La ceremonia de distinción como Profesores Eméritos fue presidida por la Rectora de la Universidad de Chile, profesora Rosa Devés, y el decano de la Facultad de Medicina, doctor Miguel O’Ryan. Además, contó con la presencia de destacadas autoridades académicas, como la prorrectora, profesora Alejandra Mizala; los decanos de las facultades de Derecho, Pablo Ruiz Tagle; de Artes, Fernando Carrasco, y de Ciencias Físicas y Matemáticas, Fernando Martínez.
"Con brillantes trayectorias internacionales en la investigación clínica y en la salud pública, y habiendo alcanzado posiciones de muy alta influencia en prestigiosos centros internacionales, ambos eligieron volver al país para integrarse a la universidad que los formó y trajeron el mundo a Chile para servir a su país", señaló la Rectora Devés en la ceremonia. "Con frecuencia nos referimos a la dupla 'excelencia' y 'compromiso' como principios que orientan al cuerpo académico de la Universidad de Chile. En sus vidas personales y académicas se expresa en profundidad está fusión entre excelencia y compromiso: ambos pediatras, ambos maestros, ambos con impactos notables en investigación y formación. Todo eso a una escala épica y siempre al servicio de una causa mayor: los niños y niñas de su país", agregó.
Por su parte, el doctor O’Ryan, quien pidió un minuto de silencio por el fallecimiento del profesor Gonzalo Díaz, Premio Nacional de Artes Plásticas, acaecido durante la jornada anterior, relevó “aspectos comunes de la trayectoria de Giorgio y Fernando que creo marcaron de manera fundamental la vida de ambos y de los muchos que fueron irradiados por su aura. Ambos, por motivos diferentes, emigraron largos años a Estados Unidos, donde fortalecieron sus desarrollos académicos.
Y, en lo trascendente, ambos decidieron volver a su país, para ser protagonistas de su desarrollo, en su casa madre, la Universidad de Chile. Giorgio en su esencia como salubrista, con foco en la política pública; y Fernando, en su esencia de investigador de alto impacto. Ambos formadores de múltiples generaciones, con discípulos que a su vez son hoy formadores; en otras palabras, formador de formadores, un logro que alcanzan pocos.
Sumado a lo anterior, ambos se comprometieron profundamente con su corporación, asumiendo la compleja labor de dirección, por largos años de dos de nuestros institutos más relevantes, como son el Instituto de Salud Poblacional y el Instituto de Investigación Materno Infantil, IDIMI”.
Por ello, añadió, “reconocemos con todo el honor que merecen, la distinción que reciben estos académicos de la más alta jerarquía que han consagrado sus competencias y calidad humana a la formación de generaciones de estudiantes, quienes ven en ellos a maestros, sumándose así al selecto grupo de quienes les han precedido, referentes y ejemplos, tan necesario en estos días, para las generaciones que vienen”.
Posteriormente, reflexionó respecto de los avances que se han hecho durante el último año en torno al presente y futuro de la medicina académica, “que se encuentra en crisis, marcada entre otras problemáticas por una separación altamente divergente entre el desregulado crecimiento de las instituciones de educación superior, en especial con la generación de universidades empresas, y las necesidades objetivas y planificadas de nuestro sistema de salud.
Con más de 30 facultades de Medicina hoy, estamos formando más de tres mil médicos al año, sin la reflexión común de si ello es lo que Chile requiere mirando al futuro, porque el país, sus autoridades políticas, la comunidad en todo su espectro, no ha acordado un camino mancomunado para enfrentar, además, la necesaria generación de nuevo conocimiento, con perspectiva local y regional, indispensable para avanzar hacia un país desarrollado de verdad.
Hoy me permito señalar que hemos logrado, al menos, posicionar la problemática del futuro de la medicina académica en diferentes foros, y se avanza en posibles consensos en el pensar de cuáles serán los profesionales que el país requerirá para una mejor salud, con miras a las próximas décadas.
Me permito compartir con ustedes que en esta, su facultad, estamos reflexionando profundamente sobre estos temas y su impacto en la formación y desarrollo de las disciplinas, con mirada de futuro, en aspectos como el humanismo, la inteligencia artificial, el rol de la simulación, la ética, la investigación con impacto en salud, entre otras temáticas.
En este proceso es fundamental nuestra alma mater, la Universidad de Chile, que no solo se sostiene, sino que crece en su rol de institución líder para el futuro de nuestro país, ratificada en estos días con el reconocimiento por pares externos a su calidad académica, confiriéndole el máximo de años de acreditación”.
“Una experiencia maravillosa”
Al agradecer su nombramiento, el doctor Fernando Cassorla repasó lo que fue su formación universitaria, recordando que a su ingreso solo el 20% de los cupos estaba reservado para la admisión de mujeres; además, que la mortalidad infantil era de 140 por cada mil nacimientos. “Hoy, es de siete por cada mil nacidos. Entonces, a veces somos un poquito autoflagelantes, y nos preguntamos si este país va en el camino correcto o no. Yo, que tengo años suficientes para mirar hacia atrás, creo que sí vamos para adelante, con pequeños problemas, porque realmente el Chile del 2025 es muy distinto al de 1965, cuando ingresé a la universidad”.
En esa misma línea, se refirió a lo que fue su trabajo asistencial y académico en Estados Unidos —pues se especializó en pediatría en el Albany Medical Center, de la Union University, y en Endocrinología Infantil en el Hospital de Niños de Philadelphia, para luego desempeñarse en el National Institute of Child Health and Human Development, NICHD— y a las razones que lo trajeron de vuelta al país.
“Estuve 20 años yo fuera de Chile; Estados Unidos tiene tal atractivo en materia de ciencia y tecnología que es difícil dejarlo. Debo reconocer la generosidad que tuvieron al recibir a profesionales extranjeros y darles oportunidades de desarrollo, que yo creo que es difícil que suceda en otra parte; yo le tengo un gran aprecio y agradecimiento a los años que tuve para formarme como endocrinólogo infantil, trabajando en una institución que es realmente el monstruo de la investigación biomédica mundial como es el NIH.
Pero allí uno va a ser parte de un enorme engranaje, como una tuerca más; entonces hay un momento en la vida en que uno piensa si se queda o si se va a intentar hacer algo en Chile. Yo volví, y no me arrepiento, pues fue una experiencia maravillosa poder incorporarme en un grupo que ya estaba creado por el doctor Francisco Beas, del Campus Centro, gracias a la generosidad de los doctores Alejandro Goic, que era el decano de aquellos tiempos, y de Luigi Devoto, que era el director del IDIMI, que me recibieron con los brazos abiertos y pude desarrollar un trabajo que yo creo que ha sido muy valioso.
Hemos formado un número importante de especialistas en endocrinología pediátrica, muchos de los cuales ya tienen su prestigio internacional y carreras totalmente autónomas; eso ha sido tremendamente gratificante. No hay nada más bonito que ser capaz de formar a personas que de alguna manera siguen un modelo, tal como yo seguí el modelo de mis jefes, que me dejaron una huella imperecedera.
Por ello, agradezco a las autoridades y al Consejo Universitario este nombramiento que se me ha otorgado; solo lamento que mi padre, que fue un destacado académico de esta casa de estudios —el doctor Eduardo Cassorla, quien llegó a ser decano de la Facultad de Medicina Sur entre 1975 y 1981—, no esté presente como testigo de esta distinción que recibo”.
Academia y política unidas
Por su parte, el doctor Giorgio Solimano también recordó sus inicios en la vida universitaria, pues “me gradué hace 65 años, período en que participé en la reforma universitaria de fines de los ‘50, quedando en evidencia un claro interés por su dimensión social. Mi rol no se limitó al de un estudiante o académico tradicional, involucrándome tempranamente en la investigación nutricional y en el diseño de políticas y programas de salud, enfocándome en la desnutrición infantil y la inequidad en el acceso a la salud”.
A ello, añadió que “el paso por instituciones internacionales fue una extensión del compromiso con Chile —en Estados Unidos, entre 1974 y 1988, fue investigador del Departamento de Nutrición y Ciencias de los Alimentos del Instituto Tecnológico de Massachusetts, MIT; posteriormente, profesor asociado de la Escuela de Salud Pública e Instituto de Nutrición Humana de la Universidad de Columbia y luego profesor titular en la misma casa de estudios—, pues contribuí a dar a conocer nuestra realidad académica al mundo, aportando una perspectiva global en la solución de problemas locales e internacionales de larga data”.
Refiriéndose a su labor en nuestro país, dijo que “la historia y el quehacer político es inseparable de mi historia académica y personal. La participación en el Servicio Nacional de Salud y rol durante el gobierno de la Unidad Popular significó la materialización de ideales académicos y comunitarios.
El trabajo en programas de alimentación y salud materno-infantil fue un acto profundamente político de redistribución y justicia social; pero el golpe de Estado y el posterior exilio marcaron el quiebre más violento de mi vida y se transformó en una plataforma de denuncia.
El trabajo en organismos como UNICEF, la OMS y numerosas organizaciones solidarias no fue neutral; fue una continuación de la lucha por los derechos humanos, específicamente el derecho a la salud”.
Todo lo anterior lo recopila en su reciente libro “Los Riesgos de la Verdad”. “Esa que no solo es académica, sino de trayectoria de vida, que habla no solo de luchar ante las inequidades existentes, sino del impacto de las políticas de la dictadura militar en la salud de nuestro país. Defender esa ‘verdad’ tuvo costos y riesgos reales, encarnando mi quehacer como un acto de resistencia política basada en la ética profesional”.
En ese sentido, añadió, “la Escuela de Salud Pública me dio la oportunidad en esta última etapa de mi trayectoria profesional de luchar por esta anhelada justicia. Fui su director por 12 años, donde construimos piezas angulares, como la Escuela Internacional de Verano en el año 1999, pionera en el continente, y se fortaleció la revista chilena de salud pública. De la misma forma, el 2003 inauguramos el Doctorado en Salud Pública.
En el ámbito internacional, participé como presidente de la Alianza Latinoamericana de Escuelas de Salud Pública en dos períodos consecutivos. Igualmente, fui parte de la fundación de la Alianza Latinoamericana de Salud Global en 2010, con la perspectiva de actuar en bloque para enfrentar las inequidades sanitarias de la región. Finalmente, en 2014 creamos la Dirección de Desarrollo Estratégico y Relaciones Institucionales, dependiente de la Rectoría de la Universidad de Chile”.
Por ello, finalizó diciendo que “fortalecido por el reconocimiento que aquí recibo, no solo siento el paso del tiempo como una ráfaga de valiosos recuerdos, sino más bien cómo mi vida logró ser parte, junto a destacadas y hermosas personas, equipos e instituciones, que me han enriquecido como individuo”.