IV.3.5 ¿! Hasta cuándo...!? (La Época, Diciembre de 1996)

"La tarea universitaria es extremadamente delicada, crucial en un país que se desarrolla y precisa más (y no menos) investigación y creación superior. Requiere, por tanto, más excelencia académica en la forma de programas de investigación, posgrados, artes, letras y tecnología. Para el Estado, la asignación de esas tareas no debiera envolver complicaciones: los recursos deben fluir hacia donde efectivamente exista la capacidad probada de llevarlas a cabo en forma óptima.

Desgraciadamente, algunos legisladores piensan que este principio lleva a "discriminar" a favor de las universidades con más tradición, y en contra de las derivadas y regionales, consideradas más desventajadas.

¿Hasta cuándo es factible aceptar esa lógica? Es cómo postular que al obtener los senadores de la República ingresos mayores que los obreros se estaría discriminando contra estos últimos en favor de los primeros. La lógica correcta recomienda usar los recursos donde sean socialmente más rentables, es decir, donde produzcan académicamente más. Lo apropiado sería requerir mayores recursos para el desarrollo de las universidades derivadas y regionales, para asentarlas como entes de jerarquía académica, sin con ello sacrificar la producción de los centros de mayor excelencia.

¿Hasta cuándo se acepta la espada de Damocles anual sobre la Universidad de Chile? Sus programas académicos penden de lo que desee hacer cualquier autoridad pública con el presupuesto anual; en forma arbitraria, no en función de resultados e impacto. No es así posible obtener la estabilidad que requieren los programas académicos más exitosos.

El gobierno debe incorporar los llamados "recursos extraordinarios" al presupuesto ordinario, ya que esos recursos compensaron en parte la remoción que se indujo en los años 80, y terminar con la "amenaza" anual.

¿Hasta cuándo se acepta que los recursos del Estado se asignen sin ninguna posterior evaluación de impacto? Es urgente mejorar la calidad de la gestión de estos recursos para que se usen de una manera acorde con los objetivos nacionales que deben inspirar el quehacer universitario. Las buenas universidades estarán siempre en desventaja cuando el criterio asignativo que prime sea el de la "igualdad" entre quienes usen el mismo apelativo, sin con ello justificarlo en aras de su productividad académica.

¡Hasta cuándo se deja de lado el concepto de Universidad Nacional del que es depositaria la Universidad de Chile? ¿Hasta cuándo se la trata de enfrentar con las universidades derivadas? ¿Hasta cuándo se pide más conflicto para solucionar un problema que pende de principios y objetivos de largo plazo? ¿Hasta cuándo es la educación objeto de mezquinos intereses y sutiles mensajes políticos?".

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