Discurso presentación del Libro "Héroes o Villanos, La Profesión Docente en Chile" de Beatrice Ávalos
...siempre hemos estado solos, yo lo siento así, venga el gobierno que venga, venga la ministra de educación que venga, eres tú con el niño y haces lo que puedes, y es tu compromiso, y rema sola, y haz lo que puedas con los medios que tengas... [Victoria, profesora, grupo focal, colegio municipal]. Pag. 102
Para una empresa de transporte, el combustible es la vida; para nosotros, el clima es la vida... Un Consejo (reunión de profesores) abierto, con ganas de participar, que nadie se sienta amenazado, todo ese clima hay que lograrlo para soltar la creatividad de los profesores [Entrevista a Felipe, directivo, colegio particular subvencionado]. Pag. 103
El ser profesor tiene una tremenda carga emotiva para mí. Yo siento que independiente de lo que puedan pensar los medios, la gente, el mundo, la tarea que uno tiene por delante siendo profesor es tan grande. Y yo miro a los niños y pienso que uno podría marcar o dañar a un niño de por vida con tus actitudes o tus formas de actuar, o a veces con tus palabras. Por lo tanto, para mí el ser profe es una cuestión... yo no quiero decir que somos poco menos que apóstoles, pero siento la carga emotiva y la responsabilidad que tiene para mí tener en mis manos el futuro de estos niñitos ...Además que yo decidí alrededor de diez u once años trabajar solo en colegios más pobres [Rosario, profesora de Educación Básica, grupo focal, colegio municipal]. Pag. 108
Para mí lo más interesante es estar en el aula, es estar ahí adentro. Odio las correcciones, odio los libros de clases, la cosa administrativa un desastre, pero estar ahí con los chicos es lo que más me da la energía, es lo que más me cansa, pero también es lo que más me llena de energía y de ganas de volver al otro día... [Juan, Profesor de Lenguaje, grupo focal, colegio particular pagado]. Pag 113
"A mí me encantaría tomar un curso de música para enseñarles flauta a los chicos. ¿Pero a qué hora? Uno trabaja desde las 8:15 hasta un cuarto para las cuatro con los niños, pero los días lunes hay consejo hasta las 7 y los martes uno planifica hasta las 6:30 PM. Pero, podría salir a la hora que salen los niños los miércoles, jueves y viernes. Pero no, porque tienes que quedarte revisando las tareas de 33 niños" [Entrevista a Raquel, profesora Educación Básica, escuela rural municipal]. Pag. 141
Queridas amigas y amigos:
Presentar este libro y participar de este homenaje organizado por el Colegio de Profesores para nuestra Premio Nacional de Educación 2013, Beatrice Ávalos, es para mí un inmenso honor.
Honor que se reviste hoy de una doble importancia, en especial si consideramos que el momento que vive el país es aquel de una legítima y necesaria esperanza; sentimiento que nos interpela a todos a ser capaces de construir cambios de fondo en el conjunto de la educación chilena.
Quisiera partir diciendo que este libro representa un trabajo serio y riguroso que da voz a los profesores, que se interroga por sus propias percepciones, haciéndolos protagonistas de su propia profesión en el marco de la sociedad. Este trabajo nos habla de quiénes son los profesores chilenos dándonos la información más actualizada de la que disponemos en este momento, lo que de por sí constituye un aporte sustantivo.
Al mismo tiempo, no existe otro libro en el país que recoja de manera tan amplia las percepciones de los profesores sobre sus visiones, sus condiciones de trabajo, sus aspiraciones, características, motivaciones, y también sobre sus sueños y esperanzas, y de sus dolores y precariedades.
Este aporte es tremendamente importante para la definición de políticas públicas en esta área, y creemos que debe ser obligatoriamente considerado. Más aún, la necesidad de una nueva Ley de Carrera Docente debiera hacerse cargo, de manera significativa, de todo lo expuesto en este libro, así como de las pistas para avanzar que allí se indican.
Sin duda, este libro nos recuerda que ya es hora de que en Chile nos propongamos recoger de verdad y seriamente la voz de los profesores y las profesoras de nuestro país. Que asumamos y consideremos el cómo ellos y ellas están viviendo, tanto la ausencia o la omisión, como a veces, el exceso, en las políticas públicas en educación.
Una medida de mínima consistencia en ese sentido sería que el Colegio de Profesores estuviese representado en el Consejo Nacional de Educación.
Otro, más profundo y complejo, pero no por eso menos urgente, es abandonar la ilusa creencia de que a través de incentivos individuales y de castigos y estigmatización podremos realmente mejorar la calidad y la equidad de nuestra educación como país.
Necesitamos confiar en nuestros profesores, respetarlos y entregarles las herramientas, las condiciones y también las exigencias y desafíos profesionales que les permitan ser los protagonistas del propósito común de mejorar nuestra educación poniendo el foco en nuestros niños, niñas y jóvenes. Aún estamos lejos de aquello.
Como lo deja de manifiesto este libro, necesitamos entender, desde los mismos docentes, cómo se están viviendo las nuevas realidades sociales y culturales, y la enorme complejidad que hoy significa el ejercicio de la profesión educadora.
No es posible que, como país, no sepamos reconocer, tanto los cambios en las nuevas generaciones de niños y jóvenes, como el enorme impacto que posee el ingreso de todos los sectores sociales a la institución escolar. Ambas vertientes afectan de manera relevante a los sujetos protagonistas de los procesos educativos de todos los días y nos invitan a revisar para qué educamos hoy y cómo lo hacemos.
A nuestros maestros y maestras les exigimos mucho y lo hacemos de una manera que no se condice con lo que les damos, con las herramientas que la sociedad les entrega y con la situación concreta que enfrentan en la mayoría de los casos.
Si tomamos las voces que, a partir de diferentes metodologías, se expresan en este libro, podríamos decir sin ambigüedad que: les pagamos mal, les damos malas condiciones de formación y de trabajo y los maltratamos constantemente y muchas veces de manera pública y a partir de generalizaciones odiosas e injustas les echamos la culpa de todo.
El problema es que ese estado de cosas hace inviable cualquier pretensión o discurso por mayor equidad y calidad en la educación chilena. No podemos seguir diciendo cómodamente que son "héroes". No en esas condiciones.
Si los niños, niñas y jóvenes, deben ser el corazón y foco prioritario de cualquier sistema educacional, los educadores son y seguirán siendo la llave maestra de aquellos. Y frente a esas constataciones no estamos actuando de manera consistente.
Ese es el tema de fondo. Ese es el vuelco urgente que tenemos que dar. En caso contrario, no habrá revitalización de la educación pública. Estamos cansados de escuchar hablar acerca de favorecer a la educación pública a personas que, en los hechos, no creen en la educación pública, aquella que es provista por el Estado, la que construye ciudadanía y vivencia los valores republicanos y que no responde a intereses particulares o de grupos, por respetables que ellos sean.
Necesitamos atacar de raíz esta nociva moda de "culpabilización" a los docentes, este señalarlos como los "villanos" de una historia que es finalmente responsabilidad de todos y todas. Necesitamos hacernos cargo de los devastadores efectos de la pérdida de sentido del quehacer formativo y del amor por la enseñanza y por el desarrollo integral de nuestros niños, niñas y jóvenes.
A casi 100 años de la Ley de Instrucción primaria Obligatoria que logró hacer de la escolaridad básica un derecho y una obligación social esencial, repartiendo para todos lo que antes era un privilegio y haciendo que el Estado asumiera sus más esenciales deberes para con la ciudadanía, volvemos a señalar, de manera categórica, que hoy requerimos de un nuevo pacto social en educación.
Eso es lo que desde muchos ámbitos, y desde hace ya muchos años, venimos reclamando. Y es lo que nos muestra la evidencia y la necesaria comparación de Chile en el contexto internacional y de los países desarrollados.
Un segundo gran aspecto que me parece necesario destacar de este libro es que representa una manera de entender el trabajo académico en educación y en formación docente. Dicha manera y dicho oficio nos merecen la más alta valoración y poseen una importancia estratégica para el país. ¿De qué se trata?
El libro comienza con una revisión de la literatura internacional y nacional, con la consideración de análisis y encuestas realizadas en otros países como Inglaterra, Argentina o Australia. En ese sentido, se asume que la realidad chilena no puede ser vista de manera ajena a las preguntas, los desafíos y las propuestas que en otras partes del mundo se están enfrentando.
No se trata de traslados mecánicos o comparaciones fáciles y descontextualizadas. Muy por el contrario. Justamente para evitar aquello es que cobra importancia el trabajo académico serio y riguroso que permita mediar y entender mejor las experiencias de otros países y sociedades. No obstante, no es aceptable que desde la academia en educación se pudiese mirar la vinculación internacional como una amenaza o una rareza. Ningún área académica puede desarrollarse hoy seriamente sin la necesaria conversación con el mundo.
Por lo demás, y es muy importante recordarlo hoy, así fue en el origen mismo del histórico Instituto Pedagógico que el Estado de Chile decidió crear y alojar en nuestra Universidad con la traída de profesores alemanes.
Otro punto a resaltar es que, a lo largo de los ocho capítulos que constituyen el libro, se presenta una rica combinación de métodos de análisis, que van desde los estudios de caso, la realización de encuestas representativas, los análisis econométricos o la entrevista en profundidad, todos los cuales se complementan y fortalecen mutuamente, entregándonos evidencia y análisis más robustos sobre problemas complejos.
Para muchos de nosotros en la Universidad de Chile, la mirada multidisciplinaria en educación y en formación de profesores resulta ser algo indispensable e ineludible.
En el contexto académico, la educación debe poseer su propia madurez, prestigio e independencia como una de las áreas indispensables del quehacer universitario moderno. Esa es también un aporte implícito de este trabajo, al señalar un trabajo multidisciplinario, en donde una comunidad de investigadores aprenden en conjunto, aprenden dialogando con los profesores en ejercicio y guiados bajo la mano y la perseverancia de Beatrice Ávalos.
Por último, no puedo dejar de referirme a un problema que me parece crucial y que el libro desarrolla en menor medida que otros aspectos. Me refiero a la formación de los docentes en el Chile de hoy.
Pese a que a algunos intereses menores, principalmente de entidades privadas, les ha parecido que la Universidad de Chile no tiene nada grande que hacer ni decir en educación y formación docente, la Rectoría que encabezo se ha propuesto impulsar un Proyecto Institucional de Educación que haga que la Universidad de Chile sea una Universidad completa, desarrollando al más alto nivel la formación de profesores y la educación como campo disciplinario.
Tal como lo ha constatado de manera unánime la comunidad universitaria, tras la arbitraria separación de nuestro Instituto Pedagógico en 1981, la educación no ha vuelto a representar un área estratégica para el conjunto de la Universidad de Chile.
Ciertamente, en las últimas décadas hemos impulsado innovadoras y exitosas experiencias en el campo de la educación, pero hoy nadie puede desconocer que la dispersión, la falta de articulación y el alcance y desarrollo limitado de estas iniciativas, ha impedido desplegar todo su potencial e impacto.
Por eso, hemos invitado a toda la comunidad universitaria a cimentar y crear un Proyecto Institucional de Educación con la firme voluntad de revertir la situación antes descrita.
Sabemos que las siembras de este tipo no son de un día ni de un año para otro, pero también sabemos, por responsabilidad para con el país, que en algún momento debíamos empezar. Y eso es lo que hemos hecho.
Nos hemos propuesto que la Universidad de Chile realice un aporte relevante, de envergadura y de largo aliento a la calidad y equidad de la educación chilena, y en especial, a la revitalización de la educación pública. Y para eso hemos invitado a nuestra comunidad a pronunciarse claramente si está dispuesta a asumir ese desafío.
Y nos hemos propuesto hacerlo en alianza con otras Universidades del Estado, en alianza con las escuelas y sus comunidades, y, muy especialmente, con los profesores de Chile, con esos que hoy están en ejercicio y han dedicado sus vidas a la noble tarea de enseñar, de aprender y de formar ciudadanos.
Por eso mismo, hemos dicho que la educación debe ser asumida como un campo disciplinario estratégico para la Universidad de Chile, en que participen todas las demás disciplinas y unidades académicas de la Universidad, de manera integrada y transversal, un campo en que la formación y la investigación se entremezclen de manera permanente y sistemática, permitiéndole así lograr el reconocimiento, la vinculación nacional e internacional, y los niveles de consolidación académica y profesional que nuestra Universidad se exige en cualquiera otra de sus áreas más desarrolladas. Y para ello he propuesto a la comunidad universitaria y a los órganos superiores de gobierno universitario la creación de una Facultad de Educación, integrada y transversal, que recupere para la Universidad de Chile y para el país el liderazgo en la formación inicial de profesores y en la investigación en educación según los más altos estándares internacionales. Creemos firmemente que eso es lo que espera el país de su principal universidad pública.
Estamos convencidos que la Educación y los profesores de todos los niveles y áreas, deben entrar, definitivamente, por la puerta ancha de la principal Universidad Pública del país.
Su formación de base debe ser de la más alta especialización y complejidad, es decir, debe ser asumida de manera diametralmente opuesta a como el país ha venido haciéndolo hasta ahora. Y esa formación debe considerar de manera muy importante, el desarrollo profesional docente a lo largo de todo el ejercicio laboral, tanto para los nuevos como para los actuales profesores y profesoras.
Ese es el compromiso que hoy queremos que sea, creativa y críticamente, respaldado por toda la comunidad de nuestra Universidad. Para eso estamos impulsado un proceso de reflexión sobre para qué y cómo queremos formar profesores y para qué y cómo queremos desarrollar el área de la educación en la Universidad de Chile.
No podría entonces dejar de decir que entre las múltiples razones que llaman hoy a la Universidad de Chile a este propósito se encuentra nuestra propia historia, que es la historia del país y también la de ustedes, los profesores y profesoras de Chile.
Años antes de ser Rector, Valentín Letelier, fue uno de los varios "viajeros pedagógicos" comisionados por el Estado de Chile durante la segunda mitad del Siglo XIX para conocer los sistemas educativos más desarrollados de su tiempo. Así informaba Letelier al gobierno chileno de su visita a Alemania, indicando los desafíos que él visualizaba para el Chile de la época:
"Nosotros hemos menester fundar ocho o diez seminarios, mejorar los sueldos de los preceptores, crear en el personal docente el sistema de ascensos fundado en aptitudes calificadas, construir más de mil escuelas, organizar los servicios del censo i de la estadística escolar, estimular los congresos pedagógicos, reorganizar i estender los planes de estudio, cambiar radicalmente los métodos didácticos, poner todo el servicio de la visitación de escuelas en manos de los institutores que más se hayan distinguido como maestros, i todo el servicio de la inspección jeneral i de las oficinas de instrucción primaria del Ministerio en manos de los que más se hayan distinguido como visitadores; especializar las escuelas en conformidad a las necesidades locales, etc. etc.; i para obra de tamaña magnitud, se requiere la combinación de esfuerzos de todos los chilenos que se interesen en el desarrollo de la cultura moral e intelectual de la patria."
Sin duda, la esencia de las palabras de Valentín Letelier en ese 1885 resuena hoy con increíble vigencia.
Cuatro años más tarde, y pese a todas las resistencias que en su momento encontró, tanto dentro de la Universidad como fuera de ella, Valentín Letelier ya había logrado que el Estado creara el Instituto Pedagógico y lo instalara en la Universidad de Chile. En 1891, el futuro Rector encabezaba ahora su defensa diciendo: "... para todos los chilenos, defender el Instituto Pedagógico es defender uno de los agentes más poderosos de la cultura nacional, y suprimirlo es imposibilitar la formación del profesorado chileno, es hacernos perpetuos tributarios de la pedagogía extranjera."
¿De quiénes defendía Letelier al naciente Pedagógico? Lo hacía de las fuerzas conservadoras que veían con malos ojos que se profesionalizara la función docente, propiciando de este modo la responsabilidad del Estado y la laicidad en la educación nacional; pero también lo hacía de aquellos que veían como una empresa inútil intentar otorgar rango universitario a la formación docente y pretender dar sistematicidad y bases analíticas a la labor pedagógica.
Por cierto, junto a la figura de Valentín Letelier se alzan muchas otras, como las de Federico Johow, primer director del Instituto, o la de Guillermo Mann, quien consideraba que el objetivo de enseñar estaba íntimamente ligado al requisito de conocer al niño; o a aquel profesor primario, originario de Puerto Saavedra, que fuera Darío Salas, principal impulsor de la Ley de Instrucción Primaria Obligatoria de 1920, verdadera revolución social y educacional para la época y que ya hemos mencionado.
Como no pensar hoy en Amanda Labarca, quien entre tantos otros méritos fue impulsora de la pionera escuela de formación parvularia; en Irma Salas, primera mujer en doctorarse en Ciencias de la Educación, y que ya en los años 30 analizaba los graves problemas de segregación social de nuestro sistema educativo secundario y universitario. Cómo olvidar a José Abelardo Núñez, a Roberto Munizaga, Luis Galdames, Egidio Orellana, Eugenio María de Hostos, la doctora Eloísa Díaz y ciertamente, a nuestra Gabriela Mistral, a Juan Gómez Millas y a Juvenal Hernández, y hoy en el presente, a Humberto Giannini, a Mario Leyton, Iván Núñez, Viola Soto, y ciertamente a nuestra Beatrice Ávalos a quien hoy rendimos homenaje una vez más.
Creo que todos ellos y ellas simbolizan la senda de construcción y crecimiento de una educación pública fuerte, equitativa y de calidad, senda que nuestro país necesita reconstruir, para este nuevo tiempo, con urgencia.
Ellos y ellas, junto a los cientos de miles de maestros que han edificado Chile desde hace más de un siglo, representan el potencial de trabajo y de cambio que hoy reclaman los chilenos y chilenas: Hacer de Chile un país más justo, moderno y desarrollado. Hacer de Chile la gran casa en donde todos cabemos y en donde nadie queda desamparado y en donde todos pueden crecer libres e iguales en dignidad y derechos.
Los profesores y profesoras, nuestros maestros y maestras son los cimientos de esa casa generosa y buena.
Tal como lo señala el investigador inglés, Andy Hargreaves: "los docentes deben recuperar su lugar entre los intelectuales más respetados de la sociedad; ir más allá de la ciudadela de la clase para ser ciudadanos del mundo, y para preparar a sus estudiantes para que también lo sean."
Lejos estamos de los tiempos en que Valentín Letelier permeó a buena parte de la elite chilena con esa idea de que "Gobernar es Educar". Son muchos los desafíos a acometer y son profundos los cambios culturales que aspiramos a provocar. Muchos de ellos requerirán de varias generaciones. Por eso mismo, hay que crear y mostrar rumbos desde ya. Hay que redoblar nuestros esfuerzos sin más tardanza.
Por eso nuestra Rectoría ha dicho, sin ambages, que queremos que la Universidad de Chile y más ampliamente, las Universidades del Estado de Chile, se comprometan seriamente a entregar al país profesionales docentes que han elegido ser profesores por vocación, sólidos en sus disciplinas, preparados para formar a cada niño o joven como un ser único y libre, capaz de desarrollarse en interacción con otros y de aportar solidariamente a la construcción de una sociedad más humana. Para ello, hemos propuesto que se establezca en nuestras universidades públicas una Iniciativa Bicentenario para la formación inicial de profesores y realizar investigación en educación según altos estándares internacionales, de envergadura nacional, con un fondo no menor de 500 millones de dólares en 10 años; lo contrario es no entender la magnitud del reclamo nacional por tener una educación pública de calidad y equitativa.
Profesores y profesoras que fomenten en sus alumnos la autonomía y el pensamiento propio, la felicidad, el espíritu crítico, el respeto y la valoración de los otros, la convivencia armónica en la naturaleza y el medio social. Capaces de trabajar en equipo y de investigar e innovar sobre sus propias prácticas, en estrecha relación con las comunidades escolares y sus profesores, que no se conformen con recetas ni con discursos producidos por otros, siendo a la vez capaces de enriquecerlos con investigaciones que emerjan desde las mismas aulas y en que participen los profesores de esas aulas. Con un compromiso ético acorde a la responsabilidad de la que son depositarios.
Por eso, este libro que hoy presentamos nos interpreta en muchos sentidos, porque es una legítima muestra de lo que queremos hacer en la Universidad de Chile en el área educación, porque es un pequeño ejemplo de lo que, más temprano que tarde, será la Facultad de Educación de nuevo tipo de la principal Universidad del país: un espacio académicamente robusto en donde los profesores y profesoras encuentren siempre el respeto, el cariño y la dignidad que ellos y el oficio docente merecen.
No podría terminar sin reclamar frente al desalojo en la madrugada de hoy, por parte de carabineros y al parecer por orden municipal, de la escuela República Dominicana, de la comuna de La Florida, la cual era ocupada y autogestionada desde hace once meses por los propios apoderados, en respuesta al decreto municipal que la cerraba debido a la baja matrícula. Durante todo este tiempo, las actividades docentes se realizaron con el apoyo de profesores voluntarios, de estudiantes universitarios y secundarios, y de profesores del Departamento de Estudios Pedagógicos de la Universidad de Chile, los que en conjunto con la comunidad escolar habían desarrollado un proyecto educativo. Qué paradoja! A través de la privatización de la educación pública, se les niegan recursos y apoyo a las escuelas municipales vulnerables para mejorar su calidad y equidad, se las deja morir, y cuando se cumple la profecía de que tendrán menos alumnos, se las cierra, favoreciendo así a las escuelas privadas. ¿De qué fortalecimiento de la educación pública estamos hablando, entonces? ¿Hasta cuándo se les sigue faltando el respeto y la dignidad a niños y niñas que tienen, como único pecado, el de haber nacido en sectores carentes de las oportunidades que sí tienen los niños y niñas de los sectores más acomodados del país? Pareciera que para algunos es natural que por tener ese pecado de cuna, esos niños y niñas y sus familias estén castigados ahora a caminar más para llegar a su nueva escuela, a romper los lazos sociales, familiares, afectivos y educacionales que forjaron con sus compañeros y con su comunidad. Al parecer sólo cuenta la contabilidad monetaria municipal y no la contabilidad humana de la comunidad.
Honor y recuerdo emocionado a los antiguos profesores primarios y profesoras primarias que entregaron, con nobleza y amor, su corazón y sus desvelos por la educación de los niños y niñas en todos los rincones de Chile, especialmente de los más pobres.
Por Chile, por su futuro y por las nuevas generaciones que hoy nos interpelan para una mejor y más equitativa educación pública, así sea.
Muchas gracias a Beatrice y a las y a los autores de los diferentes capítulos de este libro que es un verdadero homenaje a los maestros y maestras de Chile.
Muchas gracias.