Palabras I Congreso de Educación y Pedagogía

Comienzo estas palabras, felicitando a las y los organizadores y -por cierto- a cada una y uno de los participantes de este primer Congreso de Educación y Pedagogía de la Universidad de Chile, una instancia para reconocer la importancia de la educación en el desarrollo igualitario de nuestro país y el compromiso de la Universidad de Chile con la formación de profesores y profesoras, y la investigación educativa.

Este Congreso representa un compromiso con nuestra historia y como su nombre lo indica también una mirada esperanzada del futuro. El diálogo que se establece entre los conceptos escogidos para definir este Congreso con el informe de UNESCO “Reimaginar juntos nuestros futuros, un nuevo contrato social para la educación” es manifestación de esa esperanza.

Nos está costando llenar de esperanza el compromiso con la educación en nuestro país. Más bien se ha vuelto un terreno de disputas, de recriminaciones, del señalamiento de culpabilidades. Pero este ánimo confrontacional, que se ha tomado los espacios de la política, no es el de las aulas o de las escuelas o de las universidades, donde se reflexiona y estudia crítica y fundadamente estas materias.

Esta semana se realizó aquí en Casa Central un encuentro inter-universitario sobre sustentabilidad. La joya de este encuentro, al decir de muchos, fue la muestra pedagógica de niños y niñas de 12 establecimientos públicos que en sus respectivos stands mostraron sus proyectos sobre sustentabilidad y explicaron con cuidado lenguaje científico sus investigaciones. Estando en medio de las vacaciones, se movilizaron las comunidades educativas (profesores y familias) para que los niños y niñas tuviesen esta oportunidad de demostrar sus aprendizajes logrados con metodología indagatoria en el marco del programa ECBI de la Universidad de Chile.

Es por ellos y por ellas que estamos aquí.

El llamado que se ha hecho a pensar críticamente sobre la educación, considerando el currículo, la pedagogía, las políticas educacionales, la democracia y las nuevas tecnologías, debe ir acompañado de esa voluntad rara hoy, escasa, y muchas veces incomprendida, de tender puentes y generar lazos, de construir confianzas donde no las hay.

En la Universidad de Chile, reconocemos esa complejidad de la educación y debemos ser también internamente muy consistentes en colaborar e imaginar un futuro posible con menos barreras disciplinares y donde las distintas perspectivas sobre la educación se encuentren y nutran mutuamente, para responder las grandes preguntas y formar los mejores docentes.

Este Congreso que reúne una multiplicidad de enfoques posibles para realizar investigación y docencia en temas educacionales, y que ofrece precisamente un espacio de encuentro, es un gran paso adelante para reimaginar esos futuros para la educación, para la escuela y para nosotras instituciones responsables de generar conocimiento y de formar docentes; aunque nunca solos, siempre articuladamente y reconociendo los saberes que están fuera de nuestros claustros.

Este mes también realizamos la Escuela de Temporada, que recuerda aquellas iniciadas el año 1936 gracias al impulso del visionario rector Juvenal Hernández y el trabajo de la gran educadora Amanda Labarca. Ya estaba claro entonces que la Universidad debía abrirse a la sociedad “en cuyo seno vive”, decía Juvenal Hernández, “y del cual arranca sus mejores alientos toda institución que aspire a cimentarse y perpetuarse”.

Y aquí estamos 87 años después todavía empeñados en dialogar con esa sociedad que evoluciona y nos presenta nuevos desafíos cada día.

Desde nuestro rol como institución del Estado, hemos propuesto como objetivos clave el fortalecimiento de la educación pública y trabajar para reducir las inequidades educacionales. Muchos de nuestros y nuestras académicas, hoy presentes, son parte de diversas iniciativas para contribuir a una educación más justa, y a ellos y ellas les agradecemos públicamente.

En estos días, hemos visto una intensa discusión sobre los resultados de la prueba PAES, donde la educación pública ha sido el blanco de los cuestionamientos más severos, en un intento por asociar el abandono histórico de la educación pública a la implementación de las políticas que han intentado atenuar la presencia del mercado en la educación chilena. Sin embargo, sabemos que el deterioro de la educación pública no es un fenómeno reciente ni azaroso; es fruto de la implementación de un modelo que promovió la privatización de la educación, generando con ello altos niveles de segregación y desigualdad. La educación pública es necesaria, justamente, para revertir esas negativas consecuencias.

La educación es una acción esencialmente social, que requiere confianza, colaboración y reconocimiento del otro. Las ponencias propuestas para este Congreso rescatan ese fundamento humanista y se vinculan estrechamente con el modelo educativo de nuestra Universidad, pues estamos comprometidos con generar experiencias educacionales significativas en ambientes diversos y equitativos. No descansaremos en ese propósito, porque creemos firmemente en el valor de la educación pública para el desarrollo inclusivo de nuestro país.

Alcanzar los consensos necesarios requiere de disposiciones personales, así como de amplios acuerdos sociales. Con este Congreso y con el trabajo que realizan -que en estos días conoceremos- ustedes son pieza fundamental de esa transformación.

Muchas gracias.

Rosa Devés Alessandri
Rectora de la Universidad de Chile

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