Palabras Ceremonia 50 años de Egreso Generación 1973 de la Carrera de Medicina

Confieso que no me resulta fácil dirigirme a ustedes en el rol de rectora en esta ceremonia donde la vida personal, profesional, institucional y política se entrelazan tan íntima y profundamente, reflejando cómo esta institución pasa por nuestras vidas y por la vida de la nación con la misma fuerza arrolladora.

¿A quién se le habla? ¿Al amigo entrañable, al profesional brillante y socialmente comprometido, al líder universitario influyente, al político que residen en todas y todos ustedes, a todos y todas a la vez? ¿Y desde dónde se habla?

Frente a esa disyuntiva, elijo la totalidad en la forma de comunidad. Hablar a su comunidad, la que se ha forjado en la vida compartida, y hablar desde nuestra comunidad universitaria, representando a los miles de voces que se escuchan y dialogan en este espacio simbólico que es nuestra Casa Central. Es esa comunidad la que hoy les agradece y les celebra.

No son estos unos 50 años cualesquiera; son los mismos 50 años que comenzaron a contarse con el quiebre de la democracia, los que nos mostraron que en nuestro país se podía llegar a asesinar para silenciar ideas, que los sueños de igualdad que muchas y muchos de ustedes lucharon por hacer realidad resultarían tan peligrosos para algunos que desencadenarían comportamientos crueles nunca antes vistos para extinguirlos.

Iniciar el ejercicio de la vida profesional en ese momento, con seguridad, representó exigencias que les han marcado para siempre -porque ya no solo se trataba de cumplir el juramento hipocrático en el sentido de “velar con el máximo respeto por la vida humana” en el dominio de su profesión médica, sino que esta exigencia se extendía al ámbito social en general. Cuidar la vida propia y de los demás se volvió un imperativo de todos los días.

Fue quizás esa necesidad de caminar por una senda que otros intentaban borrar lo que desarrolló su capacidad de construir sentido, fortaleció sus liderazgos y les llevó a desplegarse como figuras transformadoras en muy distintos espacios, construyendo y reconstruyendo país a partir de esa tragedia inicial, para que Nunca Más.

Esa experiencia de caminar por sendero incierto hace que sus vidas sumadas representen tan bien la fuerza de esta Universidad, que no se doblega, que inventa, que descubre, que acoge, que resiste, que sana y que defiende lo que es de todos y todas, sin bajar los brazos. Sin duda, muchos y muchas de los aquí presentes nos hemos preguntado más de una vez ¿qué habría ocurrido a nuestro país si la Universidad de Chile hubiese sido destruida como algunos lo quisieron? Lo más posible es que tuviésemos una educación superior segregada, como ocurre en la educación escolar donde las oportunidades de aprendizaje están asociadas a la condición socioeconómica de las familias, lo que habría profundizado la fractura social, las desigualdades y comprometido la libertad de pensamiento. Pero aquí estamos y muchos de ustedes son directamente responsables de la permanencia de una Universidad de Chile fiel a su misión fundacional de servicio a Chile.

Sin embargo, las dificultades de la vida en sociedad son persistentes y volvemos hoy a sentir amenazas como la insustentabilidad, la fragilización de la democracia, la incertidumbre, la inseguridad, y los desencuentros que resultan del miedo hacia lo distinto; lo que nos trae nuevas exigencias como universidad, cuando acuerdos que parecían básicos para la convivencia democrática se ponen en duda.

Es por eso que después de un año de reflexión sobre nuestra historia de quiebre democrático y de cara a estos nuevos escenarios, nos hemos comprometido con abordar el desafío de fortalecer la educación en derechos humanos, para la democracia y la paz de modo que nuestros y nuestras estudiantes sean agentes de esos derechos. Comprendemos que para ser consistentes esta educación debe darse en un ambiente pluralista, donde estos derechos sean efectivamente respetados y garantizados para y por todos quienes integran la comunidad universitaria. Es sobre ese principio que hoy trabajamos.

Porque a pesar de las dificultades, no abandonamos la esperanza.

Como escribió Paulo Freire en la Pedagogía de la Esperanza: “la desesperanza nos inmoviliza y nos hace sucumbir al fatalismo en que no es posible reunir las fuerzas indispensables para el embate recreador del mundo. No soy esperanzado por pura terquedad, sino por imperativo existencial e histórico”, aunque agrega, “mi esperanza es necesaria pero no es suficiente. Ella sola no gana la lucha, pero sin ella la lucha flaquea y titubea. Necesitamos la esperanza crítica como el pez necesita el agua incontaminada”.

Gracias a ustedes que tanto de eso han demostrado con sus vidas.

Rosa Devés Alessandri
Rectora de la Universidad de Chile

Compartir:
https://uchile.cl/u214935
Copiar