Discurso del Prof. Luis A. Riveros, Rector de la Universidad de Chile, en Ceremonia Oficial de Presentación de Libro "150 años de Honor y Gloria", del prof. Carlos Fredes.

(Transcripción)

Tenemos la suerte de contar desde ahora con un gran libro que pone ante nosotros los antecedentes más fundamentales sobre la historia maravillosa de los Cuerpos de Bomberos de Chile, y que lega así una memoria, un testimonio a las futuras generaciones, sobre una institución que ilustra como ninguna el espíritu de servicio público y entrega ciudadana que deben adornar nuestra sociedad, para irse ganando de veras el grado de sociedad civilizada para procurar así un verdadero desarrollo humano.

Esta obra se debe a un gran maestro como es Carlos Fredes Aliaga, con cuyos textos de estudios varias generaciones se han familiarizado con la economía, la historia y las ciencias sociales. Se trata del relator más eminente a la vez que calificado. Carlos Fredes ha estado ligado a Bomberos de Chile desde hace mucho, ha jugado un rol importante en la institución y ha sido ello el complemento perfecto a su rol de maestro comprometido con la educación, defendiendo también a la educación pública toda su vida y entregando siempre un ejemplo preclaro de virtudes cívicas y pedagógicas.

Sus dotes y labor le convierten en el prototipo del educador del siglo XX, vinculado en su accionar a dos de los pilares fundamentales de nuestra educación, la Universidad de Chile y la Universidad Técnica del Estado. Esta obra lo retrata nuevamente de cuerpo entero puesto que en ella no hay solamente una enumeración histórica, un recuento frío de datos y procesos, sino una intencionada búsqueda para que el lector concluya, más allá del contenido meramente descriptivo, que la historia de Bomberos de Chile es, ni más ni menos, la historia de la vocación de servicio público en nuestra patria, la historia de la entrega apasionada por el género humano, la historia del heroísmo en la prestación de un servicio a los demás.

Es por lo tanto esta historia que presentamos, una historia del futuro que, esperamos todos, se cimente para la juventud chilena en las ansias que todos favorecemos por salir de esta sociedad de egoísmo, de barbarie y de antihumanismo, por la patria que siempre han contribuido los Bomberos de Chile ha erigir, como testimonio fiel de que la verdadera entrega es aquélla que nace generosa en el simple afán de servir y de convertir al ser humano en un fin en sí mismo y no en un medio para lograr otros fines de naturaleza secundaria.

Mis recuerdos de niño siempre se confunden con el hacer de los bomberos, cuando un gran incendio en la recordada calle Bulnes, nos asustó al punto que durante días me atormentaba la pesadilla de que mi propia casa ardía a pesar del esfuerzo de los bomberos. Así también, cuando soñábamos allá en la vieja plaza Brasil, niños y adolescentes, en la posibilidad de construir un mundo mejor, siempre mirábamos con cierta envidia y curiosidad la bomba de Maturana y Compañía y a sus integrantes que a todo evento parecían alegres, como si al interior del cuartel se desataran misteriosamente las musas de la alegría que adulan la dulce entrega por el prójimo.

No puedo olvidar tampoco a Carlos Meléndez, -¿qué será de él ahora?- que era nuestro bombero del curso en el Liceo Amunátegui y a quien fuimos varios una vez a aplaudir entusiastamente en un ejercicio que tuvo lugar en la plaza Ossandón. Meléndez era para nosotros un símbolo especial, casi como una idealizada, generosa locura juvenil al dedicar su tiempo libre a servir y a ejercitarse para servir noblemente. Nosotros, muchos de los otros, elegimos el camino del trabajo intelectual y creímos que a través de la Federación Laica de Estudiantes y la Juventud Radical podíamos entregar también a los demás un espíritu de redención, de cambio auténtico a favor de lidiar las graves angustias sociales que observábamos a cada paso que dábamos; pero otros, nuestros compañeros de tantas aventuras y de tanta pasión para creer en el humanismo que predicábamos, dedicaron sus mejores tiempos a la labor de bomberos que tan cerca veíamos todos como una forma de practicar el ideal que agitaba con fuerzas nuestros corazones juveniles y que despertara una fuerza vital que chocó infortunadamente con la barrera indeseable de la intolerancia, del fanatismo y del ideologismo extremo. Y luego encontré en el camino de la vida a un viejo bombero en la ciudad de Puerto Montt, miembro de la Compañía N° 1 de la calle Guillermo Gallardo que por sus años respetables ya ocupaba una situación honoraria en la Compañía pero nunca, nunca, dejaba de hablar sobre su vida bomberil y nunca dejó de frotar con pulimento los botones y charreteras de su roja chaqueta de gala; nunca dejó de asistir a las ceremonias que demandaban su presencia y, cuando partió hacia el oriente, nos emocionó ver la presencia de sus camaradas bomberos que con paso ensombrecido y un estandarte enlutado, acompañaban el féretro depositado en el mismo carro bomba que había sido motivo de sus esfuerzos y objeto de su trabajo de servicio.

Es que nunca ningún chileno puede haber estado ajeno a un contacto de uno u otro modo con bomberos. Hasta aquí, a nuestra Universidad, ha llegado el tañir de la campana bomberil, el ulular de las sirenas en la presencia de distinguidos profesores y bomberos como los maestros Gonzalo Figueroa Yáñez, de nuestra Escuela de Derecho, y Ricardo Thiele Cartagena, de nuestra Escuela de Ingeniería, entre tanto otros, porque ninguno puede de verdad en nuestro país desprenderse de una tradición que ha sobrepasado los tiempos y se yergue orgullosa sobre el horizonte de los tiempos y en el contexto de su experiencia edificante. Ora aquél que presenció un siniestro y que vio el trabajo abnegado, maravilloso de quienes querían detener la fuerza abrasadora de las llamas amenazantes, ora quien en su colegio o en la Universidad tuvo un compañero bombero que añadía a su esfuerzo de estudio o de trabajo, el de las horas dedicadas a servir, ora quien lo ha tenido en su familia o en su circulo cercano y ha podido también compartir la angustia para que su ser querido no pase en acción a engrosar la lista rutilante de sus más de doscientos cincuenta mártires en la historia patria. Y es que nunca tampoco un chileno bien nacido puede dejar de reconocer la entrega formidable de bomberos por el prójimo, el desinterés que muestran sus nobles ideales, la sólida vida desarrollada en torno a principios humanitarios, en fin, ninguno de nosotros puede dejar de olvidar ni un instante los 150 años de honor y gloria que tan justamente nos recuerda Carlos Fredes en esta obra.

Vino esta historia maravillosa desde Valparaíso, cuando la tragedia de 1850 empujó a vecinos comprometidos y decididos a formar un grupo de acción para evitar que el fuego volviese a destruir vidas humanas y propiedad material. Un compromiso, un pacto que estaba destinado a cimentar, sobre la base del servicio público, el proyecto de disminuir el dolor y prevenir el riesgo que está asociado a cualquier instalación humana. Y ha hecho esta tradición, esta iniciativa surgida a mediados del siglo XIX, un recorrido por todos los rincones y regiones de Chile donde hoy casi trescientas compañías y miles de voluntarios y voluntarias evocan ese mismo espíritu fundacional.

Es la historia de una semilla plantada en Valparaíso pero que ha extendido sus poderosas raíces por todo Chile en su hálito creador de solidaridad y entrega. Es la historia de una geografía compleja y diversa en que la organización humana y urbana han ido cambiando y predisponiendo a distintos riesgos y, por lo mismo, requiriendo de un esfuerzo a nuestra institucionalidad humana para dar forma a las organizaciones bomberiles con un aroma regional y local indispensable, puesto que para servir al género humano y a la sociedad, las organizaciones deben también ser un reflejo de la historia particular y de la realidad compleja en lo histórico y geográfico. Es ésta la historia que nos trae Carlos Fredes, aquélla que describe con pasión tragedias gigantescas como aquella de la Iglesia de la Compañía en Santiago y de la cual poco se aprendió en esos años, como bien lo relata el propio autor y lo mismo el reportaje del diario El Ferrocarril de la época, una historia que nos pasea por las tradiciones, las prácticas y las doctrinas, como asimismo por el brillo de los cambiantes diseños de uniformes que tanto nos han deslumbrado a todos desde niños; una historia que nos relata que el trabajo bomberil tampoco estuvo ausente en los episodios bélicos que han afectado a nuestra patria y que llevaron incluso a crear una rama de bomberos armados en el siglo XIX, quizás una cruda, realista, pero dramática antípoda de principios con los ideales de servicio al ser humano; una historia que también nos pasea exhibiendo todas esas maravillosas máquinas a que dieron lugar los desarrollos tecnológicos y el ansia de servir a toda costa a aquellos hombres de rojo, o de azul, o de verde o de negro y que tanto han maravillado siempre a los niños por su brillo, su desplante, su disposición curiosa y gigantesca; una historia en que Fredes nos relata la disposición generosa de nuestras comunidades de inmigrantes, que han permitido darle vida y mantener la vida, en muchos casos, de los cuerpos formados en torno al generoso ideal de quienes vinculan sus lazos ancestrales, cobijados aún en cielos distintos a los que nos cubren en este pedazo de América, pero manifestados en el propósito de dar sin esperar ninguna recompensa.

Se trata asimismo de una historia en que Carlos Fredes no quiere terminar en la simple mirada hacia atrás, sino hacia el pasado que enorgullece para entregar también lecciones de vívida trascendencia. Pero muchas veces esa mirada tiene una visión de muerte y de pasado si no es proyectada a la vida que existe y que viene, recordándonos que siempre la vida triunfará sobre la muerte. Es en esa visión proyectiva por medio de la que nos enseña acerca de la creación de la Junta Nacional en 1970 y de la Academia Nacional en 1987, proyectando el futuro hacer de los bomberos chilenos. En medio del marasmo que azotaba nuestra patria en el campo político, bomberos se daba en esos años una institucionalidad nacional que reflejaba en forma fiel el espíritu fundacional ocurrido hacía ya más de un siglo, y que había experimentado una expansión con inusitada fuerza regional, aunque sin una estructura nacional que permitiese un accionar coordinado y mayormente eficiente en la provisión de los equipamientos materiales y en cuanto a las capacidades humanas.

Fueron esos años, a pesar de los múltiples conflictos, desentendimientos y reencuentros, años de consodilación institucional, años de una innegable maduración que ha permitido darle a la institución una presencia nacional y una vocación de servicio pública estructurada en torno a la nación, como la vida convocante para el trabajo bomberil. Así Carlos Fredes nos permite mirar hacia el futuro, nos fuerza a hacernos algunas preguntas vitales como es el problema persistente del financiamiento y que nos obliga, como nos consta a todos, a que sean muchas las esquinas de Chile en donde sacrificados voluntarios deben recurrir a la limosna pública para financiar la noble tarea de servir a los demás. Nos dice también que las tareas públicas habrán de ser financiadas con recursos públicos para que las entidades nacionales y de servicio al país no resulten contaminadas por el principio simplista y arrogante, que por tales muchas veces irreal y desconsiderado, de cobrar al usuario por toda cosa que se hace. Aquéllos que predican esto obstinadamente, quienes conocen el precio de todo pero el valor de nada, no pueden atreverse a insinuar que Bomberos de Chile financie su tarea de servicio a través de la limosna, del auspicio o de la venta de servicios, lo mismo que a la Universidad de Chile. No nos pueden seguir obligando a las instituciones que sirven a Chile y a su pueblo con desinterés y eficacia, a financiarnos como entes privados en búsqueda de una ganancia material: eso lo rechazamos con la fuerza que dan los nobles ideales.

La presentación de un libro es hecho común en esta Casa de Estudios, muchos de nuestros académicos pertenecientes a las distintas avenidas del conocimiento disciplinario, traen hasta esta Casa Central su creación para presentarla ante los pares, para destacar así su contribuciones originales y para despertar en todos esa fe innegable en que se funda el hacer de una verdadera universidad: crear conocimiento para que su diseminación cumpla con la verdadera acción formativa al llevar a los jóvenes a la frontera del conocimiento,

Son esas presentaciones más bien una evaluación circunscrita a la calidad del contenido, a la descripción analítica de las técnicas utilizadas y de los resultados que se presentan. Es la presentación de un libro un ejercicio académico, un trabajo de análisis, una sesión de estudio que abre el ciclo de uso y análisis de los contenidos en las páginas que se abren al público. Sin lugar a dudas estamos cumpliendo aquí con ese ritual, destacando el valor del libro que ha producido Carlos Fredes y que pone de relieve una historia analizada con sencillez narrativa, pero con una poderosa intuición y una completa descripción de situaciones. Estamos aquí abriendo el libro para otros para entusiasmarles en su estudio y lectura, para que todos puedan explorar sus ideales, detalles, formas y múltiples ilustraciones que hacen vívido el relato maravilloso de una historia maravillosa.

Pero hay aquí también un mensaje de emoción y de reconocimiento que no puede uno dejar solamente al estudio formal de las ideas y de las capacidades expresivas del autor. Se trata, como he dicho, de una historia de 150 años de honor y gloria; se trata de la historia de una institución nacional de servicio público, que es, al fin y al cabo, una institución que educa en el servicio público con su ejemplo y su tarea diaria; se trata de un libro que despierta emociones y cuyo objetivo de fondo es, más que describir, el educar en el propósito de desarrollar el espíritu de servicio público.

He escrito estas notas en el escritorio de mi casa frente a un pequeño retrato que guardo por años de don Enrique Mac-Iver. Allí, con su elegante porte y mostrando esa gracia de los señores de fines del siglo pasado y comienzos de éste, está la figura legendaria del patriarca radical, senador de la república y Gran Maestro de la Masonería Chilena. Pero en este libro está también esa foto portentosa de Mac-Iver, Superintendente de Bomberos de Santiago, haciendo ver que no existe verdadera figura pública si no existe también el espíritu de entrega fraternal a los demás; aquella entrega que, en la forma del servicio a riesgo de la propia vida, une efectivamente los principios que un hombre como él sustentó toda su vida. Uno no puede dejar de emocionarse al dar esa mirada hacia la historia con el corazón, pero tampoco al contemplar ese magnífico óleo inglés del siglo XIX famoso en todo el mundo, que destaca la labor humanitaria de bomberos y que representa a un voluntario con el cuerpo herido de una niña salvada con su esfuerzo. Es ese espíritu de sacrificio, esa entrega llana y decidida lo que tanto emociona a todos y lo que tanto provoca para que todos podamos albergar una emoción y un cariño muy especial por el voluntariado de bomberos en el examen de este libro

Gracias Carlos Fredes por permitirnos construir conocimiento y emoción, por permitirnos mirar hacia el pasado y al futuro del servicio público representado por los caballeros del fuego. Gracias por colmarnos de esta visión fraternal y profundamente humanista que destaca la labor de bomberos pero que pone de relieve cuánto nos falta realmente para ser efectivamente una sociedad humana, en que la generosidad de las personas se pueda extravertir por medio del servicio público, para construir la realidad generosa de un futuro mejor en que todos podamos compartir como personas, dejando atrás las diferencias odiosas que causa el apego a lo material y a la soberbia actitud de no entregar generosamente el esfuerzo de uno por los demás.

Gracias a todos ustedes, señoras y señores, que han asistido hoy día a la presentación de este libro, pero más que nada al renacimiento de la emoción del cariño por la labor bomberil, que debe fluir como copioso río espiritual para que nuestras nuevas generaciones se empapen del ideal que ha sostenido por tantos años a la República: entregar para construir el mañana.

Muchas gracias.

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