Clase Magistral del Prof. Luis A. Riveros, Rector de la Universidad de Chile, en Ceremonia del 5° Aniversario del Colegio Concepción San Pedro.

Introducción

Marc Bloch, el ilustre historiador alemán, nos recordaba en su obra el proverbio árabe que dice: "Los hombres se parecen más a su tiempo que a sus padres". Nos recordaba así que la noción del tiempo es una de tipo muy complejo, cuyo transcurrir es esencialmente no lineal. Podemos, en virtud de ello, esperar que la semejanza sea cada vez menor con las generaciones que nos anteceden, y que nuestras afinidades crezcan en un sentido generacional estrictamente. Se trata de un desarrollo de relaciones "laterales" más que bien "verticales" entre distintas apreciaciones generacionales. Ello, no sólo hace nuestra comunicación y entendimiento más difícil con las generaciones que nos anteceden, sino también, y en forma mucho más notable, con aquellas que nos suceden; por lo tanto nuestras posibilidades de traspasar conocimiento y experiencia útil se hace más compleja, en virtud de la expansión de la brecha existente. El acelerado progreso tecnológico y, especialmente en el campo comunicacional, ha llevado a un también acelerado desapego generacional. El tiempo histórico va adquiriendo dimensiones muy distintas del tiempo cronológico, y nuestra capacidad para anticipar va creciendo, en la medida que nuestra propia experiencia de vida ha sido capaz de advertir más cambios. La idea de tránsito, y de casi revolución en los ordenamientos vigentes, es hoy día considerada una cuestión normal para cada uno de nosotros, mucho más de lo que era para la generación anterior, pero mucho menos que para las nuevas generaciones.

Esperar el nuevo tiempo es una cuestión no sólo inevitable, sino que, además saludable cuando se enfrenta con un tema de análisis; permite anticipar las nuevas preguntas, los nuevos temas, los nuevos problemas, como también los aspectos que dan mayor o menor incertidumbre, y los temas positivos, las fronteras que se moverán para dar paso a manifestaciones de libertad que el género humano busca esperanzadamente. Esperar el siglo XXI en términos de racionalizar sus retos y problemas, representa una manifestación de solidez espiritual, de ausencia de temor porque no se enfrenta un absoluto desconocido, sino que un futuro sujeto a ciertas distribuciones de probabilidad, que ubican a los hechos en ciertos escenarios posibles. La anticipación tiene propósitos que van más allá de la pura especulación casi morbosa por un futuro que camina más rápido que nuestro entendimiento.

Como he dicho más arriba, el cambio nos está llevando a una progresiva incomunicación a nivel intergeneracional; como existen organizaciones sociales más atrasadas que otras, esta incomunicación también se extiende hacia países, bloques de ellos o segmentos al interior de países. En realidad, entre los más pobres y menos educados tiende a primar la imposibilidad de comunicarse adecuadamente y de aceptar los retos que demandan los nuevos tiempos; para los propósitos de nuestro análisis, son como una generación rezagada, vieja, incapaz de dialogar con aquella aventajada que se encuentra más plenamente inmersa en el cambio.

Por ello, estimo que las transformaciones que se están produciendo, el distanciamiento del tiempo, tiende a tener implicancias en términos de una mayor profundización de las desigualdades existentes, tanto en términos generacionales, como en términos sociales y de las estructuras políticas. Por lo tanto, el progreso que traen los nuevos tiempos, en medio de todas las anticipaciones que somos capaces de efectuar, trae aparejado el conflicto y la necesidad de desarrollar fuerzas estabilizadoras, que no se producen en forma natural, pero que son necesarias para que el cambio se active en forma progresiva, estable y, por ende, permanente. Pero, estas mismas contradicciones hacen necesario un mucho mayor grado de tolerancia, la fuerza que ha de permitir compatibilizar los desajustes que va generando el progreso. Por ello, prever lo que viene, implica también preparar nuestros espíritus para trabajar duramente sobre las contradicciones que el progreso generará.

Siento, por tanto, que el estudio de estos temas es una cuestión muy importante. La espera del futuro permite anticipar las nuevas tareas para desarrollar la solidaridad y la tolerancia que los tiempos de progreso requerirán en función de las condiciones conflictivas que se irán creando. En ese marco, la consideración específica de los desarrollos en el campo de la educación y la economía, parecen centrales en el propósito de la anticipación constructiva que este grupo aspira a desarrollar, para mirar el futuro con la convicción de que también es necesario anticipar sus desarrollos, y favorecer una mayor identificación con el hombre, objeto único y último de todo progreso y de todo sentido de realización a nivel social.


Los retos de la Sociedad del Tercer Milenio

Sin ninguna duda, el mundo camina hacia mayores logros tecnológicos y comunicacionales, que se traducirán en una era de mucho mayor bienestar económico. La ciencia ficción ha visto acercarse sus especulaciones a los logros simplemente fantásticos que la tecnología ha ido poniendo a disposición del hombre medio. Hay un generalizado incremento en el bienestar promedio. Este progreso es más o menos obvio en el campo médico, por ejemplo, en que el aumento de la esperanza de vida ha sido simplemente dramático en los últimos decenios, y promete llevarnos a avances todavía más importantes; es el fruto del mayor conocimiento, de la mayor educación en las cuestiones de salud, como también de la tecnología que pone a nuestra disposición mayores posibilidades de obtener salud por medios relativamente simples, derrotando a los enemigos mortales del pasado. Los avances son también fundamentales en el conocimiento de nuestro medio, y en la progresiva capacidad para controlarlo en beneficio de la humanidad.

Es importante indicar que el logro en términos de una mayor esperanza de vida y de un mayor bienestar económico en general, ha ido unido al desempeño de una trilogía dinámica que caracterizará el devenir de la humanidad en los años futuros: la economía, la educación y la tecnología. La primera ha buscado, y debe seguir haciéndolo, las formas más expeditas y apropiadas de organización para poner los recursos a trabajar más productivamente para todos nosotros; se trata del gran reto de incrementar la calidad de vida para todos, sin hacer pagar a muchos el mayor bienestar de unos pocos, aunque los promedios mejoren.

La educación, por su parte, se ha transformado progresivamente tanto en un instrumento para repartir riqueza, allegar los frutos del crecimiento a todos, en todas partes, elevando los estándares productivos y haciendo posible una mayor movilidad social, como en una eficaz portadora de información para el mejor desenvolvimiento de todos en una sociedad más dinámica y compleja.

Finalmente, la tecnología es la extroversión de lo anterior en medios de vida y en un ulterior progreso, compatibles con los objetivos de una sociedad avanzada, en el que el cambio técnico pasa a ser una ocurrencia tan frecuente como el cambio de estaciones del año.

No escapará a vuestro elevado criterio, que dentro de estas tendencias que se perciben en el mundo que viene y que requerirá de la acción organizada de las tres anteriores fuerzas, que un reto fundamental subyacente a todo lo dicho, se refiere al rol del hombre y a la creación de condiciones para que en una sociedad más madura y dinámica, exista un rol digno y trascendente para el humanismo, como fuerza capaz de desatar los elementos organizadores para que la economía, la educación y la tecnología produzcan un efectivo mayor bienestar, y el mismo se traduzca en una mejor calidad de vida para todos. Indudablemente, esto hace obligatorio añadir una nueva dimensión, quizás mucho más general, al tema educativo, que es la formación de hombres mejores, por sobre los conocimientos y las estructuras formales, hombres capaces de sentir solidariamente, de construir un mundo de progreso en que el mismo sea medido por las posibilidades de acceso y la igualdad de condición, aparte de sus naturales resultados en términos de los promedios. Como he apuntado anteriormente, tenemos más conocimiento de nuestro medio y podemos controlar más las fuerzas naturales que en el pasado dominaban la evolución de la humanidad. Sin embargo, nuestro conocimiento de nosotros mismos, y de las propias organizaciones humanas, no ha avanzado así en paralelo; estamos fallando en la cuestión crucial para que todo modelo de vida y de progreso sea, en el fondo y en su esencia, un problema humano. Esto requiere, entre otras cosas, de un desarrollo mucho mayor en el campo de las ciencias sociales, que respecto de las ciencias naturales y exactas se debate aún en una especie de noche medieval.

En términos más generales, el humanismo debe volver a ser el norte del progreso. Creo que ese debe ser el reto más fundamental, más irrenunciable en el que debe comprometerse la sociedad para que el tiempo que viene sea un tiempo mejor y capaz de augurar aún mejores tiempos para la humanidad. Debe ser, en lo fundamental, un compromiso de las nuevas generaciones, para hacer parte de su tiempo, y de su visión del mundo que viene, el que los hombres puedan compartir más firmemente en torno a principios y logros comunes, y en que el género humano pueda colocarse como objetivo real del progreso.


Los retos en el Campo de la Educación

El devenir futuro requerirá, entonces, una formación educativa más centrada en el hombre. Eso quiere decir, entre muchas otras cosas, que debe existir un énfasis muy importante en lo valórico, aspecto que se ha deteriorado enormemente, llevando a que el logro del objetivo no trepide en pasar por todo tipo de insensateces y actitudes inmorales o éticamente discutibles. ¡Que mejor ejemplo que lo recientemente ocurrido con la transacción comercial de un pre-test de la PAA, que no vaciló en ser adquirida por familias de estudiantes de altos ingresos, educados en los llamados "mejores colegios", caracterizados muchos de ellos por un ingente adoctrinamiento en lo religioso! Hay un debilitamiento fundamental en el campo de los valores que tendremos que reponer en la enseñanza a todos los niveles, para lo cual será necesario pensar cuidadosamente lo que enseñemos a quienes son los formadores de las nuevas generaciones, haciendo de la formación de profesores una tarea de compromiso colectivo social.

La modernización y la calidad de la educación no quieren decir absolutamente nada si la misma no es utilizada como vehículo de movilidad social. En el pasado, la educación sirvió para traspasar valores, conocimientos, habilidades, en forma transversal a los distintos grupos sociales. La educación sirve para aunar las sociedades, para darles un norte, para hacer de la experiencia de aprender, una experiencia para unir. En países con problemas raciales más o menos profundos, por ejemplo, la educación compartida ha servido como un vehículo para catalizar las diferencias y poder construir un mundo de más unidad y objetivos comunes. Aquí nada sacaremos con mejorar la calidad de la educación, invirtiendo en ella más recursos y tecnología, si no se hace un esfuerzo para terminar con la educación distinta para distintos grupos sociales o étnicos. Por lo tanto, me parece que un segundo gran reto, junto a aquél de enfatizar la formación valórica para construir una sociedad más humanista, es el de lograr homogenizar el sistema educativo, sus planes de estudio, los medios de que se dispone, la calidad de los maestros; ello permitirá avanzar hacia sociedades más integradas, objetivo importante dado el reto de diseminar los frutos del progreso en forma activa y efectiva.

Finalmente, en el campo educativo, me parece que el tercer reto crucial es el de acelerar la adaptación a los nuevos métodos educativos. El siglo XXI será el de la educación a distancia: no será necesaria la presencia física para adquirir la instrucción. Los instrumentos comunicacionales que ya tenemos permiten, a poco andar, que podamos adquirir el conocimiento desde nuestras casas; sentados junto a nuestra computadora, o más tarde junto a nuestro televisor, en forma interactiva. Podremos ser evaluados y compartir por medios virtuales. Eso podrá imprimir una velocidad sin precedente al acto de enseñar y aprender. Evidentemente, será más fácil poder introducir mayor homogeneidad en los métodos, los planes y los programas. Los propios textos estarán disponibles en sus distintas versiones, a través del Internet o de los nuevos mecanismos comunicacionales que se desarrollen. La necesidad de entrenar profesores se reducirá significativamente, ya que su poder multiplicador crecerá junto con los medios técnicos; es posible que monitores locales puedan reemplazar a los actuales profesores, para dar contenido a los ejercicios, las lecturas, y para enfatizar los aspectos formativos generales y complementar con aquellos que requieren de clases presenciales. Es decir, hay un reto crucial en la tecnología educativa, para utilizar en forma adecuada la disponibilidad de nuevos medios, haciendo más productivo el uso de los recursos educativos. Junto con ello, sin embargo, no hay que olvidar que el reto de humanizar la educación sigue vigente, y que deberán desarrollarse también las prevenciones del caso para cautelar los aspectos formativos que más importan a este respecto. Además, la tecnología educativa no debe desarrollarse en función de un individualismo que resulta, a todas luces, inconveniente en el contexto de los grandes retos de consolidación de nuestras sociedades; por ello, la profundización y el enriquecimiento de nuestra vida en sociedad, para mejorarla y proyectarla como un fundamento efectivo del progreso global, debe constituirse paralelamente al tema tecnológico en un reto en vistas a los desarrollos deseables.


Los retos en el Campo de la Economía

El siglo que viene presenciará un desarrollo mucho más integrado que aquel que caracterizó al siglo que dejamos. Como un legado del mismo, sin embargo, ha quedado la actual globalización incipiente que será, sin duda, fortalecida y profundizada durante el siglo que viene. Hoy día, todavía, es la globalización un entendimiento de ciertos principios colaborativos, destinados a la definición de ciertos marcos generales, generalmente a nivel de principios conceptuales, en vistas al desarrollo económico y al comercio internacional. Existen desencuentros y contradicciones, pero hay que reconocer que habría sido calificado de loco quien hubiese afirmado 20 años atrás, que los países de la ex órbita socialista estarían construyendo economías de mercado; y que China Comunista se transformaría en un verdadero jerarca productor, y en un mercado apetecido del mundo capitalista. ¿Quién habría apostado a que nuestro Chile sería el primer productor de salmón del mundo, y el cuarto vino en términos de preferencias en el mercado de los Estados Unidos? A pesar de los desencuentros y contradicciones, la economía mundial camina hoy dentro del marco de principios bastante más homogéneos, y con mucho más amplio sentido de perfectibilidad que en la época cuando los modelos económicos se veían como cuestiones ideológicas, y los debates sobre su mejoramiento se reducían a cuestiones políticas.

La globalización pasará a ser una integración económica plena, de lo cual ya está dando señales el mundo europeo y el norte del continente americano. Hay un largo camino que recorrer, pero es posible que el mundo termine siendo un conjunto de 6 ó 7 grandes países, facilitando mucho más la comunicación, el comercio, el progreso, en definitiva. Pienso que en esto hay un gran reto; no cabe ninguna duda que la plena integración levantará nuevos problemas, pero en un plano efectivo, inducirá un mucho mayor y mejor potencial productivo, en que las ventajas de cada región o grupo de países podrá explotarse mejor en beneficio de la humanidad. Podrá ser un mundo más efectivo, en que las duplicaciones de actividades irán desapareciendo por la simple agregación de las mismas en marcos geográfico-políticos más amplios y complejos. Pero dentro de los problemas que crea esta nueva forma de organización económica, estará el de las disparidades internas e inter-regionales. No hay que olvidar que la pobreza y el abandono de ciertos países de América Latina, Asia y África, los ponen a siglos de distancia virtual de la realidad de los países del primer mundo. ¿Cómo lograremos cerrar las brechas? Está claro que el rol de las agencias internacionales ha pasado de lo inútil a lo absurdo, y que un nuevo orden será requerido con el objeto de presentar un desarrollo mundial más solidario, como también más consecuente con la propia necesidad de preservar el propio crecimiento en base a un aceptable equilibrio social al interior de los países y las regiones.

Nada se sacará con acentuar los logros de una economía mundial más integrada, y por tanto menos sujeta a fluctuaciones derivadas de los efectos de la información, si no avanzamos en paralelo con un concepto de mundo más humano, más solidario y también, porque no decirlo, más efectivo en términos de consolidar los progresos sobre bases de mayor estabilidad social y política. Esto requiere una nueva conceptualización política de orden internacional, tarea a la cual habrá que abocarse durante el milenio que viene. El mundo se hace más pequeño, pero también se va haciendo más complejo en término de las cosas que deben ser tomadas en cuenta para el logro de una efectiva integración y un mayor progreso.

El propósito de una economía con más sentido de lo social, más basada en un concepto humanista y de justicia, es un reto de crucial importancia a nivel de los países, y mayormente lo será a nivel del globo en los años que vienen. Se trata de justicia para establecer la igualdad de condiciones, y no sólo de oportunidades, que se requiere para tener una sociedad más participativa y más efectivamente en desarrollo. No se trata de restaurar justicia al final del proceso, allegando recursos a los más necesitados como la limosna que uno da a los hambrientos y a los pobres. Se trata, por el contrario, de potenciar en ellos sus capacidades para un mejor desenvolvimiento. Se trata de educar para que nadie tenga que dar limosna a nadie, sino para que un sistema pueda entregar oportunidades a todos y se obtengan los recursos a partir del esfuerzo y capacidades. Estos elementos encuentran serias resistencias: primero, en quienes detentan el poder económico y ven, equivocadamente, con temor, a una clase trabajadora más instruida, más dueña de tomar sus decisiones y visualizar sus oportunidades. Segundo, en quienes son predicadores de la fe, que ven en la desesperanza y la pobreza un caldo de cultivo para sus propósitos idealistas, y para mantener la idea de castigo terrenal como fuente educadora de los espíritus. Tercero, los políticos del siglo que ya hemos dejado atrás, que tratan de transformar la necesidad en un coto de caza, oponiéndose a la posibilidad de disminuirla por la vía de mejores condiciones. Se depredaría así su natural interés en el mundo que está cambiando.

Pero no es sólo el tema social el que estará en la raíz de las atenciones más fundamentales que requerirá la economía del siglo que viene. Está también el tema del Estado. Por una parte porque el concepto de Estado deberá cambiar de manera dramática, dependiendo de los pasos que se vayan dando en materia de integración; como resulta obvio de la experiencia de la Unión Europea, el tema del Estado, y de los organismos superiores a LOS ESTADOS, pasa a ser una cuestión crucial derivada de la globalización. Pero, asimismo, el concepto de Estado debe cambiar en el contexto de su actividad, de la proyección de su tarea en una economía y una sociedad más compleja. Durante gran parte del siglo que dejamos, las luchas políticas a todo nivel se han brindado por el objetivo de obtener una mayor presencia o menor presencia del Estado en la actividad social y política. Ese era, en términos muy simples, el gran tema tras la guerra fría y el desarrollo del mundo occidental versus aquel que se ubicaba tras la "cortina de hierro". Los desarrollos de la última parte de este siglo parecen atestiguar el triunfo occidental y de las economías de mercado, como exhibiendo la "muerte" del Estado; y muchos así lo entienden y vaticinan el fin del Estado-docente, del Estado-empresario, y de muchos otros roles que habían sido históricamente asignados.

La cuestión no es tan simplista. El Estado es, por definición, una forma superior de organización social. El determinar que sus roles deben acotarse en términos de temas y de instrumentos, no significa poner fin a la organización social que representa, ni tampoco desconocer que existen temas e instrumentos en los que el Estado no es reemplazable ni eliminable. Hay un gran simplismo en una discusión que deberá abordarse en términos concretos durante el milenio que se aproxima. La tarea social, por ejemplo, es una responsabilidad del Estado, ya que ello va más allá del legítimo interés privado, y debe ser abordada con un sentido de proyecto nacional o proyecto social. No se trata de crear el concepto de "lástima estatal" o de promover una política social basada en la dádiva y en la solidaridad ex post. Por el contrario, se trata de crear una solidaridad ex ante al proceso económico, y de restaurar el equilibrio en lo social y lo distributivo como parte del bien común y como un pre requisito del propio crecimiento.

Del mismo modo, se nos presenta el tema educativo, el cual va más allá de la acción propia del mercado en un sentido estrecho, ya que el mismo debe ser abordado con un sentido de futuro y de colectivo social, como he indicado anteriormente, haciendo imposible que no cuente con un ordenamiento, una política, una guía a nivel del Estado. Es decir, del colectivo que debe interesarse en el tema de su proyección en el tiempo. Eso es lo que llamamos Estado-docente, respecto del cual se equivocan los que creen que es un principio inaplicable al partir del precepto de que no todas las escuelas deben ser públicas.

Los temas de regulación económica serán cada vez más importantes en un mundo que se globaliza y construye relaciones mucho más complejas en lo económico y social. Tomemos un ejemplo, solamente: el del medio ambiente y recursos naturales. En un contexto puramente privado no hay manera de cuidar los efectos negativos del mayor impulso económico en términos del deterioro ambiental; tampoco con respecto al agotamiento de los recursos naturales no renovables. Simplemente no existen los incentivos para que estos temas pasen a ser asumidos por las condiciones de mercado en un contexto privado. No es nada criticable, pero simplemente así ni funciona el sistema, ya que en el mismo importan las ganancias y pérdidas a nivel privado, no social. De este modo, la regulación y el rol del Estado pasan a ser imprescindibles para cautelar el interés social, el bien común podemos decir. Los temas de la regulación antimonopólica, del establecimiento de adecuada información para el desempeño de ciertas industrias o actividades, de la imposición de normas éticas, del establecimiento de límites a ciertas conductas privadas, son todos temas de Estado como también la defensa, la policía, la seguridad, la justicia y el alumbrado público. Entonces, podemos estar hablando de un siglo XXI en que dejemos de lado los debates superficiales y políticos sobre el Estado, para pasar a los debates pragmáticos sobre el Estado que requerimos, y sobre la forma en que precisamos su intervención, sin con ello excluir la dimensión de costos y de eficiencia, que es algo que los políticos no podrán ocultar a los ojos del pueblo, en la medida en que los servicios sean peores a un costo mayor.

Los temas de la economía del siglo que viene estarán vinculados, en lo fundamental, a los temas de la desigualdad y de la regulación. El reto, para ello, es el de construir un mejor Estado, y el de desarrollar un concepto de Estado propio del ámbito de la globalización. Pero, además de esto, estará la necesidad de profundizar el ahorro para financiar la inversión que dé paso a más progreso tecnológico y mayor productividad de los factores. De la actividad productiva dependerá el empleo y el ingreso; pero tendrán también que desarrollarse nuevas formas de acceso a la riqueza, porque el siglo que viene será también de menos trabajo humano, de mayor trabajo intelectual, claro está, pero de un menor trabajo horario. De acuerdo a los estándares actuales, ello significa un tema de ingreso y de distribución del ingreso, pero las nuevas formas de acceso a la riqueza deben dar solución a ese tema. Por ejemplo, no es aventurado asegurar que todos podamos ser propietarios accionarios de las actividades productivas. Con ello, nuestro ingreso dependerá de la productividad de la tecnología y del capital, y no solamente del trabajo. No tenemos aún las respuestas para lo que significará este gran salto de la humanidad, que está allí, muy cerca nuestro, pero no hay duda de que tendremos que cambiar muchas concepciones, muchos mitos, muchas teorías, ante la vigencia ineludible de cambios centrales en la organización económica presente, hacia un siglo que diversificará y enriquecerá la producción y el intercambio.


Notas finales: ¿Qué pasará con Chile?

Mis ideas anteriores han tratado de reflejar nítidamente, es decir, lo más nítidamente que he podido, mis preocupaciones en término de los retos globales sobre educación y economía para el siglo que se asoma. Una sociedad más integrada, pero también globalizada a nivel planetario, requerirá de una sólida formación ética y valórica, así permitiendo asumir el progreso como un fenómeno indispensable, capaz de producir mayor igualdad, mayores oportunidades, y capaz de fundar en el bien común el comportamiento objetivo del Estado y su política. Quizás, esto pueda sintetizar la forma en cómo me siento respecto de los temas propuestos para esta conferencia.

Pero no puedo terminar sin aludir, aunque sea en forma somera, a nuestro Chile. Ciertamente, en mi juicio ha incidido en forma profunda la experiencia de nuestra patria en el campo educativo y económico, y los retos que quedan en ella para los años que vienen.

Chile ha sido históricamente una economía marginal. Desde los tempranos tiempos coloniales hasta los días presentes, nuestra influencia efectiva en el comercio regional y mundial es pequeña, y no podrá ser distinto a menos que demos el salto productivo que posibilitan nuestros recursos actuales en términos de una manufactura que provea la exportación de segunda etapa. Sólo adicionando mayor valor agregado a nuestras exportaciones se podrá tener un impacto notorio a nivel de los flujos comerciales. Para ello, es indispensable una mayor inversión, para lo cual existen las posibilidades de financiamiento, pero falta estabilizarlas por medio de la creación de un mayor potencial de ahorro doméstico. El panorama productivo futuro pasa también por el desarrollo de algunos sectores, como el de servicios financieros, seguros y transportes, que pueden dar a Chile la oportunidad de ser un receptor de recursos para ser intermediarios a nivel de la región latinoamericana. No es, por tanto, un sueño pensar que Chile pueda ser un producto de manufacturas livianas y una economía de servicios para el desarrollo del resto de la región. Ello permitirá consolidar lo que se ha ido logrando en términos de crecimiento, inversión, desarrollo de los recursos humanos, y la existencia de un Estado activo en una economía dinámica de mercado.

¿Cuáles son, sin embargo, las distancias que existen? Chile tiene actualmente un ingreso per cápita de 5.000 dólares, y una distribución caracterizada porque el decil 10 obtiene 16 veces lo del decil 1. Es decir, hay un relativamente alto ingreso promedio, pero una muy defectuosa distribución. Además, tenemos una pobreza de un 23 %, junto a excelentes indicadores macroeconómicos, al menos comparativamente al resto de los países en desarrollo.

Hagamos notar que el ingreso per cápita de un país industrial, valor de piso, es de cerca de 15.000 dólares, con una distribución de ingreso caracterizada por una diferencia de 1 a 9 ó 1 a 10. Por lo tanto, creciendo a un ritmo per cápita del 5,5% por año, podremos alcanzar el piso del mundo industrial en, aproximadamente, ¡20 años¡ Para solucionar nuestros problemas distributivos, y acercar más hacia el tope a los más pobres, es posible que el ingreso per cápita de éstos tenga que crecer por sobre el promedio, posiblemente a 7% ó 7,5%. Estos juegos numéricos no son simples, implican una profunda responsabilidad y levantan preguntas de mucha importancia respecto a la sostenibilidad del proceso de expansión económica. En todo caso, queda claro que alcanzar el desarrollo, en términos integrales, será cosa que tome algo así como un tercio del próximo siglo. Si, por el contrario, nuestro crecimiento se deteriora por falta de atención a ciertas políticas claves, como por ejemplo aquellas que se destinan a sustentar el crecimiento de los sectores más estratégicos desde el punto de vista del crecimiento, es posible que nuestro potencial desarrollo se postergue aún más. Si se reduce el crecimiento en un punto porcentual, nos tomaría cinco años más el alcanzar el piso del desarrollo; si se reduce a la tasa histórica chilena (2,5%) el piso del desarrollo podría alcanzarse en algo así como 40 años, sin considerar siquiera los avances en el tema distributivo.

Al tomar en cuenta la necesidad de una mucho mayor expansión de los sectores de más bajos ingresos, para poder mejorar nuestra distribución sensiblemente, deben quedar claros los esfuerzos en política social que quedan hacia delante. Particularmente en el campo de la educación, se hace necesario reformas radicales sobre financiamiento y acceso, que permitan elevar sustancialmente la productividad de los más pobres, llevando a una mejoría en aspectos distributivos. Esto, junto a una mayor concentración de los recursos del Estado en temas sociales de impacto distributivo, como las pensiones y el gasto de salud, podría llevar a cercarnos a los patrones que se buscan, en términos de nuestras similitudes a los países industrializados.

Como se observa, creo que el siglo que entra es uno que representa esfuerzos fundamentales para nuestro país. Están los retos de la mayor integración regional, de la descentralización de la política del Estado, de la mejor ejecución del gasto, del mejor ejercicio de la actividad reguladora. El siglo XXI para Chile, al menos en sus primeras décadas, debe ser uno en que la calidad del crecimiento aumente en forma considerable, para que el mayor bienestar se haga efectivo en término de los promedios y de la distribución. Pero estas son tareas mayores, en que se hará necesario esfuerzos de política de Estado con visión de largo plazo, para la cual, creo que, desafortunadamente, no está aún preparada nuestra clase política. ¿Cuáles son los riesgos? Considero que es el de volver a entrar al siglo XXI como entramos a este siglo XX, con un proceso de crecimiento que había roto notablemente con la tradición histórica y había levantado la posibilidad de un Chile distinto. Pero, ese proceso se frustró. Según Aníbal Pinto, porque existía una brecha sustancial entre un país avanzado en el ámbito social y político, pero extremadamente retrasado en su base económica. En los días presentes es posible que Chile esté avanzado en el campo económico, pero extremadamente retrasado en el terreno social y político. Ello puede generar desbalances y contradicciones resultantes en la frustración de nuestro desarrollo; y ¿qué legaremos a la generación venidera? Sólo las promesas, las expectativas, los sueños, transformado todo en imposibilidad, en un conjunto amplio de muy buenas excusas, pero en el fondo, el sentimiento de que absurdamente no fuimos capaces de generar un proyecto de país.

Creo que el sueño que tenemos que alimentar con acciones, es el de construir una sociedad para que dé su salto económico al futuro, lo cual demanda un país, no sólo más eficiente en el uso de sus recursos, sino también un país más solidario, con un Estado efectivo, donde las distancias se acorten entre distintos grupos humanos, y en donde se pueda pensar en los temas del futuro, del siglo que ya está aquí, con la confianza de que quien conoce el terreno, puede adivinar sus imperfecciones y puede buscar con confianza las metas deseadas. El gran reto del siglo XXI para nuestra patria, estará en buscar los equilibrios que garanticen la solidez de nuestros propósitos, en construir la senda verdadera a un progreso humano, centrado en el hombre, y que no busque justificación ante la vacilación o la incapacidad para lograr lo que somos capaces de lograr.

Les agradezco mucho la posibilidad de que me hayan invitado a meditar sobre estos temas. Sobre todo al tratarse ésta de una reunión que celebra el 5º Aniversario de una institución educacional del ya macizo prestigio alcanzado por el Colegio Concepción San Pedro. El tráfago diario no permite, muchas veces, mirar por la ventana hacia el futuro verdadero, no sólo a los días o el año próximo, sino al futuro de largo plazo, con sus retos y sus complejidades. Ustedes me han brindado esa posibilidad y se los agradezco, pues no hay cientista social que desconozca el sentido del futuro, el valor del futuro, la necesidad del futuro, como un instrumento para el progreso presente.

Están aquí nuestras esperanzas de un mundo mejor, con mayor y mejor progreso, con mayor y mejor omnipresencia del hombre como centro vital del universo y del progreso. Es la aspiración a parecerse un poco más al tiempo futuro, no al tiempo presente; es la aspiración por una vida mejor, por un legado cierto a las generaciones que siguen. Y en esa tarea todos tendremos siempre una responsabilidad que no debemos eludir.

Muchas gracias.

Compartir:
https://uchile.cl/u6161
Copiar