Comentarios sobre el libro "Oferta y Demanda de Profesionales y Técnicos en Chile" de José Joaquín Brunner y Patricio Meller
El día de ayer se publicaba parte del llamado "Diccionario Histérico de Chile" autorado por Fernando Villegas. Incluye en él la siguiente definición de educación: "De súbito la clase privilegiada en pleno y sus edecanes de la ciencia económica y los centros de estudio descubrieron la más perfecta verdad revelada para preservar sus intereses sin sentimientos de culpa: la pobreza es el resultado de una mala educación y la solución pasa entonces por impulsar que sea buena y financiada por el Estado, naturalmente, aunque en manos privadas. Una vez que el peón agrícola pagado hoy a razón de tres lucas diarias, reciba un grado en física del plasma, evidentemente su salario se beneficiará con una sustancial mejora".
No me consta que esta obra que presentamos obedezca a ese eventual sentimiento de culpa que habría emergido en algunos sectores por el estado de la educación chilena y la necesidad de mejorarla. Ni tampoco me consta que uno de sus autores sea un edecán-economista que acompaña a otro que para los efectos de la definición, pertenecería o defiende solamente a la clase privilegiada. Lo que sí me consta es que la obra aborda un tema de fundamental importancia, puesto que la educación superior ha experimentado en Chile un desarrollo que preocupa y entusiasma, dado los múltiples problemas que levanta y las enormes oportunidades que abre al desarrollo nacional.
Quisiera comentar primero sobre este aspecto de fondo en que se insertan las ideas desarrolladas en este libro. Como sabemos, fue por una decisión adoptada durante el gobierno militar que se abrió la educación superior a la operatoria del mercado, se la desproveyó de las regulaciones que con vistas a su desempeño existían, y -en forma consecuente con los preceptos constitucionales vigentes aún- se le definió como una inversión meramente privada que podría contar con subsidio a la demanda, en calidad de préstamo fundamentalmente, para quienes presentaran necesidades. Se creó un sistema para dar autonomía a las instituciones participantes en dicho mercado, producto de lo que se concibió como un exigente esfuerzo de supervisión por parte de instituciones serias y establecidas. Al mismo tiempo, se desmenuzó a la Universidad de Chile y a la Universidad Técnica del Estado en unidades regionales "estatales y refundidas", al mismo tiempo que sus presupuestos y ámbitos de acción se reducían de modo sustantivo -un esfuerzo necesario, al parecer, para consolidar el mercado que enfrentarían las contrapartes privadas. Todo esto ocurría en un medio de persecución contra los disidentes, de ahogamiento del libre trabajo universitario, y de protección de aquellas más sumisas a las ideas nuevas que se traían, y que por ello captaban en forma creciente el financiamiento favorecido por el Gobierno.
Veinte años más tarde el sistema ha crecido en forma espectacular. Todavía no se conoce el caso de una Universidad que no logra autonomía. Todavía en el país se produce 6 o 7 profesionales por cada técnico. Todavía no se puede mostrar que el crecimiento del sistema esté avalado o soportado por inversión en académicos, investigación, laboratorios, medios educativos, etc., de modo que uno puede sospechar que la función de producción es todavía muy faltante en capital humano desarrollado y tecnología que allegue conocimiento nuevo a la formación de profesionales. Todavía parece ser que no se considera a la investigación como un componente indispensable de la formación profesional. Todavía una Universidad -por ejemplo- que logra su autonomía con la carrera de contadores auditores, puede al día siguiente abrir medicina, odontología o física del plasma, ya que ello se concibe como una mera cuestión de oferta y demanda y no contraviene, por tanto, regulación alguna. Todavía, veinte años después, se reconoce que el sector privado recoge estudiantes redundantes del sistema tradicional, y que en este último la calidad es decreciente al punto de admitir estudiantes de cualquier puntaje con el objeto de conseguir quien cancele los aranceles. Como lo advierte la propaganda de una universidad privada: "nosotros no diferenciamos a nadie: aceptamos sin PAA o sin PSU"; falta agregar: "sólo seleccionamos por el saldo en la cuenta corriente de tu papá".
La preocupación por el desarrollo de este mercado de la educación superior es mucho más profunda. Un mercado necesita información, especialmente cuando el bien o servicio que se compra podrá verificarse en su real efecto solamente años más tarde. O sea, hay aquí una operación de futuro, cuyas regulaciones se supeditan a reglas similares a las de un mercado contingente como el mercado del pan. Pero un mercado necesita además, movilidad de los recursos para que el consumidor pueda efectivamente elegir y favorecer a la competencia, si así lo desea. En el mercado del pan el consumidor puede cambiar de panadería, para así hacer saber su castigo al mal productor. Pero en el caso de la educación, las personas pasan a ser parte de un cierto monopolio, ya que no se cambiarán a otro proveedor que no reconocerá nada de lo adquirido con aquél que se desea dejar. En cualquier caso, ¿cómo sabe simplemente un estudiante que se le está entregando una formación deficitaria? Finalmente, existe también la preocupación acerca de los sobrestocks de profesiones o formaciones específicas, respecto de lo cual no parece existir preocupación e información por parte de autoridad alguna.
Este libro aborda varias de esas carencias -muchas de las cuales son absolutamente inconcebibles en un país que ha tenido una educación en serio en el pasado, y que tiene perspectivas de desarrollo económico y social de proporciones importantes. El libro se ha desarrollado en torno al Proyecto "Observatorio del Empleo de Graduados" que todos esperamos madure para convertirse en un instrumento poderoso que ayude a moldear el comportamiento de la demanda en función de mayor información. Uno desearía que una Superintendencia -y no necesariamente la autoridad política de turno- aborde los temas relativos a información y acreditación, de manera que exista un conjunto completo de datos que ayuden a la toma de decisiones y hagan más eficiente el funcionamiento del mercado.
Brunner alude en su Capítulo a la necesidad de que existan flujos constantes de información para mejorar las posibilidades elegir. Da cuenta acerca del explosivo crecimiento del sistema en general, aunque sin aludir explícitamente a la brecha entre profesionales universitarios y técnicos de formación superior, la cual parece estar vinculada a problemas de información así como a problemas de financiamiento. El análisis de las distintas épocas, en relación a las políticas de educación superior, pone de relieve la falta de atención que ha tenido la regulación y la información que necesita este sistema -falta de la cual no pueden excluirse los gobiernos de la concertación anteriores a éste. Brunner sugiere la necesidad de una información mucho más desagregada y explícita sobre el destino de los egresados de la educación superior, lo cual resulta indispensable a pesar de las presiones que muchos levantarán para evitar que eso pase, lo cual requiere subrayar el rol independiente de la o las agencias que respalden la producción y difusión de tal información; tengo mis dudas que lo mismo se pueda garantizar en el largo plazo bajo la potestad del Ministerio de Educación.
En su contribución a este libro el autor del segundo capítulo, Pablo González, subraya el rol de bien público que adquiere la información sobre el mercado de egresados de la educación superior. Y sugiere, bien al final de su capítulo, que la clave está en entregar información desagregada por instituciones y que además, dice él, pueda filtrar la situación original de cada uno del punto de vista personal y social. O sea, el autor acentúa en su análisis, aunque no lo integra de manera explícita en la parte formal, que la grave disimilitud que aquí ocurre es la profunda divergencia en calidad entre distintas instituciones; pero no sabemos que determina esa calidad, al menos desde el punto de vista de la oferta y menos aún del punto de vista de la demanda, es decir de los jóvenes que se acercan a las instituciones para lograr su formación. El análisis de Pablo González pone énfasis en que la necesidad de producir información es la más fundamental en el contexto de un mercado desregulado y descentralizado, puesto que ello permite corregir un defecto de inicio cual es la naturaleza del bien que se transa, haciendo también presente lo urgente que es el contar con un mecanismo de acreditación que ponga vallas similares a las distintas instituciones, dentro del marco -presumo- de que cada institución desarrolle libremente su proyecto educativo.
El trabajo de Daniel Uribe analiza la evolución de la oferta en carreras y programas y estima el stock de profesionales con que cuenta el país. Se agrega una interesante discusión acerca de la eficiencia interna, que refleja las tasas de deserción que caracterizan a la educación superior y que parece revestir cifras importantes. Sin embargo ni uno ni otro análisis son utilizados plenamente para facilitar una comprensión acerca del funcionamiento del sistema de educación superior y de sus fallas. Aquí parecen residir problemas de especializaciones dentro de cada una de las carreras o profesiones que no se toman en cuenta al contabilizar simples stocks agregados, al mismo tiempo que la desorientación de los jóvenes se pone de relieve en las estadísticas de abandono, causada también por problemas económicos o simplemente la falta de adecuada preparación para los estudios superiores. Este tipo de estudios podría ser de gran utilidad para establecer algunas hipótesis de trabajo y algunas recomendaciones en cuanto a la necesidad de tener programas que se dirijan a la disminución de las tasas de abandono, o bien al estudio de la diversificación de la oferta de graduados, que actualmente parece ser baja en Chile debido a la tendencia a replicar programas, más bien que a introducir innovaciones curriculares. Este análisis -ya cosa separada de la idea de este libro- debería llevar al estudio de la oferta, particularmente en cuanto a las calificaciones de quienes toman las decisiones docentes y académicas en las distintas instituciones.
Alejandra Mizala y Pilar Romaguera realizan ejercicios estadísticos de mucha sofisticación para sugerir algunas conclusiones en extremo razonables. Primero, que existe un retorno relativamente alto a la educación superior; segundo, que existe una creciente diferencial de salarios entre trabajadores calificados y no calificados, lo cual concuerda con bastantes otros estudios. Me permito señalar, sin embargo, que la estimación basada en parámetros de regresión adolece de dos problemas fundamentales: primero, que se dejan de lado los costos de la inversión que, tanto directos como indirectos, son cruciales al momento de estimar el beneficio neto de largo plazo; segundo, que existe un sesgo de selección importante en estos ejercicios, especialmente por el grado de discriminación en el acceso a la educación superior, como así también debido al grado de desempleo o subempleo que existe en nuestra realidad. Las autoras también señalan que la dispersión creciente en el retorno a la educación superior no indica evidencia a favor de la hipótesis de un exceso de profesionales; yo agregaría que evidentemente eso no es así, pero al mismo tiempo sugeriría que esta hipótesis no puede sustentarse sobre la base de evidencia tan agregada, ya que dicho fenómeno se reflejaría solamente sobre la base de profesiones o campos específicos y no necesariamente como un tema para el conjunto profesional.
El libro continúa con un excelente trabajo de Meller y Rappoport, quienes también hacen gala de técnicas econométricas que han dejado de lado el temprano anuncio de Meller (cuando se discutía de temas macroeconómicos, en todo caso) en cuanto a que él "venía de vuelta de la econometría". Aquí muestra que todavía guarda respeto por esta técnica, el cual incluso se ve exagerado cuando se verifican algunos de las hipótesis resultantes del ejercicio. Sin entrar en detalle, me parece que ellos hacen un excelente ejercicio, pero todavía una mejor crítica sobre el mismo, luego de leer la cual uno se pregunta si es que todo el análisis anterior valía la pena. En primer lugar, reconocen que el modelo adolece del defecto no menor de contar con sólo una variable explicativa (Educación Superior) para explicar el comportamiento del Ingreso per cápita en una muestra de 20 países. Reconocen, además, que no han tomado en cuenta el problema de simultaneidad, ya que ambas variables están también causalmente correlacionadas en el sentido inverso. Observan, además, que el número de observaciones con que han contado es demasiado pequeño, todo lo cual hacen sus propias conclusiones bastante discutibles; a las críticas mencionadas yo agregaría que las correlaciones en cuestión no han de ser contemporáneas, mientras que el sesgo de selección prevaleciente debe ser también tomado en cuenta seriamente.
El análisis de estos autores es muy provocativo y contiene una gran cantidad de evidencia y de ideas que recomiendo a los interesados explorar por sí mismos. Quiero destacar su conclusión principal respecto al tema de calidad de nuestros profesionales; a este respecto aluden al hecho de que hay un mal resultado de nuestros profesionales y técnicos posiblemente atribuible a la educación superior, o muy probablemente a los niveles anteriores. Pero me parece que esta discusión es tremendamente importante, y se ubica al centro de los actuales esfuerzos por cambiar el currículo de la Universidad en el sentido de potenciar mayormente la formación general y la básica y conectarse más activamente con la educación media. Creo que esta parte del análisis es una de las secciones más interesantes y provocativas del libro, porque levanta preguntas que quienes dirigimos entidades de educación superior tenemos el deber de contestar.
Finalmente, el libro contiene con un trabajo de Gregory Elacqua sobre el rol y características de los sistemas internacionales de información, en donde se subraya el cuidado que se debe tener con los criterios a incorporarse en estas mediciones, especialmente en cuanto a flexibilidad respecto a requisitos ocupacionales y ámbitos de desempeño, como asimismo respecto de la adaptabilidad de las diversas carreras a las ocupaciones existentes.
En suma, creo que este es un libro extremadamente interesante, y que levanta una serie de dudas sobre lo que está actualmente ocurriendo con la oferta de profesionales y el mercado laboral. Echo de menos una discusión más explícita respecto de la diversidad formativa (o poca diversidad, quizás debiera agregar), ya que la misma tiene mucho que ver con la existencia de empleos adecuados, y no necesariamente subempleo al estar muchos profesionales ocupados, efectivamente, pero muy por debajo de las intenciones formativas y de las propias pretensiones de las personas. Me parece que hay que entrar en este campo en forma más explícita puesto que, como también lo muestra la evidencia en otros países, la educación superior puede incluso formar personas para ámbitos laborales alejados de la propia educación superior. En forma conexa, me parece importante aludir a la proporción de profesionales versus técnicos que existe en el país, ya que la formación de muchos de aquellos puede llevar a cubrir el mercado de éstos, contribuyendo a distorsionar el mercado por medio de una sobreinversión en formación de capital humano. Finalmente, me parece indispensable referirnos a la dimensión de costos. En primer lugar, no hay que desconocer que el costo promedio de la Universidad, por ejemplo, está hoy día por sobre 3500 dólares, lo cual en algunas instituciones está por encima de los 6000 dólares anuales. Esto, en un país de 4,400 dólares per cápita. Entonces, una primera observación, es que estos costos no son nada despreciables y deberían entrar de manera explícita en el cálculo del retorno. Segundo, levanta la pregunta acerca de si estamos preparados como país para asegurar adecuado acceso a todos, o sólo estamos ampliando el sistema a quienes pueden posteriormente hacerlo mejor por sus condiciones originales sociales y económicas.
En todo caso, felicito a los autores porque, como se habría dicho en otros tiempos, han "descorrido el velo", y nos permiten ahora mirar más objetivamente lo que sucede con nuestra educación superior. Lo que han producido es un insumo de importancia para quienes creemos que hay que introducir severas modificaciones en el contexto formativo, y que las universidades tenemos la obligación de mirar el mundo laboral que enfrentarán nuestros egresados. Pero también lo que han producido generará muchas lesiones y contrarreacciones por parte de quienes -equivocadamente o no- puedan sentir amenazadas las ganancias que se asocian puramente a la mantención de un cierto privilegio por desconocimiento de la información apropiada por parte de sus demandantes. Al final del día, tengan por seguro que los jóvenes y las instituciones serias de este país se los van a agradecer.