Ceremonia de Titulación de la Facultad de Ciencias Económicas y Administrativas

Le llamamos inversión en capital humano. Formación de un stock de conocimientos destrezas y aptitudes que produce un impacto en productividad. Un proyecto de inversión, cuya rentabilidad se ha de medir por la comparación entre los costos y los beneficios. Pero también le llamamos Educación, una forma de preparar a las personas para su desempeño en la vida.

La pregunta es si eso es todo lo que significa para nosotros la Educación. La interrogante es si no hay algo más, más importante, más trascendente, más valioso que una simple preparación con una cierta tasa de retorno financiero. Es una pregunta lúcida que vale la pena discutir en esta ceremonia de graduación en que nuevos profesionales terminan una etapa; y en la que todos esperan que el Decano entregue una última clase. La postrera enseñanza (si eso no resulta un apelativo demasiado trágico) para los alumnos que se van.

En verdad, la Educación es más que un proyecto material con uso directo productivo. Es una forma de transmitir valores y conocimientos para perfeccionar, buscar la verdad, preparar a las nuevas generaciones en forma integral. El esfuerzo de educar va mucho más allá del empeño de instruir, en donde la concentración del trabajo formativo se da en las cuestiones meramente instrumentales, acotadas a su uso específico, sin tiempo para mirar el mundo, para copiar conductas, para emular acciones válidas y necesarias.

Educar más que instruir es algo que debe mencionarse claramente en los días en que la competencia universitaria hace que, cualquier tipo de institución de instrucción superior pueda llamarse Universidad. La formación educativa de la Universidad es una que tiene que ver con las vivencias y el contacto entre maestros y estudiantes, más allá de la pura instrucción. La formación integral de un individuo requiere transmisión de valores que son importantes en el caso de un profesional; creo que lo que distingue de verdad a una Universidad, no es el contenido específico de los conocimientos impartidos, los detalles técnicos, las lecturas, los modelos y las formas de enfrentar ciertos problemas. Es fácil replicar la forma de enseñar en este sentido; cualquier institución con buenos instructores, puede instruir adecuadamente.

Pero la Educación, como he dicho, va más allá. Por una parte, porque implica la entrega de valores y el desarrollo de principios éticos sólidos e inconmovibles. Eso se logra solo con el ejemplo de maestros convencidos de su misión y capaces de proyectarse en la vida de futuras generaciones, en situaciones complejas y distintas que podrán poner a prueba los principios éticos. Puede decirse que eso es también fácilmente replicable; no creo que tan fácil, porque se requiere de una permanencia en la Universidad y de una identificación con su misión, que no es adquirible en un mundo de instituciones de instrucción más transitorias o flexibles.

Pero más allá de todo ello, las universidades necesitan crear conocimiento nuevo, vaciar su experiencia formativa y el conocimiento del campo profesional o disciplinario, para generar ideas nuevas, formas distintas de enfrentar los problemas, soluciones diversas, modelos alternativos. No hay verdadera Universidad sin investigación; sin creación en distintas áreas; sin interacción disciplinaria; sin poner en contacto a las mentes jóvenes con la diversidad que envuelve el conocimiento pleno. Ello no es fácilmente reproducible; requiere excelencia académica, la exposición a la crítica de los pares académicos, la construcción de una institucionalidad en que exista efectiva libertad académica.

La Educación Universitaria verdadera se refleja en los aspectos formativos integrales, exponiendo a los estudiantes a los temas éticos y valóricos, desarrollando su capacidad para tomar opciones basados en su juicio e independencia, y exponiéndolos también al conocimiento nuevo y al contacto con quienes lo están generando; eso es una forma de entregar a la sociedad innovadores y líderes para los objetivos de desarrollo y crecimiento.

Ustedes queridos jóvenes recién graduados han sido sometidos a ese tipo de Educación integral, fuerte, con perspectiva, con profunda interacción. Hoy se alejan, pero hemos sido nosotros los que hemos hecho una inversión en ustedes. En lo que representan, en lo que valen y proyectan hoy para la sociedad chilena; en los sacrificios que ustedes y sus familias han hecho, como también nuestros desvelos por darles la mejor Educación posible, como corresponde a una gran Universidad como es la Universidad de Chile.

Ingresaron hace cinco años (algunos unos pocos más), por la puerta ancha de la Facultad, hoy abierta a la presencia de las ideas y a la inteligencia joven y más vieja. Eran todavía niños, como asustados, queriendo iniciar una aventura de conocimiento en las todavía desconocidas disciplinas universitarias. De nuestra mano han caminado muchos semestres, muchísimos cursos, muchos más exámenes y pruebas de todo tipo. Han sido tan hijos nuestros como de vuestros hogares; créanme, nos hemos sentido tan felices con vuestros triunfos, como tristes frente a los inevitables contratiempos. Como los barcos, ustedes han navegado por mares tranquilos y tormentas impredecibles; han sabido enfrentar los sargazos, se ha acerado el espíritu... Y vuestra mente de niños asustados, ha ido cambiando a la de jóvenes maduros, en el fondo –sin embargo— los mismos niños asustados frente al salto que hay que dar hacia afuera.

Han ido de nuestra mano por la senda de una formación específica y general que ha sido exigente. Les hemos enseñado a sortear los arrecifes; los hemos hecho llegar a playa segura; les hemos dado el mejor ejemplo que hemos podido para asegurarles siempre un buen navegar; los hemos puesto en contacto con la nueva navegación, los nuevos instrumentos, para convertirlos en marinos y marineras capaces de navegar por si solos, orgullosos frente a tanto barco pequeño que queda a la deriva irremediable.

Pero no podemos asegurarles el destino definitivo. En los días de la globalización, de la modernización permanente, de la continua revolución comunicacional e informacional, ustedes, tendrán que venir a preguntar a sus viejos (y algunos jóvenes) profesores, por los nuevos arrecifes, los nuevos problemas, las nuevas técnicas de navegación en la vida y en la profesión. No hay nadie que hoy pueda irse de la Universidad para siempre... Tiene que volver (esto es, si algún día quiere llegar a destino cierto...). Por tanto, las graduaciones como ésta han pasado a ser la culminación de una etapa, el salto a un nuevo escenario, pero no un adiós definitivo, ni nada de lo que se nos decía en el pasado lejano de nuestras propias graduaciones. Tendrán que volver a lo que quizás han odiado o amado intensamente: la econometría, la planificación estratégica, la auditoría, la macroeconomía, la contabilidad de costos.

Queridos jóvenes: No crean que el alejamiento de esta generación no nos causa pena; uno se acostumbra a los hijos que pasan por nuestras clases, a ver las caras de ustedes. En el patio, en el campo deportivo, en el casino. De escuchar sus risas juveniles, o de compartir muchas veces con ustedes, las penas... Pero no se van, en verdad se quedan con nosotros, como todos nosotros, formados aquí, pero que hemos crecido en torno al alma mater inmortal.

Ustedes han teñido su corazón de azul junto con nosotros. Se han hecho hijos de la Universidad de Chile, como todos nosotros. Tienen que compartir ahora sus preocupaciones, sus proyecciones, las tareas institucionales; no pueden dejar olvidada al alma mater, como hijos de ella, que los acogió con los brazos abiertos para entregarles los instrumentos para mejor luchar en la vida.

La Universidad de Chile, grande y fecunda, institución social, como dijo el Rector Valentín Letelier, la casa donde se cobija el corazón y la mente, como señaló Juvenal Hernández. Esta Universidad de Chile, que sufre y ríe, crece y se aminora, cambia con el tiempo, pero siempre sigue siendo la grande, la mejor, la única, la de ustedes. Y la nuestra.

El historiador Marc Bloch dijo que los hombres se parecen más a su tiempo que a sus padres. Ustedes han sido entrenados para ir más allá de nosotros. La capacidad que hemos inspirado en ustedes consiste en asimilar los tiempos nuevos, los cambios impredecibles. El navegar por mares cambiantes y en otras dimensiones, impensadas, intranquilas, que requieren de la recia mano del bien entrenado. Han sido preparados para parecerse más a ese tiempo que a nosotros mismos, porque la historia progresa, la sociedad progresa, Chile progresa. Se van en un momento crucial... Habrán muchas preguntas más adelante... Pero estaremos aquí, para aprender junto con ustedes, los nuevos mapas de ruta, las nuevas estrategias... Y podremos contestar sus inquietudes, volverlos a tomar de la mano, para descubrir juntos la forma de derrotar los obstáculos.

Con este mensaje quiero decirles hasta pronto, queridos egresados nuestros. El mensaje de amor por la Universidad de Chile, por lo que nos ha dado a todos, por lo que dará a los hijos de ustedes, y a sus nietos, y a las próximas generaciones: una educación de verdad, una formación de verdad, para formar hombres y mujeres de verdad.

Gracias a ustedes. Por ser tan buenos hijos. La despedida del final es un sentido, un profundo: hasta pronto... Vuelvan luego... Hay muchas lecciones que todavía tendremos que repasar juntos.

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