Si te decimos “maíz”, ¿qué imagen se te viene a la mente? Probablemente la del choclo amarillo, conocido por su grano suave, tierno y dulce, protagonista de afamadas recetas locales: humitas, pastel de choclo, porotos con mazamorra, a la mantequilla, con crema o grillado, entre otras tantas exquisiteces. Pero, ¿te imaginas el sabor de un maíz negro con tonos amoratados, rojizo o blanco como el arroz?
Estos son algunos de los ejemplares que se cultivan en la Provincia de El Loa, Región de Antofagasta. Una especie única en el mundo que la Universidad de Chile -en colaboración con instituciones y comunidades locales- busca preservar por medio de un banco de germoplasma.
“Como su nombre lo dice, un banco de semilla es un lugar donde se guarda una semilla. Lo que se busca con este banco de germoplasma en San Pedro de Atacama y en Calama es poder conservar el material genético de maíz que hay presente allí. Porque cuando uno va a San Pedro de Atacama, te das cuenta que hay una diversidad de colores maravillosa y eso es biodiversidad. Los suelos del salar son suelos en general salino, con altas concentraciones de boro, altas concentraciones de sal, tenemos una alta intensidad luminosa, por lo tanto son plantas y cultivos que están adaptados a condiciones que son únicas, particulares y extremas. Por lo tanto, el valor que tiene no solamente es el valor como patrimonio local, sino también el valor como material genético para poder preservar, en un futuro, un cultivo que nos permita alimentarnos”. Así explica Manuel Paneque, académico del Departamento de Ciencias Ambientales y Recursos Naturales Renovables de la Facultad de Ciencias Agronómicas de la U. de Chile, quien lidera un equipo de investigadores en la creación de estos bancos.
Para ello, la participación de campesinas y campesinos ha sido fundamental, quienes han entregado sus propias semillas a este container para conservar los ecotipos locales de este maíz. Una tarea que el Instituto de Desarrollo Agropecuario (INDAP) de Antofagasta lleva años acompañando por medio de recursos técnicos y económicos, tal como señala su Director, Jaime Pinto.
“En el fondo les dijimos que se metan a pensar que ellos van a ser los banqueros y que pueden prestar, vender, cambiar semillas y tener un lugar más establecido para protegerlas. El conocimiento lo tienen, y lo que nosotros hacemos desde el INDAP es tratar de buscarles recursos. Porque ellos guardan las semillas en tinajas de greda, en el suelo, pero hoy día con toda la tecnología que hay, ¿por qué no avanzamos un poquito más? A lo mejor en un container con repisas, con frascos de vidrio que sean fáciles de rotular y también para que ellos lo puedan ver, en un lugar que reúna todas las condiciones. La idea en una primera etapa era tener este lugar y después buscar tecnología para que puedan tener frío y considerar las temperaturas adecuadas para la conservación. Y ahí la universidad nos puede dar muchas clases del tema”, comparte la autoridad.
La mayor parte del maíz crece entre 21 y 27 grados, y normalmente toda la producción está en la zona centro-sur de nuestro país. Para reproducir dicho contexto, los containers mantienen un control de temperatura y humedad, donde cada productor lleva su semilla, la almacena en frascos, la clasifica y la mantiene bajo resguardo. El siguiente paso es identificar cada material por medio de códigos de barras genéticos, explica el profesor de nuestro plantel. Un proceso que invita a conocer las propiedades culturales de cada una de estas semillas.
“Nosotros hemos conversado con cada uno de los productores para saber cómo lo cultiva, cuáles son las características que tiene la planta, en qué momento la siembra, para conocer un poco más la forma que ellos lo producen. No lo que dice la literatura, sino como ellos lo hacen exactamente. De tal manera que podemos darle una identidad propia al proceso de ese lugar y de esas circunstancias en específico”, agrega el profesor Paneque.
De hecho, hasta el momento, las y los campesinos han descrito alrededor de 20 ecotipos locales, identificando usos ancestrales, usos más recientes, y abordan el genotipo local más famoso: el “maíz calameño”. Para el biotecnólogo ambiental de nuestro plantel, cuidar dichos ejemplares es una medida necesaria, en primera instancia, debido a las pérdidas que está generando el cambio climático en la biodiversidad de nuestro planeta:
“San Pedro Atacama es un laboratorio natural. Las condiciones climáticas que tiene son únicas y probablemente es a donde nos vamos dirigiendo nosotros. Actualmente el cambio climático hace que cada vez tengamos condiciones mucho más extremas y necesitamos de alguna forma poder preservar ese patrimonio que tenemos nosotros que nos permite sobrevivir a esas condiciones a las cuales vamos a estar en un futuro, porque creemos que esto ya no tiene vuelta atrás. Por eso preservar el material genético es importante para que no solo las generaciones actuales, sino las futuras puedan de alguna manera poder tener esa diversidad de genes que está presente en esa semilla que estamos nosotros hoy día conservando”.
Una herencia invaluable
Además, esa biodiversidad va acompañada de un patrimonio cultural invaluable que desde INDAP han buscado proteger, en un esfuerzo que ha mejorado la relación con los habitantes de la zona, señala su Director: “Nuestros agricultores, que son los poseedores de este conocimiento, son usuarios nuestros, son beneficiarios de nuestros programas y tenemos ese grado de comunicación, esa posibilidad de conversar de tú a tú. Entonces, no hay barreras ahí en ese sentido. Al contrario, lo que ellos nos piden a gritos es que a través del Estado, con los recursos que tenemos, podamos avanzar y visibilizar esto, porque hay una tarea que la tenemos que hacer entre todos, entre dirigentes, agricultores, guardadores de semilla y la institucionalidad pública, universidad y todo, es que no desaparezca. Ese legado no puede desaparecer”.
Una perspectiva que comparte el profesor Paneque: “Trabajar con las comunidades ha sido maravilloso sobre todo por las personas a quienes convoca, principalmente mujeres. Ves mujeres mayores de 70, 80, 90 años que llegan a las actividades que hemos hecho con sus mazorcas de maíz; maíz que proviene muchas veces de su abuela, de sus antecesores y que han ido cultivando y tratando de mantener pura. El maíz se hibrida muy fácil. Por lo tanto, mantener una variedad pura es muy difícil porque tienes que de alguna manera distanciarla de otro ecotipo, o sembrarlo en distintos momentos, y estas mujeres o estos productores de alguna manera que a nivel local lo cultivan y lo tienen como patrimonio. No estamos hablando de una herencia que sea de cabras o de dinero. Son las mazorcas de maíz, es el material genético que utilizaba su abuelo y que ellos y ellas protegen como un gran tesoro”.
Así, estas semillas ancestrales que han sido preservadas por más de dos mil años, constituyen un símbolo de vida, de productividad y de futuro para las y los habitantes de la Provincia de El Loa, que desde la mirada de Jaime Pinto, se debe potenciar, “porque muchas veces hay conocimiento y se guarda, no quieren nada. Pero en este caso, las y los vecinos de Antofagasta quieren que futuras generaciones, es decir, sus nietos, sus vecinos, todos tengan ese conocimiento, porque se ellos van a morir y la idea es que ese conocimiento no muera, se mantenga”.
Si quieres saber más al respecto, te invitamos a revisar el capítulo 166 de Universidad de Chile Podcast. Ya disponible en Spotify, Tantaku, Apple Podcast y YouTube.