Discurso del Prof. Luis A. Riveros, Rector de la Universidad de Chile, en Ceremonia de Conmemoración del 84º Aniversario de la Promulgación de Ley de Instrucción Primaria Obligatoria, creada en 1920.
(Transcripción)
Las primeras dos décadas del Siglo XX fueron décadas de debate sobre la cuestión social. Era un problema que había permeado la sociedad chilena suficientemente desde fines del siglo anterior, y uno de los elementos más centrales en ese debate fue la cuestión de la educación para los niños. Don Darío Salas, que había sido un propugnador mucho tiempo de una educación extendida para los niños chilenos, particularmente los del sector rural, se transformó en un férreo defensor del proyecto de ley de educación primaria obligatoria, defendida sobre la base de la evidencia. El Censo de 1906 revelaba que la tasa de analfabetismo en Chile era de 60% y que en el sector rural era, por cierto, todavía mucho más alta, y que la tasa de cobertura de la población era de un 5,8%, en circunstancias de que en otros países latinoamericanos esa tasa estaba por arriba del 7 o del 8% y, por cierto, mucho más alta en los países industriales. Ese proyecto encontró grandes defensores, particularmente en un joven Diputado que luego sería Ministro de Educación y más tarde Presidente de la República: don Pedro Aguirre Cerda; y así mismo en don Enrique Mac Iver, y ese proyecto salió adelante por que existió una visión de país, una visión que sectores del país no compartieron y que basaron sus argumentos en que era inútil entregarle más educación a niños que no iban a tener un gran futuro económico y que por lo tanto constituía un derroche de recursos. Pero se impuso una visión de país y una visión de estado, y el día que se promulgó esa ley hubo actos muy importantes en Santiago. En La Moneda, el propio Presidente presenció un desfile de niños que pasaban simbolizando lo que esto significaba para ellos en su futuro. Junto al Presidente, el Rector de la Universidad de Chile, don Domingo Amunátegui Solar. Por eso cuando uno evoca los 84 años de esta gesta republicana, nosotros pensamos que la Universidad de Chile no podía estar ausente de una conmemoración, de una celebración para aquello que significara efectivamente un cambio importante para el país, un cambio que se consolidaría ya más adelante, precisamente con el gobierno del frente popular, pero un cambio que partió sólido y definido en los años 20, que fueron también los años en que don Arturo Alessandri fue elegido Presidente de la República.
Pero este acto no puede ser solamente remembranza, pura evocación de ese hecho importante y trascendente para el país: es importante también pensarlo hoy día. Estamos transitando en las primeras dos décadas del Siglo XXI y creo que los retos en la cuestión social, si bien es cierto no son los mismos, son igualmente trascendentes e importantes y sentimos que no existe todavía en el país una comprensión cabal de ello. Un país que tiene éxito económico, innegablemente en materia de crecimiento, en materia de inflación, en materia de inversión, de diversificación exportadora -los números pueden simplemente aplastarnos-, y es un hecho reconocido en el mundo y creo que todo chileno debe alegrarse por eso que hemos logrado, que estamos logrando y que debemos sustentar. Pero también es bueno dar una mirada al otro lado de la medalla, a nuestro país que todavía permanece entre aquéllos que tienen la peor distribución de ingresos en el mundo; a un país en que la tasa de desempleo, a pesar del crecimiento sigue afectando a cerca de 600 mil chilenos; a un país en que la cobertura del sistema previsional presagia un futuro preocupante para quienes se retiren en el futuro de la fuerza de trabajo; a un país en el que la educación que reciben los pobres es más mala, definitivamente, que la que reciben aquéllos que nos son pobres. Entonces, la cuestión es cómo podemos conciliar estos dos países y cómo la mirada al primer lado de la medalla se contradice tan fuertemente con este otro lado que es el importante, que es el social, es el impacto en las personas. No es posible seguir teniendo éxito económico sin un rostro humano, importante, significativo y que deje un legado para el futuro. Y esta no puede ser solamente una consigna, yo creo que es más bien, y debe convertirse, en una reflexión que obligadamente debe tener nuestra clase política y nuestros gobernantes sobre una materia que tampoco tiene soluciones fáciles, pero es innegable que la educación pública chilena está en un estado de rezago, de retraso que todavía refleja aquellos años de maltrato en que se le destruyó, se le desmenuzó y se le impusieron reglas que la hacían francamente inviable. Todavía existen diferenciales inaceptables en el rendimiento de los niños que vienen de los colegios públicos, versus aquéllos que vienen de los colegios privados. Y aquí no se trata de enfrentar a unos contra otros, se trata de que tal como hubo en el año 1920 una ley de instrucción primaria obligatoria, hoy día debiese haber una ley de calidad de la educación obligatoria para todos los niños chilenos. Eso que es fácil decirlo, yo sé y sabemos, que es difícil lograrlo, pero creo que el país no se ha dado el tiempo para pensar en este problema con una educación pública que está de alguna manera dispersa a lo largo del país, con un sistema de administración que está francamente desvinculado de aquel proyecto educacional que tiene que ser la esencia principal de la tarea educativa.
La tarea educativa no es pura gestión. La tarea educativa tiene que ver con la pedagogía, tiene que ver con la entrega, con la enseñanza a los niños y es cada vez más preocupante lo que sentimos que ocurre en todo el sistema educativo y, particularmente, en la educación pública. Por eso creo que cuando uno rememora aquellos años, aquellas luchas, aquellos debates tan intensos que se dieron con motivo de la ley de educación primaria obligatoria, uno no puede dejar de pensar en los problemas de hoy, en los problemas de la educación chilena hoy día. Porque es cierto que hoy día no hay esas tasas de analfabetismo de principio del Siglo XX, pero también es cierto que cuando pensamos en el analfabetismo funcional, que afecta a quienes han aprendido a leer y a escribir pero nunca aprendieron efectivamente a descifrar por deficiencia del sistema, esa tasa todavía es de más del 50% de la fuerza laboral chilena y no podemos quedarnos de brazos cruzados cuando vemos nuestra educación a la saga de países que estaban detrás nuestro en la década del 60, o incluso del 70. Hemos retrocedido y creo que ése es un problema fundamental para el país, es un problema hasta de seguridad nacional del país, y hemos hecho muchas veces y hago nuevamente el llamado a que aquí tiene que haber una decisión política distinta, una decisión política que efectivamente se oriente ha afrontar estos problemas más allá de los eslóganes y mucho más allá también de los convencimientos de que el estado siempre lo hace mal porque el sector privado siempre lo hace bien. Aquí hay pruebas suficientes - el Instituto Nacional es una de ellas y la Universidad de Chile es otra - de que el estado también puede hacerlo bien y posiblemente lo haga mejor con la entrega generosa a todos los chilenos y no solamente a aquéllos que sean capaces de pagar.
Por eso también, decidimos entregarle este reconocimiento a Sergio Riquelme (1), porque Sergio Riquelme, 50 años dedicados en el Instituto Nacional a una tarea, hoy día puede mirar hacia atrás con esa tranquilidad que da el haber cumplido con la tarea. Cuando uno ve los resultados del Instituto Nacional, cuando uno ve lo que ahí se ha podido hacer en términos de la motivación de sus profesores y de sus estudiantes, uno tiene que reconocer en Sergio Riquelme su liderazgo, su capacidad de conducción, pero sobre todo, su motivación pedagógica que ha estado por cierto apoyada por el desempeño de sus profesores, de sus funcionarios y, naturalmente, de sus estudiantes, todos ellos fuertemente identificados con la institución. Reconocerlo a él significa, justamente, reconocer a quien ha sido capaz de hacer un proyecto de educación pública de verdad.
Sergio Riquelme me invitó varias veces a reuniones que él organizó con Liceos Públicos de todo el país para discutir, para poder aprender unos de otros, para poder ganar ventaja esforzándonos, tomándonos de la mano todas las instituciones de educación pública. Él entendió que el éxito de un colegio no hacía el éxito de la educación pública chilena, sino que el éxito de un colegio podía ser una semilla que podía plantarse, efectivamente, para el éxito de otras instituciones de la educación pública chilena. Creo entonces que no sólo la comunidad del Instituto Nacional le debe un agradecimiento, sino que se la debe el país todo, particularmente el país conectado de una manera u otra con la educación pública. Y por eso la Universidad de Chile le da este reconocimiento, porque él ha representado en ese sentido ese espíritu universitario sólido y firme, desde la Época de Valentín Letelier y de Juvenal Hernández, de sentir que nosotros estamos aquí para educar al chileno, independientemente de donde venga, independientemente de lo que traiga en los bolsillos. Nosotros estamos aquí para generar y diseminar conocimiento para la juventud chilena y para el futuro del país, y eso lo puede hacer una institución pública que profundamente se identifica con los grandes objetivos nacionales y con los grandes objetivos de estado.
Rememorar entonces, esta Ley de Educación Primaria Obligatoria, homenajear a un maestro de la educación pública y nada menos que del simbólico tradicional e histórico Instituto Nacional, es un instante de alegría por el cual creo que todos nosotros, hoy día después de esto, podemos a lo mejor retirarnos habiendo respirado un poquito más de oxígeno respecto de estos problemas que nos ahogan día a día con nuestra educación. Podemos retirarnos satisfechos y contentos pensando que, tomados de la mano muchos, podemos reconstruir aquello que hemos perdido y que el país necesita para construir el mañana que le estamos prometiendo a nuestros niños. Muchas gracias.
1 | Sr. Sergio Riquelme, ex Rector del Instituto Nacional. volver |