Aparte de consecuencias como el llamado efecto invernadero, el material contaminante distribuido en la atmósfera, y más específicamente, en ciertos niveles superiores de ella, tanto en la historia geológica del planeta como en la breve historia humana, especialmente a partir de la revolución industrial, han provocado efectos sobre la radiación solar incidente actuando como una suerte de pantalla protectora o espejo que ha estado reflejando y devolviendo al espacio una proporción importante de ella, lo que considerando el adelgazamiento o la destrucción progresiva de la capa de ozono, se podría calificar como un efecto positivo tanto para la salud de las personas, animales y plantas como desde el punto de vista de la evaporación.
En este contexto, durante el Siglo XX se generó una corriente de conocimientos, en un principio poco considerados en las esferas científicas, que hablaba del oscurecimiento global (Global dimming) que estaba provocando la capa de contaminantes, cuyo efecto más notable se apreciaba en la disminución de los montos de agua evaporada. Este fenómeno se detectó en diversas partes del mundo al analizar los registros de los evaporímetros de tanque de algunas estaciones meteorológicas. También es posible establecer que a mediados del siglo XX existía un menor ingreso de radiación ultravioleta dado el uso de aceites bronceadores y los menores índices de quemaduras en la piel, y el casi nulo desarrollo y consumo de filtros solares.
Sin embargo, y producto al parecer del efecto de las medidas ambientales tomadas y aplicadas progresivamente a nivel mundial a partir de la segunda mitad del siglo XX, la emisión de contaminantes atmosféricos de origen antrópico habría estado disminuyendo, puesto que se ha estado asistiendo a un aclaramiento o transparentización progresiva de la atmósfera, fenómeno que ha recibido el nombre de Global Brightening. El incremento de los índices de radiación ultravioleta y del incremento del factor de protección solar (SPF) de las cremas para tomar el sol en los últimos años es una clara demostración de aquello.
Debemos recordar que los aceites que ayudaban a tostar la piel en forma sana hacia mediados del siglo pasado, fueron gradual pero rápidamente reemplazados por los protectores solares, primero con factores 5, 10 o 15. Hoy en día lo que se recomienda es usar factores sobre 30 o 45.
Lo señalado es una clara muestra de los cambios en la intensidad con que la radiación solar ha estado atravesando la atmósfera, cambios a los que la bien informada industria farmacéutica ha respondido con prontitud.
De continuar la tendencia del brightening es previsible que la humanidad y la biósfera como un todo vayan a necesitar una suerte de pantalla solar a nivel atmosférico para protegerse de graves consecuencias, entre las que la salud, la producción de verduras, el balance de masa de los glaciares y la disponibilidad del recurso hídrico entre otros, se verán afectadas en grados o escalas difíciles de pronosticar con exactitud.
Dado este muy probable escenario, cabe preguntarse si la emisión de contaminantes a la atmósfera era y es un proceso totalmente negativo, o también tenía y tiene su lado positivo al compensar la destrucción de los filtros atmosféricos naturales con elementos de reemplazo generados por la actividad humana. Esta pregunta viene a cuestionar el paradigma clásico de la negatividad absoluta de la contaminación atmosférica.
Otro planteamiento resulta de considerar la dimensión o expresión espacial de ambos fenómenos. Reflexionando sobre el origen de ambos, se podría argumentar que el global dimming es un fenómeno que se concentraría en las áreas de desarrollo metropolitano e industrial, incluso la cúpula gris urbana sería parte de ello. Por otro lado, el global brightening sería predominante en las áreas rurales, donde la producción propia de emisiones es claramente mucho más baja, o de sectores donde el efecto tanto de la circulación atmosférica como de los vientos locales provoca una dispersión de los contaminantes. También ciertas zonas suelen sufrir una radiación más intensa en los días despejados, especialmente después de una lluvia, como ocurre en ciudades como Santiago y hasta que los contaminantes lavados se levanten nuevamente hacia la atmósfera inmediata. En el caso de los desiertos interiores cálidos, es válido suponer que por la escasa contaminación, deberían estar sufriendo un incremento de la radiación solar, fenómeno que se amortiguaría por la presencia de las nieblas persistentes en las zonas costeras, como ocurre en el litoral del norte de Chile generando hábitats más benignos.
La problemática es compleja y amerita investigaciones a nivel de los países, tanto como a nivel local y entre contextos litorales e interiores a distintas latitudes, para dilucidar las tendencias del fenómeno.
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