Entrevista a Cecilia Dooner

El aseguramiento de la calidad permite recordar el norte compartido

El aseguramiento de la calidad permite recordar el norte compartido
El sistema de aseguramiento de la calidad también es una oportunidad para recordar el norte compartido, nuestra esencia y lo que tenemos en común, porque así como la universidad es muy diversa y hay muchas diferencias entre campus y entre disciplinas -diferencias que son valiosísimas-, también tenemos cuestiones en común
El sistema de aseguramiento de la calidad también es una oportunidad para recordar el norte compartido, nuestra esencia y lo que tenemos en común, porque así como la universidad es muy diversa y hay muchas diferencias entre campus y entre disciplinas -diferencias que son valiosísimas-, también tenemos cuestiones en común

La autoevaluación para la acreditación institucional, en la que ha estado trabajando toda la comunidad universitaria trata, sobre todo, de la calidad de la formación que ofrece a los estudiantes y de todo lo que sucede alrededor de esa función: la carrera docente, la experiencia estudiantil, la gestión, la investigación, la creación, la innovación y la vinculación con el medio. Pero ¿cómo definimos la calidad? “Después de un proceso largo de reflexión, la universidad ha definido una noción de calidad que está reflejada en su modelo educativo y que está basada en literatura y es la adaptación de una aseveración del profesor Alexander Astin (EEUU 1932-2022) que dice que la calidad es la capacidad de lograr que las personas desarrollen al máximo sus talentos y que la institución también aprenda, todo ello con un foco en la equidad”, explica Cecilia Dooner, Subdirectora de Aseguramiento de la Calidad del Departamento de Pregrado.  

Esa definición es el punto de partida para los trabajos curriculares, el perfeccionamiento docente, la definición de los perfiles de egreso, reflexionar sobre los mecanismos de admisión de los estudiantes y también las formas de acompañarlos. “Es una definición que tiene un conjunto de consecuencias en la gestión de nuestra universidad que son muy concretas y que tienen una bajada cotidiana en las unidades académicas. 

El foco en la equidad, en el aprendizaje institucional y también en los talentos de todas las personas son cuestiones muy contemporáneas, entendiendo que el concepto de calidad es cambiante, lo que muestra que la universidad está vinculada con su medio; nuestra definición de calidad institucional, aparte de reflejar las políticas institucionales, refleja también las demandas del entorno: demandas sociales, culturales, cuestiones que nos movilizan como institución y que nos demandan estar haciendo permanentemente actualizaciones”. 

¿Cuáles son los procedimientos para el aseguramiento de la calidad de los programas formativos?

Los mecanismos para asegurar calidad en la formación son múltiples. Uno puede hacer referencia, por ejemplo, a nuestro sistema de desarrollo académico que es un tremendo pilar de la calidad formativa de nuestra universidad. También a las actividades de autoevaluación institucional y a las relacionadas con el aseguramiento de la calidad de los programas de pregrado y postgrado. Me detengo en este último punto, porque la universidad tiene mucha experiencia en actividades de aseguramiento de la calidad, en particular, en ejercicios de autoevaluación de programas. De hecho, los programas de postgrado de la universidad y después de pregrado, empezaron a desarrollar procesos de autoevaluación y acreditación desde mucho antes que se publicara en el país la primera ley de acreditación en 2006. En Chile fuimos de las universidades pioneras en hacer procesos pilotos de autoevaluación y acreditación. Desde aquella época, a fines de los 90, se logró generar en la universidad capacidades institucionales para implementar procesos de autoevaluación que nos permitan tener la musculatura interna para ir siempre monitoreando nuestro desarrollo y generando mejoras.

En efecto, nuestro reglamento universitario y nuestras políticas institucionales señalan que todas las unidades académicas tienen que llevar adelante procesos de autoevaluación de sus programas académicos, de pregrado y postgrado. 

¿Todos los programas formativos están obligados a autoevaluarse periódicamente? 

Sí, los reglamentos de la universidad lo indican. De hecho, el reglamento de facultades, el  de estudios universitarios de pregrado y de postgrado señalan que las escuelas de pregrado o de postgrado, dependiendo el caso, son las encargadas de velar por la calidad y que los programas deben realizar procesos periódicos de autoevaluación. Es algo que se ha ido instalando con el tiempo y de manera gradual en la universidad, no solamente a nivel central en lo que tiene que ver con la evaluación institucional, sino también a nivel local en las unidades académicas. Eso es clave, porque en la autoevaluación de programas a nivel local es donde se discuten las cuestiones más disciplinares de la universidad, los asuntos más académicos, más curriculares y más ligados a la profesión; mucho más específicamente que en la autoevaluación institucional, donde, por ejemplo, se discuten con mayor énfasis cuestiones de gestión, administración y gobierno. Entonces es muy valioso que se realicen procesos de autoevaluación con foco en programas formativos, porque nos arroja una gran cantidad de información para tomar decisiones e implementar mejoras. Y esa es una de las claves para consolidar la capacidad de análisis reflexivo en la universidad en torno a los programas, para que, sobre la base de las evidencias institucionales, sea posible avanzar en mejoras concretas.

¿Cómo se apoya el aseguramiento de la calidad?

En la universidad tenemos distintos instrumentos para apoyar, orientar y dar el marco a los procesos de autoevaluación de pregrado y postgrado que se han ido instalando con el tiempo. Tenemos orientaciones para la autoevaluación y para desarrollar planes de mejora, entre otros; además de sistemas de información para monitorear la evolución de los indicadores vinculados a la formación. Desde la Vicerrectoría de Asuntos Académicos se da este marco de apoyo, de orientaciones y acompañamiento, que permite ir trabajando colaborativamente los procesos de autoevaluación para que todas las unidades académicas puedan llevarlos adelante. Esos procesos de autoevaluación no son los únicos, pero son clave en un sistema de aseguramiento interno de la calidad. El segundo componente es la capacidad de la institución o de las unidades académicas, de poner en acción los planes de mejora que surgen de los procesos de autoevaluación. Entonces hay dos componentes fundamentales de cualquier sistema de calidad: autoevaluación y planes de mejora.

¿Todos los programas formativos tienen planes de mejora? 

Sí. Todos los procesos de autoevaluación tienen que culminar en un plan de mejora. El diseño se trabaja en conjunto, al cerrar el proceso de autoevaluación. Y después de su formulación, se hace un acompañamiento del proceso para monitorear su avance y realizar los ajustes necesarios. La idea es que la autoevaluación y su resultado, en este caso el plan de mejora, sea una herramienta de gestión; es decir, que no sea una declaración solamente, sino que sirva para implementar mejoras. Esa herramienta de gestión la entendemos como dinámica, no como un compromiso inamovible, sino que la propia institución va viendo cómo avanza con autonomía y con reflexividad sobre la base de una planificación estipulada, pero que puede ir modificándose, actualizándose, según cómo se vayan dando las condiciones internas y externas. Por ejemplo, lo que pasó con la pandemia: Existían planificaciones que se habían realizado previo al 2020 y, naturalmente, todo se vio afectado por la pandemia, hubo que reorganizar  el quehacer universitario y, por consiguiente, los planes de mejora de los programas. Por lo tanto, tienen que entenderse como una herramienta que les permita mejorar, pero de manera situada.

¿Para qué le sirven los estudiantes, a los académicos y a los funcionarios un sistema de aseguramiento interno de la calidad? 

Levantar información, analizar, debatir y reflexionar en torno a los resultados para llegar a un plan de mejora, tiene muchos beneficios para la institución, para los programas y, especialmente, para los estudiantes. 

Primero, nos permite tener evidencias para el mejoramiento continuo. De alguna manera, en el día a día, como académicos, profesionales o directivos, muchas veces operamos sobre las urgencias de la vida cotidiana y no siempre tenemos espacio para mirar el programa en su conjunto: la formación, la docencia, la progresión estudiantil, la empleabilidad y analizarlo de manera crítica. Este sistema permite generar esos espacios de manera periódica para que los programas tengan una oportunidad de tener debate, deliberación, diagnóstico y propuestas de mejora. Entonces, claramente, es un sistema que permite tener información actualizada y pertinente para tomar decisiones. 

Lo segundo es que es un ejercicio de transparencia. Al momento de hacer el proceso de autoevaluación como carrera, por ejemplo, levantas información y la transparentas a la comunidad, porque los procesos de autoevaluación son muy participativos por definición. Por lo tanto, hay un ejercicio que es muy característico de una universidad pública, de accountability, de mostrarle a la comunidad cómo estamos y discutir hacia dónde queremos ir. 

Por último, creo que un elemento del que se habla poco, pero que es importante en nuestra experiencia, es que cuando uno hace procesos de autoevaluación y llega a las propuestas de mejora, hubo un proceso, un objetivo común que nos congregó como comunidad. Y la oportunidad de congregarnos en torno al proyecto formativo no es tan frecuente. Significa salir de la productividad más individualista, del curso que dicto, del ajetreo cotidiano o del estudio -en el caso de los estudiantes-, y tener la perspectiva de mirar el programa, pero junto a otros, no solos, sino de manera colectiva. Creo que una de las cuestiones más significativas de los procesos de autoevaluación es que nos congregan en torno al proyecto colectivo, ya sea una institución, una carrera o un programa, para volver a mirar el todo. Es una oportunidad que hay que aprovechar también para fortalecer la cohesión interna y discutir juntos las cuestiones de fondo, que muchas veces en la vorágine del día a día se nos hace difícil abordar colectivamente. Creo que eso también es un beneficio muy importante. 

En ese sentido, es una oportunidad para volver a encantarse del proyecto

Exactamente, para volver a encantarse con el proyecto institucional, para recordar el norte compartido, nuestra esencia y lo que tenemos en común, porque así como la universidad es muy diversa y hay muchas diferencias entre campus y entre disciplinas -diferencias que son valiosísimas-, también tenemos cuestiones en común. De alguna manera estos procesos realzan esos elementos compartidos con los cuales todos nos sentimos identificados cuando hablamos de la Universidad de Chile. Entonces, el proceso de autoevaluación bien hecho: participativo, reflexivo, permite volver a lo colectivo y a lo que nos convoca como proyecto institucional, académico, formativo.