Nacida el 4 de octubre de 1961 en el pueblo de Esmeralda, cerca de Colina, creció a orillas de un río en una pequeña cabaña de barro. Proveniente de una familia campesina por un lado y de una familia adoptiva por otro, que le brindó educación, Pancha descubrió su pasión por el arte queriendo pintar paisajes, inspirada por la Generación del 13, con figuras como Pedro Lira y Juan Francisco González. Sin embargo, su camino cambió radicalmente al ingresar a la universidad. Allí, se encontró con un universo diverso: personas de distintas clases sociales y lugares, y nuevas influencias que expandieron su mundo, como la imaginería religiosa, las obras de Julio Verne, y la vida y obra de Picasso, Paul Cézanne y Van Gogh. Esta combinación de inspiraciones la llevó a postular y dar con éxito la prueba especial de ingreso a la carrera de arte. Sobre ese momento decisivo, recordó: “Cuando veo mi nombre entre los seleccionados me puse a llorar”.
A pesar de que al principio sus referencias en escultura eran los monumentos públicos de jinetes y caballos, Pancha decidió aventurarse en esta disciplina. Fue alumna de Matías Vial durante una época compleja, en la que pasó seis meses picando piedra sin lograr una figura. En gran parte, su aprendizaje fue autodidacta, enfrentando incomprensión y falta de apoyo. Sin embargo, encontró una guía en una escultora que la ayudó a encauzar su talento y perseverar.
Su carrera despegó trabajando en la galería Las Delicias, pero un giro importante ocurrió cuando llevó sus dibujos a la galería de Carmen Waugh. Sobre esa etapa, Pancha narró: “Ella me pregunta cuánto ganaba en la galería. Le digo cuánto. Me dice: ‘Te pago lo mismo si me traes cinco dibujos al mes’. Fue entonces que por la misma plata dejé de trabajar”.
Posteriormente, Pancha perfeccionó sus estudios en la prestigiosa Rijksakademie van Beeldende Kunsten en Ámsterdam, Holanda, consolidándose como una figura clave de la escultura chilena. Participó en talleres como el TAV y el Chucre Manzur, además de desempeñarse como docente en el Taller 619. Desde mediados de la década de los 90, residió en Europa, retornando a Chile en 2005 para establecerse en Laguna Verde, Valparaíso, donde continuó su labor artística.
Enrique Matthey, académico y amigo de Pancha, la evoca como "una niña de campo, con la ingenuidad de un rostro puro", vestida con calcetines blancos, falda larga y zapatos de charol. En una anécdota que encapsula su espíritu rebelde y libre, Matthey recuerda un evento en el Museo de Bellas Artes, donde Pancha desafió la solemnidad del momento al pasearse despreocupada entre los pasillos, hasta ser levantada y retirada por los asistentes. Este episodio refleja su naturaleza espontánea y transgresora.
Patricia del Canto, artista visual, académica del Departamento de Artes Visuales y amiga cercana de Francisca, expresó lo siguiente sobre su legado: “la obra de Francisca o más bien Pancha Núñez es excepcionalmente fuerte, de gran pregnancia, tanto su obra bidimensional: pintura, gráfica, pero especialmente su obra tridimensional, su escultura en la que une magistralmente lo escultórico y lo pictórico. Deja un legado difícil de superar por su gran calidad y enorme fuerza expresionista”.
La docente también recordó con afecto las colaboraciones con Pancha: “Sí, expusimos juntas en varias ocasiones. Recuerdo particularmente una en el Museo de Bellas Artes, ‘6 VÍAS EN LA ESCULTURA’, auspiciada por FF.CC. del Estado, y otra también en el Museo de BB.AA: ‘ESCULTORAS’, en las que siempre destacó su obra de factura, colores y creatividad exuberantes” y recuerda que “cuando ingresó a la carrera y luego dirigí su memoria de título. Se destacó siempre por su compromiso autoral y por una gran capacidad de desbordar los límites, amparada siempre en su enorme talento y creatividad”.
En cuanto a las enseñanzas que Pancha dejó a las nuevas generaciones, la prof. Del Canto espera que "sean fieles a sí mismos, que no traicionen sus principios, que busquen siempre autenticidad, que crean en sí mismos y se comprometan profundamente con su actividad artística, tal como ella siempre lo hizo”.
En una entrevista realizada por Jaime Piña, cuando le pregunta a Francisca cómo se autodefine, ella responde: “defíneme como quieras, soy constructivista, construyo con elementos de diversa índole. El camino al éxito no ha sido fácil, tiene piedras y espinas. El éxito no pasa por lo económico, tiene que ver con el reconocimiento de tus pares, cuando gané el Altazor fue importante porque lo otorgaron ellos. Siempre agradezco a las personas que me apoyan, así como a mis mecenas, y a mis amigas de la escultura, Patricia del Canto, Verónica Astaburuaga, Cristina Pizarro, Aura Castro y Francisca Cerda”.