La figura de Andrés Bello
Es necesario detenerse en forma más minuciosa en la persona de Andrés Bello y en por qué el sabio venezolano llega hasta estas tierras. El primer contacto de Bello con Chile data de 1822 cuando conoce a Antonio José de Irisarri, jefe de la legación chilena en Londres. Bello, hasta entonces, flotaba más o menos a la deriva en la capital inglesa haciendo pequeños trabajos para el gobierno de Caracas. Estos trabajos eran en su mayoría cartas a autoridades inglesas o informes a Bolívar y su canciller. Se dice que Bello dominaba catorce idiomas, entre los que se encontraba el latín; su inglés era, desde luego, perfecto. Es así como se había ganado una cierta reputación como gran latinista, indispensable para sus comunicaciones con el Vaticano, como también, la fama de hábil escritor de cartas de asuntos difíciles. Pero, a pesar de eso, Bello no tenía un cargo oficial y Caracas usaba sus servicios sólo ocasionalmente. Su situación económica era por lo tanto angustiosa.
Irisarri, quien era un hombre cercano a O’Higgins, se encontraba en Londres para contratar un empréstito para el gobierno chileno por la suma de un millón de libras esterlinas. Los manejos del dinero del empréstito habían sido poco transparentes, lo que hizo que el gobierno enviara a Mariano Egaña a ver el estado de cosas y las cuentas de Irisarri. Este último ya había escrito al ministro de Relaciones chileno una carta en que describe a Bello como “un hombre habilidísimo, de muy variada literatura y extensa ciencia y posee una seriedad y nobleza de carácter que lo hacen mucho más estimable. Estas condiciones tan difíciles de alcanzar hoy en día, amigo mío, me mueven fuertemente hacia él”. Con estas cualidades, cuesta entender la resistencia que sentía Bolívar por Bello. Una de las teorías dice que el Libertador habría interceptado una carta de Bello en la cual éste deslizaba la idea que tal era el caos en las nuevas repúblicas, que no veía otra salida que la instauración de monarquías parlamentarias, al estilo inglés, con algún príncipe de alguna casa reinante a la cabeza. Bolívar no le habría perdonado este desliz intelectual con la causa republicana. La carta dirigida a Blanco White, citada en el libro de Iván Jaksic[ 2], "Andrés Bello: la pasión por el orden", decía textualmente: “Se trata de saber si suponiendo tratase de establecer una monarquía (no como la de la Constitución española de 1812, sino una monarquía verdadera, aunque no absoluta) y si pidiese a las cortes de Europa un príncipe de cualquiera de las familias reinantes, sin excluir la de Borbón, se recibiría favorablemente esta proposición en las actuales circunstancias. A mí me parece que ninguna concilia mejor el interés de los americanos (que Ud. sabe muy bien no para republicanos)...”. Mientras tanto, Mariano Egaña no se encontraba en buenos términos con Bello dada su circunstancial cercanía con Irisarri, quien prácticamente había huido como un forajido a París. Bello terminó entonces su actividad en la legación chilena para ocupar por un breve tiempo un cargo menor en la legación venezolana. Sin embargo, su situación seguía siendo precaria y los puestos en que era nombrado eran de tan bajo rango que casi constituían una afrenta. Es entonces que Bello le escribe directamente a Bolívar: “Mi destino presente no me proporciona, sino lo muy preciso para mi subsistencia y la de mi familia, ya algo crecida. Carezco de los medios necesarios para dar una educación decente a mis hijos... y veo delante mí, no digo la pobreza, que ni a mí ni a mi familia espantaría, pues ya estamos hechos a tolerarla, sino la mendicidad.” [3]
Por entonces, las cartas entre el continente y Europa demoraban nueve meses, por lo tanto, Bello no tuvo por mucho tiempo respuesta a su desesperado requerimiento. A fines de 1827, Bello reinicia el contacto con Mariano Egaña.
Le manifestó su deseo de dejar definitivamente el cuerpo diplomático colombiano. Egaña había cambiado de opinión acerca de Bello y de la animadversión pasó a la franca admiración. El 10 de noviembre de ese año escribe a Chile recomendando su nombramiento en cualquier cargo administrativo en Santiago. El 15 de noviembre de 1828, después de un año sin sueldo, el gobierno chileno lo nombra Oficial Mayor del Ministerio de Relaciones Exteriores chileno. Bello aceptó de inmediato.
Se sabe que Bolívar al enterarse de la decisión de Bello—y cuando éste ya venía con destino a Chile—, en carta a José Fernández Madrid, su embajador en Londres, le ruega disuadir al primero de no sumirse “en el país de la anarquía”. “Persuada usted a Bello —escribe Bolívar— que lo menos malo que tiene América es Colombia”[ 4]. Fernández Madrid, claro está, no logró su propósito. El 25 de junio de 1829 Andrés Bello desembarca en Valparaíso, que por ese entonces no se vislumbraba como el gran puerto del Pacífico Sur. Luego de unos días, Bello y su familia llegan a la ciudad de Santiago. Leopoldo Castedo apunta una posible versión de la mirada de Bello a nuestra capital: “La vista de Santiago, desde lejos, debió recordar a Bello la topografla de su Caracas. Unas torres de escasas iglesias; pocos edificios de dos pisos en la Plaza de Armas y aledaños; en el centro de la planicie, casonas y huertas y arboledas desprovistas de hojas en junio; el centro, un cerrito rocoso y pelado”.[5]
Si bien las fisonomías de las capitales de las nacientes repúblicas no debían diferir mucho unas de otras, es importante destacar que Bello escogiera un pequeño país como Chile. Sus primeras impresiones no son demasiado halagüeñas. Le escribe al mismo Fernández Madrid: “El país hasta ahora me gusta, aunque lo encuentro inferior a su reputación, sobre todo en cuanto a bellezas naturales. Echo de menos nuestra rica y pintoresca vegetación, nuestros variados cultivos y aún algo de la civilización intelectual de Caracas en la época dichosa que precedió a la revolución”[ 6]. Pero en otra carta anota la siguiente observación: “Se ven pocos sacerdotes y los frailes disminuyen rápidamente. Se goza, de hecho, de toda la tolerancia que puede apetecerse”.[7]
Antes de cumplir su cargo ministerial, la reputación del sabio humanista ya se había difundido en Santiago. Entre sus primeros trabajos es nombrado director del Liceo de Chile, sucediendo en el cargo a José Joaquín de Mora. El Liceo de Chile había sido concebido como una contraparte del Instituto Nacional, otra de las primeras instituciones educativas que si bien era de origen patriótico se había vuelto crecientemente conservadora. Comienza también a hacer clases como profesor particular a jóvenes que ocuparán importantes lugares en la historia de Chile, como por ejemplo, los hermanos Miguel Luis y Gregorio Víctor Amunátegui, Diego Barros Arana, José Victorino Lastarria y Francisco Bilbao. Todos ellos llegarán a ser personajes paradigmáticos del pensamiento liberal del siglo XIX y casi sin excepciones su quehacer estará vinculado al ámbito de la educación y la cultura. El acto visionario del presidente Bulnes y de su ministro Montt de encargarle a Bello la elaboración de la ley orgánica de una nueva Universidad que regule todo el sistema educacional chileno, irá mucho más lejos que esta tarea de procedimientos, ya que por una sinergia natural se convertirá en su primer rector. La ley orgánica de la Universidad de Chile queda finalmente redactada y aprobada por el Consejo de Estado en 1842. Ese mismo año, Bello escribe en El Araucano un texto elocuente y revelador respecto de su pensamiento del rol que deberá tener la nueva casa de estudios: “No se trata de aquellos establecimientos escolásticos o de ciencias especulativas, destinados principalmente a fomentar la vanidad de los que deseaban un título aparente de suficiencia, sin ventajas inmediatas y reales para la sociedad actual. Se desea satisfacer, en primer lugar, una de las necesidades que más se han hecho sentir desde que con nuestra emancipación política pudimos abrir la puerta a los conocimientos útiles, echando las bases de un plan general que abrace estos conocimientos en cuanto alcancen nuestras circunstancias, para propagarlos con fruto en todo el país y conservar y adelantar su enseñanza de un modo fijo y sistematico, que permita, sin embargo, la adopción progresiva de los nuevos métodos y de los sucesivos adelantos que hagan las ciencias”[ 8]. Bello es, sin duda, un hijo de la Ilustración. Como escribe la historiadora Sol Serrano: "las proposiciones educacionales de la Ilustracion fueron sistematizadas por Diderot en su artículo ´Collége`, publicado en la ´Enciclopedia` en 1753, donde criticaba la preponderancia inútil de los estudios literarios y el lugar dominante del latín, a la vez que proponía un programa enciclopédico que hiciera resaltar la unidad del conocimiento y la importancia de las ciencias experimentales y exactas” [9]. Bello hace suya esta idea. Por un lado, cabe destacar el fuerte influjo del racionalismo en cuanto a la utilidad del conocimiento científico que por esos años se acrecienta a pasos agigantados y, por otro, el rol del Estado como eje del sistema educacional, lo que por fuerza implica un desperfilamiento de la función de la Iglesia en ese ámbito.
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[2] Jaksic, Iván "Andrés Bello: la pasión por el orden", Editorial Universitaria, Santiago de Chile, 2001
[3] Jaksic, Iván, Ibíd.
[4] [5] [6] Lavados, Jaime "La Universidad de Chile en el desarrollo nacional", Editorial Universitaria, Santiago de Chile, 1993.
[7] Cussen, Antonio "Bello y Bolívar", Fondo de Cultura Económica, Ciudad de México, 1995.
[8] Citado por Serrano, Sol Ibid
[9] Serrano, Sol Ibíd.