Humberto Maturana es uno de los intelectuales más originales, fecundos e influyentes que Chile haya ofrendado al mundo. Es un referente para múltiples áreas, más allá de la biología, que incorporaron su pensamiento innovador.
Hay una continuidad en el pensamiento de Maturana. En los albores de su actividad científica encontramos un trabajo neurofisiológico publicado con un título que se salía de los convencionalismos de la literatura docta: “¿Qué le dicen los ojos de la rana al cerebro de la rana?”. Refería experimentos que buscaban establecer como las aferencias provenientes del mundo externo son incorporadas a la estructura propia del ser vivo. Esto lleva a una cuestión muy poco novedosa para la historia de la filosofía y la ciencia: le interacción entre el sujeto que conoce y el objeto a conocer. Pero pocos le han otorgado a este problema el giro que le dio Maturana quien denominó “Laboratorio de Epistemología Experimental” al muy acogedor espacio que creó en la Facultad de Ciencias de la Universidad de Chile.
De la reflexión sobre la percepción se transita a proponer, como aquello que distingue a lo vivo, el concepto de autopoiesis: literalmente. el crearse o producirse a sí mismo. El ser biológico es una estructura que genera su propia estructura. Esta primacía de lo invariante es también llevada a la comprensión de la evolución. Pero también a como interactúan los seres humanos. A las formas como se han de incorporar desde su nacimiento a una red de interacciones donde el lenguaje jugará un rol articulador. Para Maturana la democracia no era una forma de gobierno, sino una forma de relacionarse entre las personas en el ámbito social. A la necesidad de respetar al otro. Y debemos enfatizar que todo lo que él piensa y dice está presente en la conducta de Humberto Maturana como persona.
En los recientes debates sobre el sistema de educación superior, siempre que he tratando de comunicar qué es para nosotros una universidad, no se me ocurre una mejor imagen que intentar explicar lo que para mí, con mis 17 años y con mis 180 compañeros de curso, significó escuchar a este profesor que con prosodia, mirada y lenguaje únicos nos preguntaba “¿Qué es la vida? ¿Cómo podemos distinguir un ser vivo de uno que no lo es?” Entendíamos que cuando nos hacemos preguntas, quizás más que buscar respuestas, estamos empezando a comprendernos a nosotros mismos y a los demás.