Inmenso patrimonio musical será digitalizado y socializado por la Universidad de Chile

Olivia Ulloa: un tesoro de Peñalolén

DMUS trabajará valioso archivo de folklorista de Peñalolén

El jueves 16 de enero la Corporación Cultural de Peñalolén y la Facultad de Artes firmaron un convenio para que el Centro de Investigación y Documentación Musical del Departamento de Música, Cedim, realice un trabajo de conservación y digitalización del archivo de Olivia Ulloa, emblemática folklorista de la comuna. 

De este modo, el equipo de trabajo liderado por la profesora Fernanda Vera, y que incluye a dos estudiantes de Licenciatura en Teoría de la Música como practicantes, hará un trabajo de digitalización y puesta en valor de una impresionante colección de música chilena reunida durante varias décadas. 

Los materiales incluyen discos compactos y cassettes con producciones fonográficas, entrevistas y presentaciones en vivo, además de más de un centenar de cuadernos donde ha anotado cerca de once mil canciones del repertorio nacional, en muchos casos con la letra y los datos esenciales de cada tema, además de refranes y otros temas de interés. 

“Este acuerdo releva la misión de nuestra Universidad, trabajar la cultura con las personas que hacen la cultura” dijo el decano de la Facultad de Artes, Fernando Carrasco, el día de la firma del convenio, mientras que la subdirectora del DMUS; Carolina La Rivera, valoró el enorme aporte de Olivia Ulloa a la música chilena y la responsabilidad que implica para la institución trabajar sobre estos materiales. 

La protagonista de la jornada, en tanto, recibió el afecto de las personas que llenaron el anfiteatro Gabriela Pizarro del Centro Cultural Chimkowe y habló de la importancia de valorar la cultura tradicional del país. Algunos días después, en su casa ubicada casi al final de la Avenida Grecia, repasó su extensa e intensa vida, la misma que da origen y permite dimensionar esta impresionante colección. 

Me gustó la música desde niña. Bailé y canté siempre. Recuerdo haber entonado varias veces con mi mamá el “Ay, ay, ay” de Osmán Pérez Freire y ella murió cuando yo tenía ocho años. En el Internado de las Monjas de la Providencia participé en cada acto que había, ahí aprendí la zamacueca y no me gustó pero igual bailé cuanto pude. Cada canción que me gustaba quería aprenderla y cantarla, así que la anotaba en un cuaderno, que con el tiempo fueron más de uno. También desarrollé habilidades manuales a esa edad, porque mi mamá me enseñó a bordar y aprendí a hacer costureros en la enseñanza básica con doña Violeta Iribarren Pinto, a quien recuerdo aún porque esas creaciones me han salvado muchas veces. 

En el Internado duré hasta quinto o sexto básico, después pasé a un instituto comercial y cuando supe que no tenía acreditación del Estado me salí y aproveché de casarme, por enamorada y también para iniciar otra vida y dejar la casa de mi padre y mi madrastra. No terminé los estudios pero aprendí taquigrafía y dactilografía, aunque yo quería ser contadora. Al menos la taquigrafía me sirvió cuando usaba las máquinas de escribir, la otra cosa la olvidé completamente. 

Estuve casada varios años y tuve seis hijos; como soy Libra tenía que ser todo equilibrado: tres hombres y tres mujeres. Hasta ahora llevo quince nietos, 20 nietos y un tataranieto. Cuando me separé me puse a trabajar en moda, en una tienda de alta costura. Hacía sobre todo remalle tejido, hasta que llegaron las máquinas y se acabó la pega. Después seguí cosiendo en talleres, hice flores artesanales, vestidos de novia, no me fue mal pero ganaba poca plata, así que los fines de semana hacía otros trabajos que recibía en la casa y salía a vender los costureros que ya le comenté.  Mi hija mayor ya trabajaba así que aportaba a la casa y los hombres desde niños salieron a barrer veredas, lavar autos, lo que fuera. Estoy muy contenta de mis hijos. Me costó criarlos sola pero la cosecha ha sido muy buena.

Yo soy de Ñuñoa pero venía a Peñalolén prácticamente desde que nací. Hacíamos paseos familiares desde que yo tenía cuatro años y siempre me gustó. Hace ya casi 50 años, cuando se hizo un Jamboree en Peñalolén, me vine caminando para llevarle algunos alimentos a mis hijos que eran scouts: pan amasado, naranjas, cosas así. Ahí me convencí que quería estar acá, así que cuando me separé me vine a la casa de un tío que queda un poco más arriba y años después llegué a esta casa. Nunca más me moví de la zona. 

Cuando era apoderada del colegio Regina Pacis, hace más de cincuenta años, entré al grupo folklórico. El director del grupo nos presentó una tonada que yo conocía pero con una estrofa más. Le dije “oye, a esta canción le falta texto”. “Sí, es que no he podido encontrarla”. “Yo la tengo”. Como éramos 22 integrantes hice 22 copias a mano, llevé la canción completa, la aprendimos y recién entendí que quizás lo que había estado juntando tenía algún valor. 

En los 70 empecé a armar mi colección con cassettes, imagínese lo que me costaba juntar la plata porque ganaba muy poco. Poco después tuve una grabadora y con ella iba a las presentaciones de los grupos, registraba la actuación y si había alguna canción que me gustaba y no conocía iba al camarín y les preguntaba. Llegaba a la casa y todo lo pasaba a los cuadernos, eso también está en la colección. 

En ese ejercicio fui entendiendo que tan importante como la canción eran todos los datos: el autor, el texto, la informante si era una canción folklórica, el año de alguna grabación. Una vez le escuché decir lo mismo a Gabriela Pizarro y sentí una suerte de alivio: bueno, no estaba tan equivocada. Una vez llamé a María Eugenia Silva, la esposa de Raúl de Ramón, para pedirle datos de un tema; me contestó amablemente y me dio toda la información, así fui cotejando datos. 

Después de los cassettes seguí con los programas de radio. Era tanto el fanatismo que grababa dos programas en dos radios distintas si salían a la misma hora. Tomaba nota de lo que me parecía importante y así hice 100 cuadernos con la lista de canciones y las letras. Horacio Correa tenía  un programa en la radio Usach y lo llamé para pedirle más antecedentes, porque él siempre en sus programas daba todos los datos de cada tema. Nos terminamos haciendo amigos y cuando falleció me regaló su colección de más de 200 libros sobre  folklore. Imagínate la emoción cuando vi lo que me había dejado.  Nunca pensé que alguien tan importante como él fuera a valorar realmente lo que yo estaba haciendo. 

También junté refranes. Muchos de ellos me los enseñó mi abuelita, quien murió en abril de 1973 con más de cien años a cuestas. Un día decidí escribirlos y anoté 150 de un viaje, después los fui sumando a medida que me acordaba y terminé agregando algunos que me pasó otra gente. Tengo hasta uno del exalcalde Claudio Orrego, que dijo en uno de sus discursos, “Si no se sueña lo imposible no se logra lo posible”. Ahora tengo más de mil en mi cuaderno y, como quiero que se conserven, cada vez que organizo una actividad entrego una tarjeta con flores silvestres de mi jardín, un texto y algunos refranes de obsequio. Me parece importante difundirlos porque la gente tiene la manía de que el folklore es la pura cueca y no es así pos. 

Me vine a esta casa por los años 90, más o menos cuando falleció mi marido, de quien nos habíamos separado de hecho solamente. Luego de su muerte mis hijos me obligaron a hacer el trámite para la pensión de viudez. No era mucha plata pero varios de ellos estaban con buen pasar y me dijeron “mamita, dedíquese a lo que le gusta. Nosotros te apoyamos”, así que dejé los talleres porque ganaba muy poco; seguí haciendo manualidades y recibiendo algunos trabajos en la casa, pero ya pude trabajar más en serio en el folklore.

Cuando ya llevaba unos cuantos años juntando material, cerca de los años 2000, me di cuenta que estaba malo mi sistema, porque tenía todo revuelto en cinco o seis cuadernos en cualquier orden y me costaba mucho trabajo encontrar el material que andaba buscando. Así que decidí hacerlo todo de nuevo: un cuaderno para tonadas, otro para valses, otro para cuecas y cada uno con un índice, traspasé el material de los antiguos a los nuevos durante varios meses y terminé con cerca de cien cuadernos, con canciones, letras y datos. 

Del mundo del folklore posiblemente una de las más importantes para mí fue Gabriela Pizarro. Uno de mis hijos estudiaba en el Colegio Alemán y me decía “hablas igual que la mamá de un compañero” cuando le comentaba lo importante de difundir el folklore, valorar nuestras cosas. Le dije que podría presentarme a esa persona para intercambiar ideas con ellas y al tiempo llegó con un cassette y unas entradas. “Ya”, me dijo, “ahora va a conocer a la señora que le comentaba”. Eran boletos para ver a doña Gabriela y un cassette que ahora es el 40 de mi colección de más de dos mil. El compañero de mi hijo era Héctor Pavez Pizarro. Yo ya sabía de ella y encontraba que tenía una voz preciosa. Desde entonces hice lo imposible y hasta pedí plata prestada para poder ir a sus conciertos, no me los perdía por nada del mundo. Fue la única persona que logró que fuera a las fondas, que no me gustan mucho (se ríe). Esa vez que me invitó mi hijo cantó unas tonadas antiguas y yo se las había escuchado a mi abuelita, así que la seguí en todas. Rápidamente hicimos buenas migas. Me gustaba encontrarla en la casa de Pepito Cabello, otro gran folklorista, que vivía con su mamá en Rodrigo de Araya. Una vez que me despedí de ella le pregunté si tenía canciones y me dijo que no, “sólo canto lo que me enseña el pueblo”. Cuando me fue a dejar a la puerta Pepe me dijo “mentira, ha compuesto varias”. Después conocí el cassette que incluía “A puro pan, a puro té, así nos tiene Pinochet” y otras suyas. 

Hace más de 30 años empecé a ir al Sindicato de Folkloristas para pedir ayuda, porque quería que fuera a la comuna gente conocedora de folklore para que los grupos de allá tuvieran un poco más de información. Me ayudaron y empezó a ir gente como el Negro Medel, Gabriel Morales de Lolol, Alejandro Hermosilla, Carlos Reyes Zárate, Mirtha Iturra y otros. Empezamos a hacer tertulias en mi casa que son muy importantes para nuestra gente.

Con el tiempo se empezó a correr la voz que tenía material y llegó gente de varias agrupaciones a pedirme tal o cual canción o a consultar los cuadernos. Algunos los presté y no volvieron, así que desde entonces sólo pueden verse en mi casa. Yo estoy feliz de ayudar a quien pida porque es triste ver en el escenario que todos los grupos hagan las mismas canciones. Me alegra que vengan a ver mis archivos, si yo tengo más de tres mil tonadas. Una vez la Estudiantina de la Chimba vio que me sabía todas las canciones de su presentación y me preguntaron cómo sabía ese repertorio. Le mostré lo que había juntado y se sorprendieron cuando vinieron a mi casa porque tenía cosas que ellos buscaban hace tiempo. “No habías estado en el lugar correcto”, le dije a Miguel Abarca, el director. Hay gente que ha ganado proyectos con el material que les he entregado. Más de alguien me ha dicho “es bien tonta usté’, les da el material y ellas se ganan la plata”, pero en fin. 

En Peñalolén también he participado haciendo cosas como las Guías de Patrimonio, ya vamos en tres y nos ha apoyado gente como la Universidad Sek y el Consejo de Monumentos. Hemos hecho hartas cosas con la Agrupación de Conjuntos Folklóricos de Peñalolén, donde soy presidenta y como parte del grupo Así es Mi Chile, en el que participé muchos años. Logramos hacer el monumento a Gabriela Pizarro, que supongo que a ella le habría indignado porque era de una modestia terrible. En todo lo que he hecho me han apoyado autoridades, muchos m

úsicos, el Sindicato de Folkloristas me dio un reconocimiento el año pasado pese a que nunca me inscribí porque no tenía plata para pagar las cuotas. En general mucha gente me ha tratado bien. Recuerdo especialmente el cariño de Mirtha Iturra, con quien hablábamos mucho en la pandemia. En esa época se murió una amiga con la que compartí casi 60 años., el presidente de nuestro grupo, una nieta por cáncer a los 35 años. Estaba muy mal y ella me llamaba para subirme el ánimo, cantábamos tonadas por Whatsapp, fue muy cariñosa. 

A mí me alegra mucho que mi material lo trabaje  la Universidad de Chile, que quede a disposición de toda la gente, que pueda ayudar al resto porque no sirve de nada tener las cosas en estantes. Sin embargo, todos quienes me conocen saben que mi sueño es que todo esto quede en la Casa del Folklorista de Peñalolén. Un lugar así es necesario porque hay muchos grupos en la zona que no tienen donde estar, a veces ensayan en las plazas, porque salen muy tarde de los trabajos y no consiguen lugares que los reciban; no tienen dónde hacer presentaciones, faltan espacios para los verdaderos artesanos que siguen creando cosas y no los que compran todo hecho desde Japón o China. Quiero que esa casa sea parte del circuito cultural de la comuna. 

Tenemos todo proyectado y se supone que no falta tanto: habrá una sala de ensayos, otra de reuniones, un auditorio y una biblioteca, que es donde quiero que quede todo mi material. Ese puede ser el inicio para que se donen más cosas y quede todo en un sólo lugar de fácil acceso para todo el público. Además, no voy a durar toda la vida y quiero que la gente pueda usar esto por todo el tiempo que se pueda. 

El trabajo de la gente del folklore es muy valioso, es muy grande y es nuestro, no entiendo cómo hay personas que pagan fortunas por ver gente de afuera y nos reclaman porque cobramos una luca por una presentación. Es importante que el chileno valore lo que tiene, por ejemplo en Peñalolén hay una hermosa precordillera y la tienen de basural; en 2004 llevamos a la gente de por acá a la Quebrada de Macul en el marco del primer taller de patrimonio que hicimos y muchas señoras admitieron que era primera vez que iban aunque vivían hace muchos años en la zona. Yo quiero que la gente eleve su nivel, por eso hago las tertulias, para que conozcan material y saberes de gente más importante que yo. Quiero que mi gente vea, escuche, aprenda. 

Con todo lo que me amo el folklore nunca logré tocar instrumentos. Fue mi mayor fracaso no poder tocar guitarra, porque hay que darse tiempo y yo no lo hice. Alguna vez vino una amiga a enseñarme pero siempre tuve la cabeza en otra parte y avancé poquito. Le terminé diciendo “sabe que más, mijita, no venga a perder el tiempo”. Tampoco pude hacer composiciones, creo que no nací para eso nomás. 

Sí canté y bailé por muchos años, en el Taller Horizonte y especialmente en el grupo Así es mi Chile, en el que estuve desde el 2005 más o menos hasta que falleció el presidente del grupo. Hacíamos muchas cosas, a veces teníamos hasta cuatro presentaciones por día entre colegios, hogares de ancianos, juntas de vecinos, etc. Varios nos fuimos a Los Huasos de Alhué, donde ahora estoy en la directiva pero no me subo al escenario, tengo 85 años y no estoy en condiciones. Todavía algún viejo folklorista porfiado quiere sacarme a bailar a las cuecas finales pero siempre logro arrancarme (se sonríe). 

Este trabajo ha sido hermoso pero también ha tenido costos. Yo perdí la audición en un oído y la he recuperado muy poco, básicamente por todos los años que me puse al lado de la grabadora a todo volumen. No sé si ha intentado anotar las letras de los grupos de cueca brava, o de las bandas del norte, se entiende muy poco con toda esa bulla. Por eso ahora miro fijamente a la gente a los labios para ver qué está diciendo y por eso quiero tanto a María Eugenia Silva de Los de Ramón, a Mirtha Iturra o a Gabriela Pizarro, porque siempre les entendí todo lo que cantaban. 

A mi edad tengo muchos dolores y estoy viva gracias a uno de mis hijos, que es quien me resucita cada vez que tengo una crisis. Tengo artrosis generalizada, tumores en la cuarta y quinta vértebra lumbar con dolores espantosos, no puedo ni barrer cuando los siento. Mi hijo que es terapeuta en medicina cuántica me escucha la voz y sabe cómo estoy, así que viene y me hace todas las cosas para aliviarme. Cuando quiero sentirme mejor vuelvo a escuchar muchas tonadas antiguas, las de Clara Solovera, Luis Bahamonde, son de mis favoritos. Cuando estoy en la casa canto y bailo, pero sola, donde no me vea nadie para no hacer el ridículo. 

Mis hijos no siguieron la línea musical pero mis nietas sí, algunas fueron parte de varios grupos y ganaron competiciones, pero cuando crecieron fueron dedicándose a otras cosas. Hace unos años, eso sí, pude bailar con uno de mis bisnietos, y fue una de las alegrías más grandes de mi vida. Ahora en la danza me queda mi nieta de 13. Es la más chiquitita, muy talentosa, le hago los vestidos para sus presentaciones y nos tenemos mucho cariño, por algo cada vez que puede me dice que ella baila por ella y por mí.