Habitamos un país largo y angosto, con una extraña, diversa y hermosa geografía, que ha inspirado, por ejemplo, a la literatura y el cine mundial. Un paisaje que, a veces, es una postal de exportación. Otras veces sinónimo de tragedia y dolor. Pero también es un territorio que ha motivado a los investigadores y especialistas a estudiar cómo es sobrevivir en lugares que, por un lado, tienen amplias extensiones de desierto, y un verde generoso, hacia el sur.
De ahí la relevancia de investigaciones como “Tendencias generales de sequía según índice estandarizado de precipitación y evapotranspiración en Chile continental” (2024). El objetivo del estudio es identificar cómo las sequías han afectado las diferentes regiones climáticas del país, entre 1979 y 2019, o sea, en un período de 40 años. Existen diversos índices para el estudio de sequías que incorporan variables climáticas. Entre ellos, el utilizado para el estudio que ahora conocemos, el Índice Estandarizado de Precipitación y Evaporación (SPEI), que destaca como un método adecuado para investigar sequías espacialmente diferenciadas.
Hasta hoy el panorama es el siguiente: el norte de Chile se caracteriza por climas áridos, y es una de las regiones más secas del mundo. La región central (30ºS a 42ºS), que alberga a más del 70% de la población del país, se encuentra en un déficit hídrico permanente desde 2010, la llamada megasequía, que ha provocado reducciones en los niveles de agua de diferentes cuencas, creando efectos adversos para los paisajes, los ecosistemas y las actividades humanas, y ha sido identificada como la más intensa en la región desde el siglo XVI.
En su análisis, los expertos nos explican que las sequías se clasifican en cuatro tipos: meteorológicas, hidrológicas, agrícolas y socioeconómicas. “La sequía meteorológica se refiere a un período prolongado de precipitaciones por debajo del promedio, mientras que la sequía agrícola afecta la humedad del suelo y el rendimiento de los cultivos, la sequía hidrológica implica la reducción de los niveles de agua en los cuerpos de agua, y la sequía socioeconómica afecta la disponibilidad y la demanda de bienes económicos y el bienestar social”, señalan.
Además, los especialistas detallan que, debido a su configuración espacial, Chile experimenta “sequías de distinta severidad, desde climas áridos a húmedos, desde el nivel del mar hasta alturas superiores a los 6.000 m sobre el nivel del mar (msnm), pero aún se desconoce cómo se comporta este fenómeno en su distribución, duración e intensidad”, señala la investigación.
De ahí la necesidad de tener claridad de cómo las actividades afectan la disponibilidad de agua para vivir para garantizar el consumo en las generaciones futuras. “Sin duda es un desafío que implica seguir indagando sobre el consumo de agua en zonas de alta radiación solar (como el altiplano chileno) y evitar el agotamiento de reservas de agua, muchas veces subterráneas”, comenta uno de los autores del estudio, Pablo Sarricolea, director del Departamento de Geografía de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo (FAU), de la U. de Chile.
Los otros investigadores y coautores del trabajo son Oliver Meseguer-Ruiz, académico del Departamento de Ciencias Históricas y Geográficas, de la Facultad de Educación y Humanidades de la U. de Tarapacá, Arica; Roberto Serrano Notivoli, profesor del Departamento de Geografía y Ordenación del Territorio, Instituto de Ciencias Ambientales, U. de Zaragoza, España, e Ignacio Núñez-Hidalgo, investigador de la Facultad de Ciencias Biológicas, de la UC.
Las sequías son uno de los principales desafíos que enfrenta la humanidad en un contexto de cambio global. Entre sus consecuencias están los cientos de miles de víctimas y “se espera que sean uno de los principales desafíos inducidos por el cambio climático en las próximas décadas”, añade el documento y nos advierte que estos fenómenos aumentarán “significativamente en intensidad, duración, frecuencia y cobertura espacial para la segunda mitad del siglo XXI, lo que provocará un aumento en la proporción de la población mundial afectada por estos eventos, y en el impacto de dichos eventos en actividades económicas como la producción de alimentos”, concluye el trabajo académico.
Sin embargo, a pesar de lo anterior, hay otras conclusiones que tienen que ver con factores externos a las anomalías climatológicas. Chile es uno de los principales productores mundiales de litio y cobre, y ambas industrias requieren cantidades sustanciales de agua para su extracción y procesamiento, lo que exige una alta disponibilidad de agua en un territorio más seco, ya que sus yacimientos se encuentran en zonas más áridas.
En la investigación se precisa que las tendencias negativas “indicativas de condiciones secas, aparecen principalmente en los Andes por encima de los 2.000 m s.n.m., donde se ubican los principales reservorios de agua, afectando a todos los tipos de clima, excepto los mediterráneos entre 33°S y 38°S”.
El profesor Pablo Sarricolea también comparte información alentadora al respecto. Esto ya que en Chile sí se han tomado medidas para combatir este grave problema que seguirá afectando a la población: “A nivel país existe la política nacional de recursos hídricos (2015), la estrategia nacional de recursos hídricos (2012-2025) y que se lleva a cabo a nivel de Estrategias Hídricas comunales. En la lógica de sequías y cambio climático, el país debe desarrollar sus planes de acción comunal de cambio climático, lo cual se enmarca en la ley del Cambio Climático. Y, desde el punto de vista operativo, hay decretos de escasez de agua que movilizan acciones y recursos a los territorios afectados, y con ello, soluciones para mantener el abastecimiento de agua”.