Era principios del siglo XX cuando la extensión universitaria comenzaba a florecer en el país. Fue establecida con pasos paulatinos en la Universidad de Chile por Valentin Letelier Madariaga. Decidido, presentó un programa para establecerla y las primeras iniciativas constaban de conferencias de divulgación científica y los denominados “cursos pedagógicos de repetición”.
El Departamento de Extensión Cultural se creó en 1930. Definido por el artículo 53 en 1931, el estatuto de la institución indicaba que la institución debía impulsar la difusión de la cultura. De este modo se implementaron cursos libres, de posgraduados, conferencias, exposiciones, entre otros. El fin de estos espacios era vincular los conocimientos de la academia con las comunidades. Pero no fue hasta el rectorado de Juvenal Hernández, entre 1933 y 1953, que estas iniciativas tuvieron un potencial desarrollo.
Entonces, quedaba poco tiempo para que Amanda Labarca dejara una huella imborrable en la casa de estudios y en la sociedad en este ámbito: la Escuela de Temporada. Sin embargo, ya lo había hecho años antes cuando fue nombrada profesora extraordinaria en el Instituto Pedagógico de la U. de Chile en 1922. Esto la convirtió en la primera mujer en dictar una cátedra universitaria en Latinoamérica.
Motivado gracias a los efectos positivos alrededor del mundo de las iniciativas de extensión de Escuelas de Verano —una prueba casi irrefutable de su éxito luego de una gira— el Consejo Universitario aprobó la Escuela de Temporada el 14 de mayo de 1935. A la educadora se le encargó la organización, como directora, de los primeros cursos que entonces eran de Verano e Invierno.
La primera versión sería realizada en Valparaíso y Viña del Mar. Era una gran fiesta cultural en la que la casa de estudios facilitaría las mayores atenciones tanto para estudiantes y estamento académico. Hoteles y transporte fueron considerados en la producción. Se organizaron más de 90 actividades y el evento tuvo una duración de cuatro semanas. Por diversos motivos, no logró concretarse en las mencionadas ciudades.
Se llevó a cabo en la capital entre el 5 de enero y 2 de febrero de 1936 y su inauguración contempló una velada en el Salón de Honor presidida por el ministro de Educación. Las inscripciones alcanzaron 855 personas y recibieron mayor interés las instancias técnicas y pedagógicas.
Los oficios y la orientación del evento hacia las personas que no podían acceder a la educación superior del país fueron los elementos innovadores de estos Cursos de Verano e Invierno, ya que otras ediciones extranjeras de Escuelas de Verano, tenían el foco hacia la internacionalización.
“Una de las cosas que se propuso fue: sacar a la universidad de sus aulas y entrar en contacto con comunidades”, rememora Pilar Barba Buscaglia, vicerrectora de Extensión y Comunicaciones de la U. de Chile, en relación a la educadora y su legado.
Las Escuelas de Temporada de la época también contaron con el apoyo del Ministerio de Relaciones Exteriores con motivo de entregar becas a estudiantes extranjeros de territorios como Argentina, Bolivia, Brasil, Estados Unidos, Ecuador, Paraguay, Perú y Uruguay.
Las actividades fueron categorizadas por arte, bacteriología, bibliotecas, botánica, canto coral, castellano, cinematografía, comercio, economía política, educación, fisiología, francés, educación física, inglés, industrias, matemáticas, psicología, química, sociología y ciencias domésticas.
Esta última disciplina se centraba en la profesionalización de las mujeres. Respecto de las clases contó con las iniciativas “Minutas nutritivas y económicas” y “Nuevas Técnicas de las artes manuales femeninas”. Entre el siglo XIX y XX, en Chile se impartía en establecimientos educacionales un plan de estudios diferenciado de hombres y mujeres. A este grupo se les enseñaba especialmente sobre labores orientadas al hogar.
Para Amanda Labarca y los movimientos feministas de la época, la educación era el principal elemento para la emancipación de la mujer. Para ella también era relevante una democratización de los conocimientos. Ese ideal se materializó en estas iniciativas de extensión y vinculación con el medio para el cambio social, como se explica en el podcast La historia detrás de las Escuelas de Temporada de la Universidad de Chile.
Lo anterior implicó la incorporación de nuevos actores sociales en los espacios universitarios en una época segregada. Mujeres, clase media, obreros y campesinos son algunos de los grupos que pudieron ser partícipes de la fiesta cultural en distintos puntos geográficos del país. “Las Escuelas de Temporada fueron los espacios pioneros cuando aún no existían sedes regionales de la U. de Chile, pero también significaba un espacio de encuentro en el cual la universidad también se democratizaba y los académicos y académicas que participaban también se bajaban de ese pedestal y se encontraban con la ciudadanía en un mismo espacio”, describe el sociólogo de la U. de Chile e investigador de la extensión universitaria, Matías Flores.
La producción de estas instancias consideraba un primer acercamiento con las personas del territorio donde se harían las Escuelas para el diagnóstico de necesidades y cómo el programa de las actividades respondería a ello. También se realizaba una evaluación. “Una vez ejecutadas las Escuelas también se hacía un proceso de evaluación, pero destacaba que se creaban asociaciones de amigos de la Universidad de Chile que permitiían mantener el vínculo una vez que las escuelas se hubiesen acabado”, agrega Flores.
10 años de Escuela de Temporada
La primera década celebró números positivos de participación y de diversas actividades. Los cursos dictados abarcaron siete disciplinas: ciencias sociales, de la educación, físicas y matemáticas, biológicas y químicas, artes puras y aplicadas, letras y técnicas. Estas últimas eran tales como biblioteconomía, tapicería y economía moderna, técnica de forjado en hierro y sastrería. En ese entonces se debía costear matrícula.
Las clases se dictaban entre las 8:00 de la mañana hasta las 12:30 de la tarde. Los domingos se organizaban paseos o excursiones a los alrededores de Santiago y playas vecinas. También se entregaba un certificado de asistencia mientras se lograra más del 80% y de “aprovechamiento”, que se podía optar rindiendo un examen.
Además del programa se contaba con actividades extraprogramáticas que nutrían aún más las jornadas. Se trataba de excursiones o visitas que generalmente tenían relación con los intereses del alumnado. Uno de los lugares recorridos fue la Central de Leche en Santiago, la primera planta pasteurizadora de la capital. Esta iniciativa era parecida a los paseos y recepciones, un segmento de los días miércoles en que participantes extranjeros y de provincias podían conocer otras ciudades o comunas. Algunas de las visitadas fueron Peñaflor, Peñalolén, Cartagena y Valparaíso. También se ofrecían conferencias, teatro y música.
“Más interesante es que, a través de los distintos servicios que ofrecía, da cuenta de que los servicios de extensión educativa se comienzan a comprender de manera más holística, o sea, no reduciéndolo a recibir contenidos en una sala de clases. Sino también ir de excursiones, poder viajar y realizar deportes. Ofreciendo una experiencia más completa”, expone Francisco Brown en el segundo capítulo de la memoria de título “La Universidad que no vibra con el medio social es una cosa muerta”. Extensión cultural y Escuelas de Temporada en la Universidad de Chile (1932-1952).
Las colaboraciones y el compromiso público fueron desde siempre principios que la Escuela de Temporada desarrolló. Para el director de Extensión de la U. de Chile, Fabián Retamal, “esa esencia colectiva y transformadora sigue siendo el eje de las Escuelas de Temporada, y es lo que nos impulsa a continuar en esta línea, buscando expandir las posibilidades para que más personas, tanto dentro como fuera de la universidad, se unan a este encuentro único en los años venideros”.
Acercamiento a regiones del país
De acuerdo con el mismo documento, la primera versión en una región sucedió en julio de 1938 en Los Ángeles. Allí se realizaron conferencias y demostraciones en torno a salud por Luis C. Muñoz, catedrático del Instituto Pedagógico y de la Escuela de Medicina. Este fue un intento por expandir presencia de manera descentralizada.
En 1942 Amanda Labarca dejó el cargo como directora de estas instancias extensionistas. En su lugar asumió Norberto Pinilla. Con interés por aumentar la cobertura designó representantes en localidades. Durante su período se realizó también la primera Misión Cultural. Reunió a Juan Ibáñez, César Leyton y Luis Ceruti en La Serena junto con el Colegio Farmacéutico para abordar sobre la disciplina.
Las Escuelas de Otoño y Primavera en 1943. La primera operó entre los meses de abril y junio, mientras que la segunda, de julio a agosto. En estas se implementaron cursos de ciencias sociales, filosofía y educación, lengua y literatura, de ciencias biológicas, físicas, químicas y matemáticas, artes libres y aplicadas, y técnicas.
En el libro Historia de la Universidad de Chile (1992) se describe que hubo 928 matriculados en 58 cursos en 1940 y al año siguiente el alumnado alcanzó mil 353. En el segundo quinquenio la cifra estuvo entre los mil y mil 200 inscritos en la Escuela de Verano. Las y los estudiantes chilenos superaron los 730 y extranjeros los 70, entre los años 1941 y 1945. En ese período otras excursiones y visitas se organizaron en MADEMSA, Compañía de Cervecerías, Cerámica de Carrascal, Papelera de Puente Alto, entre otros lugares.
20 años de la universidad a los territorios
Durante ese período la Universidad de Chile implementó otras medidas de política cultural que dio comienzo a diversos conjuntos como la Orquesta y el Coro Sinfónico, el Ballet Nacional Chileno y el Teatro Experimental. Estos fueron parte de la programación del vigésimo aniversario de las Escuelas. En ese momento ya se realizaban cursos de periodismo, radiotelefonía, teatro, música, danzas clásicas y folklóricas, técnicas y artesanías.
De antesala a celebrar dos décadas se realizó una Escuela de Invierno del 3 al 31 de julio de 1954 en la provincia de Tarapacá. Entre las y los profesores a cargo se encontraban Nicanor Parra, quien dictó clases de poesía popular chilena, introducción a las matemáticas y la física; Margot Loyola, con canciones y danzas folklóricas chilenas; y María Teresa Fricke Urbina sobre aspectos de la producción y el arte teatral.
Tres ciudades fueron el punto de encuentro: Valdivia, Valparaíso y Santiago a partir del 3 de enero y el 8 de febrero de 1955. Además consideraba otras actividades complementarias antes y después de su realización. Más de 100 cursos se programaron en torno a ejes temáticos: Medio siglo XX en América, Los problemas del mundo actual, Problemática de la ciencia, Los interrogantes de la educación actual, Chile y su proceso evolutivo.
El desmantelamiento de la extensión concebida por Amanda Labarca
En 1973 el golpe de Estado fue el comienzo de una dictadura civil militar que se extendería 17 años en Chile. Tras este periodo, las Escuelas de Temporada cambiaron su enfoque, tal como lo indica el investigador, Matías Flores, quien da cuenta de algunas de las características de estas ediciones durante la dictadura. “Lo que hizo fue desmantelar el proyecto extensionista que se estaba cultivando previo al golpe, entonces su Escuela de Temporada, su extensión estaba en el marco autoritario, en el cual la universidad definía cuáles eran los temas a tratar y cuál era su relevancia para el país”, explica.
Asimismo, el especialista añadió que se “reprodujeron mecanismos autoritarios para la extensión y eso privó a la sociedad chilena de interactuar con la Universidad de Chile, que es lo que las Escuelas de Temporada siempre promovieron”, continúa Matías Flores, relatando lo que significó para la casa de estudios este nuevo período sociopolítico. Después de 42 años se retoma la senda iniciada por Amanda Labarca al alero de la Vicerrectoría de Extensión y Comunicaciones en conjunto con instituciones públicas de educación superior a lo largo del país.
La primera edición se llevó a cabo en la región de Aysén entre el 19 y el 23 de enero de 2015. Estuvo coorganizada con el Consejo Nacional de la Cultura y las Artes de Aysén y conmemoró el fallecimiento del cronista Pedro Lemebel y el centenario de Nicanor Parra. Entre las y los docentes partícipes estuvo la Premio Nacional de Ciencias Exactas María Teresa Ruiz, Nury González y Andrea Slachevscky.
“Cuando asumimos pensamos que era fundamental retomar la tradición de Amanda Labarca con sus Escuelas de Temporada. Que era fundamental además sacarla de Santiago y poder llevar esta universidad que en su minuto había sido nacional a no solo en su concepto, como lo es hoy, sino además porque estaba desplegada territorialmente en distintas regiones de Chile”, recuerda Faride Zerán, quien fuera vicerrectora de Extensión y Comunicaciones en 2015.
Con el ímpetu de continuar el legado de Amanda Labarca y Juvenal Hernández, el regreso de Escuela de Temporada no solo trajo consigo el evento más multitudinario durante el período estival, sino además la Escuela de Invierno. La primera —y única hasta ahora— se llevó a cabo entre el 6 y 14 de agosto de 2019 en conjunto con la Universidad Abierta de Recoleta.
Bajo el lema “Diálogos sobre democracia, gobiernos locales y derechos sociales”, se abordaron problemáticas contingentes relacionadas a la migración y el racismo, educación no sexista, bienes comunes, calidad de vida para personas mayores, sostenibilidad y salud comunitaria.
Al año siguiente la Universidad de Chile se unió a otros siete establecimientos. Estas fueron la Universidad Arturo Prat, Universidad de Valparaíso, Universidad de Santiago, Universidad Técnica Metropolitana junto con la Red Patagonia Cultural (Universidad de Los Lagos, Universidad de Aysén y la Universidad de Magallanes). El espacio de encuentro fue remoto, pues se desarrolló en el marco de la pandemia por Covid-19 en 2021.
90 años de tradición cultural
Las Escuelas de Temporada cumplirán 90 años desde su aprobación en el Consejo Universitario y 10 años desde que fueron reeditadas. Tal como dice Faride Zerán, el nuevo enfoque de esta iniciativa era fundamental para realizarla en otras regiones del país y continuar la tradición de Amanda Labarca.
Por su parte, el director de Extensión de la U. de Chile, Fabián Retamal, coincide en la importancia del carácter descentralizado y el cumplimiento de la labor social que desempeñan los encuentros. Estos los categoriza como formativos y transformadores. El primero porque “permite la conexión con el conocimiento a través de diversas actividades” y, el segundo, dado que “facilita que muchas personas puedan aplicar los saberes adquiridos en sus propios barrios, comunidades y grupos, fomentando cambios concretos y significativos en su entorno”.
El elemento que permanece en el tiempo es que son “un espacio único para el encuentro y la construcción colectiva del conocimiento”. En ese sentido se diferencia el acceso a saberes académicos del pasado con el presente, donde está distribuido de manera dispersa en los servicios digitales. “La Escuela no solo preserva el legado del pasado, sino que también lo resignifica, adaptándose a las necesidades de un mundo cambiante sin perder su misión original”, menciona Fabián Retamal.
Realizada en la región Metropolitana entre el 8 y 15 de enero se han llevado a cabo 60 actividades desplegadas en territorios y campus de la Universidad de Chile. Para esta versión diversos actores unieron esfuerzos de organización, planificación y difusión. Una de ellas fue la Red de Extensión de la casa de estudios que incentivó a su respectiva comunidad para sumarse con distintos talleres, recorridos patrimoniales, conversatorios, obras musicales o teatrales, entre otros.
“Este nuevo enfoque es uno integrador, interdisciplinar y que, en virtud del espíritu y fondo de la Escuela de Temporada, termina siendo tremendamente transdisciplinar desde el quehacer, el hecho, el encuentro situado”, expresa Marcela Farías, directora de Extensión de la Facultad de Odontología. La unidad académica fue parte de una actividad en Alhué con la campaña “Besa la vida, cuida tu boca”. Esta misma iniciativa se presentó en la edición realizada en Valparaíso en 2024 junto con una obra de títeres acerca del cuidado bucal. “Recuerdo perfecto cuando esta posibilidad de poder llevar la obra a un auditorio urbano en el Parque el Litre. Lleno de niños, pero también lleno de sus familiares y también lleno de esa expectativa de la sorpresa que pudiese haber en una obra de títeres y volver a encontrarnos con esa complicidad que se da desde la creación artística”, comparte Farías.
Otra de las organizaciones que formaron parte como facilitadores ha sido el Archivo Central Andrés Bello, núcleo patrimonial de la Universidad de Chile que preserva acervos de la casa de estudios. Las iniciativas impartidas consideran compartir conocimientos sobre conservación y la puesta en valor de objetos patrimoniales y técnicas de arte, como el papel marmoleado. También aportaron con material fotográfico y otros documentos para los 90 años de Escuela de Temporada.
“Estas huellas documentales demuestran que las Escuelas de Temporada siempre fueron concebidas como un hito central de la extensión universitaria, en un contexto en que la universidad, de alcance nacional, buscó abrirse a capas sociales más amplias”, dice Gabriel González, coordinador del Área de Gestión Cultural y Extensión del Archivo Central Andrés Bello.
En esa línea, destaca también la transmisión de conocimientos y darlos a conocer a la ciudadanía. “Es fundamental para nosotros ser custodios de estos materiales y ponerlos a disposición de nuestra comunidad, puesto que nos hace reafirmar que somos parte de una trayectoria de más de 180 años de un compromiso firme con los saberes y la ciudadanía”, añade Gabriel González.
De esa manera, la casa de estudios ha demostrado su capacidad de adaptación acorde a los contextos y los propósitos de incidencia social y comunitaria. En este 2025 más de 4 mil 500 personas participaron en las actividades abiertas al público con el fin de continuar democratizando los saberes en una tradición cultural que fue la primera instancia de conectar la universidad con los territorios.
“Este espíritu, que Amanda Labarca impulsó desde su origen, nos motiva a continuar con este espacio, reforzando su carácter inclusivo y su capacidad de adaptarse a los desafíos actuales. Mantener las Escuelas de Temporada significa honrar su legado y reafirmar el compromiso de la universidad con su rol público y transformador”, concluye el director de Extensión, Fabián Retamal.