CARTA A LA COMUNIDAD UNIVERSITARIA DEL RECTOR DE LA UNIVERSIDAD DE CHILE
Estimadas amigas y estimados amigos:
Una vez más enfrentamos momentos delicados, movimientos sociales que resuenan en nuestra universidad, cambios legislativos y otra toma de la Casa Central. Es mi deber compartir lo que pienso al respecto con el resto de la comunidad de académicos, académicas, estudiantes, personal de colaboración, con las familias de quienes están con nosotros, y por cierto con los chilenos y chilenas a los cuales finalmente pertenece la Universidad de Chile.
Lo esencial en la discusión política de hoy es que como resultado de los movimientos estudiantiles del año pasado el Gobierno decidió invertir en educación por la vía de mejorar el financiamiento a la demanda, es decir a los estudiantes, intensificando de paso el rol del mercado y el ámbito competitivo en la enseñanza, manteniendo de esa manera el rol subsidiario de un Estado que prefiere no retomar su responsabilidad con la educación pública. Permanece entonces la demanda largamente insatisfecha que reclama un apoyo claro para preservar la educación pública de calidad y para todos. En nuestra opinión, la educación basada en la competencia por los estudiantes fatalmente privatiza la educación pública, aunque el Estado mantenga la propiedad de las instituciones. Las universidades estatales han manifestado su posición y reclamado un Nuevo Trato con su propietario, el Estado, sobre el cual no hemos obtenido avance alguno.
En este escenario, la semana pasada un grupo de estudiantes se tomó la Casa Central de la Universidad de Chile. Puedo entender sus argumentos pero no justifico y rechazo esta acción. La Casa Central representa un símbolo de nuestra Casa de Estudios y de la República, es un ícono de la educación pública pluralista, laica, diversa, tolerante e intelectualmente libre. La toma de la Casa Central viola esa condición y violenta a nuestra comunidad. Ella representa, como imagen y por su ubicación en el centro cívico de la capital, las esperanzas de miles de chilenos y chilenas, sobre todo de los más pobres, por tener acceso a una educación pública de calidad, equitativa, en la que se vivan y preserven esos valores republicanos que aspiran a un país más justo, más solidario y más democrático. Nuestra responsabilidad, y la de todos los chilenos y chilenas, es preservar, respetar y cuidar este símbolo republicano. Lamento profundamente su ocupación, la que afecta severamente las confianzas internas, afecta el cumplimiento de nuestra misión pública y de calidad, interrumpe el diálogo respetuoso propio de nuestra comunidad universitaria y privatiza -para el uso de un solo grupo- un espacio público que es de todo(a)s.
Si aceptamos que cualquier grupo, interno o externo, puede entrar a nuestra Casa Central y hacerla suya impunemente, estaremos, en los hechos, condenados a que su simbolismo se vuelva vacío. Ese sería el triunfo más emblemático de quienes por años han tratado -sin lograrlo- de destruirnos y de terminar con la educación pública. Por más que podamos comprender el contexto y la coyuntura; por más que podamos experimentar también la frustración que genera el que muchas demandas estudiantiles y ciudadanas no sean oídas, nada, absolutamente nada puede justificar ni amparar acciones que violenten la convivencia al interior de nuestra comunidad y que causen erosión en nuestra institucionalidad.
Hago un llamado público al inmediato desalojo pacífico de la Casa Central de la Universidad de Chile para restablecer los valores, los símbolos y la convivencia, hoy gravemente afectados. Hago un llamado a los grupos de estudiantes que se encuentran ocupándola a hacer abandono de ella y permitir el libre tránsito y el desarrollo de todas las actividades propias de ese espacio.
También es nuestra responsabilidad preservar ante la historia y el país un inmueble que es patrimonio de la República, el cual en sus actuales condiciones es altamente vulnerable ante todo tipo de siniestros, lo que nos ha llevado a desarrollar un proyecto de remodelación y restauración que asegure su preservación.
Estas son las mismas razones por las cuales el año pasado solicité reiteradamente el desalojo pacífico de la toma de la Casa Central, que se mantuvo durante casi seis meses, y que ocasionó un grave daño a nuestra Universidad y a la educación pública.
Hago un llamado público a todos los integrantes del Congreso Nacional y a las autoridades políticas a que asuman su responsabilidad para avanzar con mayor celeridad en la tramitación de los proyectos de ley que están siendo estudiados desde hace meses, con el fin de producir las reformas que reflejen efectiva y cabalmente las demandas educacionales de los estudiantes, de las comunidades universitarias y de los distintos sectores nacionales. Asimismo, hago un llamado urgente a establecer instancias de diálogo entre los estudiantes, las comunidades universitarias, el Gobierno y el Parlamento, para que encaucen propositivamente y con efectivo liderazgo el debate sobre cómo responder adecuadamente a estas demandas ciudadanas. De lo contrario se estarán generando condiciones de frustración e indignación social que no son sanas para una democracia estable. Debe entenderse que la demanda por una mejor educación pública es un profundo anhelo nacional y es obligación de todos responder con urgencia a las demandas de millones de estudiantes y familias que desean un mejor futuro para todos los chilenos y chilenas.
Nuestra Universidad debe ser fiel a su vocación, a su trayectoria, a sus valores, y erigirse ante el país como un modelo. Es lo que ha hecho siempre. Quiero llamar a todos los miembros de la comunidad universitaria a luchar con fuerza por sus convicciones, porque el país necesita universidades públicas de calidad, porque la educación no es una mercancía. Pero al mismo tiempo les pido a todos realismo, respeto, consistencia entre lo que predicamos y lo que practicamos. Nos interesa recoger finalmente el inmenso clamor de los jóvenes y de los chilenos y chilenas en favor de una educación pública más digna. Nuestro deber es tratar de convertir ese estado de opinión en cambios reales y duraderos. Necesitamos sumar fuerza, consistencia, coordinación, inteligencia y trabajo. A eso los invito.
Les saluda afectuosamente,
El Rector