Discurso del Prof. Luis A. Riveros, Rector de la Universidad de Chile, en Ceremonia de entrega de la "Medalla Rector Juvenal Hernández Jaque" 2003.

Juvenal Hernández fue no sólo un gran Rector de la Universidad de Chile, fue más allá, un académico que predicó con ejemplo palpable los valores permanentes del humanismo y del servicio público. Ya desde su tierra natal, en el Sur de nuestro Chile, don Juvenal había desarrollado un espíritu de servicio a los demás, que despertó su vocación política y su extraordinaria aptitud como docente de excelencia. Más tarde, como académico de ésta, nuestra Universidad, se convirtió en un maestro para muchas generaciones de abogados, especialmente en el delicado arte de entender la formación profesional como una cierta especialización que ha de correr, también, a lo largo del humanismo y del servicio a los demás, como claves que expresan la plena y debida formación.

Juvenal Hernández Jaque como Rector de la Universidad de Chile, encabezó el proceso de expansión de la carrera universitaria como nunca antes se había visto y que sólo tiene parangón con la formidable obra creadora de Bello y con la no menos destacada tarea de ampliación del espectro del trabajo universitario por parte del Rector Ignacio Domeyko. Con Juvenal Hernández se amplía significativamente el número de facultades y de disciplinas que comienzan a cultivarse en el ámbito de la investigación y en el de la formación profesional. Se dio un salto de grandes proporciones en materia del trabajo académico, y se consolidó la Universidad del Chile que conocimos en la década de los sesenta. Fue también el Rector Juvenal Hernández el factor fundamental para que se constituyera el primer Hospital universitario del país, entregando a nuestra Facultad de Medicina un elemento decisivo para su curso futuro como la primera formadora de especialistas de Chile, sitial que llevamos hoy día con singular orgullo.

La proyección del trabajo universitario a las provincias de Chile fue también un aporte trascendente de su labor, en que las escuelas de temporada y, posteriormente, los colegios regionales y sedes, constituirían una expresión imborrable del trabajo universitario y de la labor nacional de la Universidad de Chile. Pero también, haciendo honor a su condición de humanista eximio, el Rector Hernández dio vida a una arremetida en el campo cultural y artístico que no tenía antecedentes, y que logró proyectar a la Universidad en un sentido amplio con respecto a su misión creadora y en forma acorde con las necesidades de la sociedad chilena. La Orquesta Sinfónica, el Ballet Nacional, el Teatro Nacional Chileno, son parte de esa singular arremetida que la Universidad de Chile ha desarrollado y protegido de acuerdo a sus medios con ahínco y decisión, puesto que hace la gran diferencia al otorgar una expresión que llevada a nuestro medio se convierte en una contribución civilizadora y enaltecedora de las más altas expresiones del espíritu que la Universidad debe por su esencia cultivar y difundir.

Juvenal Hernández fue quien nos ha dejado una impronta indeleble como Universidad nacional, pública y de carácter laico, en el que el cultivo de la excelencia académica en investigación y en la docencia formadora resultan ser parámetros de fundamental importancia amén del trabajo de extensión que lleva hacia toda la sociedad el resultado del quehacer estrictamente universitario. La capacidad de liderar una Universidad en expansión, con las ideas y los sueños que la fértil inteligencia de Juvenal Hernández podía albergar, fueron un factor decisivo en el salto hacia el futuro que nuestra Universidad experimentó a partir de la década de 1940. Pero resulta claro, todo esto fue también posible porque había un Estado nacional respaldando el rol de la Universidad de Chile, alentando la creación y difusión del conocimiento para el desarrollo del país como reza su misión. Nunca habría sido posible toda esa labor si se hubiese entendido por esos años que el desarrollo universitario consiste exclusivamente en un problema ligado a los resultados del mercado. Jamás se habría entendido, en el ánimo político amplio y de perspectiva nacional que prevalecía, que toda esa labor señera hubiese tenido que ser autofinanciada con la venta de servicios y los ingresos propios de la Universidad. Qué habría sido en ese caso el resultado esperado de un Hospital Universitario. Qué habría pasado efectivamente con la desnutrición infantil. Cuánto habríamos podido entender de nuestra geografía, de nuestra geología y de la dinámica de nuestro pedazo de corteza terrestre. Cuántos profesionales de distinguida y exitosa carrera en nuestros días, habrían sido entonces segregados por una educación desigual y la falta de medios de financiamiento. Cuánto habría sido posible hacer cuando la Universidad abría sus puertas a la clase media y a los menos afortunados, y no solamente a quienes podían acceder por su fortuna. Qué desarrollo habrían podido tener efectivamente las artes y la cultura, si hubiésemos siempre puesto por delante el precio de cada cosa, desconociendo ciertamente el valor verdadero de las mismas. El Estado no puede seguir dejando de lado a la educación, en el discurso repetido de que el autofinanciamiento ha de decidir la mejor distribución de los recursos. El Estado no puede seguir negando oportunidades a tanto niño y joven chileno que recibe educación de menor calidad, que se lee como una educación de menor costo, destruyendo así sus perspectivas reales de progreso en nuestra sociedad. El Estado no puede seguir actuando a ciegas, permitiendo que la destrucción de la educación pública tenga lugar en forma sistemática por medio de fórmulas inadecuadas de financiamiento y acudiendo a sistemas incompletos e ineficaces de ayuda estudiantil. Esas serían probablemente las opiniones que Juvenal Hernández nos habría entregado desde este estrado, puesto que la situación observada hoy es insostenible con la tradición, la historia, el espíritu y la misión de nuestra Universidad de Chile.

Desde aquí, una vez más, y bajo la sombra poderosa y gigantesca de la obra de Juvenal Hernández, señalamos nuevamente al país que la Universidad de Chile está siendo privatizada progresivamente, frenada en sus mejores ímpetus académicos, animada en expandir aquello que es rentable, pero desenfatizando aquello que empero es importante y trascendente para Chile y no produce los recursos financieros que permiten su autosustentación. Como homenaje a nuestro Rector Juvenal Hernández, entregamos esta distinción a estos dos distinguidos académicos y en el espíritu de esta defensa de la Universidad pública y nacional que somos.

Mario Sapag-Hagar (1) ha cumplido una brillante carrera en nuestra institución, a la que ha entregado su vida, su esfuerzo y muchas veces el tiempo de dedicación a su familia, y a sus propios intereses más personales. Ha marcado a nuevas generaciones en su área profesional y en su investigación, ha dado ejemplo vital de madurez como académico, y su notable hoja de vida al servicio de la Universidad habla por sí sola de su grandeza, de su generosidad, de su reconocido nivel de excelencia. No tengo más que expresiones de reconocimiento y cariño por quien ha entregado tanto a cambio de poco, pero que ha guardado consigo la satisfacción de haber visto desfilar por sus clases a muchos que hoy día le admiran y respetan desde sitiales de importancia.

Fernando Valenzuela Erazo (2) es también el académico por definición y doctrina, ha brindado sobresalientes servicios a la Universidad desde muchas responsabilidades, asumidas en los distintos organismos. Hoy día es miembro del Consejo Universitario y del Senado Académico, reflejándose así el cariño y el reconocimiento de sus pares y de la autoridad universitaria. Se trata de un ser humano de extraordinarias proporciones, de un académico de lujo, de un ilustre hijo de esta Casa donde sirve con dedicación y esmero, y en donde esperamos siga con nosotros por muchos años más. El reconocimiento de sus alumnos, el cariño profesado al maestro, hablan con singular expresividad sobre su profundo humanismo y su extrema dedicación a la pasión de su vida: enseñar.

Profesores Sapag-Hagar y Valenzuela Erazo, reciban nuestro afecto, nuestra admiración y este homenaje que brilla por su enorme significado y que es sencillo y profundo como han sido vuestras vidas. Reciban el cariño y el respeto del Rector que habla, porque ustedes son un ejemplo que todos debemos tratar de imitar, porque han entregado a esta Universidad vuestros mejores años y la han querido con pasión y la han defendido siempre con vehemencia. Deseo para ustedes siempre y por siempre lo mejor, porque ustedes han cumplido con el deber de seguir el ejemplo de Juvenal Hernández, queriendo a esta Universidad, a esta Casa donde nada muere pasando el umbral, a esta madre verdadera de la República a la que seguiremos defendiendo con ahínco frente a tanto interés que trata de remecerla y destruirla. El ejemplo de ustedes es crucial para seguir en una senda de cambio y de consolidación de la Universidad de Chile para Chile que todos soñamos con ansias y compromiso profundo.

Muchas gracias.

 

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Notas
1. Prof. Mario Sapag-Hagar, académico de la Facultad de Ciencias Químicas y Farmacéuticas.
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2. Prof. Fernando Valenzuela Erazo, académico de la Facultad de Filosofía y Humanidades.
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