Natalia Rebolledo Robert busca generar cambios concretos en la lucha contra la escasez de agua. "Hay que hablar del tema, pero sobre todo hacer algo al respecto", sostiene.
La fundación Un Alto en el Desierto, de la cual es su directora ejecutiva, nació en 2005 y es la primera red de personas cosechadoras y recicladoras de agua en el país, teniendo como objetivo mitigar la crisis hídrica y adaptarnos al cambio climático.
Esta organización trabaja en 2 líneas principales: en Peñablanca, junto a la comunidad agrícola, usan atrapanieblas para cosechar alrededor de 600.000 litros de agua al año. Esta agua sirve para reforestar, regar la reserva ecológica Cerro Grande -ubicada en el kilómetro 348 de la ruta 5, entre Tongoy y Los Vilos-, dar de beber a los animales, para consumo humano e incluso para fabricar una cerveza que se llama, justamente, Atrapaniebla.
La segunda línea de acción es el reciclaje de aguas grises -que es el agua residual que proviene de duchas, bañeras, lavamanos, lavadoras y otros-, en escuelas públicas y hogares rurales. "Reutilizamos entre un 25% del agua en los hogares y un 8% en las escuelas. Puede parecer poco, pero es agua que antes no existía", explica. Este proyecto no solo ayuda a reutilizar un recurso vital, sino que también fortalece a las comunidades locales. "En las casas, reutilizar el agua para el riego permite a las familias mantenerse en su territorio", destaca.
Trabajan con más de 30 escuelas en San Pedro de Atacama, la Región de Coquimbo, Valparaíso y Metropolitana. Además de la reutilización de aguas grises, llevan a cabo un programa de educación hídrico-ambiental. El agua que proviene de los lavamanos pasa por un sistema de biofiltración, hecho por científicas chilenas, de nombre Yaku, que permite que quede apta para riego.
Natalia menciona 2 ejemplos concretos del impacto positivo en las comunidades: en el Colegio La Villa, en Monte Patria, se plantaron 200 mioporos que hoy superan los dos metros de altura y que se riegan con esa agua. "Donde había un cierre pelado, hoy hay árboles que dan sombra", ejemplifica. Por su parte, en la Escuela Violeta Parra de Los Rulos, en Canela, el agua reutilizada riega una plantación de naranjos y limones. "En una zona con cortes de agua, esto les permite a las familias mantener su patio vivo. De hecho, 2 veces al año reparten kilos de fruta a los estudiantes", relata.
Estos y otros ejemplos demuestran cómo la innovación y la tecnología, aplicadas con un enfoque comunitario, generan un impacto positivo. “La idea es replicar estos proyectos en todo el país. No queremos ser los únicos haciendo esto, queremos que se sumen muchos más", afirma, explicando que no se trata solo de instalar tecnología, sino de educar y poner el agua en el centro del currículo escolar.
De la universidad a la acción
Antes de su paso por la fundación, Natalia trabajó en el Fondo Nacional de Salud y luego en el Ministerio de Vivienda y Urbanismo, donde enfrentó el desafío del terremoto del 2010 como jefa de personal. Estas experiencias le permitieron, según cuenta, valorar el rol del Estado en situaciones críticas.
Entre sus hitos más significativos en su trayectoria está el ayudar a implementar la Ley de Aguas Grises en 2024. "Nos demoramos casi 10 años en implementar una ley que hoy nos permite generar más agua para enfrentar esta crisis", comenta. El éxito de este proyecto, en sus palabras, se basa en el trabajo colaborativo. "Logramos coordinar a estudiantes, profesores, académicos, funcionarios y profesionales de distintos ámbitos en torno a un objetivo común", explica.
También el éxito de la organización se debe en gran parte a su equipo humano. "Tenemos dirigentes sociales, geógrafos, profesores, técnicos en gestión de recursos hídricos, técnicos en administración, administradores públicos y practicantes del Liceo Politécnico de Ovalle", detalla Natalia. “Esta diversidad de perfiles es fundamental para abordar los desafíos que enfrentamos”, agrega.
Entre los deseos de Natalia está expandir su impacto. "Queremos que reciclar agua sea un hábito tan común como abrir la llave, que se aplique en todas las escuelas, en todos los hogares, en todo el país", expresa Natalia. Su meta es ambiciosa: "Ser una barrera verde que detenga el avance del desierto en Chile".
Más que una Formación Académica
La vocación de Natalia por el servicio público se empezó a desarrollar desde su rol como dirigente de curso en el colegio. Según cuenta siempre le atrajo la idea de "organizar y hacer que las cosas pasen", y por eso eligió estudiar Administración Pública en la Universidad de Chile. "En mi época universitaria tuve una formación académica, social y humana", destaca Natalia.
En la actual Facultad de Gobierno de la Universidad de Chile encontró un ambiente de compromiso social y compañerismo. Recuerda con especial cariño a los profesores Cristian Pliscoff y Hugo Fazio, además de los funcionarios Jaime Cancino y Verónica Peña, quienes, en sus palabras, “te mostraban cómo sobrellevar la vida académica y tener siempre un buen trato, como debía ser también en sociedad”. "El que ellos fueran cambiando de roles dentro de la universidad me enseñó a que uno puede adaptarse y asumir distintos desafíos", añade.
También las experiencias fuera del aula fueron esenciales para ella. Los trabajos voluntarios en Huasco le permitieron conocer en terreno la desigualdad social y ambiental del país. También valora los ramos optativos en el campus JGM con los profesores Gabriel Salazar y Alfredo Jocelyn-Holt, que le permitieron ampliar su mirada sobre la realidad nacional.
Natalia aconseja a los estudiantes de la Universidad de Chile "salir a terreno, no quedarse solo con los diagnósticos, pasar a la acción". Los insta a involucrarse con las comunidades y a buscar soluciones concretas a los problemas reales. "El Estado a veces avanza lento, y nuestra contribución es hacer que avance más rápido y bien", reflexiona.
Les recuerda también que "se puede trabajar fuera de una oficina" y que es fundamental "estar más en contacto con la sociedad y la naturaleza". “Tenemos muchísimos diagnósticos, pero obras y experiencias concretas hay pocas”, sostiene. Finalmente, hace un llamado a la colaboración: "Trabajemos juntos, no cada uno por su lado en su propia parcela. La colaboración es clave", enfatiza.