Giorgio Solimano Cantuarias, por Marcos Vergara

Giorgio Solimano Cantuarias, por Marcos Vergara

Conocí al doctor Giorgio Solimano sentado en un sofá en la casa del doctor Hernán Sandoval, a un par de cuadras del Apumanque, en la calle El Director. Solimano venía regresando a Chile desde los Estados Unidos, donde había vivido su exilio y en ese momento disputaba con Sandoval la conducción política del programa de salud del futuro gobierno de Aylwin, desde la perspectiva PS-PPD (MAPU y MIR tras sus espaldas, respectivamente. Bitar y Ominami, por decirlo de otro modo). Solimano me pareció un tipo abierto y acogedor. A Sandoval le conocía de antes, en la Asociación Chilena de Seguridad y me parecía un tipo intelectualmente atractivo pero bastante preso de sus convicciones. En fin, este era el dilema, que luego se resolvió a favor de Solimano, no completamente, como ustedes podrán imaginar, dada la cantidad de personas retornadas y dispuestas a participar en salud.

En este ambiente ligeramente enrarecido y paranoide nos pusimos a trabajar con Giorgio, quien desde la posición en que se encontraba resultaba ser un aspirante a algún cargo de importancia en el Ministerio de Salud, si no Ministro -tal cargo parecía reservado para el doctor Jiménez de la Jara, demócratacristiano-, tal vez sí Subsecretario. En esos tiempos la Subsecretaría era una sola. Y en fin, trabajamos para el futuro programa de gobierno y también para Giorgio. Cuando digo trabajamos, digo Juan Enrique Muñoz y yo. Y en ocasiones, Nella Marchetti.

Giorgio compartía con Teresa Marshal la conducción de una ONG donde los temas de salud se desplegaban, en aquellos años, de manera bastante audaz en lo cultural, supliendo la ausencia de los mismos en el currículum oficial. Nosotros incorporamos la tecnocracia de la gestión, para lo cual nos sentíamos perfectamente bien preparados. Giorgio nos abrió la puerta para tal cosa, tema que resultaba ser de muy poco interés para la izquierda y en ocasiones del todo inapropiado. ¿Qué tenía que ver la salud con la gestión?, murmuraban algunos. La gestión era cosa de fachos, de los Chicago Boys de Pinochet. O de los demócratacristianos, donde se concentraron los egresados del programa de ILADES con la Georgetown University, Toby Rodríguez padre a la cabeza. Así es que no fue fácil. Pero Giorgio nos puso las espaldas. Se daba cuenta.

Bajo el alero de la ONG de Giorgio producíamos centenares de documentos para el enriquecimiento del programa, al punto que el sector más radical de la alianza PS-PPD nos hizo un “parelé”, según recuerdo, en una reunión a la cual trajeron como comentarista a don Carlos Ominami, quien haciendo uso de la más formidable oratoria nos tiró la cadena en representación de sus muchachos. Tal era el clima. Pero henos ahí, como monos porfiados, construyendo futuro con Solimano.

Y así fue que llegamos con Solimano al Ministerio de Salud, pero no al cargo de Subsecretario, que se asignó al médico del partido Radical, el doctor Patricio Silva Rojas. Giorgio fue designado Jefe de la División de Planificación y Presupuestos del Ministerio, una agencia técnicamente poderosa pero de poder atenuado por la creación en paralelo de una novedosa División de Programas, que era una suerte de corte horizontal a los departamentos que había de gobernar Giorgio.

A los demócratacristianos les generaba mucha desconfianza los vínculos de Solimano con Enrique Correa y Edgardo Boenninger en palacio. Por aquellos entonces le bautizaron como “zorro plateado” y más tarde se las arreglaron para sacarlo del cargo endosándole el cheque sin fondos del problema de ejecución presupuestaria, por no haber logrado ejecutar un desproporcionado presupuesto de inversiones, cuyas dimensiones sólo son explicables por la sed de esos primeros años de democracia, inconscientes del método y de la permisología.

Conocí a los mejicanos de la salud pública gracias a Giorgio, a quien acompañé a Cuernavaca con unos proyectos detrás de fondos de la OMS que administraban esos muchachos. Giorgio fue con Denisse Pascal, su pareja, quien había vivido en México su exilio y se sentía como en casa. Llevábamos unos proyectos que hicimos un poco apurados y que no llegaron a puerto. Los fondos tendieron a quedarse en casa. Y no solo eso, me sacó Julio Frenk de la sala de trabajo y a la sombra de un arbolito me pidió que le pagáramos a la Universidad de Harvard lo que le debíamos por el estudio de Carga de Enfermedad, que en Chile coordinaron Ximena Aguilera y Marisol Concha y por parte de Harvard, Christopher Murray. “Usted sabe, doctor Vergara -me dijo- el mundo es un pañuelo”.

Al caer la década, Giorgio Solimano Cantuarias articuló su acceso a la Dirección de la Escuela de Salud Pública de la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile y, una vez allí, me invitó a participar de su proyecto, lo que acepté de muy buena gana. De hecho, me Doctoré gracias a su convicción y apoyo.

Giorgio se hizo cargo de conducir la nave del centro académico por las aguas de la todavía vigente transición a la Democracia, a ratos calmas, a ratos turbulentas. En efecto, sustituyó a Ernesto Medina Lois, gran profesor de la disciplina que se había mantenido a cargo de la Escuela durante muchos años, incluyendo toda la dictadura militar y buena parte de los noventa. El doctor Medina era en la práctica el dueño del centro y había tejido sus redes allí durante muchos años de gobierno. A Giorgio le tocó mover el barco hacia nuevos puertos y subir a bordo a nuevos tripulantes.

A su llegada puso en marcha la Escuela Internacional de Verano, fortaleció el Magíster de Salud Pública y lo llevó a una modalidad de desempeño presencial pensando en los estudiantes de regiones. Se empeñó en la puesta en marcha de un programa de Doctorado en Salud Pública. Pintó las puertas de verde calipso, a la mexicana y se preocupó de arrancar dineros de las fauces de la Facultad para mejorar la infraestructura, que se encontraba seriamente comprometida y obsolescente. En lo principal, recuperó los vínculos de la Escuela con el mundo. Al decir del propio Giorgio: “en el ámbito internacional, tuve la oportunidad de participar como presidente de la ALAESP, la Alianza Latinoamericana de Escuelas de Salud Pública, en dos periodos consecutivos. Igualmente, participé en la fundación de la Alianza Latinoamericana de Salud Global, ALASAG, en el año 2010, en Cuernavaca, México, como respuesta en su momento, bajo la perspectiva latinoamericana, de actuar en bloque para enfrentar las inequidades sanitarias de la región”.

Pero lo más relevante, a mi juicio, es que Giorgio condujo a la Escuela a su democratización. Cambió la estructura organizacional, creó la organización vía programas, abrió las puertas a nuevas disciplinas que se incorporaron a nuestros cuerpos docentes, fortaleció el programa de Bioestadísticas e impulsó la creación de un Magíster de Salud Mental, así como el programa de Salud Global, que más tarde encabezó. La salud Pública inició su transformación hacia una disciplina de carácter multiprofesional. De paso bautizó a la escuela con el nombre de Salvador Allende y contribuyó a la creación de un Instituto de la Facultad, el Instituto de Salud Colectiva. Así, hacia fines de su gestión, después de 12 años, la Escuela de Salud Pública ya no era lo mismo.

Ahora que ya no está con nosotros en la Escuela de Salud Pública, se le ha reconocido como Profesor Emérito. Nunca es tarde, digo yo, menos si se trata de nuestro querido maestro, Giorgio Solimano.