Discurso del Prof. Víctor Pérez Vera con motivo de la asunción del cargo de Rector de la Universidad de Chile

Permítanme evocar, en el comienzo de este discurso, unas palabras añosas que para todos nosotros mantienen en plenitud su vigencia. Hablando del programa de la Universidad de Chile, Andrés Bello afirmó de la naciente institución que "odas las sendas en que se propone dirigir las investigaciones de sus miembros, el estudio de sus alumnos, convergen a un centro: la patria". Estas palabras que, hace más de 160 años, resonaron con tonos inaugurales, sellaban una relación que desde entonces ha constituido la vocación de la Universidad y de las generaciones que han pasado por ella.

Es oportuno recordarlas en esta ocasión, cuando el país se encuentra reflexionando acerca de la educación, cuando no se miran ya tanto las cifras abstractas, que es lo que se ha hecho en los últimos años, sino que se atiende por fin a las personas, a los protagonistas del sistema. La gente está expresando su desasosiego. Pareciera que el sentido humano de la educación, el tema de los valores, vuelve a ser relevante. Es una buena noticia para la Universidad de Chile. Esta Universidad se fundó y se hizo grande por sus desempeños medibles, pero sobre todo por su alma, por su espíritu interno, y por su capacidad de entregarle al país ese espíritu.

Cuando observamos los tiempos fecundos de Juvenal Hernández, Amanda Labarca o Juan Gómez Millas, los miembros de esta casa de estudios nos reconocemos fácilmente en esa Universidad de Chile de entonces: una institución intelectualmente poderosa, motor de la vida cultural del país, ampliamente pluralista, tolerante, equitativa, capaz de vertebrar a todas las ramas del saber. Nuestra universidad fue durante largo tiempo una agencia de integración social, una escuela de ciudadanía y al mismo tiempo un gran laboratorio de las ciencias, las humanidades y las artes, un espejo intelectual del país.

Pero la historia nunca es lineal. Con el derrocamiento del régimen republicano, se impuso la intervención militar de las universidades. Nuestra universidad, hasta entonces territorio de la libertad de expresión, del pluralismo activo, se convirtió en un paisaje de castigo. No nos corresponde quizá entrar en la tragedia relativa a los derechos humanos que el país conoce. Sólo quiero mencionar que en nuestros archivos aún deben figurar las listas sumarias de exonerados, académicos, académicas, funcionarios y estudiantes que debieron abandonar esta casa por motivos extra académicos. Vaya para ellos, desde aquí, nuestro reconocimiento y saludo: ellos son parte de nuestra comunidad. Algunos, afortunadamente, han regresado con nosotros. Lo cierto es que aquella erradicación masiva de mentes pensantes nos provocó un daño irreparable. Más aún, esas medidas arbitrarias instalaron una cultura ajena a nuestras tradiciones, una cultura del temor, de la prudencia extrema y de la supervivencia, que poco tiene que ver con la academia.

Pero entretanto era necesario que nuestra Universidad, en un contexto tan duro como el de los años setenta y ochenta, continuara desarrollando sus labores académicas. Fue preciso sufrir y resistir una política hostil hacia la Universidad de Chile. Esos académicos y esas académicas, pese a todo y en medio de aquellas nieblas espesas lograron transmitir hasta hoy el espíritu de nuestra universidad, su vocación por la excelencia, su dignidad intrínseca. Su labor ha sido quizá menos visible, y nos cuesta valorizarla en toda su magnitud ahora que el contexto se ha ido normalizando. Vaya también para ellos nuestro reconocimiento.

Hoy se instala un nuevo rectorado en la Universidad de Chile, bajo los auspicios de una nueva institucionalidad. Después de un cuarto de siglo de vigencia del Estatuto impuesto por la dictadura, y en virtud del impulso de los estudiantes y del debate de todos sus miembros, la Universidad cuenta con una carta que, en sus líneas esenciales, refleja la voluntad y los acuerdos de nuestra comunidad. Una nueva forma de gobierno es su fruto principal, que consagra la participación, la deliberación y el diálogo como los modos de definir las estrategias y criterios según los cuales ha de regirse la vida universitaria y su futuro. Otras disposiciones importantes contiene el texto, orientadas todas ellas a asegurar la calidad, la coherencia, la transparencia y la pertinencia institucional. El nuevo Estatuto de la Universidad de. Chile reafirma su misión y su compromiso con el país y hace de esa afirmación el vínculo de su comunidad.

La gestación participativa y deliberante de esta carta fundamental, debe ser especialmente ponderada, si queremos hacernos cargo del espíritu del nuevo Estatuto, que precisamente realza el valor y el peso de la voluntad comunitaria. Y es mi decisión, como Rector, hacerme cargo de ese espíritu, de ese valor y peso con fidelidad inconmovible, como depositario de esa voluntad.

Así, pues, se establece este nuevo rectorado bajo un mandato. No sólo es el mandato de quienes lo instituyeron a través de sus preferencias libremente expresadas en el reciente proceso eleccionario. Es el mandato de la comunidad entera. Y ese mandato tiene la forma de una aspiración: impulsar, de manera renovada y decidida, la construcción de la gran universidad pública que el país necesita en el siglo XXI. Una universidad que, bajo nuevas condiciones y en nuevas formas, preserve su trayectoria, su diversidad, su excelencia y su independencia, su pluralismo irrestricto, su laicismo, su vocación ciudadana.

Más allá de lo indicado, los recientes conflictos que han afectado al sistema de enseñanza secundaria han vuelto a evidenciar que un modelo como el vigente, que vincula tan estrechamente educación y mercado, al punto de hacer que aquella dependa de éste, sólo puede reforzar y acrecentar las desigualdades ya desde los niveles iniciales, condicionar económicamente el acceso y la permanencia de los estudiantes en las universidades e institutos superiores, y segmentar a la sociedad en la distribución y adquisición de saberes y competencias esenciales. Todo ello, a fin de cuentas, no hace sino sesgar de múltiples modos el sentido y la función de la educación misma.

La Universidad de Chile se ha empeñado en evitar tales sesgos, y mantener condiciones de equidad en la admisión y apoyo de estudiantes procedentes de sectores sociales desmedrados. El carácter público que corresponde a la esencia de nuestra institución, y que el anterior rectorado reivindicó en el foro nacional con plena convicción y energía, se refleja con nitidez en estos empeños, y trae consigo la exigencia de formular un modelo distinto. Es compromiso nuestro responder a esa exigencia, contribuir al mejoramiento, no diré sólo del sistema de enseñanza superior del país, sino de la educación nacional en su conjunto.

Convocados por el mandato y la aspiración que antes señalaba, nuestra tarea imperiosa es impulsar el proyecto de una gran universidad pública para Chile. Esta tarea es también la responsabilidad fundamental de este rectorado. Lo que semejante proyecto exige es de variada índole, pero está recorrido por tres ejes centrales: un primer eje es el incremento de la calidad de todas las actividades académicas que cultivamos, un segundo eje es la innovación de nuestros esquemas y estilos de gestión, un tercero, la generación de un nuevo modelo de relación con el medio social.

La Universidad de Chile debe elevar todos sus estándares de calidad y asegurar su correspondencia con los parámetros internacionales, la cual es indispensable para el diálogo creador en todos los campos del saber; al mismo tiempo, debe atender a las especificidades de las disciplinas y actividades que en ella se cultivan y que hacen la rica diversidad de nuestra vida académica.

Ante todo, es preciso sentar las bases para un desarrollo equilibrado de todas las áreas de conocimiento; la falta de este equilibrio es, ciertamente, uno de los principales factores de debilidad institucional que no podemos admitir se prolongue más en el tiempo. En particular, y así lo he formulado como un compromiso, nos concierne impulsar la revitalización de las humanidades, las artes y las ciencias sociales. La discusión crítica de los temas fundamentales del desarrollo, la reconstrucción y cuidado de la memoria histórica, la necesidad de una visión multidisciplinaria y a la vez integrada de los problemas sociales, políticos y culturales del país, incluidos los efectos del modelo de desarrollo vigente, son todos aportes fundamentales que estas disciplinas pueden y deben hacer, desde la perspectiva pluralista y con la excelencia y la responsabilidad que son propias de la Universidad de Chile como universidad nacional y pública.

En el eje de la gestión institucional, es indispensable el establecimiento explícito de prioridades, de objetivos y metas en cada uno de los niveles que comprende la estructura de la Universidad; es indispensable, asimismo, disponer de una gestión moderna y eficiente, libre de toda burocracia; debe atenderse a la adecuación de la estructura orgánica de la Universidad a sus objetivos académicos; debe implementarse una gestión de recursos humanos orientada a la renovación, el perfeccionamiento y capacitación, y el estímulo al rendimiento de excelencia y de compromiso; debe establecerse la periódica rendición de cuentas públicas sobre el uso de nuestros recursos. Pero también, en este mismo eje, es importante difundir en todas nuestras unidades un espíritu de solidaridad y cooperación, una preeminencia del sentido de comunidad por sobre todas las formas de particularismo y división que tanto daño pueden hacer a nuestra Universidad.

En el eje de la relación con el medio, la universidad debe definir nuevas formas de proyección cultural, tanto en el sentido tradicional de las actividades de extensión y difusión, como también a través de programas que establezcan relaciones de interacción con el medio y permitan pesquisar, procesar y fomentar las transformaciones culturales del país, promoviendo nuevas miradas de mundo.

En este mismo eje, la institución requiere proyectar y diversificar sus capacidades de servicio público, así como las oportunidades de su relación con el medio productivo nacional, atendiendo a las demandas actuales y explorando anticipadamente los requerimientos y problemas que hayan de derivarse de las tendencias de desarrollo de los diversos sectores y de su inserción en el mundo. Especial atención debe prestarse a la contribución que la Universidad debe hacer a la formulación de políticas públicas en sus diversos ámbitos de relevancia, reafirmando un liderazgo que históricamente tuvo la institución.

El desarrollo robusto de estos tres ejes del proyecto de una gran universidad pública de reconocida calidad internacional para Chile en el siglo XXI es la mejor respuesta al insistente cuestionamiento que sectores interesados vuelven a plantear una y otra vez, y que es un cuestionamiento que se dirige a nuestra convicción de seguir siendo una institución fundamental de la república, una institución que es la sede principal de la inteligencia de la república. No es ésta una afirmación de privilegio, es para nosotros un imperativo irrenunciable, y un imperativo que expresa la necesidad que el país tiene de esta Universidad y que, para ella, reclama del país y del Estado el reconocimiento correspondiente.

La Universidad de Chile es la Universidad de Chile. En el genitivo de este nombre, la Universidad de Chile, el "de" expresa al menos dos cosas: señala la pertenencia de la universidad a la nación, a su historia y su destino, pero también señala que esa misma historia y ese mismo destino son el fundamento de la existencia y del proyecto, cada vez renovado, de la universidad. La pertenencia no es sólo dependencia ni es obediencia a quienes detenten el poder en un determinado momento de la historia de Chile. El sentido de la autonomía universitaria tiene, en nuestro caso, la importancia decisiva de ser la forma esencial en que la universidad puede cumplir su alto servicio al país. La autonomía es, en este caso, la especifica independencia que una comunidad de pregunta, de saber, de creación y de propuesta ejerce respecto de todo presente y de las configuraciones de poder que sean propias de cada presente: independencia ejercida en pro de la apertura de horizontes históricos para el país y la sociedad. Ésa, que es su significación pública, es también la primaria significación política de la Universidad de Chile, en el más alto sentido de la palabra.

Antes de terminar, permítanme algunas reflexiones muy personales. Ellas explican, en gran medida, el hecho que yo esté aquí ahora, y dan contexto a mis palabras. Soy nieto de una profesora rural, e hijo, sobrino y hermano de profesores primarios de provincia. En mi memoria tengo grabada una escena, de hace muchos años atrás. En ella, un modesto profesor rural de los cerros aledaños, llegó a caballo a la Escuela Granja de Doñihue, en la Sexta Región, donde mi padre era director. Traía al anca a un niño de unos nueve o diez años, hijo de una familia campesina muy pobre, que asistía a su escuela, y que se destacaba por su precoz inteligencia. Ese profesor rural quería que el niño aprovechara sus talentos, que no se perdiera, y lo llevaba a la Escuela Granja para que aprendiera un oficio y tuviera el techo y la comida que daban en su internado. Pasados los años de estudio, el director y profesores de esa Escuela Granja llevaron a ese niño a una escuela agrícola, y que también tenía internado, para que siguiera estudiando.

Cuando escucho que la educación tiene que ver con contenidos, con programas, con material docente, con evaluaciones, mis recuerdos familiares de los antiguos profesores y profesoras primarias me señalan que la educación tiene que ver, fundamentalmente, con el amor y la nobleza: el amor que se siente al educar a un niño o a una niña, y la nobleza del alma de quien hace de la educación -sobre todo de los más pobres- una opción de vida. De ese ambiente provengo, de recuerdos como los anteriores están llenos mi mente y mi corazón, así entiendo la educación, por eso estoy en la Universidad de Chile.

Ser electo, por sus pares, como Rector de la Universidad de Chile, es un privilegio de muy pocos. Para un hijo de la educación pública de este país, y para alguien de mis orígenes, este es un privilegio que viene con una carga emocional muy fuerte, pues se agolpan en mi mente los sueños y los sacrificios de esos antiguos profesores primarios y profesoras primarias. A ellos y a ellas les dedico este momento, y ante el recuerdo de ellos me comprometo a seguir haciendo mi mejor esfuerzo para contribuir a que sus sueños de una educación pública de calidad y con amor para todos los niños y niñas de nuestro país se hagan realidad.

También dedico este momento a mi familia; a mi madre y a mis hermanos, por todo el cariño que siempre me han dado; y a mi esposa, a mis hijas y a mi hijo por el amor y felicidad que me regalan día a día, y por haber compartido conmigo mi opción de vida por la Universidad de Chile.

Agradezco a mis amigas y amigos del Departamento de Ingeniería Industrial y de la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas por toda una enriquecedora vida académica. Agradezco a todas las personas que generosamente me ayudaron en la campaña por la rectoría, y a todas las que me apoyaron en la elección de rector. Saludo al profesor Riveros y a todos quienes lo apoyaron. Hoy, asumo como Rector de toda la Universidad de Chile.

Entiendo que el mandato que recibo y las aspiraciones que en él van involucradas suponen una confianza a la que debo responder, en conjunto con quienes me acompañan en las funciones directivas de la institución. `Siento el peso de esta confianza; conozco la extensión de las obligaciones que impone; comprendo la magnitud de los esfuerzos que exige. Responsabilidad es ésta que abrumaría, si recayese sobre un solo individuo, una inteligencia de otro orden, y mucho mejor preparada que ha podido estarlo la mía. Pero me alienta la cooperación de mis distinguidos colegas", decía Andrés Bello en su discurso inaugural. Quiero agregar que me alienta la cooperación de nuestras académicas y académicos, de nuestros estudiantes a quienes dedicamos nuestros afanes, de las funcionarias y funcionarios que con su apoyo comparten nuestras labores.

Queridos académicos, académicas, estudiantes, personal de colaboración, egresadas y egresados de la Universidad de Chile, les invito a poner en movimiento lo mejor de nosotros, y hacer visible una Universidad de Chile viva, propositiva, llena de posibilidades, que tiene grandes cosas que dar, que es mucho mejor que lo que se reconoce públicamente y que expresa su voluntad de luchar por ser plena y mostrarse a plena luz. Una Universidad de Chile con futuro. Una Universidad de Chile que tanto necesita Chile hoy. Somos la Universidad de todos los chilenos y, por lo mismo, nos debemos a todos los chilenos.

¡Viva la Universidad de Chile! ¡Viva la Universidad de Chile libre! ¡Viva Chile!

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