Charla Magistral "Unidas en nuestras raíces, construyendo juntas un futuro" en Aniversario N°44 de la Universidad de La Serena
Inicio estas palabras saludándoles afectuosamente y agradeciendo la invitación a participar en la ceremonia que celebra el aniversario número 44 de la Universidad de La Serena, un momento en que se renuevan los compromisos y se agradece a todos y todas por la labor cumplida. Nos hacemos parte de este espíritu como integrantes de la familia que conformamos las Universidades Estatales.
He titulado mis palabras “Unidas en nuestras raíces, construyendo juntas un futuro”, como un tributo a la historia compartida de nuestras instituciones y como expresión de la responsabilidad que asumimos frente a la sociedad actual, reconociendo –al mismo tiempo– el desafío que implica liderar como mujeres.
Nuestras historias institucionales, se entrelazan entre sí y con el devenir de la nación, con tiempos luminosos y con tiempos oscuros, y en ese acontecer de construcción y creación, pero también de dolor y resistencia, se han afianzado nuestros valores.
Los principios que nos guían se fueron forjando y encarnando como resultado del trabajo académico y de las vidas personales de quienes nos antecedieron, siempre en diálogo con la sociedad. Detrás de cada uno de nuestros valores hay historias de aprendizaje, compromiso y sacrificio que les confieren su solidez y legitimidad. En reconocimiento a ese legado, estas palabras rendirán homenaje a tres figuras fundamentales que nos unen: Ignacio Domeyko, Amanda Labarca y Jorge Peña Hen.
Junto con ello, estas palabras representan un agradecimiento a todos los académicos y académicas que, con su trabajo y su oficio, van dando cuerpo y alma a nuestras instituciones, y que en el ejercicio de sus funciones construyen institución y país. También son un agradecimiento a nuestros y nuestras estudiantes y funcionarios que han sabido defender los valores fundamentales no solo de la academia, sino también de la democracia a lo largo de muchas décadas.
En un tiempo marcado por la incertidumbre, la inestabilidad y los cambios acelerados, es fundamental reflexionar sobre nuestro rol desde la universidad, porque el futuro de nuestras instituciones –y su efecto sobre la sociedad– estará determinado por nuestra capacidad de saber leer los tiempos y de actuar en consecuencia.
Cada vez que debemos tomar una decisión, planificar un cambio o enfrentar un problema difícil, lo hacemos a través de la lente de nuestros valores, y eso significa que –conscientes o no– lo hacemos en diálogo con quienes han dado forma a nuestras instituciones en el pasado, cuando éstas eran más idea que realidad, visualizando así la magnitud de lo posible.
Ignacio Domeyko y el trabajo académico integral
Frente a las crecientes complejidades de la educación superior, dada su expansión y masificación, un tema permanente de reflexión y análisis son las condiciones y exigencias que conlleva ejercer como académico o académica en la actualidad, ¿qué podemos exigir o debemos auto-exigirnos en el cumplimiento de nuestras funciones?
“El 3 de junio de 1838 llega a La Serena el sabio polaco Ignacio Domeyko Ancuta, quien inicia la enseñanza profesional de la minería en Chile al ser contratado por el Gobierno chileno como profesor del curso de Química y Mineralogía del Instituto Departamental de Coquimbo, actual Liceo de Hombres de La Serena”, se lee en el sitio que refiere a la historia de la Universidad de La Serena.
La contratación de este joven científico, que llegaba desde su exilio en Francia, tendría un profundo impacto en la historia de Chile, modernizando el campo de la minería y aportando decisivamente al desarrollo de su primera universidad, la Universidad de Chile. Su aporte a la química, la mineralogía y la geología en la docencia, la investigación básica y aplicada es bien conocido; lo es menos su extraordinaria influencia sobre la educación superior como co-organizador de la Universidad de Chile desde 1846, es decir, prácticamente a 3 años de la instalación de la Universidad y 20 años antes de asumir como Rector (1).
En 1842, mientras todavía estaba aquí en La Serena, Ignacio Domeyko escribió un influyente trabajo en el que propuso una reforma sistémica para la educación chilena. El proyecto contemplaba la definición de 3 niveles educacionales, enfatizando el valor de la educación primaria para todos, y diferenciando la educación secundaria de la educación superior, que hasta entonces estaban asociadas (2).
Esto redundó en que, al finalizar su estadía en La Serena en 1846, el entonces Ministro de Instrucción Pública, Manuel Montt, le solicitara permanecer en Chile para implementarlo. En consecuencia, Domeyko ese mismo año se integró al Consejo de la Universidad de Chile y al año siguiente asumió como profesor del Instituto Nacional (donde en la época se daba la formación en las profesiones) y en 1852 asumió como Delegado Universitario en el mismo Instituto.
Su convicción sobre la importancia de la formación general en distintas disciplinas; sobre el valor del trabajo académico profesional realizado por profesores formados por la propia universidad y contratados para ejercer la función docente en un ambiente universitario; su visión sobre la estrecha relación que debían tener la investigación y la docencia (para el beneficio de ambas); y la centralidad de la reflexión para el aprendizaje versus la simple memorización, son conceptos que orientaron la labor de Domeyko, y que –por cierto– están completamente vigentes hoy. Pero lo notable es que estas ideas se expresaran con tanta solidez cuando el cuerpo docente era extraordinariamente reducido. En 1852, en el Instituto Nacional, donde estaba alojada aún la formación, había “no más de tres profesores para ramos de ciencias legales i políticas; había otros tres para medicina, cuatro para ciencias físicas i matemáticas” (3).
Su visión era clara, ambiciosa, de largo plazo y extremadamente responsable. En sus memorias e informes se aprecia de manera nítida la figura de un académico integral, que no solo imparte docencia en diversas disciplinas científicas, sino que además organiza el trabajo académico, diseña e implementa política pública, cautela la calidad del quehacer académico en todas las disciplinas, sino que también investiga, publica profusamente y aplica los resultados para el desarrollo de procesos productivos, a la vez que explora nuevos territorios en distintas zonas del país. Es como si una sola persona englobara a una universidad completa, la organizara y la proyectara al futuro. Personalmente me emociona y me maravilla que este hombre alejado de las tierras que nunca dejó de amar y de un pueblo por el cual luchó arriesgando su vida, haya querido y podido entregar tanto a Chile.
Cito ahora algunos pasajes de su Memoria sobre la Universidad para el periodo 1855-1872, para escuchar directamente su pensamiento educativo evolucionado y profundo.
Dice Domeyko sobre la importancia de desarrollar una formación integral:
“Toda profesión científica desciende a ser puro oficio, incapaz de marchar con el progreso jeneral del país, si se la quiere limitar a conocimientos estrictamente indispensables para su ejercicio, necesarios para asegurar cierto bienestar al hombre. El joven que principia a iniciarse en los estudios de los ramos que requiere una carrera honrosa, no puede prever qué ramos o fracciones de ramos podrá aprovechar en su vida i qué nociones de cada ciencia le servirán para formar su criterio; si es verdad que una gran parte de lo que se aprende en los liceos i universidades se olvida o no tiene aplicación directa e inmediata en la vida práctica del hombre instruido, no menos exacto es que el mejor provecho, la ventaja esencial que se saca de los estudios bien ordenados, [… ] es que se aprende a estudiar, a pensar i raciocinar: de manera que en cualquier situación de la vida en que se halle después […], sabrá estudiar, sabrá recordar i proseguir el cultivo de los ramos que le sean más necesarios i útiles. Lo cierto es que al terminar un discípulo sus estudios colejiales i Universitarios, no valdrá tanto por el mayor o menor acopio de conocimientos incoherentes que llevaría, como por el modo más natural, mas lójico, mejor ordenado i no violento como los ha adquirido” (sic)3, p. 12.
Así releva la importancia del desarrollo del pensamiento y el raciocinio como procesos mentales fundamentales, y la riqueza de un proceso educativo bien vivido, más que el acopio de conocimientos.
Y respecto de la investigación nos dice:
“La lei orgánica de la Universidad ha querido que esta corporación, no solo se ocupase de la enseñanza, sino también del cultivo de la literatura i dé las ciencias, i que trabajase, como los institutos literarios de otros pueblos civilizados, en aumentar el caudal común”.
“Difícil seria suponer que la instrucción pública i la enseñanza puedan tomar en una nación cierto desarrollo i alcanzar un grado preeminente, sin que se formen i existan en ella hombres capaces de cultivar la literatura i las ciencias. Pero en este cultivo, como en toda obra de la actividad humana, indispensable es el espíritu de asociación, la vida social que reúne a los individuos animados hacia un mismo objeto, por unas mismas inclinaciones...” 3, p.71.
Así refiere a la centralidad de la investigación como base de la cultura y la formación, como actividad social y como enriquecimiento de lo común.
Amanda Labarca y el diálogo entre Universidad y sociedad
Uno de los principales énfasis de la educación superior en la actualidad es fortalecer los lazos entre las instituciones y la sociedad, demostrando que la educación superior es un motor clave para la transformación social, cuyo impacto se refleja directamente en el bienestar colectivo.
Hace ya casi 30 años, el eminente educador norteamericano Ernest Boyer, quien fuera rector de la Universidad Estatal de Nueva York y Presidente de la Carnegie Foundation, escribía sobre su preocupación por la disminución de la confianza en las universidades en esa nación, en un trabajo que se publicó a un año de su muerte, en 1996, titulado “The scholarship of engagement”. Decía que, en su país, estaba empezando a surgir la idea que “la educación superior era más bien parte del problema que de la solución” y que estaba dejando de considerarse como una inversión en el futuro de la nación (4).
Con ese preámbulo, Boyer hizo un llamado para que las universidades definieran un sentido más amplio de misión y para que la cultura académica y la cultura cívica se comunicasen entre sí de forma más continua y creativa.
En esta época de post-verdad, esto solo parece haberse intensificado y la educación superior se encuentra amenazada por un torbellino de desinformación y narrativas distorsionadas que amenazan su evolución, precisamente, cuando es más necesaria que nunca.
Sin embargo, como universidades latinoamericanas y como universidades públicas que somos, la universidades de La Serena y de Chile, podemos decir que hemos tenido siempre presente esta misión y conciencia de la importancia del vínculo estrecho entre Universidad y sociedad, porque de hecho fuimos fundadas en ese contexto y con esa misión.
Una de las heroínas de esa gesta de la extensión universitaria es Amanda Labarca –primera mujer académica de la Universidad de Chile–, quien tuvo un rol determinante en sembrar la semilla de la expansión de la educación universitaria a distintas regiones del país, a través de las Escuelas de Temporada desde 1936, Escuelas que luego dieron paso a los Colegio Regionales, a los Centros Universitarios y, finalmente, a las Universidades Regionales.
Así hablaba doña Amanda el 12 de enero de 1956, cuando se alejaba de la Dirección del Departamento de Extensión y de las Escuelas de Temporada, después de 20 años de servicio:
“Una universidad que no esté atenta a los clamores de las nuevas necesidades, que no responda a los anhelos de superación de la colectividad que la sustenta es apenas un infolio más en los anaqueles gloriosos y polvorientos del pasado. Sin tal obra de aproximación, sin tal entendimiento, las democracias vacilan, bambolean y en su ignorancia y simplicidad concluyen por esperar su salvación y progreso, no de las voluntades y energías mancomunadas de todos, sino del milagro, del hombre milagroso que por fiat lux ordene: hágase la ciencia, hágase la prosperidad, hágase la dicha …” (5, p. 624).
Así hablaba ella siempre, de frente, apasionada y claramente, reflejando que no estaba en su intención halagar o agradar, sino compartir la responsabilidad de una tarea que supera a cualquier ser humano por talentoso o educado que sea.
En el mismo discurso de despedida, Amanda también dijo: “Si oteamos nuestras vidas desde lo alto de los siglos qué diminutas aparecen y qué breves y qué sin trascendencia. ¿Qué corazón va a latir más de prisa en cien, en cincuenta años más por lo que hoy hemos gozado, sufrido y esperado?” Pero en esto se equivocaba, porque aquí estamos, 90 años después de que ella iniciara el camino de extensión, todavía escuchándola con atención para continuar su obra de educar y crear en vínculo con la sociedad (5, p. 625).
Cuando leo a Amanda me gusta y emociona su fuerza, la libertad, el coraje, la seguridad con la que habla. Cuando ingresó a la Universidad de Chile en 1922, como primera mujer académica, entró reclamando la necesidad de transformaciones. Dijo: “Hija espiritual soy de la Universidad de Chile y del Instituto Pedagógico, con piedad filial miro sus defectos, con más ánimo de corregirlos en silencio que de criticarlos en público. Por eso deseo llegar en cuanto a profesora, para actuar desde dentro y colaborar a su reforma en compañía de los catedráticos que la están impulsando (…) si la reforma no se realiza desde dentro y se hace bien, vendrá desde afuera y se hará mal, porque la plasmarán presiones extrañas y amenazas inaceptables” (5, p.50).
Esa voz de mujer, esa convicción de que solos no es posible, de que hay que escuchar para transformar está en nosotros y en nosotras desde hace mucho.
Jorge Peña Hen y la educación musical como un derecho
Pero, junto con abrazar la esperanza –tal como lo expresábamos antes–, no ignoramos los enormes desafíos que amenazan a nuestra sociedad en los tiempos actuales, cuando acuerdos que parecían básicos para la convivencia democrática se ponen en duda.
En respuesta, en el último tiempo nos hemos comprometido a abordar el desafío de fortalecer la educación para los Derechos Humanos, para la democracia y la paz, entregando una educación que permita a nuestros y nuestras estudiantes ser agentes de esos derechos, porque la libertad como la paz, requieren de procesos permanentes para su consolidación, y para ello, las distintas generaciones debemos participar en su promoción y protección.
Honrar este compromiso requiere trabajar en distintas dimensiones. Una de ellas es garantizar un cuerpo estudiantil diverso, ampliando el acceso a estudiantes provenientes de distintos contextos sociales.
70 años atrás el maestro Jorge Peña Hen ya se preocupaba de llegar con educación musical de alta calidad a jóvenes de distintos sectores sociales. En 1957, se estableció en La Serena, donde se convirtió en el primer director del Conservatorio Regional, la primera sede de la Universidad de Chile en provincia. Este hecho marcaría el inicio de un camino que, en 1964, lo llevaría a fundar la Escuela Experimental de Música, impulsando el movimiento que dio origen a las primeras orquestas infantiles de Chile y de Sudamérica, las que hoy constituyen un vigoroso movimiento que podemos reconocer como su legado.
Jorge Peña Hen, con su destacada obra educativa, anticipó una visión profunda de fe en los talentos de todas y todos, promoviendo una incansable defensa del derecho al arte como herramienta de transformación y emancipación. Su legado, marcado por una vida truncada por el brutal asesinato a manos de la Caravana de la Muerte, nos impulsa a reforzar nuestro deber con la memoria histórica y el Nunca Más, recordándonos que la lucha por la dignidad y la libertad debe ser constante e irreductible.
Como describió el Profesor Miguel Castillo Didier en su magnífica biografía Músico, maestro y humanista mártir, “tanto el conservatorio regional, como el plan de extensión docente y la escuela experimental fueron concebidos dentro de un criterio social, de la inquietud por hacer llegar la música , el arte, la cultura, a los más amplios sectores y no solo a una élite, como una manera de ayudar a la gente a no caer en la deshumanización que va imponiendo la vida moderna en el seno de una sociedad cada vez más consumista”. En 1971, Jorge Peña Hen se refería en estos términos a esa idea en la celebración del aniversario del Conservatorio.
“Hace 15 años, se iniciaba esta expansión de la Universidad de Chile en un campo cultural difícil. El arte y el espíritu del hombre son las primeras víctimas de una sociedad que lucha por no sucumbir a la avalancha de la tecnología, el confort y la deshumanización. Y en esta realidad, al igual que su digna antecesora, la Sociedad Juan Sebastián Bach, nació el Conservatorio Regional de La Serena bajo el signo tradicional de la música chilena. El Conservatorio Regional buscó durante su primer decenio un destino que lo ligara a su comunidad regional y le permitiera servirla” (6, p. 108).
Como él lo expresara, en carta escrita el 13 de septiembre de 1973 a su querida esposa e hijos, al conocer el fusilamiento de algunos compañeros: “Sabemos y sé que muchos de nosotros estamos marcados por el delito de amar a la humanidad, al hombre histórico, a través de la construcción de un nuevo orden, de real libertad, igualdad y justicia social” (6, p. 153).
Qué inspiración más verdadera y genuina puede haber para nuestro trabajo por una educación más justa e inclusiva.
Domeyko, Labarca y Peña Hen nos muestran con su vida y vocación universitaria de distintas épocas valores que deberían ser inmutables, pero que debemos saber sostener y defender. Hemos debido hacerlo en distintos momentos de la historia y nos toca hacerlo hoy nuevamente, cuando irrumpen tendencias deshumanizantes y discursos regresivos respecto a los avances en derechos, tanto a nivel internacional como nacional.
Las universidades tenemos la responsabilidad de ofrecer espacios de convivencia ejemplares que permitan fortalecer aquellas cualidades humanas esenciales para el individuo y para el colectivo en los tiempos que vienen, como son: la actitud reflexiva, el cuidado, la humildad, la criticidad, la resiliencia, el coraje, la ecuanimidad, todas ellas fundamentales para el desarrollo personal y la construcción de relaciones auténticas. Esta tarea es especialmente desafiante en un contexto marcado por una creciente desconfianza, donde la tendencia es a interactuar menos, conversar menos y compartir menos. Por ello, debemos profundizar nuestro compromiso de actuar como agentes para una sociedad más solidaria donde podamos establecer vínculos genuinos orientados al bien común.
Y, sí, Ignacio Domeyko, Amanda Labarca y Jorge Peña Hen nos acompañarán en ese viaje.
Muchas gracias.
Rosa Devés Alessandri
Rectora de la Universidad de Chile
Referencias
(1). Zdzilaw Jan Ryn. Ignacio Domeyko. La vida y la obra. Editorial Universitaria y Ediciones Universidad Católica de Chile, Santiago, Chile, 2016
(2) Ignacio Domeyko Ancuta "Memoria sobre el modo más conveniente de reformar la instrucción pública en Chile". El Semanario de Santiago (1842-1843).
(3) Ignacio Domeyko Ancuta. Reseña de los trabajos de la Universidad: desde 1855 hasta el presente. Memoria presentada al Consejo de la Universidad en sesión del 4 de octubre de 1872 por el señor rector, don Ignacio Domeyko. Imprenta Nacional, Santiago, 1872.
(4) Ernest L. Boyer. The Scholarship of Engagement. Bulletin of the American Academy of Arts and Sciences, Vol. 49, No. 7, 1996, pp. 18-33.
(5) Vicerrectoría de Extensión y Comunicaciones Universidad de Chile, Amanda Labarca. Una Antología Feminista. Editora: Jennifer Abate. Editorial Universitaria. Santiago, Chile 2019.
(6) Miguel Castillo Didier. Jorge Peña Hen (1928-1973). Músico, maestro y humanista mártir. LOM Ediciones, Santiago, Chile, 2015.