Tiempos modernos

La Primera Guerra Mundial, la gran depresión económica de 1929, la caída de la riqueza del salitre y la Segunda Guerra impulsan a la Universidad a poner mayor énfasis en la investigación.

Así lo reconoce el Estatuto de 1927, que además reorganizó la estructura de la institución: se suprimió la Facultad de Teología, se añadió la de Ciencias Matemáticas y Naturales independiente de la de Ingeniería y Arquitectura y se creó también la Facultad de Agronomía y Veterinaria. Dos años después se agregó una séptima facultad, la de Bellas Artes. Con sucesivas versiones perfeccionadas entre 1929 y 1931, el Estatuto reafirma la doble función universitaria, científica y docente, al distinguir los institutos y escuelas que componen las distintas facultades. Los primeros, dice, tienen por objeto “estimular el estudio y la investigación de las ciencias puras sin finalidad utilitaria”, ayudar a la preparación científica para los estudios profesionales y la docencia superior, y al conocimiento y desarrollo de la riqueza nacional, mientras que las escuelas se destinan a “la enseñanza profesional superior”. Se distinguen en consecuencia, los títulos profesionales de los grados académicos, entre los que se restablece el de doctor.

A tono con este renovado espíritu, sobresalen en el período los rectorados de Juvenal Hernández y Juan Gómez Millas, que en conjunto, cubren un período de treinta años (de 1933 a 1963) de esplendor institucional.

Del prolífico rectorado de Juvenal Hernández se destaca el desarrollo de la investigación mediante el establecimiento de numerosos institutos dedicados a ella. La extensión artística y cultural cumple también un rol preponderante. En esta área, en la que la Universidad de Chile será pionera en el país, no pueden dejar de mencionarse las Escuelas Internacionales de Temporada dirigidas por Amanda Labarca, que llegaron a convertirse en verdaderos foros del pensamiento americano; los cuerpos artísticos estables, que surgen en este período: la Orquesta Sinfónica de Chile, inaugurada en 1941 y el Teatro Experimental (hoy Teatro Nacional Chileno), que inicia sus actividades ese mismo año; el Museo de Arte Popular Americano, creado en 1943; el Coro Universitario y el Ballet Nacional, ambos fundados en 1945, y el Museo de Arte Contemporáneo, inaugurado en 1947.

También se aumenta el número de carreras, bibliotecas, talleres y laboratorios. Se crearon las Facultades de Comercio y Economía Industrial, Medicina Veterinaria, Arquitectura, Odontología, y la Facultad de Química y Farmacia. En la línea del desarrollo científico nacional, fue decisivo el establecimiento del régimen de dedicación exclusiva para los investigadores, estatus inicialmente implernentado en la Facultad de Medicina en 1950.

Juan Gómez Millas continuó la labor de su antecesor; creó colegios regionales y sedes de provincia, intensificó los contactos con el extranjero y vinculó a la Universidad con los más diversos aspectos del desarrollo del país, como lo prueban la participación universitaria en la Expedición Antártica y el fomento de los estudios prácticos en agricultura y minería.

La Universidad crece y se diversifica. Destacados catedráticos de medicina, química y ciencias; historiadores que exploran nuevas interpretaciones de nuestra vida nacional y de la historia universal; filósofos que por primera vez trabajan directamente con las fuentes origi­nales que surgen en el siglo XX; filólogos e historiadores del derecho, así como investigadores de la economía y otras áreas del saber, marcan la pauta de los nuevos tiem­pos. Junto a ello, es elocuente la expansión territorial de la Universidad, con nuevos edificios como las sedes de Derecho y Medicina, y campus como el de Macul, donde se instala el Instituto Pedagógico, además de los recintos para sus sedes fuera de Santiago. Todo lo cual marca una fase abiertamente expansiva.

El proceso de Reforma Universitaria pone fin al breve rectorado de Eugenio González en 1967. Este movimiento, inicialmente surgido en las Universidades Católicas de Santiago y Valparaíso, sacudió la vida de la Universidad. Se trataba de un intento por consolidar una participación más decisiva de los distintos estamentos, en un modelo de plantel universitario que naturalmente se entendía comprometido con la realidad social en el que estaba inserto, afin con las sensibilidades, conceptos políticos y filosóficos en boga. Como todo el aparato universitario de la época, este movimiento de caracter democratizante en el nivel de las estructuras académicas terminó abruptamente con el Golpe de Estado de septiembre de 1973.

Intervenida por el Régimen Militar durante diecisiete años, la Universidad de Chile sufrió la misma suerte que la convulsionada sociedad de la que siempre ha sido su fiel reflejo. No sólo fueron afectados los integrantes de su comunidad y sus actividades propias, sino incluso su misma estructura, marcando el punto máximo de su desmembramiento la nueva Ley de Universidades de 1981, en virtud de la cual pendió sus sedes regionales, las que pasaron a constituirse en universidades autónomas. En este período perdió también el prestigioso Instituto Pedagógico, que se convirtió primero en la Academia de Ciencias Pedagógicas de Santiago y, más tarde, en la Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación.

Este proceso coincide con un giro conceptual de mucha mayor trascendencia: la privatización de la educación superior, que como la generalidad de las actividades humanas, se considera entonces un bien transable en el mercado. Pese a estos traumáticos cambios, la Universidad de Chile no ha perdido su histórico protagonismo dentro del sistema educacional superior. Si otros planteles de educación superior crean profesionales para cumplir decorosamente su labor, la Universidad de Chile continúa siendo una escuela de formación de líderes tanto de opinión como en campos específicos, que trascienden largamente la labor rutinaria de una disciplina y que por su preparación están destinados a un rol de primera línea en todos los ámbitos del quehacer nacional.

Órgano social y autónomo como es, la Universidad sigue luchando por las ideas que le dan sentido y con la recuperación democrática del país emprende su propio proceso restaurador. En esa tarea se concentra hoy: hacia adentro, con la formulación de sus nuevos estatutos, entre muchas otras labores urgentes; hacia el exterior, con una presencia que la sociedad a la que tan intrínsecamente pertenece, reco­noce y valora.

Porque en ella se abren las nuevas sendas de la patria y se cautelan y se desarrollan sus riquezas. Porque en sus aulas se preparan los hombres y mujeres que, día a día, han de construirla. Porque allí se guarda la historia y el patrimonio cultural de los chilenos y se producen los avances de la industria, del arte y de la ciencia que a todos pertenecen.

Desde su lejana creación hasta nuestros días, la Universidad de Chile ha ejercido un constante liderazgo, nunca interrumpido, en la forja de nuestro proyecto nacional.



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