Óscar Martínez nació en 1983 en El Salvador, en medio de la guerra civil salvadoreña que confrontaba al Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional y las Fuerzas Armadas de aquel país. Su infancia transcurrió en Soyapango, la tercera ciudad más poblada del país, ubicada a casi 5 kilómetros al oriente de San Salvador, la capital. Sus padres, quienes tenían vínculos con movimientos insurgentes, solían llevarlo a él y a sus hermanos a campamentos guerrilleros y, como cualquier niño crecido en medio de la guerra, fue capaz de ver sin tapujos una cruda realidad desde que se puede tener memoria.
Desde pequeño, ese fue el país que conoció: una nación forjada por la violencia. No pasó una década del fin de la guerra cuando comenzó a tomar fuerza el siguiente gran problema de su territorio. Entre los salvadoreños refugiados en Estados Unidos a causa del conflicto social, quienes llegaron a Los Ángeles, California, vieron la posibilidad (muchas veces impulsada por la sobrevivencia) de unirse a dos grandes pandillas: Barrio 18 y Mara Salvatrucha 13. Frente al poder que estas forjaron en territorio estadounidense, el gobierno de ese país decidió deportar a alrededor de 4.000 mareros de vuelta a El Salvador, quienes llegaron a un país que aún sufría las consecuencias de una guerra. Los salvadoreños, nuevamente, mirarían de frente a la violencia.
Este niño que creció en una región que no conoce la paz es hoy un periodista reconocido internacionalmente por su labor en la investigación, la denuncia, el retrato de realidades marginadas y, por supuesto, la pluma para relatar lo que sus ojos han visto en rutas migrantes, barrios dominados por las maras y en aquellos ejidos que son escenarios para masacres policiales y civiles.
El Faro, medio del cual es socio e investigador, ha sido un puntal en su carrera profesional. Siendo uno de los fundadores del segmento Sala Negra de ese medio, ha podido reportear las implicancias humanas de ser un país que en 2015 contaba con 105 homicidios por cada 100.000 habitantes y que hoy es, según Amnistía Internacional, el que tiene la tasa de población penal más alta del mundo. El centro periodístico al que pertenece, que ha develado horrores y abusos de poder, debió dirigirse a su público el 13 de abril del 2023 para comunicar que no podrían seguir operando en El Salvador, expresando, entre otras cosas, que:
“El desmantelamiento de nuestra democracia, la falta de controles al ejercicio del poder de un pequeño grupo, los ataques a la libertad de prensa y el cierre de todo mecanismo de transparencia y rendición de cuentas en El Salvador amenazan seriamente el derecho ciudadano a estar informado, más allá de los cuantiosos recursos públicos destinados hoy a diseminar propaganda y noticias falsas”.
Su quehacer periodístico es arriesgado, pero minucioso. Presta la misma atención cuando un migrante indocumentado le enseña a subirse a los trenes mexicanos en movimiento como cuando elige lo que denomina como verbos periodísticos. “Replicar no es un verbo periodístico. Fotocopiar no es un verbo periodístico. Verificar es un verbo periodístico”, dice. Sus respuestas son severas y sus adjetivos, ácidos.
Su trayectoria lo ha hecho merecedor de premios internacionales, como el Reconocimiento a la Excelencia del Premio Gabo (Colombia) y el Freedom Speech de DW (Alemania).
Todo esto constituyen las razones por las que la Escuela de Periodismo de la Universidad de Chile decidió invitarlo a participar en la primera versión de las Jornadas Periodísticas ¡Paren las Prensas!, donde será entrevistado en una actividad abierta y gratuita a realizarse los días 21 y 22 de noviembre en la Facultad de Comunicación e Imagen, ubicada en el Campus Juan Gómez Millas, Ñuñoa.
Los años de reporteo de Martínez han formado de manera sólida sus puntos de vista. Algunos de ellos los quisimos conocer antes del evento y están plasmados a continuación.
El método periodístico
Con respecto al caso Audios/Hermosilla, el escritor comienza con una reflexión de la mano de sus experiencias con la filtración de documentos:
“Nosotros (El Faro) hemos hecho muchísimos reportajes que implican filtraciones directas de funcionarios públicos, de información confidencial del gobierno en El Salvador, Guatemala, México”, dice. ¿Cuáles son las reglas que ellos aplican? “La primera, tener un discernimiento editorial –que para eso no hay un manual– de si es o no una información de interés público. Si es así, pues entonces sopesas los criterios legales y los criterios éticos periodísticos. Y la segunda es siempre tener una noción estructurada de cuál es el interés de quien te está filtrando la información. Ha habido muchas filtraciones donde nosotros hemos tenido claro que son producto de un interés político de, por decirlo de una forma sencilla, joder a un grupo determinado”.
- ¿Dónde está el tamiz del periodista cuando recibe una filtración?
Quien les diga que existe un manual para hacer periodismo, les ha mentido. No existe ningún manual para hacer periodismo. En el periódico, en algún momento nos filtraron documentos que hablaban de la existencia de un cartel en 2010, que es la primera vez que El Faro se metió directamente a la cobertura de crimen organizado en Centroamérica. Ya lo habíamos hecho en México, pero no en Centroamérica. ¿Esos documentos que nos filtraron los publicamos? No. Solo si tres fuentes que no se conocen nos hablan de una escena concreta que atestiguaron, sin haberse puesto de acuerdo, nosotros podíamos publicar la existencia de esa escena. Ese método se decidió editorialmente. Replicar no es un verbo periodístico. Fotocopiar no es un verbo periodístico. Verificar es un verbo periodístico. Los periodistas no tenemos que replicar, porque no somos equipos de relaciones públicas ni tampoco somos granjas de troles. Tenemos un método y tenemos que conocerlo.
- Si hemos visto a personas tan influyentes en la sociedad, como son autoridades del Poder Ejecutivo, Judicial y empresarios, pero no se ha mencionado en ningún momento a periodistas, quienes son agentes cruciales en las democracias. ¿Debería llamarnos la atención que no aparezcan colegas en casos de esta naturaleza?
Si no hay ninguna evidencia, no. Pero si hay evidencias de que los periodistas forman parte de una red de corrupción... No quiero ponernos de ejemplo de nuevo, pero hemos expuesto cómo periodistas muy reconocidos en el país trabajaban para la maquinaria de cierto partido político. Hemos descubierto cómo había una red de opinadores a sueldo que eran periodistas y otros que no eran periodistas, sino analistas, que es una categoría en la que cabe cualquiera, a los que les pagaban por llegar a programas de televisión y amplificar un mensaje concreto que había decidido la persona que pagaba. El periodismo también puede hablar de periodistas corruptos.
- Los periodistas fiscalizamos al poder. ¿Alguien debe fiscalizar a los periodistas?
Los periodistas tenemos que ser fiscalizados, por supuesto. Yo confío más en los medios que tienen procesos editoriales de verificación que han sido evidenciados ante sus lectores. ¿Quién decide qué? Incluso en El Faro instauramos la lógica de la defensa del lector y la primera en hacerlo fue Mónica González, una conocida periodista chilena. Además, un político que crea que el periodismo ha mentido en algún momento, puede reclamar como un ciudadano también. Otra cuestión es cuando eso pasa a ser un acoso sin argumento alguno, donde se busca perseguir al medio, al periodista y no a la revelación, y a eso no solo estamos acostumbrados, sino que curtidos en el periodismo latinoamericano.
Las maras y el Tren de Aragua
- En Chile solemos relacionar los delitos de mayor connotación social con el mundo de las drogas, pero cárteles como el Tren de Aragua son un fenómeno relativamente nuevo para nosotros y que aún no hemos logrado comprender del todo. Según tu experiencia, ¿qué elementos deberíamos considerar a la hora de abordar estas temáticas?
Yo les recomendaría que visiten el periodismo venezolano. Si bien, posiblemente en Chile no se han producido piezas de gran envergadura, en Venezuela sí. Los periodistas venezolanos que, de hecho, con mucho esfuerzo ejercen un periodismo extraordinario, han hablado muchísimo de eso y lo han descrito desde adentro de las cárceles, entrevistando a los líderes, comprendiendo sus motivaciones y sus vínculos políticos. Lo segundo es que, para cubrir el crimen organizado, aléjense de los estereotipos y de los íconos. Los íconos suelen llamar tanto la atención y deslumbrar tanto que explican poco. […] Porque el ícono distrae y el señor malvado que anda con un cuerno de chivo disparando para arriba y para abajo no describe al crimen organizado. ¿Qué sí describe al crimen organizado? Las motivaciones por las que crecieron, los lugares donde tomaron el control y sustituyeron al Estado, los vínculos políticos, las formas con las que lavan el dinero, las conexiones con otras instituciones políticas o estatales, los sistemas de justicia, su infiltración en la política electoral. Es, esencialmente, explicar procesos de formación de organizaciones que operan al margen del Estado o con complicidad de este por algunas razones concretas.
- De acuerdo a tu experiencia, ¿a qué rasgos debemos estar atentos para detectar la irrupción del crimen organizado en las instituciones públicas?
En primer lugar, es importante medir los flujos económicos del crimen organizado para no llegar tarde a lo que se vive hoy en México. Que esto no es nuevo. Que el crimen organizado se viene cubriendo desde hace décadas en Latinoamérica. No llegar al punto icónico de cuando Pablo Escobar ofrece pagar la deuda externa de Colombia. Cuando a nosotros nos tuvieron que explicar a la Mara Salvatrucha (el MS) , que es una organización que está en la lista del Departamento del Tesoro de Estados Unidos, la lógica estadounidense hablaba del lavado de dinero y de grandes operaciones de droga. Cuando nos juntamos con el New York Times para hacer un especial de las finanzas del MS, descubrimos que la mayor cantidad de drogas que le habían decomisado a un pandillero en El Salvador era un kilo de cocaína, que es lo que ocupa de mondadientes cualquier cartel mexicano. Entonces, si nosotros creemos en la versión oficial, contamos muy poco.
Martínez dice que normalmente los grupos criminales empiezan coptando a las unidades administrativas más pequeñas de un país. El alcalde de un pueblo, la Policía Municipal. “De ahí, como ocurrió en México, pues saltan al nivel estatal”, asegura. “Y luego es muy importante, creo yo, generar cánones éticos. Es muy difícil que vos contés el crimen organizado sin criminales, pero hay muchos medios que piensan que no le dan voz a los criminales”.
- ¿Y hay que darles voz?
Yo creo que dar voz a la gente no es una capacidad del periodismo, sino de los otorrinolaringólogos, que cuando la has perdido quizás te la pueden devolver. Los verbos del periodismo son increpar, cuestionar. Nosotros para contar las pandillas, hablamos con pandilleros. [...] Para cubrir crimen organizado hay que saber sostener la mirada y los medios tienen que aprender a invertir, porque un fenómeno tan complejo como el que ustedes están viviendo con la integración del Tren de Aragua en Chile no se va a explicar enviando a alguien a cubrir un día un partido de fútbol y por la tarde a cubrir una escena del crimen donde alguien haya sido asesinado. Los procesos de cobertura de crimen organizado implican tiempo, paciencia, mirada y dinero.
- ¿Crees que hay miedo de hablar directamente con los criminales?
Bueno, no sé, supongo que es un miedo natural hablar con los criminales y llegar a la zona, pero yo también creo que en gran medida es un mal endémico del periodismo, que es que hay muchos medios grandes que han renunciado a la idea de invertir en un periodismo que no sea inmediato y breaking news, que han renunciado a la posibilidad de decirle a una periodista: "Si ustedes quieren entender al Tren de Aragua, construyan una unidad de crimen organizado”. En los periódicos grandes tienen plata. Y a las cadenas de televisión: ya no se vivan, constrúyanlo, denles tiempo, guía editorial, déjenlos generar una premisa ambiciosa para salir a buscar su respuesta. Dejen que la gente haga el trabajo como si fueran mineros descendiendo a una mina. Poco a poco, con cuidado, retirando cada piedra, bajando un canario para saber si el aire no está contaminado. Lo que pasa es que muchos medios dicen "no entendemos esto", pero la pregunta es: ¿de verdad han tratado de entenderlo?
-En Chile la percepción de inseguridad hace diez años alcanzaba un 71,2% y hoy llega al 87,6%, según la última Encuesta Nacional Urbana de Seguridad Ciudadana. Además, es necesario sumar el resultado de la última encuesta CADEM respecto a la apreciación pública, en que el 81% de las personas encuestadas declararon tener una imagen positiva del presidente salvadoreño Nayib Bukele y al 42% le gustaría que el próximo presidente tuviera un estilo similar. ¿Cómo se puede proyectar este panorama?
Yo creo que es una mezcla de ignorancia y de ciclos históricos. Es decir, los autoritarios históricamente siempre nos han gustado como por bucle latinoamericano. No te olvides, por ejemplo, que Fujimori tenía unas altas tasas de aprobación. A Bukele en El Salvador lo aman, tiene el 86% de aprobación popular y él, efectivamente, terminó con las pandillas como las conocíamos, se las acabó en dos años. Eso quien no lo quiere reconocer, no quiere ver la realidad. La pregunta es cómo. Entonces, si alguien me dice que quiere a un Nayib Bukele en Chile, yo le diría "está bien, tenés tu derecho a querer a quien vos querrás", pero entonces le describiría que para tener a un Nayib Bukele tenés que darle todo el poder a un hombre. Tenés que renunciar a la división de poderes. Tenés que admitir que la Fiscalía y los jueces respondan a él y que el órgano legislativo haga las leyes que él exija. Tenés que aceptar que si esa persona quiere que estés preso, vas a estar preso. Tenés que aprobar que encarcelen a 1 de cada 57 chilenos, que es la proporción de encarcelamiento que tenemos en El Salvador. Si eso te gusta, adelante, vota por alguien así. Es decir, quien quiera un Bukele tiene que aceptar que no es un demócrata, que es alguien a quien le gustan los autoritarios y que decide poner todo el poder en manos de un hombre, así ese hombre un día decida aplastarlo. Si eso le gusta a alguien, suerte.
- ¿Cuál es la principal amenaza que enfrenta hoy la libertad de expresión en América Latina?
Yo no sé cuál es la principal amenaza concreta. Lo que sí sé es que, al menos desde Centroamérica, el regreso de los autoritarismos. Hablo de Daniel Ortega en el poder, un dictador consumado en Nicaragua desde 2018. Hablo de Nayib Bukele, al que nosotros consideramos un dictador en construcción de su ejercicio. Es más difícil con esta gente que no intenta maquillarse de demócrata, porque hacen que el periodismo sea más caro y que las leyes de acceso a la información se conviertan en papel mojado. Entonces, impiden que tu tiempo esté dedicado a hacer periodismo, o en el caso más terrible –que es el de los nicaragüenses que están fuera del país– impiden que puedas estar en los kilómetros cuadrados que cubrís. Y así es muy jodido, pero se puede. Lamentablemente, se sigue pudiendo.
-En Chile poco y nada se ha hablado de los periodistas nicaragüenses Víctor Ticay, quien estuvo en prisión más de un año por cubrir una procesión religiosa, o de Fabiola Tercero, desaparecida desde el 12 de julio en un contexto de persecución por parte de la dictadura de ese país. ¿Crees que hay algún mandato ético que nos estamos saltando los periodistas que estamos lejos de las regiones más afectadas por los regímenes políticos y criminales?
No conozco tan específicamente el caso de Chile, pero si me estás describiendo que vos creés que en Chile se ven mucho el ombligo, por ejemplo, en Santiago, yo lo que te diría es que eso sí lo viví en México. El periodismo en Ciudad de México voltea a ver mucho a Ciudad de México, mientras en el interior estaban ocurriendo todas las cosas y yo sí creo que es necesario que para contar un país hay que ir a todo ese país, no solo a la capital. Entonces sí creo, sobre todo en un país tan complejo y que puede ser tan remoto como Chile, que ustedes podrían hacer una medición, y si de repente se dan cuenta de que los medios capitalinos, que tienen la posibilidad de invertir eventualmente en ir al interior, tienen un 80% o 90% de piezas propias y todas reporteadas desde la capital, comprendan que no están cubriendo un país, están cubriendo una ciudad.