Homenaje a Ignacio Domeyko encabezado por la Presidenta del Senado de Polonia
Estuve en su hogar hace sólo unos días. Visité su escritorio y toqué sus anaqueles de libros, entre los cuales figura una colección de la revista anales de la Universidad de Chile, como también libros especializados en su pasión de vida, el estudio de los minerales. Se respira en el lugar un aire de recogimiento; es la presencia del sabio que habita aún en la vieja casa de la calle Cueto; en la esquina del cuarto, su foto tomada en la tierra natal, en una visita que efectuara cuando ya era un hombre maduro. Por doquier, sus adornos, el escudo polaco y aún restos de su colección de minerales -pese a que el grueso de la misma se encuentra en la Universidad de La Serena.
La casa está aún profundamente dominada por su presencia. Dos de sus nietas -con el encanto firme e innegable de su ascendiente europeo- me hablan de la familia, de sus extensiones y realizaciones, de la rica experiencia de una vida intergeneracional en Chile. Me hablan del Ignacio Domeyko hombre, padre, abuelo, bisabuelo. Del Ignacio Domeyko inmigrante, profesor, investigador, rector y sabio insigne. De su familia se puede desprender la presencia siempre viva de la memoria del ilustre fundador de la dinastía. El Ignacio Domeyko más joven me sonríe, y en su rostro creo descubrir la figura del antepasado en el orgulloso retrato tomado en su tierra natal. El Ignacio Domeyko niño me mira con sus ojos azules, y junto al conversar y al disfrute de las castañas confitadas que solo el legado familiar ha permitido conservar en el tiempo como un tesoro fantástico, creo descubrir en su rostro la presencia del tatarabuelo.
Y es que la presencia de Ignacio Domeyko trasciende al tiempo y al espacio. En realidad, su figura se pasea por el amplio jardín interior de la casa, por sus vetustos aleros, por las habitaciones cargadas de tiempo, y por el ánimo de quienes la habitan, tan vinculado a la memoria del pasado y del glorioso antepasado. Al recordar en esta sala mi vivencia en la vieja casa de calle Cueto -vinculada por azar a mis más tempranos recuerdos de niño- solo quiero reseñar lo trascendente que puede resultar una persona, lo inmutable en el tiempo que puede ser su figura, y lo significativo que esa misma persona haya sido un gran académico y un gran rector de una gran Universidad. Ha sido muy rico para mi descubrir al hombre y acercarme a sus vivencias más cotidianas, y de conocer de cerca los retos que su existencia han dejado para quienes hemos continuado en la senda académica.
Ignacio Domeyko fue un insigne Rector de la Universidad de Chile. Sentí un gran estremecimiento al estar en contacto con sus objetos de trabajo -pensar, me dije, que soy el nuevo rector y este hombre ya marcó hace más de un siglo, las líneas por las cuales debo ahora tratar de mover a la Universidad.
Domeyko no fue solamente un Rector, sino también el gran reformador que, por la vía del cambio, hiciese más fuerte la obra de Bello. Llegó a Chile en 1838; su obra de mayor impacto fue la "memoria sobre el modo más conveniente de reformar la institución pública", en que el sabio, el científico, trasciende al ámbito de las políticas públicas. Sus reformas más importantes fueron dos: la separación del Instituto Nacional en dos secciones y la creación de un seminario pedagógico.
La ley de 1842 no afectó a los estudios conducentes a los grados universitarios, los cuales siguieron teniendo lugar en el Instituto Nacional. La idea que la Universidad de Chile tomará tuición de esos cursos, como antes lo había hecho la Universidad de San Felipe y como en efecto lo hacían las universidades europeas, surgió muy pronto. Domeyko fue uno de los impulsores de esta visión. Enfatizó esta necesidad de separar los estudios universitarios de aquellos que denominó "instrucción colegial". La idea se concretó prontamente, y dio lugar a la separación concreta de ambas actividades.
La trascendencia de esta iniciativa es que separó el cuerpo docente de catedráticos destinados al trabajo universitario, de aquel grupo de mera enseñanza formada por hombres destacados en alguna disciplina. Se concretó a pesar de las protestas de Antonio Varas, a la sazón Rector del Instituto Nacional y quien había traído a Domeyko desde Coquimbo a Santiago. La mencionada separación dio lugar efectivamente a la generación de una verdadera academia universitaria, cuyo cultivo y desarrollo y legado constituye hoy en día el reto por una mejor Universidad de Chile.
El mismo Domeyko explicó esa gestión que culminó en la separación entre la sección inferior, la del liceo, y aquella correspondiente a las cátedras universitarias; el carácter del hombre se nos revela al comentar que "por cortesía hacia Antonio Varas se acordó no darle todavía a esta segunda sección el nombre de Universidad, sino de delegación". Hay que hacer notar que en estos años tan tempranos, también era necesario que el Rector manejara temas delicados con un cierto sutil arte de comunicador, para así evitar conflictos mayores.
El mismo Domeyko asumiría esa delegación y lo ocuparía hasta 1867 (es decir, por 15 años) cuando pasó a ocupar la rectoría de la Universidad de Chile en reemplazo del fundador don Andrés Bello. Pero de este hecho surge con claridad la profunda importancia que la gestión de Ignacio Domeyko tuvo en los primeros años de vida institucional; cuan indispensable y trascendente fue su período en el cual se dio forma efectiva a la vida académica y al diseño del trabajo universitario más allá de la formación profesional; durante su gestión se incrementó el profesorado y se creó la actividad formativa que orientaría de acuerdo al esquema europeo de Universidad. Al comenzar la década de 1870, la institución contaba con alrededor de 400 alumnos.
Pero también Domeyko diseñó el seminario pedagógico, una obra que tuvo colosales implicancias posteriores por la influencia que tuvo la Universidad de Chile en el desarrollo de la educación, particularmente de la educación pública chilena.
"Fundada sobre bases distintas de la de la antigua -refiriéndose a nuestra antecesora Universidad Real de San Felipe- no será esta una institución de mero lujo, ni una arena en donde solo reporte inútiles triunfos a la sutileza del ingenio. Trabajos de más provecho y de más solidez han de ocuparla" estos fueron los conceptos que el Presidente Manuel Montt emitió con ocasión de la fundación de la Universidad de Chile. Ello constituyó una visión, que sería concretamente asumida e impulsada por Domeyko, tanto durante su cargo de delegado universitario bajo la rectoría de Bello, como cuando asumió entre 1867 y 1883 la rectoría de la institución.
Bajo su mandato ocurrió un cambio importante en los énfasis del trabajo universitario. La ley de 1879 puso el acento en la formación profesional de los estudiantes. Impone ella una formación profesional sobre el otorgamiento de las licenciaturas, en forma muy consonante con las tendencias positivistas de la época. La enseñanza profesional es lo más medular del hacer universitario; el saber, la cultura y la investigación subsisten solo como un mérito asociado a las personas. Asimismo, la enseñanza secundaria se pone en función de este sesgo profesionalista, mientras la Universidad crecía cuantitativamente en forma muy importante. La rectoría de Domeyko logró en términos prácticos moderar estas tendencias, protegiendo el desarrollo de los estudios generales no profesionalistas, ya que el Rector entendía la trascendencia de los mismos para el fin último de formar profesionales graduados universitarios. Es así como la historiografía, por ejemplo, tiene una época de singular esplendor durante su gestión, como lo muestran los trabajos de Medina, Barros Arana y Errázuriz. Del mismo modo, lo son los estudios en geografía y economía, como también en la teoría básica del derecho, que se alejan de la pretendida estrechez de la formación profesional introducida por la mencionada disposición legal.
Domeyko completó 16 años como Rector de la Universidad de Chile. A pesar que en esos años existía una muy nítida identificación del Estado de Chile con la tarea universitaria, lo cual hacía menores los grados de conflicto, no cabe ninguna duda de que no era, por otro lado, una labor fácil. Se trataba de dar forma a una Universidad, de empujarla por los cursos más convenientes, y de dibujar para el futuro una institución que era, en gran parte, reñida con la cultura política y social local. Incluso en tal difícil contexto, fue reelegido Rector en 1882, cuando tenía ya 80 años, por el claustro pleno de profesores.
Hay, en el ejemplo de Domeyko, un legado importante para nuestra Universidad y nuestros académicos. Está, el de un hombre que luchó contra la adversidad. Siendo un inmigrante, no teniendo fortuna o conexiones de poder local, logró constituirse en una persona altamente respetada por todos los grupos sociales, en un académico de gran trascendencia e influencia en el país, en un nombre que puso a la rectoría al nivel que corresponde a una institución del peso de la Universidad de Chile. Pero está también su ejemplo como académico, que supo luchar por sus ideas, que logró convencer, y que fue poco a poco modelando la Universidad en que creía: separada de la educación secundaria, no solo con un sesgo profesional, pero con una clara orientación formativa. En ese sentido, me atrevo a decir que Domeyko fue un visionario implementador de la misión de la Universidad de Chile: crear y diseminar conocimiento para el progreso del país.
Lo contamos entre nuestros fundadores. Lo consideramos uno de los más brillantes rectores de la institución. Consideramos vivo su ejemplo y vigente su obra señera en la especialidad y en la concepción de una universidad humanista, amplia, laica y profundamente vinculada con Chile y sus problemas.
Este homenaje que nos ha rendido la señora Presidenta del Senado de Polonia es justificado, y lo agradezco a nombre de la Universidad de Chile. Cuando se hace un homenaje a Domeyko, se está haciendo un homenaje a la Universidad de Chile. Como hijos de ella, nuestra madre inmortal, lo constituimos también en un reto, para lograr la siempre necesaria superación que permitirá que esta Casa siga siendo grande, y se rinda así culto a nuestros ilustres fundadores.