de Académicos, que se formó en esa época y era underground total.
Yo participé en todo eso por la convicción de que se podía armar algo para contrarrestar lo que estaba sucediendo. Lo que pasa es que al principio, y a todos nos pasó, pensábamos que esto duraría como máximo tres años, porque nadie iba a aguantar algo así. Es decir, esto iba a caer porque el mundo no iba a aceptar este horror. Y no pasó nada. La dictadura siguió y se empezó a consolidar. De hecho, los focos de resistencia siempre estuvieron, pero era impensable que esto durara el tiempo que duró. ¡Y la Universidad intervenida por el ejército, con todo el pensamiento amordazado! Era una cuestión oscurantista impresionante. Es más, me acuerdo que el segundo a bordo del Decano Pedro Félix de Aguirre tenía en su oficina su diploma de la CNI, que era lo primero que veías. Te recibía con una sonrisa de oreja a oreja, pero mirabas esa cuestión y era suficiente. Fue fuerte esa época, y era obvio que eso no podía durar, porque era demasiado ridículo, pero a la vez muy peligroso.
¿Por qué cree usted que lograron elegir a un nuevo Decano con la Universidad intervenida?
Lo que pasa es que en esa época estaba como Rector Soto Mackenney, que fue el más "académico" de los militares que ocuparon ese cargo en la Universidad de Chile. A mí me tocó conocerlo directamente, porque en 1983 me hicieron renunciar.
¿Con qué argumento?
En 1983 llevaba cuatro años haciendo clases a mis propios cursos y con un programa completamente diferente al de los otros profesores, pero las autoridades de la Facultad decidieron implementar la cátedra única. Nosotros, que ya teníamos cierto conocimiento de las estructuras académicas, dijimos no, porque en la Universidad es sacrosanta la libertad de cátedra y, por muy ejército que sea el que esté interviniendo, la libertad de cátedra y las cátedras paralelas tienen que existir. Echaron a Luis Mandiola, y a mí me dijeron que podía quedarme siempre y cuando pasara a ser ayudante del profesor Matías Vial, que sería el jefe de la cátedra, y que yo seguiría guiando mis cursos, pero con él evaluando. Y yo dije momentito, eso es imposible, porque para mí eso es intervención y no lo acepto.
Ahí fue cuando me dijeron que tenía que renunciar, porque esa era la única figura posible. Está bien, yo podría ser ayudante, pero tenía un programa completamente diferente, entonces, iba a ser perjudicial para los alumnos, absolutamente antipedagógico, y yo no lo podía aceptar. Fue muy caótico, porque ejercieron hacia mí una presión impresionante. Me acuerdo que en la oficina del Decano -la misma que hoy ocupa Pablo Oyarzún- me decían "entiende, tienes que aceptar ser ayudante. Si no aceptas, no nos dejas otra salida". Echaron con palas a mucha gente porque decidieron que no eran buenos profesores, y en esa época no existían los mecanismos que existen hoy para evaluar el trabajo académico. No podían decidir qué había que enseñar o aprender porque sí. Y yo decía, perdón, ¿pero según san quién? La Universidad tiene que ser mucho más abierta y no voy a renunciar.
¿Y la echaron?
Me presionaron muchísimo. En la camioneta de la Escuela mandaban al chofer y a un auxiliar a mi casa, y estaban todo el día ahí. Me tocaban el timbre, me llamaban por teléfono día y noche para que fuera a la Facultad porque me estaba esperando el Decano. Fue terrible y al final me quebraron, y yo, fuerte y todo, renuncié. Les conté esto a profesores de la Universidad, quienes me dijeron que no podía ser, que apelara, que yo tenía un currículo mucho más completo que el de varios de los que quedaron. Ahí empecé a afirmarme hasta que volví. Y bueno, el Rector era Soto Mackenney, con quien me tuve que entrevistar por lo de la apelación. Nos hicieron pasar, éramos dos o tres profesores de la Facultad que estábamos en la misma situación, y le contamos todo. Y él decía, esto es ilógico, usted tiene toda la razón.
¿El Rector designado?
Sí. Decía que en la Universidad no podía haber un solo criterio, y yo pensaba, en qué planeta estoy. Me dijo que estaba en mi derecho y me hizo un documento que avalaba la apelación y que se adjuntó al expediente. Increíble. Es cierto que él tenía una rivalidad de mucho tiempo con el Decano de esa época, y eso supongo que me favoreció también, pero igual creo que Soto Mackenney fue el único rector delegado con cierta sensibilidad académica, cuestión que se comprobó después. Peleamos harto con ese Rector hasta que lo sacaron, pero siempre nos escuchaba. Íbamos en masa a la Casa Central, gritábamos "Chi-chi-chi-le-le-le Universidad de Chile sin Soto" -ése era nuestro grito-, y aún así nos recibió una o dos veces. Y nunca nos hizo nada, estando los carabineros y los carros esperando su orden para sacarnos a todos. Nunca hizo eso, por lo menos en las manifestaciones en que yo participé. Sí sucedió en otras oportunidades, en la calle, pero a mí no me apresaron nunca.
Cuando volvió a hacer clases, ¿cómo la recibieron?
Muy bien. Estuve todo ese año sin cursos y, cuando aceptaron la apelación, volví y por supuesto que no tenía curso ni sala. Y yo dije, la ley es la ley, así que me tienen que dar una sala, no tengo idea cómo, pero si no lo hacen van a tener problemas. Y conseguí una sala, pero no tenía estudiantes. Entonces, se me ocurrió hacer pasar una lista entre todos los cursos de primer año -es el curso que más me gusta y nunca lo he dejado- para que se inscribieran los alumnos interesados en formar este curso alternativo. Y si en los otros cursos había 15 ó 18 estudiantes, en el mío se inscribieron 35. Después, de a poco, recuperé todo.
¿Y cómo se comportaron los académicos cuando regresó?
Parcos siempre, a excepción de los que me apoyaron, que eran tres o cuatro. Pero yo tenía la certeza de que estaba en lo cierto, esa convicción en la que sabes que estás haciendo lo justo. Y cada vez que me ha pasado algo así -no fue la única vez, he sufrido varias zancadillas fuertes-, he tenido la convicción de que yo tengo la razón, de que lo que estoy haciendo es justo. Hay personas que me han hecho unas zancadillas atroces, y después hacen cosas totalmente diferentes, como darme un premio. Es muy raro, pero es así. Las agresiones que he sufrido, que han sido varias en todo este tiempo, finalmente han debido revertirlas, y eso me da harto orgullo porque refrenda que realmente estoy en lo cierto, que no lo he hecho mal y que tengo la razón. Es bueno poder mirarse al espejo todos los días y decir sí, adelante, estás siendo honesta. Reconozco que me he defendido, y cuando uno se defiende, tiene que herir, desgraciadamente. Pero siempre ha sido en contra de mi voluntad, porque mi voluntad nunca ha sido partir atacando, pero si me agreden, me defiendo. En ese sentido diría que soy reactiva.
Supe que también había sido exonerada.
Fue en los últimos estertores de la dictadura, porque Federici fue la gota que rebalsó el vaso. Estaba todo Chile en contra de él, y nosotros sacamos el cuento hacia afuera para que el país se diera cuenta de quién nos estaba interviniendo. Lo pusieron para aplastar a estos revolucionarios que no se quedaban tranquilos y que no había como someterlos porque la mayoría eran brillantes. Varios premios nacionales fueron exonerados por Federici, la gente con mayor valor académico e intelectual de este país.
¿Y a usted también la exoneraron?
Sí. Por ahí tengo guardada la exoneración. Que te exonerara Federici era casi una condecoración, porque él personificaba lo más abyecto del sistema imperante y nosotros la antítesis total. Era un movimiento muy potente y muy unido, lo que hacía muy difícil contrarrestarlo, y además estaba guiado por personas muy valiosas y respetadas en el ámbito académico. Se logró que todo el país estuviera en contra y eso para el régimen era inaceptable. De ahí las exoneraciones, que finalmente no se hicieron efectivas.
Profesora, ¿y qué la lleva a seguir comprometida con esta Universidad y con esta Facultad, llegando incluso a ser Directora del Departamento de Artes Visuales?
Creo en lo que hago. Como te decía, desde que era estudiante, tenía esa cuestión romántica, pero no conscientemente. Hoy día, revisando para atrás mi quehacer y mi actitud como estudiante y después como académica, sigo con esa convicción y misión de mejorar las cosas. Sé que puedo contribuir a eso, porque estoy convencida de que lo que estoy haciendo está bien. Sigo haciendo clases porque considero que los resultados que obtengo son muy buenos. Eso es lo que me mantiene. El día que vea que lo que estoy logrando es pésimo o no muy bueno, que no tengo ganas de hacer clases o no me gusta venir, tendré que replantearme al respecto. Ahora, si tuviera que venir todos los días, creo que sería distinto. Por eso no fui a la reelección de Directora de Departamento, porque estar en la oficina desde las 8 de la mañana a las 8 de la noche no es para mí. Respeto muchísimo a la gente que hace ese tipo de trabajo, y por eso me da tanta rabia cuando dicen que los políticos no hacen nada. Te digo, la mayoría se saca la mugre, como todas las personas con las que trabajé en la Asociación de Académicos. Eran ellos los que armaban las pautas, unos cerebros que incluso, algunos, están hoy en el Senado Universitario, han sido Rectores, Decanos, Directores de Departamento, de todo, porque son personas brillantes que se han comprometido a fondo con la Universidad. Y yo lo comprobé.