Aunque en el año 2010 Diana Villalobos se matriculó en la carrera de Enfermería de la Universidad de Chile, tuvo que postergar su ingreso porque tenía un embarazo avanzado y pensó que compatibilizar estudios y maternidad se volvería algo muy difícil. Al año siguiente, retomó sus estudios, pero tampoco fue sencillo. Ella es de Ovalle y cuando llegó a Santiago vivió en una pensión. Lógicamente, compartía el baño y la cocina. “Y era incómodo tener una guagua que a veces lloraba en la noche”, recuerda.
Además, en varias oportunidades, tuvo que ir a clases con su hija. “La verdad es que me tocó de todo, pero dentro del espectro los profesores fueron comprensivos conmigo. Me veían entrar con la guagua y me ponían cara de ‘ups, que pasó’, y yo les decía ‘es sábado, el jardín estaba cerrado’ y muchos decían ‘ya ok, no hay problema, pero si la guagua llora, debe salir porque no puede interrumpir la clase’”, cuenta.
Los días en que tenía exámenes de anatomía no eran fáciles. Tenía que moverse en torno a los esqueletos para identificar sus partes. En esos momentos, sus compañeras la esperaban afuera de la sala con su pequeña en brazos.
También había un problema práctico que dificultaba sus días en la universidad. “La Facultad de Medicina tiene una arquitectura súper antigua, con hartas escaleras. Y, hasta hace un par de años, el tema de la accesibilidad no era bueno. Ir con coche era una tarea titánica. Opté por andar con portaguaguas. Yo no podía entender por qué en una facultad de salud no había mudadores en los baños. Ahora afortunadamente hay”, dice.
Económicamente Diana dependía de sus papás, quienes costearon un jardín infantil particular. “Mi hija era una de las primeras en entrar y, casi siempre, una de las últimas a las que iban a buscar. Tuve mucho cansancio físico a nivel emocional y académico. La mayor red de apoyo que tenía era el jardín”, cuenta. Por eso se atrasó un año; tuvo problemas para mantener el ritmo, no le daba el tiempo.
El 2011 fue un año particularmente complejo para ella: “Hubo paro de 4 meses y una larga toma. Entonces, el segundo semestre fue súper comprimido: tenía clases de lunes a viernes, de 8 a 6 de la tarde. Y tuvimos clases y evaluaciones los días sábados. En ese tiempo creamos la agrupación de Mamás y Papá Universitarios, MAPAU. Éramos súper poquitos cuando se formó y yo fui coordinadora del campus norte hasta que egresé. Hoy hay muchos chiquillos nuevos y les seguimos dando apoyo, siempre estamos en contacto”, dice.
Algunos logros
“A mí no me tocó vivir los beneficios de lo que logramos, porque cuando yo ingresé mi hija tenía un año, pero tuve compañeras que quedaron embarazadas estando ya en la carrera y que tenían que sacarse leche en el baño ¡Y nadie come en el baño! A veces las profes le prestaban la oficina para que se sacaran leche, pero eran gestos de las personas en particular, no una política. Yo me preguntaba cómo en una universidad, donde está lleno de médicos y de matronas, nadie se daba cuenta de que las mujeres no pueden sacarse leche en el baño”.
La política de corresponsabilidad, cuenta Diana, fue una iniciativa que nació en conjunto con la Universidad. “En ese año se formó la oficina de Género, que luego se transformó en la Dirección de Igualdad de Género (DIGEN). Con ellas hicimos muy buena dupla. Recuerdo que en Ciencias Veterinarias (Antumapu) existía un jardín infantil, pero era privado. Ahí empezamos a plantear las estudiantes por qué no podíamos acceder a un jardín que no fuese privado”.
Siempre las mujeres
“Socialmente, siempre el rol del cuidado se le asigna a la mujer, por eso la mayoría de las profesiones de cuidado están conformadas por mujeres: las enfermeras, la educadoras de párvulos. Además, se nos asigna no solamente el cuidado de los niños, sino de cualquier persona que lo requiera: enfermos crónicos, adultos mayores, gente con patologías y adultos postrados. Y eso no es un trabajo que es remunerado ni visibilizado”, reflexiona Diana.
Esa realidad es algo que le parece muy injusto porque, según explica, la familia es la forma en que la sociedad se mantiene y se reproduce. “Porque si las mujeres no tienen hijos, en algún minuto deja de haber sociedad. Por eso debiera ser una tarea que comparta la sociedad en su conjunto. En otras sociedades diferentes a las occidentales, las labores de cuidado son una tarea social, toda la aldea contribuye en el cuidado de los niños”, dice.
Y agrega: “El Ministerio de la Mujer y la Equidad de Género y todos nuestros servicios estatales que apuntan al cuidado de los niños, debieran tener más peso y trabajar para que, efectivamente, la tarea de cuidar sea un tema de todos. Hay que impulsar un cambio social para que sea más igualitario. Hay mejoras sociales que se han hecho y hay que valorar el esfuerzo, pero se quedan cortas. Por ejemplo, para mí un postnatal de 6 meses es muy corto. El primer año del niño es uno de los años más importantes. No sólo se consolida su sistema inmunológico sino que también toda su relación emocional y afectiva con su mamá y su papá, que son sus cuidadores principales”.
La universidad, de alguna manera da un ejemplo que puede ser referente para el resto de la sociedad. Hoy, dice Diana, gracias a la política de corresponsabilidad, hay Jardines JUNJI en la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas de la Universidad de Chile; “también está el que se construyó en Juan Gómez Millas y hay otros en construcción. Todos tienen lactarios”.
Cuando fue promulgada la política de corresponsabilidad, las fundadoras de MAPAU habían egresado o estaban por egresar. “Pero finalmente fue como un legado que dejamos”.