Conmemoración del Centésimo Quinquagésimo Aniversario del Código Civil.

Estamos celebrando el sesquicentenario del Código Civil chileno, obra colosal del primer Rector de la Universidad de Chile, don Andrés Bello, pieza jurídica de primera importancia en el país y de enorme influencia en el continente latinoamericano. El Código Civil marca con gran propiedad la consolidación de la joven República de Chile a mediados del siglo XIX, al crear la institucionalidad que norma las relaciones entre las personas, y de ellas con el Estado. El Código Civil y la construcción de la República soberana constituyen dos conceptos cuya necesaria interrelación no pasó inadvertida a don Andrés Bello, quien percibió que la estabilidad que se consolidaba en los días en que se asentaban las instituciones republicanas en Chile –proceso que envolvió evidentes dificultades y un acomodo social y político de notable envergadura– sólo podía lograrse verdaderamente en la medida en que se adoptara una institucionalidad formal que sellara efectivamente la vida jurídica del Chile independiente.

Por ello, también, el Código Civil y el proceso de institucionalización que vivió Chile en esos años en que también crecía nuestra Universidad como la heredera directa de las universidades coloniales, es inseparable de la figura de don Andrés Bello, el intelecto magnífico, el Gran Creador, el insigne humanista que Chile tuvo la suerte de acoger. Fue su visión y su decidida entereza lo que permitieron dar vida al código, y así otorgar un paso fundamental en una construcción de República que ha sido un ejemplo entre las antiguas colonias de Hispanoamérica.

En la llamada etapa integracionista de su vida, a partir de 1829 y hasta su muerte, don Andrés Bello se muestra como un convencido americanista, además de creador enciclopédico e intelectual orgánico vinculado al aparato estatal, participante protagónico en la escena pública y política chilena. Se trata del Bello que busca la consolidación de una América independizada que precisaba urgentemente consolidar una institucionalidad basada en una cultura e historia común, pero que se fundara en la tradición jurídica europea. Se trata del Bello político, quien se constituye en motor cultural y hombre de Estado para, desde su posición de Rector de la Universidad de Chile desde 1842, producir una serie de iniciativas intelectuales que tienen como norte la consolidación de la República y como campo de acción el país chileno, aunque en verdad el efecto visible de su obra ha de acaecer y proyectarse mucho más allá de las fronteras de Chile.

El trabajo de Andrés Bello fue verdaderamente pensado con relación a la región latinoamericana, manifestando la preocupación por la consolidación política de las jóvenes repúblicas como la vertiente principal de su obra. Cuando se estudia el curso de elaboración del Código Civil, que ocupó un gran número de años en comisiones de trabajo del más alto nivel en la República, es posible darse cuenta del enorme empeño, del convencimiento de Andrés Bello como su principal impulsor. No fue solamente el quien dio vida a ese trabajo elaborando aportes fundamentales, sino quien también continuó aportando con tesón al desempeño muchas veces aletargado de las comisiones, y terminando por si mismo el trabajo cuando aquellas prácticamente habían desistido de su responsabilidad. Supo sortear las incomprensiones, el efecto de muchos juegos políticos inevitables, las visiones estrechas y cortoplacistas, la crítica infundada recurrente. Frente a todo ello, primó su esfuerzo, su enorme capacidad intelectual, su convencimiento, su alta figuración.

En Chile, Bello es nombrado Rector de colegios, redactor de El Araucano, miembro de la junta directora del Instituto Nacional, y como parte de una comisión educacional designada por el Gobierno para definir ciertas políticas. En esta dimensión de educador se pronuncia fuertemente contra la censura y a favor de la libertad de conciencia. En 1832 publica su Tratado del Derecho de Gentes y en 1834 los Principios de Ortología y Métrica de la Lengua Castellana dando así pruebas no solo sobre la diversidad de su obra y su fecunda capacidad intelectual, sino también acerca de su preocupación por asuntos que se vinculan con la necesaria integración efectiva del país. Estas publicaciones, jurídicas y lingüísticas, son materiales que trascienden la coyuntura política chilena y se ofrecen como apoyo al desarrollo de una Iberoamérica que decrece y de una América Latina que emerge, y que Bello llamó siempre “América”, en la inspiración principal que alimentaba su espíritu, como era la idea de consolidación y unidad de nuestras nuevas naciones.

El mundo de Bello se desarrolla, así, por dos carriles: uno filológico y otro jurídico, amén de su activa participación en la gestión política y la universitaria. Por un lado, las leyes derivadas del Derecho Romano son un elemento de unidad e integración que Bello propone a las nuevas Repúblicas latinoamericanas, requirentes de un sistema normativo que las estructurara y les proporcionara un factor cohesionador; por otro lado, se aboca a la comprensión de una lengua bicontinental pero latinoamericana, también como una forma en que Bello provocó la convergencia y la unidad de las emergentes formaciones sociales latinoamericanas.

Ha destacado Felipe Herrera que “el significado permanente que Bello tiene, desde múltiples perspectivas, para la unidad cultural de nuestro Continente. Son los comunes orígenes y valores culturales, sumados a nuestras trayectorias históricas paralelas, las circunstancias que contribuyen a entender nuestro crecimiento económico y social”. En efecto, ya bien asentado en Chile, Bello sigue aportando no solo con sus brillantes traducciones de obras francesas, sino que en su cargo como Senador de la República y como Rector de la Universidad de Chile, produce escritos que se refieren tanto a sus lecturas como a las experiencias chilenas específicas. Su pensamiento queda expresado claramente en el discurso de inauguración de la Universidad de Chile, en 1843, uno de los mejores actos fundacionales de la historia republicana chilena, donde declara que en la Universidad de Chile, “todas las verdades se tocan”, es decir concibe a la Universidad como un todo integral e interconectado.

Bello tenía en Chile una clara conciencia de la necesidad de la integración latinoamericana, afianzada tanto en su visión cultural como en su visión histórica, tal como queda patente en su posición en cuanto a lo que le parecía la vinculación más fundamental de las nuevas repúblicas con España, en razón de la lengua heredada por el nuevo mundo, y que sería también el elemento fundamental de unidad e integración latinoamericanas. Para Bello, el diagnóstico acerca de la evidente fragmentación americana, trae de inmediato la necesidad de una política integradora. Todo puede contribuir, en su visión, a dicha unidad: lengua, tradición, juridicidad, institucionalidad, anhelo de paz. En 1847 da a conocer su Gramática de la Lengua Castellana, un intento definitivo de capturar el lenguaje americano en desarrollo y crecimiento, que es una modalidad única de conexión e integración entre los latinoamericanos. El español de América es el Continente del patrimonio común de tradiciones y comprensiones y es parte de las aspiraciones del sujeto americano. Esta gramática está dedicada, casi por oposición como su autor lo expresara “a los habitantes de Hispanoamérica”. Dice en el prólogo: “no tengo la pretensión de escribir para los castellanos. Mis lecciones se dirigen a mis hermanos, los habitantes de Hispanoamérica. Juzgó importante la conservación de la lengua de nuestros padres en su posible pureza, como un medio providencial de comunicación y un vínculo de fraternidad entre las varias naciones de origen español sobre los dos continentes”.

Pero Bello también abrigaba la convicción de que la frágil institucionalidad política de las colonias recientemente independizadas, se convertía en una debilidad de enormes proporciones que ponía en riesgo su supervivencia como naciones independientes, y objetaba seriamente su evolución como proyectos exitosos económicos, sociales y políticos. En 1855 se publica su Código Civil, que es un paso más en la línea jurídica que siempre constituyó su obra, y en la inspiración política global que la misma envolvió en todas sus dimensiones y expresiones americanistas. Este Código Civil ha sido alabado en muchas oportunidades y ha sido considerado y hasta adoptado formalmente por muchas Repúblicas latinoamericanas, puesto que contiene aspectos originales, precisos, poéticos, en los ítems legislativos que le otorgan generalidad por encima de apreciables diferencias en la constitución interna de cada país.

Como se ha visto, la ética y la estética, la ley y la lengua, marchan paralelamente en Bello, y se constituyen en los principales mecanismos unificadores de las Repúblicas del nuevo mundo. Por eso, la celebración de los 150 años del Código Civil que tiene lugar como motivo de este Congreso y en esta ceremonia, no podría ocurrir sin aludir de modo específico a la tarea de su autor, don Andrés Bello el más insigne americanista de nuestra Iberoamérica. No puede tampoco considerarse como una obra aislada de su intelecto, de su empeño por consolidar el tránsito político de Chile post-independencia y luego de las profundas rupturas que, como Lircay representa en forma evidente, reseñaron la dramática realidad de una transición difícil, que avanzó entre cruciales diferencias y enfrentamientos entre bandos políticos y militares.

No puede, además, pensarse en el Código Civil como una simple y buena recopilación, ya que su elaboración envolvió un trabajo original de enormes proporciones, basado en la inspiración de su autor, en su capacidad de observación de la realidad y en su brillante concepción de la norma social como elemento articulador de la vida en sociedad. El Código Civil, mucho más allá de sus implicancias técnicas y basadas en el conocimiento del derecho como disciplina y como práctica social, es un instrumento que revela la antropología de nuestra América, la realidad de nuestras relaciones y problemas, el espíritu verdadero de una sociedad que aspira a su plena realización y a la mejor organización posible para apoyar su tránsito definitivo a la vida independiente.

Para la Universidad de Chile constituye un verdadero honor el ser protagonista en este homenaje por los 150 años del Código Civil, que es finalmente un homenaje a nuestro fundador y primer Rector. Es un orgullo dar cabida a un homenaje que ciertamente destaca en forma justa a nuestra Escuela de Derecho, cuna fundamental de la investigación y de la formación en el Derecho en Chile. Es también motivo de nuestra satisfacción que este Congreso Internacional que conmemora los 150 años del Código Civil aune el trabajo de cuatro universidades tradicionales chilenas, marcando con ello el sino de los tiempos, en cuanto a que la colaboración y las redes pueden potenciar enormemente la contribución universitaria hacia el país, sobre la base de excelencia y compromiso nacional.

Tendremos oportunidad de apreciar en el patio Ignacio Domeyko de esta Casa Central, una pequeña muestra de los tesoros que alberga nuestro fondo Andrés Bello. A través de ellos puede uno construir directamente una imagen acerca del trabajo que el creador del Código llevara a cabo para su definitiva realización. Esta allí, en medio de correcciones y escritos diminutos, la prueba directa de sus sueños, de sus desvelos interminables, de su trabajo incansable, con el que quizás pudo hasta imaginar, con su visión prodigiosa, proyectado en el tiempo y el espacio que 150 años más tarde estaríamos todos aquí para rendirle homenaje y adhesión.

Agradezco muy especialmente la presencia de S.E. el Presidente de la República en este acto tan significativo para la Universidad y para Chile. Gracias también a los señores rectores de las universidades que nos han acompañado en la organización de este magno evento, y ciertamente gracias a los empeños de la comisión organizadora de este Congreso que inauguramos, para dar lugar a un programa brillante, que pone de relieve los esfuerzos de internacionalización del sistema universitario, pero también la excelencia de nuestro trabajo en Derecho, que como antes, siempre nos ha de llenar de orgullo.

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