Adiela Saldaña descubrió su vocación farmacéutica antes de entrar a la universidad. “Trabajé como cajera en una farmacia de barrio cerca del Hospital San Juan de Dios. Veía cómo las personas que no alcanzaban atención buscaban alivio en la farmacia. Sentí que el farmacéutico tenía un rol clave, ofreciendo orientación y apoyo para mitigar el dolor mientras esperaban atención médica”, afirma.
Este contacto temprano con la comunidad y su interés por la química consolidaron su decisión de estudiar la carrera de Química y Farmacia. “Todo se conjugó: me gustaba la química, y entendí que la farmacia era una forma de contribuir a la salud de las personas de manera directa”, asegura.
Adiela recuerda su tiempo en la Universidad de Chile como una etapa transformadora: “Sentí que valía el mérito. Que ser una buena estudiante me permitía estar sentada ahí, a pesar de que la cancha estaba dispareja cuando partimos”.
Durante su formación, tres profesores dejaron una huella profunda en su desarrollo profesional: Mario Sapag, quien con sus clases de fisiopatología le mostró la importancia de actuar con integridad y ética, y Guillermo Díaz junto al Premio Nacional de Ciencias Naturales 2022, Sergio Lavandero, directores de su tesis de pregrado.
“En una clase, el profesor Sapag habló sobre medicamentos falsificados en África, como jarabes adulterados con aceite de camión que intoxicaban a niños. Esa historia me indignó y despertó en mí la necesidad de estar donde realmente se me necesitara”, sostiene.
Su tesis de pregrado, realizada en colaboración con la Pontificia Universidad Católica, también marcó un antes y un después. “Era un proyecto pionero que requería fondos concursables y colaboración entre universidades. Aprendí que la ciencia crece cuando trabajamos juntos, más allá de nuestras propias instituciones”.
La pasantía en África: un compromiso con la vida
El impacto de sus experiencias universitarias la llevó a Camerún en 2011, donde trabajó en un hospital que llevaba 15 años sin un químico farmacéutico. “El bien más preciado que tenía era mi formación universitaria. No podía aportar con recursos económicos, pero podía donar mi conocimiento y mi experiencia”, señala.
Adiela enfrentó retos únicos en un contexto de recursos limitados y necesidades urgentes. “El tétano era un problema grave. En Camerún, las coberturas de vacunación eran bajas y las condiciones sanitarias facilitaban los brotes. No podíamos abordar el problema desde la prevención, así que tuvimos que mitigar el impacto con inmunoglobulina antitetánica”.
Su llegada no solo fue crucial para implementar tratamientos, sino también para educar y sensibilizar a las comunidades locales y al equipo médico. En sus palabras: “Aprendí que los cambios no nacen de grandes estructuras, sino de las personas que deciden actuar. En un entorno con recursos tan limitados, la colaboración era esencial”.
Además, Adiela destacó la importancia de adaptar sus conocimientos a las necesidades locales. “No era solo llevar una solución técnica, sino también entender la realidad de la población. En Camerún, el tétano no era solo un problema de salud, era un reflejo de las desigualdades en acceso y educación sanitaria. Eso me enseñó que la salud pública debe ser profundamente humana y empática”.
Su experiencia en África dejó una huella imborrable en su visión profesional. “Cuando trabajas en un lugar donde, si no haces algo, nadie más lo hará, comprendes el verdadero impacto de tu labor. Ese sentido de responsabilidad y servicio es algo que llevo conmigo cada día, en cada proyecto que emprendo”.
Farmacovigilancia y seguridad en vacunas
En 2010 complementó su formación con un máster en Farmacovigilancia y estudios Post Comercialización en la Universidad de Sevilla, España. De regreso en Chile se hizo cargo de la implementación de la farmacovigilancia de vacunas en el país y, en 2023, lideró el primer proyecto de farmacovigilancia activa en hospitales, una iniciativa coordinada por el Instituto de Salud Pública (ISP) en colaboración con el Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades de Estados Unidos (CDC, por sus siglas en inglés).
“El mayor desafío fue la innovación. Coordinar un equipo multidisciplinario con enfermeras, estadísticos y médicos, y trabajar con las autoridades fue un reto enorme”, confiesa. El proyecto busca garantizar la transparencia de los datos y fortalecer la seguridad de las vacunas. “Queríamos generar evidencia robusta basada en la población chilena, no depender únicamente de datos de otros países. Eso nos permite aportar no solo a Chile, sino también a otros países de Latinoamérica”, afirma Adiela.
Saldaña también destaca el ejemplo de Chile en inmunización. “En la pandemia, nuestras coberturas de vacunación COVID-19 superaron a países desarrollados como el Reino Unido o EE.UU. Las vacunas en Chile son gratuitas y accesibles para cualquier persona que viva en el país. Es una de las medidas más equitativas que tenemos”.
Sin embargo, enfatiza la necesidad de abordar los mitos sobre la vacunación. “Hoy los mitos en torno a los efectos adversos se transmiten rápidamente por redes sociales y estos no están vinculados a las vacunas. Es clave transparentar la información y recordar que las vacunas han salvado millones de vidas”, afirma.
Adiela invita a los estudiantes a ver a la salud como un trabajo colectivo. “Aprendí que no basta con tener buenas intenciones; hay que buscar formas más eficientes y humanas de llegar a las personas. La salud pública no puede ser solo desde arriba hacia abajo; debe ser un esfuerzo conjunto”.
También resalta la importancia de la formación ética y la colaboración. “Lo que más me marcó fue entender que los problemas no se resuelven solos. Necesitamos trabajar en equipo, con otras universidades, instituciones y comunidades, para construir soluciones sostenibles”.
Finalmente, anima a las nuevas generaciones a encontrar su propósito. “El mundo está lleno de preguntas, pero la diferencia la hace quien quiere aportar a las respuestas”, concluye.